a
jueves 21 noviembre 2024
InicioIntrahistoriasRamón J. Sender, detractor de Miguel de Unamuno

Ramón J. Sender, detractor de Miguel de Unamuno

Intrahistorias

Más vistas

Ramón J. Sender, detractor de Miguel de Unamuno

 

 

RAMÓN J. SENDER TUVO UNA VIDA TREPIDANTE. ANÁRQUICO DE CARÁCTER Y CONDICIÓN, FUE MERECEDOR DEL PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS EN 1935 Y DEL PREMIO PLANETA EN 1969

 

 

1.- Ramon J. Sender, mancebo de botica

2.- El Madrid convulso

3.- Sender contra Miguel de Unamuno

4.- Unamuno contra Miguel de Cervantes

5.- La entrevista del profesor Marcelino Peñuelas a Ramón J. Sender

6.- La disputa de Sender con Camilo José Cela.

7.- La rémora de la Guerra Civil

 

 

1.- RAMÓN J. SENDER, MANCEBO DE BOTICA

El aragonés Ramón J. Sender llegó a Madrid en 1918, dispuesto a cursar los estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Central. Pero, la fatalidad hizo que la institución cerrara sus puertas por la llamada ‘gripe española’ de aquel año y, si algo tenía claro es que no quería regresar a su tierra. En la capital había encontrado las oportunidades que buscaba para iniciarse en la escritura. Abundaban los periódicos y las bibliotecas para leer libros a los que de otro modo no hubiera podido acceder, en especial, la del Ateneo, adonde acudía como estudiante universitario.

Carecía de medios para subsistir. Sin embargo, conocía las fórmulas magistrales de los boticarios, después de haber estado ayudando durante dos años en la farmacia de Alcañiz. Eso le permitió recalar como mancebo de botica en la farmacia que el bejarano don Toribio Zúñiga Cerrudo regentaba en la calle Jacometrezzo 14.

Zúñiga era un hombre de pro y escritor, que había sido farmacéutico de la Farmacia Real. Entonces dirigía el periódico Béjar en Madrid, de carácter quincenal, fundado un año antes en Hortaleza 17. En él permitió a Sender publicar dos poemas y algún dibujo de ilustración. (Los ejemplares de dicha publicación editados entre 1917 y 1948 están depositados en la Biblioteca de la Real Academia de Farmacia). Sender entonces comenzaba a asistir al Ateneo, siendo presidente don Ramón Menéndez Pidal, y presencia los encarnizados debates que los escritores de la Generación del 98 promovían en la sala de tertulias La Cacharrería, que le resultaban apasionantes.

Como suele ocurrir, no todo sale según lo previsto. Tuvo la mala suerte de que apareciera por la farmacia el destacado líder catalanista Francesc Cambó, que le encargó un producto desinfectante de uso externo. Sender equivocó los elementos de la composición y le entregó un ungüento diferente que, de ser aplicado, hubiera resultado muy dañino para la salud del cliente. Afortunadamente para Cambó, éste notó algo raro y regresó al establecimiento para devolverlo. Esta vez, no le atendió el mancebo, sino el propio boticario que, cuando vio el desatino se quedó pálido. Con cierta lógica, entendió que su reputación había estado en juego e ipso facto despidió a Sender.

Durante los días siguientes, estuvo vagabundeando sin rumbo por Madrid. Desde marzo hasta junio de aquel año durmió en los bancos del Retiro, junto al Observatorio Astronómico y la Cuesta de Moyano. Por la mañana, se lavaba en una fuente de mármol renacentista y acababa de asearse en los baños del Ateneo, donde prácticamente hacía la vida, aunque no obtuvo el carnet de socio hasta el 10 de junio 1924.

Su padre fue a buscarle al Ateneo y le obligó a regresar a casa. Más tarde relatará todas esas desventuras en sus memorias noveladas Crónica del Alba, cuyo primer relato apareció en México en 1942, publicando la obra completa en 1966. Cuando cumplió veintiún años fue llamado a filas, para participar en la guerra de Marruecos, permaneciendo allí durante dos años. Aquella etapa resultó muy fructífera, pues le proporcionó la inspiración para su novela Imán, un éxito que le consagró en las letras y le condujo al Premio Nacional de Literatura de 1935.

