Arturo Barea y Luis Portillo, la obra de Unamuno en el Reino Unido
QUIENES CONOCIERON A DON MIGUEL DE UNAMUNO Y TUVIERON QUE HUIR DE ESPAÑA POR LA GUERRA CIVIL, CONSIDERARON AL RECTOR DE SALAMANCA COMO UN EXILIADO EN EL INTERIOR, UNO MÁS DE ELLOS. TAL FUE EL CASO DE LUIS PORTILLO Y ARTURO BAREA, AMIGOS Y REPORTEROS DE LA BBC EN LONDRES
1.- El catedrático Esteban Madruga
2.- Esteban Madruga, nuevo Rector de Salamanca
3.- Luis Portillo en el exilio
4.- El ministro Michael Portillo
5.- El encuentro de Luis Portillo con Arturo Barea
6.- Arturo Barea conoció a Millán Astray y a Franco
7.- Publicaciones sobre Miguel de Unamuno
8.- La obra de Arturo Barea
9.- Las traducciones de Ilse Barea
1.- EL CATEDRÁTICO ESTEBAN MADRUGA
El 23 de mayo de 1977, Luis Portillo Pérez fue rehabilitado como profesor de Derecho Civil en la Universidad de Salamanca, puesto para el que en 1932 había sido nombrado por el catedrático Esteban Madruga, tras haber pasado algún tiempo en la cátedra de Derecho Romano con Wenceslao Roces Suárez. En aquellos años, Portillo impartía sus propias clases y, a veces sustituía a Madruga. Ambos eran amigos y los dos de Unamuno.
Tras la sublevación militar de 1936, Portillo huye por sus antecedentes republicanos, primero a Madrid y luego a Inglaterra, no sin antes haberse deshecho de la numerosa documentación de que disponía en Salamanca. Como consecuencia, la Universidad le suspende en su ausencia de empleo y sueldo con carácter previo a la inhabilitación por parte de la Junta Técnica. La firma del expediente estuvo a cargo de Esteban Madruga, que en ese momento era Rector al haber sido cesado Unamuno de su puesto vitalicio en represalia por los sucesos de 1936 entre éste y Millán Astray.
Luis Portillo sabía cómo había transcurrido aquel incidente del 12 de octubre en el paraninfo. En medio de la escandalera ensordecedora de militares y falangistas pistola en mano, el propio Millán Astray vio peligrar la vida de Unamuno. Aquel lugar no era el sitio adecuado para morir, y súbitamente le gritó: “Coja el brazo de la señora”, refiriéndose a Carmen Polo, esposa de Franco, para que saliera de allí. El otro brazo se lo cogió Esteban Madruga que, entre insultos y amenazas de muerte de los asistentes mantuvo el tipo y le condujo a su casa de la calle Bordadores, junto con el estudiante monárquico Juan Crespo.
2.- ESTEBAN MADRUGA, NUEVO RECTOR DE SALAMANCA
De inmediato, la junta del claustro de profesores de la Universidad fue convocada por el catedrático Ramos Loscertales para destituir a Unamuno como Rector. Esteban Madruga no quiso acudir. Tras una larga deliberación los claustrales no consiguieron ponerse de acuerdo en la persona apropiada. Así se lo comunicaron a Franco, que designó al catedrático Manuel Torres López, pero éste declinó el nombramiento. En una nueva reunión, el claustro determinó que lo procedente era que el sucesor del Rector fuera el Vicerrector, es decir, Esteban Madruga. Manteniendo en aquellos momentos difíciles la buena sintonía que siempre tuvo con Unamuno, Madruga acudió a su casa para recabar su opinión, a lo que el ex Rector no puso obstáculos, tras lo cual aceptó el cargo. La amistad entre los dos permaneció inalterable.
Cuando pasados los años la crítica arreció sobre quienes fueron entonces protagonistas involuntarios de la tragedia. Luis Portillo, represaliado y con el resentimiento propio de quien se siente expulsado de su país, escribe acerca de Madruga. De quien había firmado su inhabilitación dice: “Entonces, don Esteban Madruga, profesor de Derecho Civil, un honesto y verdaderamente buen hombre, tomó a don Miguel por el brazo, ofreciéndole el otro a doña Carmen Polo de Franco, y les sacó fuera de la sala. Unamuno caminaba con perfecta dignidad, pálido y tranquilo. La esposa de Franco estaba tan desconcertada que caminaba como un autómata”. Con estas palabras, Portillo daba así una clase de objetividad y lealtad hacia su mentor Esteban Madruga.
