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El cardenal Cuesta en Santiago de Compostela

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El cardenal Cuesta en Santiago de Compostela

 

 

EL CARDENAL CUESTA RESULTÓ MUY INCÓMODO A LOS INTELECTUALES LIBERALES DE SU ÉPOCA Y FUE MUY QUERIDO EN SANTIAGO DE COMPOSTELA

 

 

1.- El racionalismo de Ernest Renan  

2.- El antirracionalismo del Cardenal Cuesta  

3.- El despojo del Vaticano  

4.- La desamortización de los bienes eclesiásticos  

5.- ¿Quién era el Cardenal Cuesta?

 

 

1.- EL RACIONALISMO DE ERNEST RENAN

El Cardenal Cuesta resultó muy incómodo para los intelectuales liberales de su época, porque desarmaba sus argumentos anticlericales con sencillos razonamientos de la calle. Lejos de rebatir su ideología con los dogmas de la Iglesia, con la amenaza de la excomunión o con el último de todos los recursos, el de es cuestión de fe o Dios lo quiere, bajaba a la arena de la discusión con total llaneza en términos inesperados por su simplismo.

Sus objeciones fueron públicas en la prensa de Madrid en periódicos tan liberales como La Iberia, con artículos cuya compilación dio lugar a su principal obra Cartas a Iberia, publicada en 1866. Diversos autores calificaron aquellas opiniones de “triviales y anodinas”, impropias de un teólogo. Pero el Cardenal Cuesta sabía donde escribía y quién lo leía. La prensa no era el foro adecuado para profundas disquisiciones filosóficas, el lenguaje debía ser accesible a todos y lograba su propósito.

En 1863 el filósofo francés Ernest Renan publicó su Vida de Jesús, que sustentaba un cristianismo crítico. Sus antecedentes fueron Friedrich Hegel, David Strauss y el argumento común del ateísmo universal: la religión nació por miedo, por el temor que los hombres sienten ante el estruendo de una tormenta o los cataclismos naturales. Strauss había sostenido la teoría del mito: Jesucristo fue un mito al que los primeros propagadores del cristianismo revistieron del ideal de un hombre perfecto, como los griegos personificaron a sus dioses. Jesús sería un personaje de fábula, y los Evangelios, el equivalente a la mitología de los dioses de la antigüedad.

Renan introduce una variante a esas corrientes racionalistas que le precedieron: Jesucristo no fue un mito, sino un personaje real, un joven galileo visionario que llegó a creerse Hijo de Dios. Los Evangelios constituían una leyenda, una narración fundada en algunos hechos históricos, pero aumentados con aspectos sobrenaturales y prodigiosos.

La reacción contra los postulados de Renan se volvió virulenta en Centroeuropa, tal fue el caso de un crítico alemán que dijo que “cuando Renan pone los discursos de San Juan en boca de Jesús, parece que se está viendo a un cerdo salido de un lodazal revolcarse en un lienzo de Rafael”.

 

2.- EL ANTIRRACIONALISMO DEL CARDENAL CUESTA

Pero, la réplica del Cardenal Cuesta tomó unos derroteros más suaves y dialogantes. Cuesta consideró que la obra de Renan era una novela, un juego de fantasías apoyado en conjeturas. Y se preguntaba: “¿Puede escribir esto un filósofo con aspiración de que su versión sea preferida a la de los Evangelios?

En Cartas a Iberia, el Cardenal manifiesta: “Los evangelistas San Mateo y San Juan fueron testigos oculares que acompañaron a Jesús y presenciaron personalmente sus milagros. San Marcos y San Lucas también fueron contemporáneos suyos que se informaron de otros testigos directos. Los Evangelistas escribieron sobre hechos que sucedieron pública y notoriamente en sus días y en el mismo país. De haber sido un fraude, alguien los habría desmentido. Pero nadie lo hizo. Era, pues, innecesario que los Apóstoles reunieran a los académicos para que constataran aquellos hechos vividos por ellos mismos. Ante la hipótesis de que todo fuera una invención, una mentira para engañar al mundo, ¿cabría tanta sagacidad en unos pobre y rústicos pescadores?”.

La tesis de Cuesta de mayor peso reviste tintes sociológicos: “Los Apóstoles mantienen la verdad entre los tormentos más atroces antes de morir. ¿Hubieran dado su vida por una falsedad creada por ellos mismo cuando confesándola se hubieran librado de la muerte? Este fenómeno no se ha visto en el mundo. Un hombre sólo da su vida por una idea que reputa verdadera, pero nunca por un hecho que sabe que es falso. Más tarde, aparecieron muchos Evangelios que la Iglesia desechó por apócrifos. Luego, entonces ya existía la crítica, sin que esta ciencia estuviera esperando a la llegada los racionalistas modernos”.

 

3.- EL DESPOJO DEL VATICANO

En esa colección de cartas que Cuesta envió al redactor jefe del periódico El Liberal, Francisco Javier Moya, periodista que un año antes había sido procesado por sus artículos antimonárquicos y firme negacionista de la supremacía espiritual y del poder temporal que se le atribuía al Papa, incluyó su postura acerca de la usurpación de las Estados Pontificios para la unificación de Italia en la dinastía Saboya, así como de que su monarca, el rey Víctor Manuel I fuera reconocido por el Gobierno español.

