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jueves 21 noviembre 2024
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César González Ruano, biógrafo de Miguel de Unamuno

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César González Ruano, biógrafo de Miguel de Unamuno

 

 

EL PERIODISTA CÉSAR GONZÁLEZ RUANO CUENTA LOS PORMENORES DE CUANDO SE DESPLAZÓ HASTA SALAMANCA EN 1930 PARA PRESENTAR A UNAMUNO LA BIOGRAFÍA QUE DE ÉL HABÍA ESCRITO.

 

 

1.- César González Ruano en la bohemia de Madrid

2.- El biógrafo de Miguel de Unamuno

3.- El encuentro con Miguel de Unamuno en Salamanca

4.- Con Unamuno en el Café Novelty y el Casino de Salamanca

5.- La nostalgia por la ausencia don Miguel

 

 

1.- CÉSAR GONZÁLEZ RUANO EN LA BOHEMIA DE MADRID

Hacia 1918 llegó de Francia el Ultraísmo, un movimiento poético de vanguardia encabezado en España por el escritor Rafael Cansinos Assens, que tenía su propia tertulia en el Café Colonial, en el número 3 de la calle Alcalá de Madrid, junto a la Puerta del Sol, en la que concurrían conocidos poetas como Jorge Luis Borges, Gerardo Diego, José María Quiroga Plá, yerno de Unamuno, y César González Ruano. Posteriormente, los ultraístas también se reunieron en el Café Europeo y en el Café de Platerías. Y más tarde, esa tertulia se convirtió en “volante”, repartiéndose entre siete u ocho establecimientos cada sábado.

En el Café del Pilar es donde Cansinos Assens conoce a César González Ruano a través del vate Pedro Luis de Gálvez, maestro en la bohemia madrileña. González Ruano tenía diecinueve años y muchas ganas de dar a conocer sus poesías, que él mismo publicaba en pequeñas hojas. Cansinos nos lo describe: “Es un jovencito alto, delgado, fino como una señorita, absolutamente imberbe y con una voz abaritonada, aún mal segura, de pájaro que está mudando. Cuando habla, la nuez prominente se le sube y baja por la tirilla, como si llevara una piedrecilla en el buche. Todo él muestra un empaque altivo, impertinente, y un ansia de parecer raro”.

Cansinos decía de él que tenía una ganada fama de “de cleptómano de libros y de relojes de mesa y demás cosas portables”. Y apreciaba un cierto contraste entre su aspecto pulcro y el sucio de Gálvez, “con tipo de ex presidiario, tufos de tahúr y gestos de borracho de vinazo vulgar”. Ruano era el terror de los impresores. Les camelaba con su labia prodigiosa, haciéndoles creer que era sobrino de Francisco Ruano y Carriedo, secretario general del Ayuntamiento de Madrid y laureado con la Gran Cruz de Isabel la Católica, que abonaría la cuenta, aclarándose el embrollo después de que los impresores ya le habían entregado la edición.

Los libreros de viejo le notaban más obeso a la salida que a la entrada del establecimiento y le echaban de su tienda a empellones. El editor Yagües le sorprendió con un reloj de mesa bajo la americana. Y Primitivo la Hoz decía que cuando había feria de libros, los libreros no le dejaban entrar en las barracas, ni que pasara a los tableros. Pero Ruano adoptó métodos más seguros y terminó por ir sólo los domingos con una pandilla que entretenía al librero, mientras él hacía de las suyas cuando había más afluencia de público.

Él mismo lo confesaba en sus memorias: «Algún domingo bajábamos al Rastro. Compraba lo que podía y robaba también todo lo que era posible». Pero no se arredraba ante las acusaciones de Rafael Cansinos y le replicaba como quien queda a la recíproca para casos análogos: “Los domingos durante mucho tiempo encontré a Cansinos en la feria de libros viejos. No compraba nunca y los libreros se guiñaban un ojo desconfiando de sus gabanes enormes y de sus manos demasiado grandes, como manos de madera lívidamente policromadas”.

  

2.- EL BIÓGRAFO DE MIGUEL DE UNAMUNO

Pero el tiempo de la bohemia juvenil acabó para González Ruano. Tras realizar la carrera de Derecho, abandonó su ejercicio para dedicarse al periodismo, en el que adquirió gran prestigio por sus entrevistas exclusivas a las personalidades más relevantes de la época. Su producción literaria fue ingente. Publicó varias biografías de autores contemporáneos a los que se refería desabridamente, resaltando de ellos no tanto su obra como los aspectos más superficiales, sin perjuicio de su magistral pluma. Ello era debido a que las escribía por encargo y el apresuramiento le impedía profundizar en las vidas narradas.

