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Mollorido y la familia Onís

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Mollorido y la familia Onís

 

MOLLORIDO APARECE MENCIONADO EN VARIAS OBRAS POR CERVANTES. EN 1829, EL LUGAR FUE ADQUIRIDO  POR MAURICIO DE ÓNÍS, QUE CAMBIÓ SU NOMBRE POR EL DE ‘LA CAROLINA’

 

 

1.- Mollorido, lugar literario

2.- Mollorido en el siglo XIX  

3.- El patrimonio de Mollorido

4.- Descripción del caserón de los Onís

5.- La familia Onís

 

 

1.- MOLLORIDO, LUGAR LITERARIO

Durante siglos, el imaginario colectivo ha ido atesorando territorios míticos, que surgían de las leyendas y de las obras clásicas de renombrados escritores. Camelot, la fortaleza del rey Arturo, todos dicen que existió, pero ¿dónde? Nuestro país no fue ajeno a este fenómeno. Mollorido era uno de esos lugares literarios que el tiempo se encargó de desvanecer. Se hallaba junto a Cantalapiedra, en un cruce de caminos en la calzada de Medina del Campo a Salamanca y fue lugar de encuentro de personajes ilustres y plebeyos de nuestro Siglo de Oro.

Cervantes, se refiere a Mollorido en su obra Los Baños de Argel, dentro de sus Comedias y Entremeses, haciéndole decir al sacristán: “No está en el mapa. Es mi tierra Mollorido, en un lugar escondido, allá en Castilla la Vieja”. E igualmente, en su novela Rinconete y Cortadillo, Cortado afirma: “Nací en el piadoso lugar de Mollorido, justo entre Medina del Campo y Salamanca”. Para Tirso de Molina, en su obra Antona García, allí hay una venta no muy recomendable, pues a su protagonista le aconsejan: “Guardaos de ella, que es redomado el ventero y encaja en los más ladinos, los grajos por palominos y a las cabras por carneros”.

El escritor portugués Tomé Pinheiro de Veiga, permaneció durante cuatro meses en la Corte de Valladolid, considerando a la capital castellana como “la ciudad que vive y deja vivir”. En ella, encontró a Cervantes, Quevedo, Góngora y Vélez de Guevara y tomó nota del ambiente cortesano que le rodeaba y de las costumbres que vio, como la de comer casi a diario truchas de Medina de Rioseco, como si se tratara de pescado de mar, lo que plasmó en su famoso libro Fastiginia o fastos generales, donde por primera vez se alude al Quijote. Apareció publicado en 1605, el mismo año que la primera parte de la novela cervantina. En él, Pinheiro relata en su vuelta a Portugal por Salamanca y Ciudad Rodrigo los aconteceres del viaje: “Llegando a Mollorido muy cansados, sin hallar que comer, estaba un villano comiendo huevos y cebollas. Se levantó y nos hizo un brindis ofreciéndonos su mesa”.

 

2.- MOLLORIDO EN EL SIGLO XIX

El nombre de Mollorido cayó en el olvido hasta que, en 1901, el hispanófilo norteamericano Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society of America, reprodujo a través de The Winne Press de Nueva York el facsímil de un original, que se hallaba en su biblioteca hispana, de la obra Repertorio de todos los caminos de España, de 1546, cuyo autor era el cartógrafo Juan de Villuga que, en época del Emperador Carlos V, catalogó 18.000 kilómetros de rutas peninsulares. El original provenía de la renombrada imprenta de Pedro de Castro, de Medina del Campo.

