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Fuerteventura. Una revisión a la biografía de Miguel de Unamuno

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Fuerteventura. Una revisión a la biografía de Miguel de Unamuno

 

(MURAL DE UNAMUNO EN PUERTO DEL ROSARIO – MATÍAS MATA – LP/DLP)

 

 

MIGUEL DE UNAMUNO MANTUVO ESTRECHAS  RELACIONES CON LA MASONERÍA Y LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE DERECHOS DEL HOMBRE

 

 

1.- Miguel de Unamuno, desterrado a Fuerteventura

2.- Cómo Unamuno conoció a los Castañeyra

3.- La carta que Unamuno nunca contestó

4.- Unamuno no volvió a Canarias

5.- La queja del doctor Goyanes Capdevila

6.- Miguel de Unamuno acudió a la masonería

7.- El gran maestre Luis Simarro

8.- Unamuno, presidente de la Liga de los Derechos del Hombre

9.- Después de Fuerteventura

 

 

1.- MIGUEL DE UNAMUNO, DESTERRADO A FUERTEVENTURA

“Y en llegando a Cádiz manifesté que tenía trazado un plan, consistente en no huir. no preguntar las razones o sinrazones de la medida tomada contra mí y no pagar gasto alguno. Y así lo cumplí”. Miguel de Unamuno. (Hojas Libres. Nº 5. 1927).

La Intrahistoria tiene la importancia que Unamuno le daba para desentrañar aquello que estaba detrás de los grandes personajes que posibilitaron los hechos más relevantes de la Historia. En esa labor investigadora se halla el periodista Raimundo García Paz, que en 2019 localizó la carta que desvela un punto de vista diferente sobre la situación de Unamuno en Fuerteventura. Ese documento supone el primer paso para una revisión de la Historia oficial de lo que resultó un buen negocio para unos y malo para otros. En cualquier caso, el Rector no fue el que salió peor parado. García Paz lo refleja en su trabajo El apoyo gallego a Unamuno cuando fue desterrado a Fuerteventura, aludiendo al origen de los principales protagonistas. Y, recientemente, el historiador Carmelo Torres ha recuperado ese hilo conductor en su obra Fuerteventura 1924, una meritoria autoedición.

Miguel de Unamuno y Rodrigo Soriano, su compañero de destierro, llegan a Las Palmas de Gran Canaria el día 3 de marzo de 1924 en el vapor Atlanta, procedente de Cádiz, tras una escala de algunas horas en Santa Cruz de Tenerife. Le esperaba Ramón Castañeyra Schamann para acompañarle a su destino de Puerto del Rosario (entonces, Puerto de Cabras hasta 1956).

Ramón Castañeyra formaba parte de una larga familia gallega, los Castañeira de Mondoñedo, de la provincia de Lugo, que se asentaron en Fuerteventura hacia 1850. Su padre, José Castañeyra Carballo, fundó el primer periódico de la isla en 1901, el semanario La Aurora, que se editó durante cinco años. Era una persona tan culta como su hijo Ramón, a quien encargó que diera a Unamuno todas las atenciones que precisara durante su estancia. Y lo primero que hizo fue alojar al Rector en la fonda Fuerteventura de Francisco Medina Berriel, con quien formaban una saga porque tres hijos de Francisco Medina se casaron con otros tantos descendientes de José Castañeyra.

 

2.- CÓMO UNAMUNO CONOCIÓ A LOS CASTAÑEYRA

Miguel de Unamuno conoció al padre, a José Castañeyra Carballo, por casualidad. Siendo adolescente su hija Victoria, los médicos de Las Palmas le había apreciado un bulto en la cadera que debía ser operado. Le aconsejaron que la reconociera el médico cirujano José Goyanes Capdevila, otro lucense de Monforte de Lemos, que tenía consulta en la calle de la Montera de Madrid. Padre e hija, acompañados por una señora, coincidieron en la sala de espera del doctor con Unamuno. Éste era amigo de Goyanes desde que les presentó el doctor Agustín del Cañizo, catedrático de Patología en la Universidad de Salamanca. Ambos facultativos habían sido compañeros de estudios en la Universidad Central de Madrid y alumnos del famoso médico Alejando San Martín y Satrústegui. Unamuno, Capdevila y Cañizo hicieron varias salidas a la Sierra de Guadarrama cuando el excursionismo en la naturaleza se convirtió en una moda para los intelectuales.

