Ramón Carnicer en Peñaranda de Bracamonte
DON PABLO RUIZ DE BRACAMONTE VATICINÓ A RAMÓN CARNICER QUE EN EL FUTURO LA ELECTRICIDAD SERÍA DIABÓLICA PARA EL PROGRESO
1.- Llegada de Ramón Carnicer a Peñaranda.
2.- Ramón Carnicer conoce a don Pablo Ruiz de Bracamonte.
3.- Malos augurios para la electricidad.
4.- Ramón Carnicer parte hacia Piedrahita.
1.- LLEGADA DE RAMÓN CARNICER A PEÑARANDA
En 1976, el escritor berciano Ramón Carnicer publicó el relato de viajes realizados en 1973 por algunas provincias de la entonces llamada Castilla la Vieja (Santander, Logroño, Valladolid, Palencia, Burgos, Soria, Segovia y Ávila) con el fin de desmitificar los manidos tópicos creados por la Generación del 98, como considerar llana la región más montañosa de España. Tras su paso por numerosas villas que un día fueron importantes, las conclusiones que dedujo resultaron pesimistas a la vista de una zona muy deprimida en aquellos años. Se pueden resumir en una frase: “La visión no puede ser más desoladora”. Realizó el itinerario en cuatro rutas, una por cada estación del año. Nos circunscribimos al otoño, cuando permanece por escasas horas en la localidad salmantina de Peñaranda de Bracamonte:
“Madrigal de las Altas Torres. A las seis pasa el coche de Peñaranda. Subo a él. No tardará en caer la noche. Peñaranda. El autobús hace alto en la Plaza Nueva, obra pública realizada después de la explosión de un polvorín militar en 1939, acabada ya la guerra. El diseño de la plaza con soportales y dos plantas sobre ellos, resulta armónico, pero la endeblez de sus materiales produce cierta aprensión. No lejos está la Plaza Mayor, que empalma con la hoy llamada de Calvo Sotelo, y ésta a su vez, con la de la Iglesia, es decir, la parroquia de San Miguel, en restauración tras un incendio.
Recorro después las calles de la parte antigua, no demasiado interesantes, pero con la amable compensación, bajo la lluvia, de unos trechos porticados. De retorno a la Plaza Mayor converso con dos guardias municipales. Tocante a la economía local, opinan, los negocios más rentables son los bares. Calculan que hay una treintena, algunos lujosos, como la Cafetería Nacional, y otros de nombre exótico, como el Romulus Pub, en vivo contraste con el de este otro lugar, Pescadería Hijo de Felicísimo.
-Les darán mucho trabajo los que empinan más de la cuenta -digo a los guardias.
-Alguno que otro se pone se pone bebido, sobre todo, las vísperas de fiesta, pero no pasa nada. La gente de Peñaranda es pacífica.
A continuación, los guardias se quejan de su poco sueldo, pero se les ve gordos y lucidos.
Los informes económicos de la villa me los completan el dueño de un estanco, su mujer y el fondista. Según ellos, hay en Peñaranda tres fábricas de calzado, con mil personas ocupadas, y una de guantes. Como la mecanización agraria requiere poca mano de obra, ésta se va ocupando en aquellas tres fábricas. Pero hay cierto descontento, porque los dueños, abusando de la oferta de brazos, tienden a la contratación eventual de una parte de sus operarios y volver a tomarlos después, para tornar a lo mismo pasado un tiempo.
Pero quien ha llegado a rizar el rizo en argucias es el guantero, que con sólo medio centenar de empleados fijos, ocupa en Peñaranda y pueblos próximos unas ochocientas mujeres en sus domicilios. La estanquera es una de ellas. Me muestra un par de guantes acabados de coser, muy buenos.
-¿Y cuánto gana usted en cada par?
-Treinta pesetas.
-No parece mucho.
-No, porque coser seis pares me lleva seis o siete horas. La ventaja está en que lo hago cuando me parece, sin necesidad de ir al taller ni hacer cuatro viajes al día.
2.- RAMÓN CARNICER CONOCE A DON PABLO RUIZ DE BRACAMONTE
Acabadas mis andanza y diálogos, aún no eran las ocho. Decidí meterme en la Cafetería Nacional de la Plaza Mayor y dar tiempo a la hora de cenar, muy tardía aquí, al estilo madrileño. Conversando con el mozo, le pregunté si aún se publicaba La Voz de Peñaranda
-Ya hace muchos años que no sale, pero hay un señor que tiene la colección completa. Se la compró a un procurador de los tribunales. Tiempo atrás decían si ese señor, forastero, volvería a publicarla. Se llama don Pablo Ruiz de Bracamonte y vive ahí mismo en la plaza. Si usted quiere ver la colección seguro que se la enseñará.
-Sí, pero ¿cómo voy a presentarme a él?
-Yo puedo mandar al botones a ver si está. Siempre me dice: ‘Antonio, si cae por la cafetería algún forastero que te parezca de letras, mándamelo a casa’. Y como he visto que usted traía un libro y escribía en un cuaderno… Si usted quiere, él estará muy contento.
Acepté. Volvió el botones diciendo que sí, y a los poco minutos estaba en su casa.