En dicho Repertorio aparece el lugar de Mollorido, entre Medina del Campo y Salamanca, donde la Calzada Real se cruzaba con la Cañada de Extremadura a Burgos, una de las principales vías pecuarias del país, bañado por el río Guareña, en el que según informaba en 1764 el boticario de Cantalapiedra, Juan Fernández Ballesteros, abundaban anguilas, barbos, cangrejos y unas pequeñas conchas con un nácar finísimo. Su estratégica situación había hecho de Mollorido un lugar obligado de parada y fonda con cuatro mesones famosos en Castilla. El más conocido fue el de Pedro Fernández, el principal labriego de la zona. La calzada hoy ya no existe y su infraestructura fue aprovechada a principios del siglo XIX para la construcción de la línea del ferrocarril. Los poblados que se transitaban desde Medina del Campo a Salamanca eran los siguientes: La Golosa, Velascálvaro (Ventas del Campo), El Carpio, Fresno el Viejo, Fresno de los Ajos, Mollorido, El Pedroso, Pitiegua, Ventas de Velasco y Moriscos.

 

3.- EL PATRIMONIO DE MOLLORIDO

Cervantes nos da detalles del poblado en pocas palabras. Cuando Cortado dice que nació en un “piadoso lugar”, está aludiendo a que Mollorido era una obra pía, un legado en herencia que un dadivoso fiel había dejado al clero. Su propietario era el Obispado de Salamanca, cuyo Deán, que tenía casa en la aledaña Cantalapiedra, administraba ganados y cosechas. Incluso una parte de su territorio se denominaba “Las Obispillas”. Y así se mantuvo la situación hasta que sus pocos vecinos tomaron conciencia de que aquel enclave tenía riqueza suficiente, como para no vivir bajo la dependencia del señorío eclesiástico. Piden al rey Felipe II que les otorgue la posesión de aquellas tierras y, a tal fin, el monarca envía a Francisco Alderete, juez comisionado, para que deslinde el nuevo término y lo delimite respecto de las poblaciones que le rodean. Poco tiempo después, los concejos de Cantalapiedra y Mollorido solicitan del Rey la fusión de ambos, que obtienen en 1614.

La publicación del facsímil de Huntington estimuló el interés de los investigadores por Mollorido. Por ellos sabemos que tuvo un patrimonio artístico nada desdeñable. Existía una iglesia dedicada a Santa María de la Oliva y una ermita que se situaban a ambos lados de la calzada de Medina del Campo. En 1924, el catedrático de Arte Manuel Gómez Moreno, certifica que dos tablas flamencas del retablo de la iglesia de Cantalapiedra procedían de la de Mollorido, y su autor era el italiano Nicolás Florentino, que compartió estilo y retablos con Fernando Gallegos en aquella comarca de Las Guareñas y en la Catedral Vieja de Salamanca.

Ese mismo año, el historiador Antonio García Boiza revela que de la documentación de los archivos catedralicios se desprendía que la iglesia de Mollorido tuvo un importante retablo, pintado en dorado y encarnado estofado, del que ya no quedaba rastro en el Catastro de 1752 del Marqués de la Ensenada. Dicha obra fue pintada por el salmantino Diosdado de Olivares, autor del fondo del calvario gótico de la Capilla Dorada de la Catedral Nueva de Salamanca. Estaba valorado en 40.787 maravedíes, según la tasación de los peritos García Pérez y Pedro Bello, discípulos de Fernando Gallego, realizada por encargo del canónigo Gregorio Díez de Cadórniga, quienes tuvieron en cuenta el oro, la plata, los colores y el trabajo realizado.

Los propietarios de la finca dieron toda clase de facilidades para que Boiza visitara aquel paraje, que disfrutó recorriendo la campiña y la huerta colmada de miles de plantas y árboles frutales. No en vano, al historiador le resultaba familiar pues había nacido en una finca cercana a Cantalapiedra. Pero, sobre todo, se sintió muy satisfecho al encontrar en la pequeña ermita una tabla procedente de la antigua iglesia, junto con otros cuadros del siglo XVII. Se trataba de una Coronación de Cristo al estilo del flamenco Van Eyck. Finalizaba lamentando que de aquel pueblo ya no quedaba ni el nombre, tan sólo un apeadero de la línea ferroviaria Medina del Campo a Salamanca y un sitio llamado “Los Ataúdes”, porque arando un agricultor se había topado con antiguas sepulturas.