Entre los Castañeyra y el Rector pronto fluyó la conversación. Unamuno les recordó que en 1910 había estado en Las Palmas con ocasión de los Juegos Florales que se celebraron en la ciudad canaria, en los que participó como moderador. Y continuaron la conversación después de la consulta yendo a almorzar al cercano restaurante Lhardy en la Carrera de San Jerónimo, próximo al Congreso de los Diputados, posiblemente, pensando que no volverían a verse.

Sin embargo, cuando Unamuno fue detenido en Salamanca para ser conducido a Fuerteventura, su principal preocupación era que Primo de Rivera le enviaba al lugar que en aquellos años era considerado el más inhóspito de España, como el desierto del Sáhara. Fue entonces cuando se acordó de aquella familia majorera y de que su interlocutor, José Castañeyra, era el alcalde de Puerto del Rosario.

Momentos antes de salir de Salamanca, hizo una llamada el doctor Goyanes exponiéndole la situación para que se pusiera en contacto con Castañeyra recabando su ayuda. También llamó a su abogado Ángel Ossorio y Gallardo, antiguo ministro de Fomento con el conservador Antonio Maura. E igualmente, realizó otra llamada al doctor vasco Juan Madinaveitia Ortiz de Zárate, especialista en Psicología, que había escrito a Unamuno un telegrama de solidaridad en cuanto se enteró de la orden de destierro. A su ruego, los tres se hallaban en la estación de Atoche de Madrid cuando llegó Unamuno. El Rector les pidió ayuda económica para subsistir en la isla y ellos se comprometieron a proporcionarle los fondos que recolectaran de entre sus compañeros y amigos.

De esta manera, a Unamuno no le faltó de nada en la isla. Ramón Castañeyra Schamann, el hijo de don José, se convirtió en su anfitrión y mantuvieron una amistad que duró hasta que el Rector falleció, a juzgar por la correspondencia que guarda la Casa Museo Unamuno en Salamanca. Incluso, cuando ya se encontraba en París como exiliado, en 1925, la editorial Excelsior publicó su obra De Fuerteventura a París con la dedicatoria de la primera parte a Ramón Castañeyra, compuesta por 66 sonetos, añadiendo en la introducción: “Es justo que sea el nombre de usted el que primero vaya en cabeza de este libro doloroso… Sólo me resta enviarle, desde y a través del Atlántico, un largo y ancho abrazo y abrazar en usted a todos mis amigos de esa fuerteventurosa isla y a la isla misma”.

 

3.- LA CARTA QUE UNAMUNO NUNCA CONTESTÓ

Miguel de Unamuno dejó en Fuerteventura grandes amigos y algún incidente. Cuando regresó del exilio, se apresuró a difundir que había enviado un telegrama a Ramón Castañeyra, agradeciéndole el buen trato recibido. A la vista de aquello, el doctor Goyanes no pudo evitar escribirle una carta para decirle lo que había callado durante seis años:

Dr. José Goyanes Capdevila. Príncipe de Vergara, 88, Particular. 7 marzo 1930

“Querido D. Miguel,

Reciba V. mi cordial parabién por su regreso a España libre ya de las trabas de la dictadura.

Por la prensa me enteré de su telegrama al Sr. Castañeyra, recordando las atenciones que dicho Sr. le prestó durante el destierro en Fuerteventura.

Como recuerdo del éxito no me parece mal. Pero debo decirle que el Sr. Castañeyra y sus secuaces explotaron indecorosamente su confinamiento para exigir el pago de 6.000 ptas. a sus amigos de aquí de Madrid, y no contentos con ello, dicho Sr. me demandó a los tribunales y exigió el pago de otras 3.000 ptas. que tuve que abonar, por servicios a V. prestados en Puerto de Cabras.

Sólo el Sr. Ossorio y Gallardo conoce esta indigna comedia del Sr. Castañeyra, y hoy le escribo a V. para que lo sepa y juzgue de la conducta de esos Señores a quien V. se declara reconocido.

Que se halle bien entre los suyos le desea su affmo. amigo que le aprecia J. Goyanes”.

Aquella carta ponía a Unamuno en un compromiso. Pero su reacción fue la de llamarse a andana. No quiso saber nada de aquello y no la contestó. Además, envió un telegrama de gratitud a Ramón Peñate Castañeyra, otro miembro de la familia que entonces era el alcalde la localidad majorera.

Para Carmelo Torres, eso explica que los Castañeyra se desvivieron tanto por Unamuno, yendo a buscarle a Las Palmas y brindándole todo tipo de cuidados, lo que no sucedió con Rodrigo Soriano, el otro desterrado. Y añade que la cantidad de 6.000 pesetas por los cuatro meses de destierro eran una exageración, a las que luego se añadieron otras 3.000, si se tiene en cuenta que el salario medio de un trabajador en la isla era de dos o tres pesetas al día y que una moneda grande de oro de la época valía 100 pesetas. No hay constancia de contrato escrito. Pero, si el doctor Goyanes pagaba las facturas que Castañeyra le presentaba, la existencia de contrato, al menos verbal, era evidente.