 

2.- EL MADRID CONVULSO

Tras su vuelta a Madrid, entró como redactor en el diario El Sol, fundado por Nicolás Mavia de Urgoiti en 1917, el de mayor tirada en ese momento, donde escribía y actuaba como corrector de originales de otros escritores. Su primer éxito periodístico fue la crónica del famoso Crimen de Cuenca, llevada a las pantallas por Pilar Miró. En 1927 tuvo que pasar tres meses en la cárcel por haber promovido revueltas contra el general Primo de Rivera. Sender esperaba que, una vez caído el dictador, la República se convertiría en una revolución social. Pero consideró que los gobiernos republicanos eran muy conservadores: “Habrían sido muy buenos ministros con el Rey”, comentaba. De hecho, varios de ellos ya lo habían sido anteriormente con los gobiernos de la monarquía.

Su decepción fue aún mayor con la sublevación militar de 1936. Tras acudir a la lucha en el frente de Aragón para engrosar el bando de los anarquistas de la CNT, comprobó que los comunistas les consideraban enemigos y trataban de eliminarles. Los jefes rusos querían asumir el control total de la República y tomaban todos los centros de poder. Incluso, financiaban revistas literarias. Rafael Alberti podía dar buena cuenta de ello.

Sender comprendió que la guerra ya era inútil, que las tropas del Frente Popular la perderían por sus luchas intestinas, sin que el Gobierno legítimo tuviera margen de maniobra. Comprendió que su vida corría peligro y se marchó a Francia. De allí pasó a México, donde permaneció tres años. Finalmente, se estableció en Estados Unidos, cuyo país le concede la nacionalidad en 1946, tras casarse con Florence Hall en Las Vegas, donde trabaja como adaptador de doblajes para la Metro Goldwin Mayer. Más tarde obtiene una plaza de profesor de Literatura Española en la Universidad de Alburquerque, en el estado de New Mexico.

Sender no acabó la carrera de Filosofía y Letras. En Estados Unidos sólo presentó el justificante de algunas asignaturas aprobadas, alegando que no podía acreditar el título a causa de su situación como exiliado de la Guerra Civil. Consiguió que los redactores de la famosa revista Who’s Who, que recoge las biografías más relevantes en el mundo anglosajón, le mencionaran como licenciado en España. Las universidades norteamericanas lo dieron por bueno, pues más que el título les interesaba la cualificación de Sender en la materia académica, lo que cumplía con creces.

 

3.- SENDER CONTRA MIGUEL DE UNAMUNO

El trato de Ramón J. Sender con sus colegas escritores era, unas veces, de abierta cordialidad; otras, de crítica recíproca. Pero con Unamuno la ruptura fue total, según narra en su ensayo Unamuno, sombra fingida, publicada en México en 1955. Ambos frecuentaban el Ateneo y participaban en tertulias donde a menudo el tono se elevaba hasta el punto de que aquel lugar hacía tiempo que era considerado como “el blasfemadero público”. Los socios se agrupaban en bandos ideológicos irreconciliables, cuyas divergencias alcanzaban el punto álgido cuando se celebraban elecciones para diferentes cargos.

En 1932, había que sustituir la junta directiva, presidida por Manuel Azaña, a la sazón, jefe del Consejo de Ministros. A los comicios se presentaron su mejor amigo, Ramón del Valle Inclán, y Unamuno, su íntimo enemigo. El primero dobló en votos al segundo, y el Rector lo tomó como un agravio porque se consideraba de más talla que su oponente. Eso le condujo a crear un mal ambiente en el Ateneo. Por su parte, el carácter de Valle tampoco facilitaba las cosas. Ya lo predijo Manuel Azaña: “Valle no durará en la presidencia, porque él sólo se basta para armar líos donde no los hay. Pero allá cuidados. Es una lástima que el Ateneo se desvirtúe cada vez más y abunde en sus propios defectos. Pero creo que no tiene remedio».

Azaña tenía razón. El mandato de Valle Inclán apenas duró seis meses. Le sucedió Augusto Barcia por un año y a éste le siguió Unamuno por un periodo de dos. Al Rector no le resultó difícil llegar a la presidencia. Sencillamente, había dos grupos enfrentados que acordaron proponerle como candidato de consenso, no porque Unamuno congeniara con ellos, sino, más bien, porque no empatizaba con ninguno y optaron por el menor de los males.

En cualquier círculo, ya fuera político o intelectual, Unamuno siempre discrepaba, fiel al título de su obra Contra esto y aquello. Con su nuevo cargo en la presidencia del Ateneo se volvió más intransigente con los contertulios. Esa extravagancia unamuniana enervaba a Ramón J. Sender, que decía: «La verdad llana y simple es que con frecuencia Unamuno era insoportable en su obra y en su vida». Y añadía: “Nada hay original en Unamuno, quien suscitó algún respeto por esa superstición un poco boba que existe todavía en España por la burocracia cultural. Ser Rector de Salamanca, era algo”.