En los años treinta, Federico de Onís Sánchez, siendo catedrático de la Universidad de Columbia en Nueva York, pasó unos días en Salamanca para tener un encuentro con su antiguo profesor Unamuno y algunos de sus compañeros, entre ellos, el salmantino Miguel Vila, Rector de la Universidad de Granada. Onís se desplazó con Vila hasta Cantalapiedra para pasar una jornada en el campo y mostrarle la colección de objetos artísticos que la familia Onís, propietaria de la finca, atesoraba en aquel pueblo. Allí, Vila reconoció el cuadro de Mollorido con el rostro del Cristo de Diosdado de Olivares, que ya había sido mencionado por García Boiza. (Vila pasó los primeros días de la Guerra Civil con Unamuno en Salamanca, donde fue detenido y llevado a Granada para ser fusilado tres meses después en el Barranco de Víznar, como García Lorca).

 

4.- DESCRIPCIÓN DEL CASERÓN DE LOS ONIS

De su excursión a Cantalapiedra en 1924, el historiador García Boiza dejó la siguiente descripción: “La casa de los Onís produce esa grata impresión sentimental de una época pasada. Esas bellas casas que nos acogen benévolas, rodeándonos de un ambiente inactual que rompe con la monotonía del mueble moderno. Bargueños, cornucopias, vitrinas, relojes de chimenea, cuadros, sillas y paños, grabados con asunto histórico, miniaturas, camafeos y porcelanas, con las mil chucherías de concha y esmaltes que decoran los objetos de uso familiar, curiosos cestos de costura, abanicos, etc.

Tres estancias son primordialmente notables: la sala de retratos, el gabinete chino y el archivo. Todo lo selecto de esta linajuda familia de ministros, embajadores, políticos y literatos se encierra entre aquellos muros. En la primera, más de ochenta lienzos, muchos formados por grandes artistas, ofrecen las atrayentes figuras de los caballeros y damas de familia, como un libro abierto al historiador y al artista. El gabinete chino tiene, entre otras cosas raras, una primorosa colección de pinturas sobre finísima pasta de arroz, complicados marcos y el retrato de un Onís, embajador en la China, vistiendo el auténtico traje del Celeste Imperio. En el archivo, constituido por varios armarios abarrotados de legajos, se guardan epistolarios que seguramente tendrán noticias de sumo interés para la historia de España y del mundo y otros muchos documentos inexplorados.

Entre las piezas verdaderamente notables que se apreciaban, figura un acta de la Constitución de los Estados Unidos, de la que no hay más que tres ejemplares en el mundo y, como ejemplar de gran curiosidad, un libro manuscrito, original de la Excma. Sra. Doña Carolina de Onís, esposa del Embajador en San Petersburgo, relatando día por día el viaje en coche desde Cantalapiedra a la capital de Rusia”. (Boiza se refería a dos importantes antepasados: José de Onís López y Luis de Onís González. El primero de ellos, fue ministro del rey Carlos III y embajador de España en la Corte rusa de la Emperatriz Catalina II la Grande. El segundo, embajador en los Estados Unidos, dónde negoció la cesión de Florida y estableció los límites con la Nueva España mediante el tratado de Adams-Onís de 1819).

 

5.- LA FAMILIA ONÍS

Primero desapareció Mollorido; después, su propio nombre. El lugar se fue despoblando por causa de La Mesta, que desde Alfonso X gozaba de unos privilegios frente a los labradores que se tornaban abusos incontestables. Los rebaños que transitaban por la Cañada arrasaban las cosechas y las autoridades les amparaban frente a las quejas de los lugareños, lo que motivó que los escasos moradores abandonaran sus tierras. Cuando La Mesta fue abolida en 1836 ya era demasiado tarde.