Su compañero de profesión Manuel Alcántara así lo manifestaba: «En cuanto al Ruano biógrafo, se le tacha de falta de rigor y de precipitación, ya que esos libros obedecieron más a coyunturas editoriales que a fervores íntimos, y carecen de ese rastreo devoto que caracteriza a las buenas biografías, donde el biógrafo debe ser una mezcla de detective enamorado del personaje”. Unamuno aparece retratado en varias obras de González-Ruano, como Mi medio siglo de vida se confiesa, La memoria veranea o Siluetas de escritores contemporáneos. En el prólogo de este último libro, especialmente denso, que versa sobre unos treinta escritores, revela que lo escribió “de un tirón, nunca mejor dicho, puesto que fue arrancado de la memoria rápidamente, en poco más de un mes”.

Pero, sin duda, destaca el titulado Vida, pensamiento y aventuras de don Miguel de Unamuno, escrito en 1930 por encomienda de su amigo y editor Manuel Aguilar. La propuesta de Aguilar era muy tentadora. La figura de Unamuno estaba de moda. Acababa de llegar del exilio francés y todos le pedían una entrevista. Sin embargo, González-Ruano lo meditó durante algunos días. Ya había conocido al Rector en La Cacharrería, el salón de tertulias del Ateneo de Madrid, y no sentía ninguna simpatía por él. Contestó a Aguilar “que le costaba trabajo escribir sobre Unamuno”. No obstante, aceptó. El dibujante santanderino Santiago Ontañón ilustró la primera edición. La segunda, fue reeditada en 1953.

No era la primera vez que algún autor dudaba en escribir sobre Unamuno. En 1925, el famoso editor norteamericano Alfred A. Knopf propuso a Pío Baroja escribir un corto relato sobre el Rector, a lo que se negó. Era conocida su opinión sobre Unamuno, del que decía que “sus novelas parecían escritas para molestar al lector”. Su respuesta fue del siguiente tenor: «Escribir acerca de Unamuno no me entusiasma. Este escritor se ha colocado en una posición tan especial que no se puede hablar de él con libertad. El hacer algún repaso a su tendencia o a sus obras le parece a él o a sus amigos sentar plaza de reaccionario y de militarista. Es una posición, más que literaria, política, que a mí no me interesa nada».

Para Ruano, Unamuno mostraba falta de empatía con los escritores noveles, una actitud áspera, opuesta al talante receptivo de Pío Baroja. En 1909, Unamuno escribió en El Imparcial un artículo titulado Prólogo Ejemplar, que señalaba: “Al joven autor de esta obra que estoy prologando, autor vivo y muy vivo, le importa poco, me parece, que yo haya leído su obra, con tal de que se la prologue, y tampoco le importa gran cosa el que yo hable o no de su obra en un prólogo a ella. Lo capital para él es que mi nombre aparezca en la cubierta de su libro”.

 

3.- ENCUENTRO CON MIGUEL DE UNAMUNO EN SALAMANCA

González-Ruano acuerda un encuentro con Unamuno en Salamanca para mostrarle la primera galerada a su biografiado, por si quería corregir alguna fecha, nombre o dato que fuera inexacto. Así lo describe: “En la calle Bordadores, donde hace esquina el palacio de Monterrey, paredaña a la Casa de las Muertes, tiene la suya don Miguel de Unamuno, fuerte vasco. Surge él, bien plantado en tierra, con una personalidad física tan grande como su personalidad de pensamiento. Don Miguel, entre sus libros. ¡Qué habitación, Dios mío! Libros, libros, muchísimos libros amontonados sobre estanterías de pino rústico sin pintar. Más que una biblioteca particular, parece esto una librería de nuestra calle de San Bernardo.

Ya está aquí el hombre, don Miguel de Unamuno, con su uniforme civil. El traje, azul oscuro, cuya americana jamás se ha abrochado. Un chaleco muy alto, que no tiene, claro es, forma de chaleco, cerrado hasta el cuello de una camisa blanda de dormir, cuyos puños redondos se abrochan con un botón y no con gemelos. La barba triangular, levantada en su punta, forma una media luna perfecta con la frente abombada, espaciosa, y la nariz perfecta, cruzada por el caballete de unas gafas, detrás de cuyos espejuelos están esos ojos vivos, de encrespada mirada polémica, que miran siempre de frente, un poco de abajo arriba, con una cierta petulancia de observación”. Para Ruano, el Rector era un “antidandy”.

Y recalca esa actitud de observador inmisericorde y de cazador de defectos en que Unamuno incurre: “Entonces, cuando ha cazado el error en nuestra palabra, los ojos nos miran obstinadamente, y don Miguel, moviendo la cabeza, poniéndose rojo, a poca importancia que la cosa tenga, dice con un inconfundible tono de voz chillona y cauta a la vez: ¡No, no, no, no!, al tiempo que con su índice dice que no, y su barba dice que no, y las arrugas de su frente dicen que no, y todo el ambiente se llena de ese ‘no’ que prepara, como un niego escolástico, la opinión que don Miguel lanza después, mesándose esa barba que auxilia poderosamente su formidable precisión”.