Así explicaba Sender ese carácter tan fustigante de Unamuno tanto con la Monarquía como con la República.: “En Unamuno estaba claro que había un fondo de egolatría sin control. Durante la Monarquía, se revolvía contra Alfonso XIII. Toda su actuación política era un monólogo contra el Rey, exacerbado por la falta de respuesta, que lo ponía en una situación desairada. Al caer la Monarquía, cuando Unamuno rodeado de enchufes se siente absorbido por la República, busca en vano un enemigo personal de la talla del Rey a quien hacer honor de sus odios. Lo que en Pio Baroja era nobleza y lealtad consigo mismo, en Unamuno es frivolidad y sainete”.

 

4.- UNAMUNO CONTRA MIGUEL DE CERVANTES

Podría pensarse que entre Sender y Unamuno había simples diferencias personales, o como siempre decía el Rector, la envidia que le profesaban. Pero, en este caso la animadversión de Sender tenía fundamento literario. Se basaba en el feroz ataque que gratuitamente Unamuno le propinaba a Cervantes, al Príncipe de los Ingenios, al creador y máximo referente de la novela universal, del que afirmaba que era “un pobre diablo muy inferior a su obra” y, sobre algunas secuencias de El Quijote: «de lo más burdo y más torpemente tramado que pueda darse», aseguraba.

En 1905, Unamuno publicó su Vida de don Quijote y Sancho, que amplió ese mismo año con el ensayo titulado Sobre la Lectura e Interpretación del Quijote, en la que respecto a Cervantes con suma indelicadeza especulaba: “Un hombre que, como Cervantes, mostró en sus demás trabajos la endeblez de su ingenio y cuán por debajo estaba, en el orden natural de las cosas, de lo que para contar las hazañas del Ingenioso Hidalgo, y tal cual él las contó, se requería. No cabe duda de que en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que compuso Miguel de Cervantes Saavedra, se mostró éste muy por encima de lo que podríamos esperar de él juzgándole por sus otras obras”.

Unamuno no vaciló en proclamar la incapacidad de Cervantes como escritor: “No me cabe duda de que Cervantes es un caso típico de un escritor enormemente inferior a su obra, a su Quijote. Si Cervantes no hubiera escrito el Quijote, cuya luz resplandeciente baña sus demás obras, apenas figuraría en nuestra historia literaria sino como un ingenio de quinta, sexta o décimatercia fila. Nadie leería sus insípidas Novelas Ejemplares, así como nadie lee su insoportable Viaje del Parnaso, o su teatro”, opinaba el Rector.

Unamuno arremetía contra cualquiera que le superara en el ars literaria. Sobre Quevedo reparaba: “Me carga Quevedo, pongo por caso de clásico cargante, y no puedo soportar sus chistes corticales y sus insoportables juegos de palabras”. Obviamente, éste era superior a Unamuno en la Poesía, como lo era Valle Inclán en la Novela, Ortega y Gasset en la Filosofía o Jacinto Benavente en el Teatro. Pero su arrogancia y su vanidad le impedían reconocerlo. Algo similar opina Jon Juaristi en nuestros días: “No era un filósofo y sí un pensador asistemático y un ensayista”.

El Rector despreció a Cervantes cayendo en una incongruencia. Años antes había escrito su emblemática novela Niebla, en la que su técnica consistió en usar los procedimientos cervantinos más característicos, como un alumno más del maestro de Alcalá. De ahí el rechazo y la aversión que Unamuno le producía a Ramón J. Sender.

Muchos de quienes conocieron a Unamuno y a Sender, criticaron a éste sus ataques desmedidos a la figura de Unamuno por lo que el Rector representó para una época trágica de la Historia española, dejando a salvo que estuviera acertado o no en sus razonamientos. En 1955, Indalecio Prieto, quien fuera buen amigo de Unamuno, escribe a Gregorio Marañón desde su exilio en México: “Los del 98 nos enseñaron a escribir a usted, a mí, a todos sin darnos cuenta. Sender no tiene razón en denostar a Unamuno que, con sus defectos, a veces garrafales, tuvo una vida limpia y un pensamiento lleno de inquietud. Se equivoca Sender en darle por muerto. Él con Machado y Lorca son las cimas del pensamiento español contemporáneo”. Pero Sender no perdió la ocasión de censurar a Unamuno en cuanto tuvo la oportunidad.