La Desamortización gubernamental puso la finca en venta, mediante subasta pública, siendo adquirida en 1829 por Mauricio de Onís, miembro de una noble familia asturiana asentada en Cantalapiedra, que cambió el nombre de Mollorido por el de “La Carolina de Santa Cristina”. La explicación, de nuevo, nos la ofrece Cervantes en sus escasas referencias toponímicas, cuando considera que Mollorido es “un lugar que no existe en el mapa”, aludiendo a su insignificancia. Mal encajaba ese nombre con la estirpe que los Onís representaban. Anteriormente, reinando Carlos III, ya había sido objeto de repoblación, y se denominaba “La Nueva Carolina” para distinguirlo de La Carolina de Jaén. Mauricio de Onís añadió “de Santa Cristina” en honor de la reina María Cristina, esposa del rey Fernando VII, e igualmente lo repobló con ocho familias. En 1877, aquel ya era un paraje desconocido, cuando el escritor Pedro Antonio de Alarcón transita por allí dormido de noche, camino de Salamanca, y asevera: “Ningún eco habría hallado en nuestra memoria, aunque no hubiese estado dormido”.

Federico de Onís y Onís, hijo de Mauricio, nacido en Cantalapiedra, se dedicó por entero a la explotación de la finca, especialmente, al cultivo de flores y plantas arbóreas, convirtiéndola en un pujante vivero que abastecía a jardines públicos y privados de Salamanca, Valladolid y Madrid. Aún se mantiene su impronta en parques como La Alamedilla de Salamanca o El Grande de Valladolid, Palencia, Ciudad Rodrigo… y, sobre todo, en el claustro del antiguo edificio de la Universidad de Salamanca, en cuyo centro se halla la gigantesca sequoia americana, plantada en 1870, que regaló a la institución charra cuando su hijo, José Onís López, ostentaba el rango de jefe de la Biblioteca Universitaria.

La familia Onís era de tradición monárquica. Sin embargo, Federico fue el primer republicano. Frecuentaba las tertulias de la Plaza Mayor de Salamanca, el Café Novelty y la rebotica de la Farmacia de su cuñado, Ramón Hoyos, que aún existe. También acudía a la redacción de El Adelanto, donde intervenía como corrector de artículos. Vivía en la calle San Pablo, con jardín trasero al Arroyo de Santo Domingo, desde el que se avistaba la pensión donde se alojaba el penalista Pedro Dorado Montero que, a fuerza de asomarse al balcón, terminó casándose con su hija. Posteriormente, Dorado habitó la casa lindera con la Iglesia de San Boal, que, más tarde, la familia donó a la Universidad de Salamanca.

Federico de Onís y Onís formó una sociedad con el jardinero francés Gabriel Lecussan, con quien amplió el vivero y abrió diversas delegaciones. La salmantina Imprenta Núñez les confeccionó un vistoso catálogo de presentación. Con sus peculiares especies exóticas ganaron numerosos premios en exposiciones, como las de Madrid de 1873 y Filadelfia de 1876. Abrieron dos establecimientos en la capital, en las calles Correos 2 y Santa Engracia 7, mediante los que alcanzaron un merecido prestigio por su destreza en la jardinería, que se mantuvo hasta el año 1898, en que Lecussan anunció la liquidación por cierre, poniendo a la venta cuatro mil pinos que tenía en la Carretera de El Pardo. La finca de La Carolina fue vendida en los años cuarenta del pasado siglo, sin que haya quedado ningún vestigio de lo que significó a la largo de varios siglos.

Su hijo, Federico de Onís y Sánchez, se desligó de la explotación de La Carolina. Comenzó su fulgurante carrera como catedrático de la Universidad de Oviedo y continuó como director de Estudios en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hasta que en 1916 fue nombrado director del Departamento de Estudios Hispánicos en la Universidad de Columbia de Nueva York, a propuesta de don Ramón Menéndez Pidal. Retornaba con frecuencia a España, para veranear en su casa de Arenas de San Pedro, sin dejar de visitar Cantalapiedra. Al jubilarse, se estableció en Puerto Rico, donde siguió vinculado a la Universidad hasta que falleció. Fue inhumado en el cementerio de San Juan, junto a Pedro Salinas y Juan Ramón Jiménez.

(Foto portada. Secuoya de La Carolina en la Universidad de Salamanca)

 

 

Cantalapiedra amurallada

 

Federico de Onís

 

 

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