Cuando, ya de edad avanzada, Portillo volvió por última vez a Salamanca, la ciudad que había sido el amor de su vida, se despidió de ella abrazándose efusivamente a una de las columnas de la Plaza Mayor por la que tanto había paseado. Luego, moriría en el Reino Unido, el país que le había dado una generosa acogida.
3.- LUIS PORTILLO EN EL EXILIO
Cuando la República consideró perdida la guerra, Luis Portillo marchó al exilio como tantos otros españoles. Atrás dejaba Gimialcón, la localidad abulense donde había nacido, la niñez en Madrigal de las Altas Torres, su juventud en Salamanca, las tertulias del Café Novelty escuchando a Miguel de Unamuno. Entre Hispanoamérica o Inglaterra, optó por este último país al recibir la providencial ayuda del diputado liberal Mr. Ernest Brown, que le proporcionó las primeras tareas relacionadas con el auxilio social, debiendo acudir allí donde le necesitaran.
Durante un tiempo, Luis Portillo trabajó como tutor del importante grupo de 4.000 niños vascos expatriados de Guernica después del bombardeo de la ciudad. Aquellos menores habían sido embarcados en el puerto de Santurce con destino al de Southampton. Pasaron por varios campamentos, como Ipswich, el más próximo a la costa, el de Stoneham en tierras del diputado laborista Lord Faringdon y, finalmente, la colonia Aston, cerca de Oxford. Allí conoce a la escocesa Kora Blyth, que estudiaba Lengua Española y participaba en las mismas labores humanitarias que él. Con ella se casará y formará una familia.
4.- EL MINISTRO MICHAEL PORTILLO
Portillo había comenzado una nueva vida con un idioma extraño. Tuvo cinco hijos. El menor de ellos, Michael Portillo, tras graduarse en la Universidad de Cambridge, desempeñó cargos relevantes en la Administración británica con gobiernos conservadores durante varias legislaturas, como los de asesor o ministro de Margaret Thatcher y John Major.
Posteriormente, ha realizado una serie de reportajes de viajes en tren para la televisión británica de gran calidad y un notable éxito de audiencia, siguiendo las rutas de la mítica guía Bradshaw de ferrocarriles de 1919. En los capítulos relacionados con España, quiso utilizar la edición de 1936 para rememorar el nombre de su padre, especialmente, a su paso por Salamanca.
En relación con sus sentimientos sobre España, Michael Portillo siempre ha mostrado una ambivalencia afectiva. No puede olvidar el sufrimiento que experimentó su padre en el exilio. Él mismo ha relatado que tuvo grandes problemas con la lengua inglesa, que nunca dominó completamente, lo que le hizo renunciar a la poesía por la que sentía pasión. Su hijo Michael trasladó esa pesadumbre al mundo de la política mostrándose euroescéptico y rupturista respecto a Europa durante el gobierno de David Cameron. El rotativo The Guardian entonces señalaba: “Portillo echa gasolina al fuego diciendo que Gran Bretaña debe dejar la Unión Europea o correr el riesgo de encontrase con que no tiene más opción en el fututo que unirse al euro y entrar en la unión política con el resto de los miembros”.
Décadas antes, Michael Portillo ya había recibido duras críticas por su exacerbado nacionalismo. El 1 de octubre de 1995 el periodista Simon Hoggart escribía en The Sunday Tribune: “Hace un año dio un discurso en la Convención del Partido Conservador que era una descarada apelación a la xenofobia. Ese mismo año dijo a los estudiantes en Southampton que eran unos privilegiados por tener un título británico. En otros países, los grados eran obtenidos a través del fraude, del soborno y del clientelismo. Como medio-extranjero, Mr. Portillo parece estar en constante huida de sus propias raíces culturales. Ahora vemos los argumentos que podíamos haber usado contra su propio padre si hubiera sido un miembro del gobierno en 1939”.