 

5.- LA ENTREVISTA DEL PROFESOR MARCELINO PEÑUELAS A RAMÓN J. SENDER

En su labor divulgadora de la cultura hispana en Estados Unidos, Sender se desplazó en calidad de visiting professor hasta la Universidad de Washington, en Seattle, para dar unas conferencias de Literatura Española a los jóvenes alumnos, con quienes convivió durante unos días, alojándose en un apartamento de una de las residencias del campus.

Allí conoció a Marcelino Peñuelas, profesor de Lengua y Literatura Española, quien aprovechó su estancia para proponerle mantener una larga conversación grabada, a lo que a regañadientes accedió, cuyo resultado vería la luz en España en 1970. En ella, improvisadamente, fueron abordando circunstancias de la vida del escritor en las que Sender resaltó diversos aspectos acerca de Unamuno.

 

¿Tus relaciones con Unamuno?

“El pobre Unamuno, como él decía siempre de los demás, siempre decía el pobre Cervantes, el pobre Spinoza, el pobre Unamuno nunca podía dar la medida de lo que él creía que era. Estaba siempre tratando de actuar impresionando en público y, aunque buen actor, era uno de esos actores sin flexibilidad que no hacen más que un tipo, siempre el mismo. Por lo tanto, aburría”.

 

¿Algún incidente?

“Yo no había leído casi nada de él, salvo sus artículos y quise leer sus novelas y no pude. Me parecían muy malas. Pero un día, estando en el Ateneo con un grupo de amigos suyos, llegó Unamuno y todos se pusieron de pie, menos yo. Él me miraba de reojo, seguramente pensando ¿quién será este discrepante? No me lo habían presentado, y se dirigía a mí, mirándome de reojo, y allí empezó la incomodidad. Era algo como una dificultad física de presencias. Y yo no encontraba en él honestidad. Me parecía decorativo y falso, y él quizá me encontraba a mí un poco adusto, demasiado natural y directo. Estuvimos discutiendo hasta que llegó un momento en que comencé a molestarlo deliberadamente. Como, por otra parte, él sabía que yo era muy amigo de Valle Inclán…”

 

¿Desaliño voluntario?

“Él hacía lo que podía de buena fe. Lo que pasa es que le habían mimado como a un niño prodigio desde joven y creía que todo lo que salía de su pluma sin retoques debía ser publicado. Y publicaba cada idiotez que daba vergüenza leerlo. Claro, al lado de él, Valle Inclán nos parecía un ejemplo de pulcritud, de exactitud, de pericia y de ingenio. No había duda de que Valle Inclán, literariamente, era algo genuino y considerable”.

 

¿Carácter violento?

“Tenía, en primer lugar, una voz muy atiplada y una manera muy cazurra y campesina de hablar. Luego, todos estaban pendientes de sus labios y él se dejaba querer y adoptaba una actitud inadecuada de prima donna. Claro, a mí todo eso me molestaba. Los otros amigos suyos eran mucho más viejos que yo. Tenían otra idea de las cosas”.

 

¿Inventaba?

“Si se hablaba delante de él del talento militar de Napoleón decía: ¡No se fíen de la Historia, porque era un jefe alemán del estado mayor, sobrino de Federico el Grande, quien planeaba las batallas! O cosas por el estilo. No podía tolerarle grandeza alguna a Aristóteles, ni a Alejandro Magno, ni a Sócrates ni a Platón. No podía permitir que nadie, en el pasado o en el presente, tuviera ningún pretexto para admirar a nadie que no fuera Miguel de Unamuno y Jugo. Era un caso verdaderamente patológico. A veces, todo se resolvía en tonos grotescos”.

 

Elogios de la crítica.

“En todas partes hay dos clases de escritores, unos a quienes se critica y otros a quienes se lee. En España, en esa época, no había crítica realmente. No hubo crítica desde la muerte de Menéndez Pelayo. Y también se elogiaba a don Miguel por provincianismo. Unamuno comenzó a hacer efecto cuando fue Rector de Salamanca. Y porque era uno de los pocos que sabía griego en su tiempo. Latín lo sabe todo el mundo en España, mejor o peor, pero griego lo saben muy pocos. Sin embargo, no parecía haber aprendido gran cosa de los griegos. Del sentimiento trágico de la vida era una paráfrasis de Espinoza, a quien además no acababa de comprender. En todo el libro, el interés no está más que en lo que entiende ocasionalmente de Espinoza. Las reacciones suyas ante Espinoza, a quien llama ‘el pobre Espinoza’, son absurdas. El pobre Espinoza de quien el rico Unamuno vive de ese libro”.

