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viernes 19 abril 2024
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Miguel de Unamuno y Mateo Hernández en París

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Miguel de Unamuno y Mateo Hernández en París

 

 

MIGUEL DE UNAMUNO Y EL ESCULTOR MATEO HERNÁNDEZ SE VIERON EN PARIS CON FRECUENCIA. LA CORRESPONDENCIA ENTRE ELLOS SE ESTABLECIÓ DESDE QUE SE CONOCIERON EN SALAMANCA

 

 

1.- El triunfo del escultor Mateo Hernández en París

2.- Miguel de Unamuno en la vida de Mateo Hernández

3.- El inicio de Mateo Hernández en París.

4.- Mateo Hernández, republicano

5.- Galardones que recibió escultor

6.- El legado de Mateo Hernández

 

 

1.- EL TRIUNFO DEL ESCULTOR MATEO HERNÁNDEZ EN PARÍS

El imperecedero pensamiento del escultor bejarano Mateo Hernández quedó plasmado en la conferencia que pronunció en 1935 en La Sorbona: “El arte moderno es un lujo intelectual. De puro cerebral y resabiado, de tanta sofisticación y abstracción, se ha dislocado de las gentes del pueblo. Es un error crear un estilo sin que en él intervenga el pueblo como factor principal”, decía entonces.

Hoy sus palabras mantienen toda su vigencia. Mientras el arte oficial se halla representado por pintores que pueden recibir el León de Oro en la Bienale de Venecia por una cama suspendida en el aire o por un calcetín en un cuadro, el público se decanta por otros, como Antonio López, que, con el fiel reflejo de la realidad, hacen meditar sobre el misterio mismo de la existencia, al conseguir que el tiempo se pare ante la visión de una Gran vía madrileña abarrotada y en movimiento. Esa es la razón por la que Mateo Hernández cautivó con sus esculturas a quienes sólo buscan la belleza sin estridencias.

En 1925 tuvo lugar en Paris la Exposición Internacional de Artes Decorativas de Paris, principal foco difusor del Art Dèco en Europa. El Pabellón construido por el arquitecto madrileño Pascual Bravo Sanfeliú acogió la obra de numerosos artistas españoles: la escultura de Mateo Hernández, las vidrieras de la Casa Maumejean de Madrid, la cerámica de Daniel Zuloaga… a los que la miopía de buena parte de la crítica española no le mereció ninguna atención.

Otros supieron valorarle. En la muestra, Mateo Hernández había presentado su Pantera Negra. Al verla, el Barón de Rothschild no dudó en adquirirla por 60.000 francos. Cuando el escultor acudió a cobrar dicha cantidad al palacio del aristócrata en Faubourg de Saint Honoré, en compañía del segoviano Francisco de Cossío, quien fuera director de El Norte de Castilla, comprobó que el Barón había colocado la escultura en el centro de un salón, rodeada de numerosos cuadros de Rembrandt. Se sintió feliz al ver emplazamiento escogido, pero el dolor causado por la pérdida de su joya más querida le embargaría siempre.

Según su biógrafo José Luis Majada Neila, Hernández vendía a un precio muy alto porque no quería desprenderse de su obra, que iba almacenando en su casa convertida en museo. Y proporciona unos datos ilustrativos recabados de archivos universitarios de Paris: por aquellos días, fueron vendidas dos obras de Picasso a 3.500 y 18.000 francos, y otras dos de Goya a 4.200 y 20.000 francos, respectivamente. En comparación, Mateo Hernández resultaba prohibitivo.

 

2.- MIGUEL DE UNAMUNO EN LA VIDA DE MATEO HERNÁNDEZ

Para alcanzar la cumbre del éxito, el camino resultó arduo. Todo comenzó cuando en 1906 don Miguel de Unamuno interviene ante la Diputación de Salamanca para que ésta conceda a Mateo Hernández una beca para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Con esa ayuda de 1.250 pesetas se desplaza a Madrid. En la capital, su creatividad choca frontalmente con el dirigismo de los profesores, más inclinados por los cánones clásicos italianos que por la espontaneidad del artista, basada en la talla directa de la piedra. Hernández se negó a realizar la obligada modelación del boceto previo en barro, por considerarlo una pérdida de tiempo.