5.- EL ENCUENTRO DE LUIS PORTILLO CON ARTURO BAREA
Luis Portillo realizó trabajos muy variados, en gran medida, relacionados con el mundo de la comunicación. Fue traductor de la agencia Reuters, corresponsal del diario mexicano Excelsior, articulista del argentino Clarín, profesor de castellano en el King’s College de Londres, conferenciante en el City Literary Institute… Su tarea creció tanto que necesitó la ayuda de una secretaria, Teresa Magal Galve, también exiliada. Teresa llegó a Inglaterra evacuada desde Francia tras la invasión alemana y pronto se incorporó a la BBC, casándose con otro exiliado, el locutor José Luis Castillo García-Negrete.
Pero, sobre todo, Portillo ejerció el periodismo en el Servicio Exterior de la BBC en castellano. Es allí donde encuentra a Arturo Barea, que realizaba retransmisiones para Hispanoamérica bajo el pseudónimo de “Juan de Castilla”. Durante la Guerra Civil, Barea había ocupado diversos puestos en la oficina de Prensa Extranjera del edificio de la Telefónica de la Gran Vía de Madrid, junto a reporteros relevantes como Ernest Hemingway y John dos Passos, quien le describió como “un español cadavérico y malnutrido”, y la periodista y traductora austriaca Ilse Kulcsar, con la que se casó en 1939.
También fue locutor de radio para Hispanoamérica, conocido bajo el seudónimo de “Una voz de Madrid”. En su labor, Barea trató de ser fiel al gobierno de la República, pero no se plegó a las consignas que le llegaban de los comunistas que le acusaron de trotskista, motivo por el que el matrimonio prefirió huir de España, pues veían muy incierto el futuro, indiferentemente de que cualquiera de los dos bandos ganara la guerra.
6.- ARTURO BAREA CONOCIÓ A MILLÁN ASTRAY Y A FRANCO
Con Arturo Barea se cierra el círculo Unamuno-Portillo-Barea del esperpéntico relato del enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray, entre la intelectualidad y la fuerza bruta. Portillo había departido con Unamuno asiduamente en las tertulias salmantinas. Por su parte, Barea había sido sargento en la guerra de Marruecos entre los años 1920 y 1923 y, en Beni-Arós, valle del Rif, había visto a Millán Astray en plena batalla. Sostiene que, conociendo a Millán, sabe que cuando se exasperó frente al debilitado Unamuno, sintió que de nuevo estaba ante un regimiento de 800 legionarios esperando su orden para lanzarse contra el Rector.
Portillo primero y Barea después, escribieron sobre Miguel de Unamuno tras su muerte, cuando sobre su obra arreciaban las críticas más feroces, como la revista Ecclesia que la consideraba perniciosa para los católicos. Sus novelas Niebla o San Manuel Bueno Mártir desaparecieron de las librerías, porque sólo eran aptas para personas formadas, mientras seguían publicándose sus poesías más deslavazadas escritas a vuelapluma.
Así describía Arturo Barea aquel escenario africano que vio con sus ojos: “Durante los primeros veinticinco años de este siglo Marruecos no fue más que un campo de batalla, un burdel y una taberna inmensos”. Allí Millán Astray creó el Tercio de Extranjeros, copiado de la Legión Extranjera Francesa, mediante una leva de voluntarios de todas las partes del mundo. Barea afirmaba que acudían delincuentes, cuyas penas quedaban redimidas y a los que Millán elevaba a la categoría de caballeros y les enaltecía. Así les arengaba: “¡Caballeros! Hay gentes que dicen que antes de que vinierais aquí erais yo no sé qué, pero cualquier cosa menos caballeros; unos erais asesinos y otros ladrones, y todos con vuestras vidas rotas, ¡muertos!”. Y terminaba con su habitual ¡Viva la muerte!
La puesta en escena era semejante a la de Mussolini. Cuando Millán aparecía, el silencio se hacía absoluto, momento en que se dirigía a los soldados con una voz potente. Arturo Barea decía que había adquirido ese autoritarismo en la infancia: “Metieron en la cárcel al viejo Millán Astray. El hijo, que entonces era un chiquillo, se volvió loco. Dijo que su padre era inocente y que él mismo iba a restaurar el honor de la familia. Entonces la guerra de Filipinas estaba en su apogeo, y allá se hizo famoso por su bravura. Le ascendieron y pusieron al padre en libertad, pero esto no curó al hijo”.