El Cardenal adoptó una postura basada en argumentos jurídicos. Admitió la implantación del Reino de Italia, pero no a costa de las provincias despojadas al Papa Pío IX. Su posición era la opuesta a la de la revista donde escribía. En realidad, La Iberia se había convertido en el órgano de algunos obispos neocatólicos para quienes el Papa nunca debió tener propiedades terrenales, según lo dispuesto por los Evangelios.

Cuesta admitió que el poder temporal del Papa no era un dogma de fe, ni estaba contenido en la Revelación, ni el reconocimiento por parte del Gobierno español del nuevo Reino de Italia podía constituir una herejía. Sin embargo, el Pontífice tenía unos derechos adquiridos de propiedad sobre unos territorios y era ilícito despojarle de ellos, sencillamente, por el precepto del Decálogo que dice “no hurtarás”. El Gobierno quería revalidar un hecho consumado, un conjunto de tropelías, no un derecho. Refutó como falso el argumento de que, aunque el Papa se quedara sin un palmo de tierra, la Iglesia no se arruinaría: “Es como decir que a un hombre que se le rompe una pierna no se le quita la vida, luego, no importa”.

Por eso, en su calidad de Senador, no asistió a la sesión de las Cortes en la que expresamente se reconocía al Reino de Italia e, implícitamente, la usurpación de los territorios pontificios. Lo justificaba manifestando: “Antes que senador, soy obispo. No sólo no quiero ser, ni aún parecer, hombre afiliado a un partido político, para sí tener derecho a combatirles a todos desde mi silla cuando pasen el límite político y se entren en el terreno religioso”.

 

4.- LA DESAMORTIZACIÓN DE LOS BIENES ECLESIÁSTICOS

La llegada del Cardenal Cuesta a Santiago de Compostela en 1851 coincide con el reinado borrascoso de Isabel II en el que proliferó el Liberalismo Católico, que abogaba por un cambio en el estatus de la Iglesia y de anular sus armas espirituales en su resistencia a perder sus bienes con las leyes desamortizadoras. El enfrentamiento se radicalizó cuanto Pío IX publica su encíclica Quanta Cura y el Syllabus, una serie de proposiciones en contra de los errores liberales. Estos documentos papales fueron considerados por el Gobierno como una declaración de guerra y un deseo de parar la Historia.

Este estado de agitación fue aprovechado en Galicia por clérigos carlistas que intentaron un levantamiento, entre los que trataron de implicar al Cardenal Cuesta y a su secretario personal, Fernando Blanco y Lorenzo, que fue denunciado ante el Capitán General de La Coruña, quien pidió explicaciones al Cardenal. Pero éste se resistió con firmeza a las intenciones de los insurrectos alegando su juramento de obediencia a Isabel II. En cuanto a su secretario, siempre mostró una lealtad incondicional a la Reina. Tras ser nombrado Obispo de Ávila, intervino directamente en la readquisición del convento de Santo Tomás, en estado ruinoso por la desamortización, comprándolo en nombre de la Reina con fondos propios de la Corona para cedérselo posteriormente a los dominicos. Cuesta también hizo lo propio en Santiago de Compostela: recuperó y salvó de la ruina el monasterio de San Martín Pinario para instalar el seminario diocesano, gracias a un negociado trueque con los propietarios.

 

5.- ¿QUIÉN ERA EL CARDENAL CUESTA?

Miguel García Cuesta había nacido en 1803 en Macotera (Salamanca), quedándose huérfano con dos años. Un tío suyo le recoge en el Santuario de Valdejimena, en Horcajo Medianero, y le ingresa de muy corta edad en el Seminario de Salamanca, del que llegó a ser Rector. A los 21 años era profesor de Griego y Filosofía en la Universidad de Salamanca, donde se le recuerda en el paraninfo encabezando una lápida que honra a hombres ilustres que pasaron por el alma mater. Posteriormente, fue nombrado Obispo de Jaca y Arzobispo de Santiago de Compostela. Allí, el Papa Pío XI le nombra Cardenal.

Cuando Cuesta llega a la sede compostelana, el país se encontraba sumido en una de las crisis más profundas de su historia, agravada en los dos años siguientes por la catastrófica pérdida de cosechas y la aparición de una epidemia de cólera. Santiago se desbordó con la llegada de miles de campesinos. En esos momentos, el Cardenal no duda en prestar su solidaridad y, tras tomar conciencia de la situación de miseria colectica, reparte todos sus bienes entre los más necesitados, poniendo además a su disposición los medios de la diócesis que encuentra a su alcance. Llega a un acuerdo con el Ayuntamiento para atender sanitaria y socialmente a quien lo necesite. Y ambas instituciones crean una Junta de Beneficencia para dar respuesta a la gravedad del momento.

Su amplio pontificado de 22 años en Compostela dejó una profunda huella en el pueblo gallego, cuyos cronistas han relatado su paso por aquellas tierras como un hecho afortunado dadas las circunstancias excepcionales en que Galicia se encontraba. Torrente Ballester destaca su modernidad dentro del ambiente ultramontano de la época: “Muchas de las Cartas del Arzobispo García Cuesta parecen pensadas y escritas hoy”. En Macotera, su localidad natal, el Obispo de Salamanca, Padre Cámara, levantó el hospital de Santa Ana en su memoria y el pueblo colocó una placa conmemorativa en la fachada de la iglesia parroquial.

(Foto portada. Monasterio de San Martín Pinario. Santiago de Compostela)

 

Cardenal Miguel García Cuesta

 

El filósofo Ernest Renan

 

Cuesta, diputado en Cortes

 

Placa en Macotera (Salamanca)

 

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