Miguel de Unamuno y Antoni Gaudí en Barcelona
ENTRE MIGUEL DE UNAMUNO Y ANTONI GAUDÍ SE PRODUJO UNA INSÓLITA CONVERSACIÓN QUE AÚN RESUENA EN EL TEMPLO DE LA SAGRADA FAMILIA. FUE EL CHOQUE DE DOS EGOS SUPERLATIVOS
1.- Miguel de Unamuno y Barcelona
2.- Los tres viajes de Unamuno a Barcelona
3.- El infortunio de Gaudí
4.- La religiosidad de Gaudí
5.- Encuentro entre Unamuno y Gaudí
6.- Unamuno y Gaudí no volvieron a encontrarse
1.- MIGUEL DE UNAMUNO Y BARCELONA
Unamuno fue un gran entusiasta de Cataluña, de su cultura, de sus escritores, a quienes leía en catalán. Pero, como en el Rector todo resultaba contradictorio, no lo fue tanto de Barcelona, y así lo expresaba: “Tengo muchas ganas de volver a esa incitadora Barcelona que atrae y repele a la vez, frente a la cual no cabe sino amor u odio, o ambas cosas mezcladas”. E insistía en sus apreciaciones: “Siento un profundo cariño por Cataluña y lo he demostrado estudiando sus cosas, sobre todo, su lengua y su literatura. Pero, no puedo más que confesar que el barcelonismo, más que el catalanismo, tiene un marcado sello de superficialidad”.
¿En qué se basaba el Rector para emitir ese taxativo juicio? En varios aspectos, pero, primordialmente, en los edificios que había visto en su primer viaje a Barcelona. En 1889 permaneció tres días en la ciudad durante su viaje de fin de estudios de paso hacia Italia y Francia. Entonces observó las construcciones que en ese momento se acometían. Era el comienzo del Modernismo. Así lo explicaba: “El defecto general de casi todo lo que se hace en Barcelona, hácese, en gran parte, para la galería, para asombrar al forastero, para dar muestras, siquiera aparentes de cultura. Ante todo, la fachada, aunque la solidez del edificio se resienta”. Y añade: “En esta espléndida ciudad, de magníficas fachadas, que parecen construidas para asombrar y deslumbrar a los visitantes y huéspedes, el tifus hace estragos por falta de un buen sistema de desagüe. Y ello, se comprende: las fachadas se ven, el alcantarillado, no”.
Como era de esperar, sus comentarios fueron contestados con ásperos reproches, a los que estaba acostumbrado como polemista nato, tan expeditivos como el de Marcelino Domingo Sanjuán, más tarde, ministro de Instrucción en la República, que, en el semanario La Cataluña, le espetó: “Unamuno es un solitario profesor de griego, un inútil maestro de una lengua muerta”.
2.- LOS TRES VIAJES DE MIGUEL DE UNAMUNO A BARCELONA
Unamuno estuvo en Barcelona tres veces. La primera tuvo lugar el mencionado año de 1889. La segunda, en noviembre de1906. Fue la que más le cundió. La estancia duró tres semanas en las que pudo tomar abundantes notas que fueron apareciendo en numerosos artículos publicados en la prensa española y argentina. Acudió invitado por el Ateneo Enciclopédico Popular, en el que disertó sobre economía, religión y la situación general del país, la misma conferencia que acababa de dar en el Teatro Novedades de Madrid. También visitó la Cámara de Viajantes y Representantes, donde conoce de primera mano el momento económico que vive Barcelona.
En esta ocasión conoce personalmente a Joan Maragall, con el que había mantenido una fluida relación epistolar. El poeta le muestra la ciudad y sus monumentos. De ellos, el que más agradó a Unamuno fue la catedral gótica, que le inspiró un poema que dedicó a Maragall: “Aquí bajo el silencio en que reposo, se funden los clamores de las ramblas…”.
El tercer viaje se produce en 1916, de camino a Mallorca. Esta vez, acude al Institut d’Estudis Catalans, donde elogia la biblioteca que la Mancomunidad Catalana poseía en el edificio de la Diputación. Posteriormente, visita el monasterio de Poblet, panteón de los Reyes de Aragón. Allí, cuando los monjes se encerraban en su clausura, sacaba su manuscrito del extenso poema El Cristo de Velázquez y lo recitaba junto el altar mayor, sentado en los escalones del sepulcro de Alfonso II de Aragón, el rey poeta ataviado con hábito de diácono y una corona de laurel.
No obstante, sin duda, el momento más sorprendente para él aconteció en el segundo viaje, cuando, en compañía de su amigo Joan Maragall, se desplaza hasta el templo de La Sagrada Familia para ver el curso de las obras y tener ocasión de conocer al autor, Antoni Gaudí.