 

¿Antipático?

“El pobre Unamuno era un seudo campesino. Habría sido un magnífico cura de aldea, un poco cascarrabias, y le habrían tenido miedo las mujeres. Yo le molesté varias veces con bromas que le ponían nervioso. Las bromas le molestaban porque no tenía sentido del humor. Un día decía que ya quisiera saber yo quien era ese Shakespeare. Y yo le respondí que eso ya estaba averiguado, que William Shakespeare era otro hombre de la misma edad que William Shakespeare, que se llamaba William Shakespeare. Los otros soltaron a reír y Unamuno se puso amarillo de rabia”.

 

Tú eras estudiante.

“No. En aquella época yo era redactor de El Sol. Nunca escribí sobre Unamuno y como era muy vanidoso y El Sol tenía tanto prestigio…”

 

¿Algún incidente verdaderamente violento?

“Todos los incidentes fueron violentos siempre. Pero inteligentemente violentos, porque yo no soy un hombre que insulta a un viejo. Pero no puedo negar que me cayó mal desde el principio. Cuando él se dio cuenta de que yo no le tomaba en serio, que quizá era la primera vez de su vida que encontraba a alguien que no le tomaba en serio, pues entonces… si yo le interrumpía, alcanzaba un berrinche infantil. Alzaba el gallo, le temblaba la mano y decía incongruencias. Pero en el fondo era un hombre que no sabía molestar, no sabía insultar a la gente, mostraba enseguida toda la cantidad de rencor que tenía acumulada de una manera infantil. Por lo tanto, no hería, no molestaba. Se limitaba a ponerse él mismo en evidencia”.

 

¿Rencor?

“Tenía rencor contra el resto de la humanidad que no bajaba la cabeza suficientemente. Tenía envidia de todo el que tenía un poco más de atención pública que él”.

 

¿Se parecía a Pío Baroja?

“Baroja era un introvertido. Y Unamuno era todo lo contrario, alborotador. Lo que pasaba es que le suponían una gran inteligencia, porque citaba a Kierkegaard cuando nadie le conocía, y de vez en cuando hablaba de alguna etimología griega que impresionaba a los que le rodeaban. Además, era Rector de Salamanca”.

 

¿Y con los del 98?

“Él no trataba con nadie del 98. Sabía que todos eran mejor que él en algo. Valle Inclán, en la novela y en la poesía; Baroja, en la novela. Hasta Azorín, en dos o tres cosas que hizo al principio”.

 

¿Valle Inclán también tenía sus poses de divo?

“Valle Inclán tenía poses de divo, de estrella. Pero lo hacía de un modo delicado, como un príncipe del Renacimiento. Y con autoridad natural. Nunca levantaba la voz. Es que Valle Inclán nunca hablaba de sí mismo. Lo que demuestra que era un hombre bien educado. Pero Unamuno no hablaba de otra cosa sino de sí mismo. Porque yo digo… porque yo pienso… porque a mí… Y no escuchaba a nadie. Cuando alguien hablaba, esperaba para replicar: No, lo que yo digo es… Era intolerable. Sólo le aguantaban los tontos reverenciales y pasivos”.

 

6.- LA DISPUTA DE RAMÓN J. SENDER CON CAMILO JOSÉ CELA

Camilo José Cela Conde, hijo del Nobel recuerda que su padre conoció a Raúl J. Sender en Estados Unidos dando conferencias, o mejor dicho, la conferencia, porque era la misma que había dado en León, Santander, Vigo, Murcia, Albacete, Granollers, San Sebastián… titulada ‘Examen de conciencia de un escritor’: “Se comprenderá mejor el mérito de tal viaje si se tiene en cuenta que, aun siendo hijo de madre británica, no hablaba una sola palabra de inglés. Cuando le preguntaban que si hablaba alguna otra lengua distinta de la española, contestaba con su habitual retranca: ‘No lo permita Dios’. Recorrió Estados Unidos sin entender una sola palabra, solo con un par de mudas en la maleta”.

Por eso, Cela se mostraba muy agradecido con quienes le recibían en el aeropuerto y le ayudaban en las traducciones, invitándoles a que fueran a su casa de La Bonanova en Mallorca. Lo malo del cumplido era cuando alguno le tomaba la palabra y allí se presentaba, como fue el caso de Ramón J. Sender en 1976.