Don Pablo Ruiz de Bracamonte, alumbrando con un velón, me recibió en lo alto de una veintena de peldaños de madera. Era hombre seco, de barba entrecana y mirada vivísima. Tendría unos sesenta años. Con sobria cortesía, dijo su nombre, escuchó el mío y me condujo a un salón como una leonera, de muebles desvencijados y con olor a polvo húmedo y a gato. Las paredes estaban cubiertas con cuadros de muy variada calidad, cuyos temas y autores me fue explicando. Entre los cuadros pendía su escudo familiar: un laberinto de veros y calderas, con un brazo asiendo una maza en uno de los cuarteles…
3.- MALOS AUGURIOS PARA LA ELECTRICIDAD
Tomamos asiendo en dos butacas y continuó:
-Le habrá sorprendido verme en la escalera con un velón. Se trata de la manifestación simbólica de mi odio (inútil, desde luego, y lo confirman estas bombillas) a la electricidad que con sus derivaciones electrónicas y con el motor de explosión y las suyas es el más diabólico y generalizado signo del progreso. La condenación de éste y otros inventos la he compuesto, por la cuaderna vía, en un poema que he confiado a un notario para su impresión en 1998. Entonces, cuando la humanidad se aproxime al término de su existencia, el año 2000, adquirirá un significado que ahora le negarían los sacerdotes del progreso. En tales años yo ya no viviré ¿Es usted amante del progreso maquinero?
-No mucho
-Me alegro. Así no le resultaré impertinente.
A continuación, me interrogó sobre mis actividades y sobre algunos aspectos de mis andanzas. A mi vez, le pregunté acerca de las suyas y de su vinculación a Peñaranda. El señor Ruiz me contó muy brevemente, sus permanencias como diplomático en distintos países.
-Perdí en mi oficio los mejores años de mi vida. Tal vez se pregunte usted por qué. Pues bien, le responderé con estas palabras de Unamuno: ‘Puede uno tener un gran talento, y ser un estúpido del sentimiento y hasta un imbécil moral’. Este tipo humano era que el que más a menudo encontraba yo en el ejercicio de aquella profesión, no por peculiar de ella, sino por ser el más repetido dentro de la esfera de la diplomacia. Y a fin de salvar los escasos restos de mi personalidad pedí la excedencia y me establecí en Madrid. Mi vocación era la poesía… Pues bien, en Madrid no se me entendía. Evíteme usted dar nombres, todos de su conocimiento y algunos acaso de su amistad. No sirvió más que para regocijo y cachondeo, como allí se dice. (Don Pablo continúa exponiendo a Ramón Carnicer los poemas que pretendía publicar).
Como le iba diciendo, el regocijo y el gracejo de los madrileños de adopción, no el de los reales y populares madrileños que, en efecto, son chocantes y graciosos, acabó por aburrirme y decidí volver a mis orígenes para la conclusión de mi obra. Porque mis antepasados remotísimos, los Bracamonte, tuvieron el señorío de este lugar. En Peñaranda me encuentro un tanto incómodo, porque vivo solitario, pero la soledad, nociva y aletargante para muchos, es para mí un estímulo increíble.
Me hallo ahora en la plenitud de mi vida mental. Antes de irme dediqué a mis amigos de Madrid un folleto a ratos agresivo, pero siempre didascálico, en figuras de máximas, reflexiones y aforismos… Suelo leer cosas regocijantes o ingeniosas, viejas casi siempre. Por ejemplo, de aquel Francisco de la Torre cuando decía acerca de una hetaira: ‘No teme Paula al francés, al español, al romano, al inglés, al persa, al medo, solamente teme al parto’…
Siguió recitando poemas muy barrocos. Al fin, llegada la hora de cenar, me puse en pie, no sin preguntarle antes por su colección de La Voz de Peñaranda.
-Carece en absoluto de interés. Es lo mismo que El Eco de Aranda, El Heraldo de Sigüenza, El Correo de La Calzada, que no sé si existieron, pero que podrían haber existido: bodas, bautizos, defunciones, previsión del tiempo a base del Calendario Zaragozano, viajes de nuestro particular amigo Fulano de Tal…
4.- RAMÓN CARNICER PARTE HACIA PIEDRAHITA
Por la mañana, aprovechando que no llueve, curioseo por las zonas nuevas de Peñaranda y llego a un jardín circular, junto a una pretenciosa avenida de Carlos I, de casas tan endebles como las de la Plaza Nueva. En la iglesia de las Carmelitas cantaban una misa cuando me asomé. Las monjas recibían la comunión por un ventanillo. Después, con voces gatunas y al son de un armonio muy mal tocado, entonaron una chanzoneta. Alquilo un taxi para ir a Piedrahita, pues hoy domingo no funciona el coche de línea. Al pasar por Macotera me dice el taxista que aún hay allí unos telares. Le pregunto si todavía existe, camino de Salamanca, el balneario de Babilafuente…”
Tras la lectura entrecortada de estos renglones, surge la trascendente duda ¿Quién era Pablo Ruiz de Bracamonte? ¿Realmente existió tan enigmático personaje? Quién sabe. Puede que sí. Es verosímil que en el lugar hubiera alguien que en su casa tuviera La Voz de Peñaranda y leyera a Francisco de la Torre. Puede que no, que Ramón Carnicer se permitiera en la narración una licencia literaria entre autor e interlocutor. Sin embargo, Carnicer era un escritor realista, barojiano. Caminaba y escuchaba, y escribía lo que oía, auxiliándose de su cuadernillo de viajes. Pero la duda queda. Los mayores sabrán.
Ramón Carnicer por Alonso Carnicer
Soportales de la Plaza. Miguel Coll
Los Jardines. Miguel Coll
«El enigma de don Pablo, sacerdote de Peñaranda». Alejandro Mesonero