Cuenta la anécdota acaecida en los días de la creación de aquella fuerza, cuando pasando revista a la tropa se detiene ante un fornido mulato y le pregunta que de donde procede. El soldado le contesta que a él no le importa. Millán monta en cólera, le agarra de la camisa y lo lanza contra el sueldo abofeteándole. Luchan brutalmente mientras toda la formación se mantiene impasible y sin pestañear. El mulato se desploma aturdido con los labios partidos y manando sangre por la nariz. Pero, ante los gritos de su superior se levanta y se pone en situación de firme. Inopinadamente, tras mirarle fijamente a los ojos por escasos eternos segundos, Millán se funde con el soldado en un efusivo abrazo y dice a los demás: “Ahí tenéis al primer legionario”.
En los comienzos de la Legión, las relaciones entre Millán Astray y Franco no fueron buenas, pues ambos se disputaban el mando de las nuevas tropas. Sobre el futuro Caudillo, Barea escribe: “El Tercio es algo así como estar en un presidio. Los más chulos son los amos de la cárcel. Y algo de esto le ha pasado a este hombre. Todo el mundo le odia, igual que todos los penados odian al jaque más criminal del presidio, y todos le obedecen y le respetan, porque se impone a todos los demás, exactamente como el matón de presidio se impone al presidio entero. Yo sé cuántos oficiales del tercio se han ganado un tiro en la nuca en un ataque. Hay muchos que quisieran pegarle un tiro por la espalda a Franco, pero ninguno de ellos tiene el coraje de hacerlo. Les da miedo de que pueda volver la cabeza precisamente cuando están tomándole puntería”.
7.- PUBLICACIONES SOBRE MIGUEL DE UNAMUNO
Luis Portillo y Arturo Barea coincidieron en la BBC con el escritor George Orwell, que siempre se sintió solidario con los republicanos exiliados. No en vano, había participado en la Guerra Civil española como miliciano en Cataluña, formando parte de las Brigadas Internacionales. Orwell les puso en contacto con el renombrado crítico literario Cyril Connelly, director de la revista Horizon, que les encargó dos artículos a su discreción para insertarlos en dicha publicación. Barea le entregó un capítulo de sus memorias que estaba escribiendo sobre España.
Por su parte, Portillo hizo lo propio con el titulado La última lección de Unamuno (Unamuno’s Last Lecture) que relataba los sucesos del paraninfo entre el Rector y Millán Astray. Este texto fue recogido por el hispanista Hugh Thomas en Historia de la Guerra Civil Española de 1961. No obstante, la versión de Luis Portillo ha sido objeto de inmerecidas controversias en los últimos años, acusándole de no haber presenciado los hechos que describía. Inmerecidas porque los que le critican tampoco estuvieron presentes, pero olvidan que en el periodismo la lejanía puede suplirse con fuentes fidedignas y Portillo las tenía. Por ende, a ello suma el valor de haber sido el primero en dar una versión ajena al franquismo, la única que hubo hasta la muerte del dictador.
8.- LA OBRA DE ARTURO BAREA
Barea e Ilse también llegaron a Inglaterra en 1939. Decidieron vivir en la pequeña ciudad de Puckeridge, en el condado de Hertfordshire. Desde el primer momento sintió que aquella era su casa, porque encontraba cierto parecido con la vida española: la charla con el policía local, con el párroco del pueblo, con el cartero, personas que les abrieron las puertas. Todo ello lo refleja en el relato Un español en Hertfordshire publicado en la revista The Spectator.
El inicial apoyo ofrecido por George Orwell, que decía de Barea que era “una de las adquisiciones literarias de más valor por Inglaterra”, fue fundamental para la difusión de su popular obra, la trilogía autobiográfica La forja de un rebelde, compuesta por tres libros: La Forja, La Ruta y La Llama, escrita mientras las bombas alemanas caían sobre Londres y publicada entre los años 1941 y 1946 por la editorial Faber & Faber.
El norteamericano Thomas S. Elliot, Premio Nobel de Literatura en 1948, que integraba el consejo de dicha casa editora, mostró cierta reticencia a la publicación porque, dentro de un realismo muy crudo, mencionaba los nombres de personas reales en el transcurso de la Guerra Civil y temía que la editorial fuera llevada a los tribunales. Pero, Barea le persuadió de que en su narración no existían ninguna falsedad y de que trataba de defender la verdad por encima de todo, porque la verdad era la primera víctima en las guerras. Barea convenció a Elliot y sus memorias fueron publicada sin ninguna cortapisa constituyendo un clamoroso éxito.