De vuelta a Salamanca, Hernández decide su marcha definitiva a Paris en 1913 y, nuevamente, Unamuno le brinda su amistad entregándole una carta de presentación para Rubén Darío. El poeta nicaragüense que, aunque se hallaba en el cénit de su producción literaria, ya había entrado en un periodo de decadencia vital por efecto del alcohol, le abrió las puertas de la bohemia de la capital francesa, lo que el escultor agradeció realizando su busto en yeso. Se instala en una buhardilla del Barrio Latino en la que posarán numerosos intelectuales, como el Premio Nobel Miguel Ángel Asturias o el poeta Pedro Salinas.

No sería la última vez que Mateo Hernández disfrutara de la presencia de Unamuno, pues, en calidad de exiliado, éste llegó a Paris en 1924 procedente de su destierro en Fuerteventura. El Rector pasó la Nochebuena de aquel año en el estudio del escultor. Allí Francisco de Cossío le presento al ilustre burgalés Regino Sainz de la Maza, guitarrista de música clásica, que procedía de la Residencia de Estudiantes de Madrid.

En aquella ocasión Unamuno polarizó una anécdota poco conocida. De la Maza interpretó piezas de Bach para un día tan señalado y la audición hizo languidecer a Unamuno. Por una vez en la vida tomó unas copas de más y se sintió traspuesto. Al no reponerse trascurrido un tiempo, los contertulios le llevaron a dar un paseo, para que el aire nocturno parisino le permitiera recuperar su aspecto austero característico. No consiguiéndolo, tomaron un café en La Selée y le acompañaron en taxi hasta su pensión de Rue La Perouse.

Esta puntual licencia que se permitió don Miguel pudo ser debida a la nostalgia de estar lejos de los suyos, o a la noticia que acababa de recibir de Salamanca. A su esposa, doña Concha, le había tocado la lotería de Navidad, en la que jugaba cinco pesetas, y con ese dinero su familia ya podía pagar los billetes de tren para encontrase con él en París. En cualquier caso, al menos por un día, Unamuno olvidó su sentimiento trágico de la vida. Obviamente, se trataba de una sonada excepción, el borrón que hace cualquier escritor. Don Miguel era espartano, no probaba el alcohol ni fumaba. Únicamente tomaba café y caminaba mucho.

 

3.- EL INICIO DE MATEO HERNÁNDEZ EN PARIS

La penuria marca los primeros pasos del escultor en Paris. Al año siguiente de su marcha a la capital francesa, se declara la I Guerra Mundial. Francia se ve sumida en el caos. A Mateo Hernández le queda como único objetivo la supervivencia. De noche sustrae adoquines de las calles para realizar pequeñas figuras en su buhardilla. Mientras le fue posible acudía a lugares gratuitos, como el Museo del Louvre, para estudiar el arte egipcio y asirio, o al Zoológico para observar a los animales salvajes en movimiento.

Más tarde, concurría a cafés, como La Rotonde y La Coupole, donde pululaban los españoles republicanos: Picasso, Blasco Ibáñez, Corpus Barga… y críticos de arte, entre los que se hallaban Lafuente Ferrari, Jean Cassou o René Jean, su principal valedor. Toma contacto con los principales escultores franceses, de quienes recibe influencias, como Auguste Rodin. Por otro lado, Albert Bartholomé, Emile Antoine Burdelle, la llamada Escuela de París, le allanan el terreno y, sobre todo, François Pompon, con quien trabaja algún tiempo. Todos ellos le aportan ideas, pero finalmente, se inclinará por la reproducción de animales con preferencia. El propio Hernández reconoce que optó por el animalismo inspirado por la obra de Antoine Louis Barye, académico de Bellas Artes y último representante de la escultura romántica francesa.

Además, había otros motivos de carácter práctico que le aconsejaron esta tendencia: el nulo coste de los modelos, las fieras del Jardin des Plantes. La escultura en piedra exigía largas y repetidas sesiones que los modelos no podían soportar, o lo hacían por un precio muy alto como profesionales y, por otra parte, existía en Paris un cierto movimiento favorable a este arte. No obstante, cuando el reproducido tenía la paciencia suficiente, realizaba retratos de gran finura, como los de María del Albaicín, el de Miguel Ángel Asturias, el del escritor peruano Ventura García Calderón o el de su compañera Fernande Carton. Pero, al margen de los influjos que sobre él ejercieron afamados escultores franceses, Mateo Hernández elaboró sus propias teorías, que fueron publicadas en 1926 en la revista Arquitectura a través del arquitecto Blanco Soler.