Una comparación más. Ocho años más tarde, el gobierno de la República envió al anarquista Buenaventura Durruti a Fuerteventura también desterrado. Su situación era idéntica a la de Unamuno y se alojó en la misma fonda de Francisco Medina. El Estado pagó por él 1,75 pesetas diarias por la estancia y la manutención. Cómo se gestionaron aquellas 9.000 pesetas siempre será un misterio. El abogado Ossorio y Gallardo prefirió que la polémica no trascendiera para ocultar la identidad de los donantes y optó por mantener la discreción.

 

4.- UNAMUNO NO VOLVIÓ A CANARIAS

Unamuno dio a Ramón Castañeyra su palabra de volver a Fuerteventura. En una carta de 20 de febrero de 1925, el majorero se lo recuerda: “Todos esperamos confiadamente que cumplirá Vd. su promesa de volver a ésta. ¿Cuándo llegará ese día tan deseado? ¡Solo Dios lo sabe!”

En otra de 1932 sin más fecha, le insiste: “Acaricio la idea esperanzada de verle y quiera Dios que sea pronto; bien porque pueda V. realizar su ensueño por mí tan anhelado; o, caso de no ser esto posible, haré cuanto pueda de mi parte por emprender un viaje a esa península para estar unos días con V. y volver a abrazarle con análoga emoción a la que lo hice el 9 de julio de 1924”.

Y el 22 de abril de 1936 Unamuno le repite su deseo: “¡Cuánto me acuerdo de su bendita isla! ¡Cuántas veces pienso que estaría mejor ahí, en Puerto Cabras, o en la Oliva, o en Pájara, o en la Antigua, o en Betancuria! ¿Cuándo podré volver y darle un abrazo ahí?”

Carmelo Torres enfatiza el hecho de que don Miguel nunca pisara Fuerteventura, tras su regreso triunfal a tierras españolas en 1930. Por el contrario, sí volvió a París. No cumplió su palabra, aquel compromiso plasmado en la dedicatoria a Ramón Castañeyra en el libro De Fuerteventura a París: “Les prometí a ustedes volver a esa isla y si Dios, el de mi España, me da vida y salud, volveré. Volveré con el cuerpo, porque con el alma sigo ahí”.

 

5.- LA QUEJA DEL DOCTOR GOYANES CAPDEVILA

El doctor José Goyanes Capdevila escribió una serie de artículos sobre Unamuno en la revista Gaceta Médica Española. No quiso que aquel asunto de los Castañeyra de Fuerteventura pasara desapercibido y en uno de ellos, el correspondiente al núm. 85-86 de 1954, señalaba:

“El día que salió don Miguel para su destierro recibí una llamada telefónica: era el que hablaba el propio don Miguel, para notificármelo y rogarme que acudiera a mediodía a la estación de Atocha. Le habían boicoteado el teléfono de su residencia, pero desde otro le fue posible llamar a dos o tres amigos; y, en efecto, en la estación sólo nos hallábamos el doctor Madinaveitia, el señor Ossorio y Gallardo y el que esto suscribe, además de unos pocos estudiantes de medicina.

Y don Miguel me dijo: ‘Usted tiene en Fuerteventura un amigo que le estima; escríbale para que me atiendan allí’. Así lo hice de seguida, y, al efecto, nos reunimos unos cuantos amigos acordando ayudar a financiar sus gastos. Así se hizo.

Pero las minutas llegaron a ser tan cuantiosas, que todos mis amigos se opusieron a continuar dando sus estipendios, por lo cual se suspendió el envío de nuevas cantidades, con la consecuencia de recibirse del ‘caro amigo’ de Fuerteventura un exhorto en uno de los Juzgados de Madrid. Demandó el pago de unos miles de pesetas, basada la demanda en la carta mía. Consultado el caso con Ossorio, éste aconsejó pagar, pues las órdenes de arriba serían inapelables …y así se hizo”.

 

6.- MIGUEL DE UNAMUNO ACUDIÓ A LA MASONERÍA

El interés por la biografía de Unamuno ha ido en aumento en los últimos años, en parte debido al creciente estudio de su inmensa obra por los especialistas. Los lectores empiezan a preguntarse sobre muchos aspectos ilógicos de su vida cotidiana, al margen de la influencia que pudiera tener en él la filosofía de Kierkegaard.