3.- EL INFORTUNIO DE GAUDÍ
Antoni Gaudí fue un personaje enigmático. Murió atropellado por un tranvía de la línea 30 de Barcelona cuando transitaba por la Gran Vía, yendo desde la iglesia de San Felipe Neri a la Sagrada Familia. El conductor creyó que era un vagabundo por su aspecto. Varios taxistas se negaron a llevarle a algún centro sanitario. Dos viandantes tuvieron que avisar a la Guardia Civil que le trasladó al hospital de Santa Creu. Y no le reconocieron hasta pasados dos días. De trance tan crudo, el Nobel Camilo José Cela comentó: “A Gaudí lo mató un tranvía y nadie le reconoció. ¡Levantó La Sagrada Familia, la catedral más importante del siglo XX, para eso!”
El ilustre arquitecto había cursado la carrera con calificaciones muy bajas. Se dijo de él que era un mal estudiante, en parte por sus desavenencias con los profesores y las malas relaciones con los compañeros. Gaudí provenía de una familia tarraconense acomodada, lo que le permitió realizar sus estudios superiores en Barcelona. Desde el inicio dio muestras de ser un genio, de ver donde los demás no veían y eso le impedía adaptarse a los cánones oficiales de la arquitectura. Posteriormente, fue un profesional siempre malhumorado por las continuas objeciones que recibían sus proyectos. Tuvo su estrella al conocer al industrial Eusebi Güell, que apostó resueltamente por él y se convirtió en su mecenas.
4.- LA RELIGIOSIDAD DE GAUDÍ
El maestro profesó una religiosidad extrema. Perteneció a la Asociación Espiritual de Devotos de San José, que propugnaba la educación religiosa en el ámbito familiar, y continuamente leía libros relacionados con la fe cristiana. De hecho, la idea de erigir La Sagrada Familia partió de Josep María Bocabella, propietario de una librería religiosa que frecuentaba. Y decisiva fue la influencia que sobre él ejerció el Obispo de Astorga, su paisano Joan Baptista Grau i Vallespinós, quien le hizo ver que, aunque sus obras eran muy bellas, para alcanzar la perfección tenía que contar con la voluntad de Dios, que era el Supremo Hacedor. A partir de entonces, empezó a creer que hablaba con Dios y que éste le guiaba la mano cuando realizaba sus proyectos. Sólo los que Él le permitía.
Gaudí decidió vivir en pobreza y castidad en el taller de su templo, practicando un ayuno extremo que le hizo enfermar. Pronto, el público le consideró “el Arquitecto de Dios” y, tras su muerte, una corriente de opinión consideró que su vida había sido la de un santo y promovió su canonización ante la jerarquía eclesiástica. El proceso fue abierto en 1998, en méritos a los 42 años que había estado dedicado a la construcción de La Sagrada Familia.
En gran medida, su deriva religiosa se debió al desengaño amoroso que sufrió con Pepeta Moreu, una joven de la burguesía catalana, de refinada formación y vida tormentosa, que le dejó plantado cuando le ofrecía el anillo de compromiso. Su recuerdo le siguió siempre y su carácter cambió agriamente. Tuvo un segundo revés con otra mujer que le rechazó para ingresar como monja en un convento. Y ya no hubo una tercera ocasión. Se volvió misántropo, hosco, taciturno.
Tomó la decisión de vivir al taller de La Sagrada Familia, de donde apenas salía, consagrándose para siempre en cuerpo y alma a su templo. Joan Maragall señalaba: “Yo comprendo que el hombre que más ha puesto de su vida en la construcción de ese templo no desee verlo concluido, y deje humildemente la continuación de la obra y su coronamiento a los que vengan después de él… consagrar toda la vida a una obra que ha de durar mucho más que ella, a una obra que consumirá generaciones que están aún por venir… ¡qué desprecio del tiempo y de la muerte, que anticipo de la eternidad!”. En esas circunstancias es como Unamuno conoció a Gaudí.
5.- ENCUENTRO ENTRE UNAMUNO Y GAUDÍ
Joan Maragall quiso que Unamuno conociera la gran obra de La Sagrada Familia y a su autor. Nunca sabremos si se arrepintió de su proposición, porque tuvo que ser testigo de una situación insólita, el encuentro de dos mitos de la cultura, dos ególatras reducidos a ratones en una jaula de la que no podían escapar, salvándoles in extremis el tañido de una providencial campana.