 

4.- MATEO HERNÁNDEZ, REPUBLICANO

Su renombre se difundía y eran numerosos los escritores y artistas que le visitaban. Ese fue el caso del segoviano Emiliano Barral, autor del mausoleo de Pablo Iglesias en Madrid, que aprendió los planteamientos técnicos del artista salmantino. Ambos mantuvieron una nutrida correspondencia. Mateo Hernández lamentó profundamente su muerte en 1936 en el frente, afianzándose aún más en él la ideología republicana.

Respecto de su posición política, se podrían resaltar muchos momentos en los que el republicanismo era evidente, como cuando en 1933 remite una carta a Manuel Azaña mostrándole su adhesión a la República, aunque en ella se lamente de que los políticos fueran desleales entre ellos mismos. Pero el acontecimiento más significativo acaeció en 1927. En aquel año, promovido por el Duque de Alba y la Sociedad de Amigos del Arte, de la que era presidente, expuso 37 de sus obras en el Palacio de las Bibliotecas y Museos Nacionales de Madrid (hoy Biblioteca Nacional y Museo Antropológico). La exposición fue inaugurada por la Infanta Isabel de Borbón con la presencia de autoridades y personalidades del mundo de la cultura, como Manuel Machado, Emiliano Barral, Vázquez Díaz o el palentino Victorio Macho, que exclamaba: “Único en el mundo”. La afluencia de público resultó masiva. Los asistentes recibían a su llegada el catálogo prologado por Antonio Méndez Casal, académico de San Fernando.

El Rey Alfonso XIII también asistió acompañado por el Duque de Alba y otros miembros de la Corte. El monarca, que confesó desconocer al autor, se interesó por sus rasgos personales, pero, sobre todo, por su famosa Pantera de Java, de tamaño natural en diorita, que Hernández había tardado dos años en esculpir. Le encargó al Duque que se pusiera en contacto con el escultor para comprársela. Éste, no sólo no quiso asistir a la exposición, sino que pidió un precio desorbitado para que el Rey desistiera.

La prensa alabó el altruismo del Duque de Alba por su esfuerzo en llevar a Madrid la exposición, y criticó con dureza a Mateo Hernández por su inasistencia, máxime cuando no le acarreaba gastos y las piezas habían sido aseguradas en un millón de pesetas, una oportunidad de promoción inigualable. Victorio Macho comentaba: “Si hubiera venido acompañando a sus obras expuestas, habría podido desechar para siempre, por visión directa, su melancólico prejuicio contra lo que supone la indiferencia española”.

Pero lo cierto es que Hernández, una vez más sintió el desapego del público español, que no le compró ninguna obra y, para colmo, podría haberse visto obligado a regalar al Rey su querida pantera, que ese mismo año vendió al norteamericano Joseph John Kerrigan, quien posteriormente la donó al Metropolitan Museum de Nueva York, donde está expuesta junto a otra talla de Rodin. Sin duda, el emplazamiento más deseado por el escultor.

 

5.- GALARDONES QUE RECIBIÓ EL ESCULTOR

Su devenir fue mejorando. El escultor vivió en Montparnasse, luego en Cité Felguière y, por último, en Meudon, cerca de la última morada de Rodin, en una finca a las afueras de Paris, donde almacena grandes bloques y trabaja simultáneamente en varias esculturas. Levanta un barracón para exponer enormes gorilas y su autorretrato sedente, un bloque de diorita de más de cinco toneladas de peso. Se hace construir fosos, piscinas y jaulas, formando un zoo, que aterroriza al escritor César González Ruano cuando le visita y se encuentra con la gran osa Paquita adquirida a un grupo circense en el momento de nacer.

