Miguel de Unamuno y Mario Roso de Luna
MARIO ROSO DE LUNA DESCUBRIÓ DOS COMETAS Y DOS ESTRELLAS CONOCIDAS COMO ‘NOVAS’. TAMBIÉN ESTUDIÓ VARIOS ECLIPSES. NI UNAMUNO NI NINGUNO DE LOS INTELECTUALES DE SU GENERACIÓN POSEÍA EL NIVEL CIENTÍFICO SUFICIENTE PARA ESCUCHAR SUS TEORÍAS
1.- La incomprensión de Unamuno y otros intelectuales hacia Roso de Luna
2.- Indiferencia ante los descubrimientos científicos de Roso de Luna
3.- El Kinethorizon de Roso de Luna
4.- Las fuerzas vivas obstaculizaron la obra de Roso de Luna
5.- Reconocimiento de su valía después de morir
1.- LA INCOMPRENSIÓN DE UNAMUNO Y OTROS INTELECTUALES HACIA ROSO DE LUNA
Miguel de Unamuno ya había escrito su ensayo En torno al Casticismo, que ponderaba la cultura hispana sobre la europea, al tiempo que se hallaba en plenas disquisiciones dialécticas con Ortega y Gasset, que siendo partidario de la recepción de la modernidad y de las nuevas corrientes, había calificado al Rector de africanista y morabito, a lo que éste le contestaba con sus conocidas sentencias “hay que españolizar Europa” y “que inventen ellos”.
En medio de la controversia, aparece la figura de Mario Roso de Luna, uno de los científicos más valiosos y malogrados de nuestro país. Este extremeño descubrió en 1893 el cometa que lleva su nombre en la constelación del Cochero; luego, otro más y, por último, las dos estrellas temporarias de 1918 y 1920, conocidas como Novas, después de estudiar los eclipses de 1900, 1905 y 1909. Fue nombrado miembro de la Real Academia de la Historia, así como del Instituto Geográfico de Argentina y de la Sociedad Arqueológica de Bruselas.
Roso de Luna dominaba todas las ramas del saber. De joven, adquirió una mente prodigiosa tras superar una grave meningitis. Era doctor en Derecho, licenciado en Ciencias Físicas y gran amante de la Astronomía, un personaje del Renacimiento que no vivió en el lugar ni en el momento que le hubiera correspondido. Una de sus tareas fue la traducción de la obra de la rusa Helena Petrovna Blavatsky, fundadora de la Sociedad de Teosofía. Como resultado de ello, escribió el libro Hacia la gnosis. Ciencia y Teosofía del que, con toda deferencia, remitió un ejemplar a Unamuno con la siguiente dedicatoria: “Al sabio polígrafo y veneradísimo don Miguel de Unamuno en demanda de un juicio leal”.
El Rector le envió un rápido acuse de recibo diciéndole: “De vuelta de una ausencia de más de dos meses, me encuentro con un montón de libros, folletos y escritos varios. Además, más de cuarenta cartas por contestar. Y luego, quehaceres urgentes, juntas, trabajos que me apremian, etc. Y no quiero leer su libro sino en sosiego. Calculo que de aquí a un mes podré leerlo a mi sabor. Y si como espero y deseo, me sugiere reflexiones que estime dignas de exteriorizar no dejaré de participárselo”. A lo que añadía una enigmática apostilla que más parecía un verso suelto: “Estoy pasando una fiebre de antieuropeísmo”. Todo apuntaba a que no tenía ningún interés en leer el libro de Roso.
El teósofo y Miguel de Unamuno era buenos compañeros en el Ateneo de Madrid. Pero, en realidad, el Rector le rehuía porque los temas científicos no era lo suyo. Hubo periodistas que hacían comparaciones imposibles que molestaban a Unamuno. El crítico literario Emilio Carrere, comentando la obra del poeta y novelista Edgar Allan Poe, tan de moda en Europa por aquellos años, afirmó que el único capacitado para estudiar la obra de Poe era Roso de Luna. Y apostillaba: “A mí me sorprende que un espíritu tan hondo y tan inquieto como Unamuno no haya sentido la atracción de escribir de lo misterioso, no se haya asomado a las ventanas de la Teosofía y la Psicología Experimental”.