Maragall y Unamuno se habían citado con Gaudí frente a la fachada del templo a las once de la mañana. El arquitecto les aguardó sobre una media hora. Le pareció una tardanza excesiva y se volvió al taller a seguir con el trabajo. A su llegada le encontraron metido en faena. Unamuno le saludó sin quitarse el sombrero, algo inusual en la época. Gaudí se dirigió a él en catalán, a lo que Maragall se ofreció a ejercer de traductor. Pero, Unamuno le dijo que no era necesario porque le entendía bien. En realidad, Gaudí era deliberadamente monolingüe, apenas balbuceaba el castellano. Con ocasión de una visita del rey Alfonso XIII a las obras, se dirigió a él en catalán. Y, cuando levantó el palacio episcopal de Astorga y la Casa Botines de León, se llevó con él a sus propios operarios catalanes para una mejor coordinación.
En cualquier caso, entre Unamuno y Gaudí no hubo sintonía ni empatía. Saltaban chispas. Bajaron a la cripta. El Rector observaba con asombro aquellas extrañas curvas y miraba a Maragall con estupefacción tragándose las palabras. Al Rector nunca le atrajo el Modernismo, ni en las letras ni en el arte. Preguntó a Gaudí que en qué se inspiraba para conseguir aquellas formas y éste le respondió que en las matemáticas. Unamuno le confesó que nunca había entendido el arte como números y que de eso sabía poco. Entonces, Gaudí malhumorado le reprochó que eludiera las matemáticas, así no podía ser un buen filósofo, porque en la Grecia clásica los filósofos dominaban las matemáticas.
Subiendo la conversación de tono, Maragall terció preguntándole a Unamuno que, si le gustaba el templo, esperando que dijera que sí por cortesía. Pero dijo que no, que le daba pavor. Gaudí le soltó una frase poco amistosa que Maragall no quiso traducir. Pero el Rector la había entendido. Y continuó: “Ustedes, los castellanos no entienden el arte”. Unamuno le rectificó: “Yo no soy castellano, soy vasco”. Gaudí concluyó: “Da igual”.
Aquellos pocos minutos parecían eternos. A Maragall le hubiera gustado ser invisible. Pero, en ese momento, a las doce en punto del mediodía, llegó la divina providencia. Lo que a continuación aconteció fue magistralmente descrito por Rafael Marquina en el semanario La Gaceta Literaria: “De pronto, en medio de aquel diálogo leve, casi eterno, entre unas figuras casi de leyenda, en una campana, oculta y estremecida, suena el Ángelus. Gaudí interrumpe la conversación. Se descubre y recogido y devoto, reza. Es un momento lleno de emotividad. Unamuno ha enmudecido. Sus ojos brillan relucientes. Contempla a su interlocutor, mientras las piedras, ya doradas, del portal de Navidad son mudos testigos de la escena. Termina sus oraciones y Gaudí exclama, cubriéndose de nuevo: ¡Laus Deo. Bones tardes tinguin! El diálogo había terminado. Un aire misterioso, que viene de las entrañas mismas del mundo, parece agitar las palmas de piedra. Don Miguel, que lee el fondo de las almas, no pronuncia una palabra más”. El periodista Manuel Tarín Iglesias juzgaba que el encuentro entre Unamuno y Gaudí había sido “una de las cosas más bellas, más emocionantes que ha producido la inteligencia humana”.
6.- UNAMUNO Y GAUDÍ NO VOLVIERON A ENCONTRARSE
A partir de aquel día, Unamuno ignoró a Gaudí y su obra. Tan sólo en un artículo se refiere al arquitecto muchos años después, el titulado irónicamente «Las líneas rectas del arquitecto Gaudí”, publicado por El Correo Catalán. Paradigma del casticismo, el Rector aborrecía todo lo que estuviera relacionado con las tendencias europeas importadas. En 1913, en el transcurso de una de sus estancias en la ciudad de León, destacó sus monumentos como el conjunto más representativo de la evolución del arte hispano, el románico de la colegiata de San Isidoro, la joya gótica de la Catedral, el convento renacentista de San Marcos. Pero ahí se detuvo. Ninguna mención al estilo modernista introducido por Gaudí en la vistosa Casa Botines.
Los dos genios ya no volverían a verse. Gaudí falleció en 1926. Barcelona asistió al sepelio en masa, pero no hubo fastos oficiales por indicación del directorio militar de Primo de Rivera. Por esas fechas, Unamuno se hallaba exiliado en Francia y no regresaría hasta la caída del General.
Conferencia de Miguel de Unamuno en Barcelona (gredos.usal.es)
El poeta Joan Maragall
El arquitecto Antoni Gaudí
Antoni Gaudí en la procesión del Corpus. 1924
Obras de la Sagrada Familia. 1915
Plano de La Sagrada Familia
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