Salvo en su propio país, Mateo Hernández recibió en vida el reconocimiento de Europa y América. Tras el éxito que significó su exposición en el Museo de Artes Decorativas de Paris, Gaston Doumergue, presidente de la República Francesa, le concede en 1930 la Cruz de Caballero de la Legión de Honor “por el respeto y cultivo de la tradición francesa y su afinidad con los antiguos imagineros medievales de Chartres y Notre Dame”. Por su parte, el Gobierno francés le compró varias esculturas. Y en 1935 expone en la Brummer Gallery de Nueva York, en cuyo evento se imprimen 8.000 catálogos y el público norteamericano adquiere numerosas figuras, dos de las cuales quedaron en el Brooklyn Museum.

En los últimos años, Hernández decide atesorar las esculturas y vivir sólo de sus cuadros y bocetos. Incluso, vuelve a comprar obras que tuvo que vender en momentos de necesidad. En 1936, expone dibujos en Nueva York, vendiéndolos a particulares entre 300 y 600 dólares. Por sus lápices y pinceles pasaron Unamuno, Salvador de Madariaga, César González Ruano y Largo Caballero, a quien hizo una mascarilla. Investigó nuevas técnicas, entre ellas, la pintura en placas de cemento, y sus litografías ilustraron una edición de lujo de las Fábulas de La Fontaine.

 

6.- EL LEGADO DE MATEO HERNÁNDEZ

En 1949 muere en Meudon y ocurre algo contradictorio. Mientras en Francia le conceden a título póstumo el Premio de Honor de la Exposición de las Tuilleries, aparece un testamento ológrafo suyo, por el que lega sus obras al Estado español, que nunca había estado interesado por ellas ni por el autor. En consecuencia, las esculturas son trasladadas a Madrid y arrinconadas junto al entonces herrumbroso Palacio de Cristal del Retiro.

Este soberbio edificio, obra del arquitecto Ricardo Velázquez, fue el lugar donde en 1936 las Cortes nombraron presidente de la República a Manuel Azaña. Durante el franquismo sirvió de almacén de los restos del naufragio republicano. Las esculturas de Mateo Hernández sufrieron allí durante muchos años los efectos de la intemperie, mutilaciones y una desidia impropia de un país occidental.

En 1952 el periodista César González Ruano visita las obras del escultor en el Parque del Retiro y anota: “Una tarde magnífica. Sol y ese grato murmullo de infancia que guarda el Retiro en primavera. Conjunto de la exposición flojo, caso triste. Destaca, solitaria y firme la inmensa obra de Mateo Hernández que legó al Estado español. Son unos bloques impresionantes. Hay que remontarse a la escultura egipcia para encontrar algo parecido. Lo conocía casi todo de la casa de Meudon, y conocí algunos de sus famosos animales que le sirvieron de modelo. Lo que no conocía era el tremendo autorretrato de Mateo desnudo, con un martillo en las manos y sobre las rodillas. Es magnífico”.

Mejor consideración tuvieron las piezas que se encuentran en museos y colecciones privadas de Paris, Niza, Nueva York, Washington y Florida. Por suerte, en Béjar, su ciudad natal, pueden admirarse una cincuentena de esculturas en el museo municipal que lleva su nombre, gracias al celo reivindicativo de sus paisanos, que hubieron de superar muchas dificultades burocráticas para su traslado a la ciudad natal del escultor.

El estudio riguroso de la técnica de este autor sigue siendo una asignatura pendiente. Su arte en la talla directa de la piedra es insólito desde que desaparecieron los artífices de las catedrales de la Edad Media. Auguste Rodin, el semidiós de la escultura, los añoraba: “Un sencillo gremial de antaño encontraba enseguida en sí mismo y en la naturaleza esa verdad que otros buscan en las bibliotecas. Y esa verdad era Reims, era Chartres, eran las rocas sublimes de nuestras grandes ciudades. A menudo sueño que los veo, que los sigo… Me gustaría sentarme a la mesa de esos canteros”.

(Foto portada. El escultor Mateo Hernández)

 

Miguel de Unamuno

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mateo Hernández con su compañera Fernande Carton

 

 Autorretrato

 

Retrato de Mateo Hernández por el pintor polaco Roman Kramsztyk

 

El pintor Roman Kramsztyk muerto en 1942 en el gueto judío de Varsovia

 

 

MUSEO DE MATEO HERNÁNDEZ DE BÉJAR. MUSEO

 

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