El leonés Ramon Carnicer resaltó aquella falta de empatía hacia Roso de Luna por quienes le rodeaban y escribió en su obra Las Américas Peninsulares: “Estaba en condición de hablar para auditorios de más consistencia científica que en los que de tal orden podían congregar Unamuno, Baroja, Azorín o Maeztu, los cuatro puntos cardinales de aquella generación. Fue admirado por Menéndez Pelayo al referirse a sus trabajos en la Real Academia de la Historia. A su vuelta de Inglaterra y Francia, Roso saca conclusiones muy negativas para España y se muestra escéptico en contra de la posibilidad de regeneración de nuestro país roído por una vieja barbarie e incivilidad”.
2.- LA INDIFERENCIA HACIA LOS DESCUBRIMIENTOS CIENTÍFICOS DE ROSO DE LUNA
Así describe Rafael Cansinos Assens a Roso de Luna: “Era gordo, bajo, ancho de hombros y con una cara enorme, roja literalmente, como si fuera un cangrejo cocido”. Apodado “el mago rojo de Logrosán”, por esa tez rubicunda, algunos le consideraban como tal a pie juntillas. Fernando Sánchez Dragó, madrileño renacido en Soria, relata en su obra cumbre Gárgoris y Habidis que Valle Inclán, convencido de que con la literatura no podía hacer dinero, le pidió a Roso que le ayudara a descubrir algún tesoro oculto enterrado que le permitiera vivir decorosamente. Al cabo de varias semanas, Roso le contestó que había localizado uno que había pertenecido a un rey moro de Guadalajara, pero que era inalcanzable porque estaba guardado por siete gnomos. Conocido el iracundo temperamento del novelista, montó en cólera y por todas partes le fue llamando farsante.
Ramón J. Sender, amigo de Valle Inclán, malhumorado decía: «Roso de Luna insistió en que no podía poner en manos de Valle Inclán una fortuna sabiendo que iba a hacer de ella un uso irregular. El mago, gordo, pequeño, sonrosado, con la punta del cigarrillo turco iluminando a cada inhalación la tenacita de plata, con los ojos pequeños y brillantes, parecía una especie de superintendente secreto y universal de los gnomos».
3.- EL KINETHORIZON DE ROSO DE LUNA
En 1894, después de recibir la Gran Cruz de Isabel la Católica, la Academia de Inventores de Francia concedió a Roso de Luna el Premio de Oro por su Kinethorizon, un planisferio que reproducía el cielo por electricidad y permitía conocer la salida u ocaso de una estrella en cualquier día del año, así como cuales estaban a la vista o no en un determinado momento. Las investigaciones de Roso abarcan desde la Tierra hasta los sistemas más complejos: nebulosas, galaxias, meteoritos, asteroides, estrellas fugaces y eclipses solares. Las obras que publicó fueron muy numerosas. Hacer mención de su amplia bibliografía resultaría una ardua labor.
Fue contertulio habitual de los Cafés Gijón, Español y Levante, así como asiduo de La Cacharrería, la sala de tertulias del Ateneo de Madrid, donde pululaban otros teósofos, como Viriato Díaz-Pérez y Rafael Urbano, con su gato siempre sobre el hombro. Fundó la revista Hesperia, con la ayuda de su hija Sara, que editaba en su domicilio madrileño de la calle del Buen Suceso 18, adonde acudían numerosos escritores, como Pérez Galdós, los hermanos Machado o el periodista César González Ruano, que consideraba a Roso como “un hombre muy culto y con una vena genial que no llegó a concretase”. Y en el Ateneo Teosófico que fundó en 1925 en la calle del Factor 7 daba numerosas conferencias con gran afluencia de público entusiasta de oír sus teorías.