La visita resultó un despropósito. Ya en su primer día en la casa mallorquina, Sender se sintió algo indispuesto y cayó rodando por las escaleras que iban desde el comedor al dormitorio. Hubo que escayolarle y quedó maltrecho y malhumorado, tratando de ahogar las penas en whisky. Para animarle, Cela organizó una fiesta con profesores de la Universidad de Palma. En medio de la velada, Sender empezó a hablar de sus conquistas amorosas con alumnas norteamericanas. Pero a los invitados aquello no les interesaba mucho. Preferían oír las habituales barbaridades que Cela contaba y Sender se sintió ninguneado.

A la mañana siguiente unos periodistas acudieron a entrevistar a Cela. Fueron informados de que allí se encontraba Sender, pero le ignoraron porque apenas habían oído hablar de él. Sender se sentía desairado y despreciado. Comprobó que España había cambiado. Esperaba haber encontrado los aires de  guerra civil que había dejado, pero aquello del 36 había desparecido. En su lugar vio un floreciente turismo de extranjeros que inundaban la playas en un clima de europeidad. Se sentía aturdido. No entendía por qué nadie le perseguía, ni le vigilaban como en la República. Al destierro físico vio añadido el destierro moral: el olvido por la sociedad española de todos aquellos ideales y sentimientos que le habían acompañado durante el exilio. Todo para nada. Francisco Umbral decía: “Él solo se creó un mal ambiente”.

Al día siguiente por la noche, Cela había invitado a un grupo de conocidos. Su esposa, Rosario Conde, se esmeró poniendo la mesa con un mantel de hilo y candelabros. Pero abrió demasiado pronto un vino reciente de alta graduación. Entre el vino y el whisky salió a relucir la Guerra Civil. Sender se acaloró con los invitados y empezó a subir la voz. Dio un puñetazo sobre el plato de caldo gallego, que saltó por los aires, tiró del mantel y toda la vajilla cayó al suelo. Acusó a los presentes de franquistas y de ser culpables del asesinato de su primera mujer, Amparo Barayón, que había sido fusilada en Zamora en los primeros días de aquella contienda del 36 por ser comunista. Cela no se lo toleró y le echó de su casa. Su amigo Fernando Sánchez Monge llevó a Sender al Hotel Valparaíso. El escritor y Premio Planeta 1969 partió para Estados Unidos y ya no regresó más a España, falleciendo en San Diego.

 

7.- LA RÉMORA DE LA GUERRA CIVIL

Los triste hechos a que se refería Sender están descritos en su obra Contrataque. En el verano de 1936, el escritor había alquilado una casa para veranear en San Rafael con su esposa y sus hijos de muy corta edad. Al comenzar la contienda, indicó a su mujer que se marchara con los dos niños a Zamora, de donde era natural y perteneciente a una familia de republicanos, pues allí estarían más seguros. Pero, el 10 de octubre de 1936 ella fue apresada y fusilada junto a dos hermanos suyos.

Sender acudió a la Cruz Roja Internacional para que recogieran a sus hijos y los llevaran a Bayona. Una vez en Francia, el escritor los dejó en un apartamento en Pau con dos hermanas aragonesas, una cocinera y una niñera. Por otra parte, su hermano Manuel Sender Garcés, ex alcalde de Huesca, también fue fusilado. Por ello, antes de que acabara la guerra, partió para América por miedo tanto a los militares sublevados como a los comunistas.

En sus últimos años, Sender alababa continuamente el modo de vida norteamericano y se volvió un anticomunista visceral. En su vuelta a España había experimentado el síndrome del exiliado retornado, que se derrumba al comprobar que los jóvenes no recordaban los sucesos trágicos de la Guerra Civil. Siente que su sufrimiento había sido inútil. Tanto para eso. La modernidad lo había convertido todo en bruma del pasado. Aquel desengaño traumático de Ramón J. Sender era un reflejo de la conclusión a que llega el gran novelista Luis Landero: “Sencillamente, la vida es una burla”.

 

 

Primer número de Béjar en Madrid

 

Ramón J. Sender

 

Miguel de Unamuno

 

Ramón J. Sender con su esposa Amparo Barayón

 

Ramón J. Sender con Camilo José Cela

 

 

ÍNDICE DE TEMAS. ACCESO

Compartir Con:
Califica este Artículo

fernandopema@hotmail.com

Sin comentarios

Lo sentimos, el formulario de comentarios está cerrado en este momento.