Tras haber obtenido el reconocimiento de los lectores, Barea juzgaba que tenía pendiente un justo homenaje a la figura de Unamuno, al que admiraba por su integridad, al margen de que se le considerara un personaje en continua contradicción. La oportunidad de ver cumplido su deseo se la brindó la editorial Bowes & Bowes. Su director, el profesor Erich Heller propuso a Barea que escribiera un ensayo sobre Ortega y Gasset o Unamuno a su elección y, sin dudarlo, eligió a Unamuno.
En su artículo Los críticos conservadores: Ortega y Madariaga, del University Observer de la Universidad de Chicago, Barea explicó el motivo de su opción: Unamuno era un autor cercano, mientras que otros, como Ortega y Gasset y Salvador de Madariaga era intelectuales aristocratizantes. El Rector era conocido en Inglaterra por la élite universitaria, pues había recibido el grado de Doctor Honoris Causa por las Universidades de Oxford, Cambridge y Londres y algunos de sus títulos habían sido traducidos al inglés. Por tanto, lo que pretendía era crear un ensayo de introducción de su obra para el gran público anglosajón.
Así, en 1952 aparece su obra Unamuno, que contaba con capítulos como Unamuno y el problema nacional, El sentimiento trágico de la vida y El poeta en Unamuno. El libro apareció bajo el sello editorial de Bowes & Bowes en el Reino Unido y el de University of Yale en Estados Unidos. Barea puso su acento en el punto para él más importante: Unamuno se mantuvo equidistante de las dos Españas durante la República, luchó contra el cainismo de los españoles; en realidad, encarnaba una lucha interior que era una guerra civil en sí mismo.
9.- LAS TRADUCCIONES DE ILSE BAREA
Aunque en 1948 Arturo Barea ya tenía la nacionalidad británica, se veía con dificultados para la escritura en inglés. Por eso, la traducción de los trabajos al inglés sobre Unamuno de Luis Portillo y Arturo Barea estuvo a cargo de Ilse Barea. Su labor como traductora fue determinante en la obra de su marido, porque se involucraba en ella. Sentados a la misma mesa, Barea escribía e Ilse traducía simultáneamente, dejando su impronta para hacerlo más comprensible a los lectores anglosajones.
Por su conocimiento de los editores, no solo traducía, sino que acercaba a los escritores a las editoriales. Era una agente literaria, en especial, para los exiliados españoles. El trabajo se le acumulaba y era anárquica en las entregas, debido a que era muy perfeccionista. Raramente cumplía los plazos comprometidos y exasperaba a los autores. En su anecdotario obra una carta escrita por Francisco Ayala a Max Aub en 1964 en la que le dice: “¿Podrás creer que la muy … de Ilse Barea no ha entregado todavía la traducción de mi libro?”
La relación epistolar de Ilse Barea fue intensa con numerosos escritores, como Raúl J. Sender o Camilo José Cela, que solicitaban su trabajo como traductora. En 1955 Arturo Barea escribe a Cela lamentándose de que su esposa Ilse no pudiera traducir títulos como Catira o Viaje a La Alcarria, porque le era imposible trasladar a la mentalidad anglosajona toda la idiosincrasia española que Cela quería reflejar. Le admiraba por sus obras La Colmena y La familia de Pascual Duarte, porque con su tremendismo daba noticias al mundo de cómo era la sociedad española detrás del muro insalvable del franquismo. Barea sabía que Cela estuvo dedicado a la censura de prensa en el régimen de Franco; pero él también lo había hecho para el gobierno republicano. A la postre, los dos se emplearon en lo mismo, ¿cómo no iban a entenderse?, se decía Barea.
Arturo Barea acabó sus días en Faringdon, condado de Oxfordshire, donde está enterrado. Luis Portillo murió en Londres, pero sus restos fueron trasladados al cementerio de la localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres. Portillo, Barea y su esposa Ilse consiguieron mantener viva la llama literaria de Miguel de Unamuno en el ámbito internacional y aquel deseo suyo de eternidad, que se ve cumplido en cuanto que hay lectores que mantienen viva su memoria mediante la lectura de sus obras.
(Fotos Pinterest)
Edificio de Telefónica. Gran Vía. Madrid. 1936
Luis Portillo
El ministro Michael Portillo
Arturo Barea
Arturo Barea con Ilse
George Orwell
Big Ben