 

4.- CON UNAMUNO EN EL CAFÉ NOVELTY Y EL CASINO DE SALAMANCA

González-Ruano se queja de que, después de haber alquilado un vehículo para desplazarse a Salamanca desde Madrid, Unamuno, no sólo no le invita a comer, sino que ha de pagar las consumiciones que posteriormente hacen en el Casino y en el Café Novelty, lo que llama “su sentido reverencial del dinero o, por otro nombre, roñosería”.

Posteriormente, detalla cómo el café que Unamuno toma se convierte en una ceremonia en cuatro actos: en primer lugar, se sienta diariamente siempre en la misma mesa. A continuación, separa un terrón de azúcar en el platillo, echa el otro en el café saboreándolo a lentos sorbos; luego, echa el terrón apartado en la taza, a la que añade agua y lo revuelve con la cucharilla, para bebérselo todo de un trago. Tras ese último sorbo, jugaba la partida de mus con los compañeros habituales. Las cartas le apasionaban. Y proseguía con la tertulia. Al final de la tarde, cuando ambos se despidieron, González-Ruano llamó al camarero “para pagar por última vez dos cafés”. Entonces, Unamuno, reaccionando de una forma enérgica, dijo: “¡No! ¡De ninguna manera! ¡Paguemos cada uno lo nuestro!”

El periodista se sintió menospreciado, pues apenas había mirado su obra. Contenía títulos como Unamuno y Keyserling, Unamuno y los italianos, Unamuno en el ensayo, la novela y el teatro y, prácticamente, aparte de modificar algunas fechas, no le aportó nada, salvo hacerle la observación de que notaba que el libro estaba escrito sin afecto. Ruano lo ratificaba porque siempre mostró rechazo a “su egoísmo, su lío religioso, su ‘contra esto y aquello’ y su extremada avaricia”. Por ello, antes de terminar el libro, introdujo una apostilla: “Yo sé muy bien mi querido y admirado señor don Miguel de Unamuno que usted no se molestará en leer este libro, y de hacerlo será en tal penumbra, que no se entere ni usted mismo. Me parece excelente. Bien hecho. Por Pascal juro a usted que, dentro de unos años, si no me descarrilo, no pienso leer tampoco lo que de mí digan los Ruanos de entonces, ni aún siquiera los Unamunos de la época, si es que surgen. ¿Para qué? Si me zurran creeré que no me entienden, y si me halagan pensaré que ni siquiera me han leído”.

A la vista de los comentarios de González Ruano, el ensayista Emiliano Aguado más tarde escribirá: “Quizá por eso no se haya escrito una biografía convincente de Unamuno. Todo lo que se suele decir y escribir está empañado de una beatería que no tiene demasiado que ver con la verdad”.

 

5.- LA NOSTALGIA POR LA AUSENCIA DE DON MIGUEL

Pasaron veintisiete años. César González-Ruano no había vuelto a Salamanca desde aquel día. El resquemor había desaparecido y daba paso a la añoranza. Entra en el Café Novelty de la Plaza Mayor y se sienta en la mesa donde estuvo con Unamuno. Advierte que la ciudad no era la misma sin don Miguel, tan peculiar personaje, y escribe para su Diario Íntimo: “Paso la tarde andando por Salamanca hasta rendirme. Pero rendido, no consigo cansarme. He visto con tristeza la Casa de las Muertes y los balcones adonde se asomó tantos años don Miguel. Se hace difícil comprender que ninguna lápida recuerde que aquí vivió y murió Unamuno. Y se hace imperdonable”.

Los tiempos cambiaron. González-Ruano se había convertido en el periodista más cotizado del país. Ya no era el poeta ultraísta que en los años veinte pululaba por los cafés de Madrid con el yerno de Unamuno. Ahora escribía en el Café Gijón. No por necesidad, sino por notoriedad. Vivía en un lujoso piso en la calle Ríos Rosas 54, junto a su compañero de tertulia, Camilo José Cela. El hijo de éste, Cela Conde, le recordaba en su infancia: “Siempre atildado, con un bigote finísimo, que le subrayaba de lado a lado el labio, las manos permanentemente cuidadas por la manicura, el pelo engominado y aires del marqués que llevó toda la vida en el fondo del corazón”.

(Foto. Café Novelty. Salamanca)

 

 

Librero de viejo en la Cuesta de Moyano. Madrid

 

El periodista César González Ruano

 

Miguel de Unamuno

 

Miguel de Unamuno y César González Ruano

 

 

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