Mantuvo una fluida correspondencia con Unamuno y Gabriel y Galán. Y colaboró estrechamente con Segismundo Moret en la junta directiva del Ateneo de Madrid, donde en 1917 pronunció un discurso ante el rey Alfonso XIII, en el que se mostró favorable a la constitución de una confederación ibérica para una mutua integración de España y Portugal mediante instituciones comunes.
4.- LAS FUERZAS VIVAS OBSTACULIZARON LA OBRA DE ROSO DE LUNA
Roso de Luna siempre fue ignorado por las instancias oficiales que, incluso llegaron a denegarle una plaza en el Observatorio Astronómico Nacional, su máxima aspiración. En una carta que dirigió a Miguel de Unamuno en 1922, se lamentaba de las zancadillas que le ponían. Concretamente, una tarde en la Real Academia de la Historia, el padre Fidel Fita Colomé le espetó: “¡Qué lástima que tenga esas ideas teosóficas: ¡si las dejase, le haríamos senador, académico y catedrático! Yo le respondí que era de los hombres que no venden sus ideas, sino de los que las hacen triunfar”.
Por otra parte, continuaba narrandole que, ante la manifestación del ministro zamorano Santiago Alba de que no dejaría sin recompensa su labor, 400 catedráticos y ateneístas, entre los que se contaban Ramón y Cajal y Torres Quevedo, pidieron para Roso la creación de una cátedra de Polididáctica, de Ciencias, Filosofía y Mitología comparadas. Pero, nada se supo después. Tan sólo que al serle recomendado por el ateneísta Rafael Andrade al subsecretario Natalio Rivas, éste le dijo muy apenado: “¡Pero Andrade! ¿También usted se ha hecho budista?”. Y finalizaba diciendo: “Jamás he ejercido cargo pagado alguno y, en toda mi vida, sólo he recibido 300 pesetas de mi patria para observar el eclipse del Bierzo, y me habrían dejado morir de hambre de no tener una modesta renta”.
5.- RECONOCIMIENTO DE SU VALÍA DESPUÉS DE MORIR
Muchos de los libros de Roso, casi un centenar de títulos, son aún accesibles en las librerías: ‘Beethoven teósofo’, ‘De Sevilla al Yucatán’, ‘Por el reino encantado de los mayas’, ‘El tesoro de los lagos de Somiedo’, ‘Wagner, mitólogo y ocultista’. El ministro republicano Indalecio Prieto, una vez exiliado en México, recordaba a Roso de Luna cuando llegó a Madrid: “Era un hombre de sabiduría enciclopédica, cuya conversación resultaba encantadora”…
Murió en 1931. El Ateneo de Madrid sacó una nota de prensa que decía: “Roso de Luna era un mago, en efecto, un mago blanco, mago de la amistad, de la bondad, de la charla, de la ciencia y hasta de La Cacharrería del Ateneo, que no se concebía sin las pinzas de Mario Roso de Luna sosteniendo el cigarrillo y la roja testa orlada de unos cabellos blancos”. Poco después abrió una suscripción popular para comprar una lápida y poner su nombre a la calle del Buen Suceso. También colocaron allí una escultura conmemorativa con signos masónicos y teosóficos. Todos esos honores fueron revocados con la llegada del franquismo.
Según el testimonio de sus más allegados, Roso era un hombre de bien que no pudo soportar las virulentas disputas que se desencadenaron con el advenimiento de la República. El desenlace final fue el resultado del choque de la honestidad de sus teorías con la irracionalidad y visceralidad del pueblo español. El periodista César González Ruano recordaba su presencia en el Ateneo: «Aquí conocí a Unamuno y traté mucho al raro teósofo Roso de Luna, que descubrió una estrella apenas sentado en una mecedora desde su azotea en la calle del Buen Suceso”. En nuestro país apenas se ha estudiado la obra de una figura tan memorable. Su biógrafo Esteban Cortijo representa la excepción.
(Foto portada. Observatorio Astronómico Nacional, en el Parque del Retiro de Madrid. El Gobierno se opuso al ingreso de Roso de Luna en dicha institución)
Miguel de Unamuno (gredos.usal.es)
Mario Roso de Luna
Mario Roso de Luna en familia
Revista teosófica Hesperia