Uno de esos puntos grises es la decisión que toma de que su destierro en Fuerteventura fuera sufragado por el Estado cuando sabía que no era factible, porque el Directorio buscaba perjudicarle en su patrimonio. Y, por otra parte, la forma errática con que pensaba hacer frente a esos gastos. Llama la atención que Unamuno rechazara la ayuda que le ofreció M. Éduard Herriot, primer ministro de Francia, en representación de su gobierno, o la del acaudalado magnate bilbaíno Horacio Echevarrieta, propietario de la industria naval Astilleros de Cádiz.

La explicación era la existencia de dos importantes entidades respaldando a Unamuno: la masonería española y la Liga de los Derechos del Hombre. La masonería estaba por todas partes. A la vez era un poder y un contrapoder transversal en el Gobierno y fuera de él, en la Monarquía o en la República, que en política fomentaba la democracia liberal.

El Rector estaba rodeado de amigos masones, a los que llamó para que fueran a recibirle a la estación de Atocha, como Ossorio y Madinaveitia, y sus posteriores compañeros de tertulia en el café La Rotonde de París: Carlos Esplá, Eduardo Ortega y Gasset, Blasco Ibáñez… Y para para completar el círculo, también lo era Ramón Castañeyra, que perteneció a dos logias masónicas, la de Tenerife y la de Fuerteventura. Por eso, la comunicación entre todos ellos era tan fluida.

Y siguiendo a los anteriores, en 1928, cuando Unamuno se encontraba exiliado en Francia, su hijo Fernando, después de haber enviudado, ingresó en la logia La Amistad de Valladolid con el grado de Maestro. La vida del primogénito de Unamuno, que era arquitecto en Palencia, estuvo marcada por la escuadra y el compás, por los ideales masónicos y por su afinidad al Partido Republicano Radical Socialista desde 1929, colaborando al igual que su padre en el diario República.

Pero Miguel de Unamuno, que no se sometía a ideologías ni a directrices de partidos, siempre manifestó que no sabía nada de la masonería. Les denominaba “los del mandil” por la pieza de cuero que usaban a modo de delantal en sus rituales, que llevaba un reborde característico, unas veces para adentro y otras para afuera. Singularmente, a Manuel Azaña le llamaba “el del mandilón”.

 

7.- EL GRAN MAESTRE LUIS SIMARRO

Cuatro años antes, Miguel de Unamuno ya había pedido ayuda a la masonería. Se le había juzgado en los tribunales de Valencia por dos delitos de injurias contra el Rey y la Reina Madre, de los que salió condenado con la pena de 16 años de cárcel y una multa de 1.000 pesetas. Unamuno acudió al doctor Luis Simarro, Gran Maestre del Grande Oriente Español, que al mismo tiempo era presidente de la Junta de la Liga Española para la Defensa de los Derechos del Hombre, para que realizara una amplia campaña en su favor a nivel nacional.

Luis Simarro remitió una circular a todos los representantes de la citada Liga Española, acompañada de una carta modelo para que la enviaran a todos los directores de periódicos de sus respectivas ciudades para su publicación. La circular señalaba que la carta, que ya había sido publicada en los diarios liberales de Madrid, respondía “a la defensa de un atropello por la razón de exponer leal y noblemente en la prensa su pensamiento”. E iba firmada por Luis Simarro, como Gran Maestre, y por el secretario general, José Lescura, cuya intervención sería más tarde decisiva en el asunto de Fuerteventura.

La carta que se publicó por la prensa aludía a que se trataba “del amparo de la libertad de pensar… atropellada en la persona del catedrático de la Universidad de Salamanca, el eximio escritor Sr. Unamuno, que durante veinte años ha influido poderosamente en la dirección espiritual de la cultura de España y de todos los países de lengua española… La Liga Española cuenta con el apoyo de sus confederadas Ligas francesa, belga, italiana y portuguesa… Ruega a las personas, sean o no miembros de la Liga, que quieran prestar su adhesión a esta campaña, que lo comuniquen al doctor Simarro (General Oráa 5, Madrid). Firmado. Luis Simarro. Madrid, 14 de septiembre de 1920”.

Simarro dio instrucciones al mencionado abogado masón Ángel Osorio y Gallardo para que recurriera ante el Tribunal Supremo las sentencias de la Audiencia Provincial de Valencia que condenaban a Unamuno. Pero el gobierno, viendo que un escándalo podía trascender al ámbito internacional, publicó en el diario oficial un decreto por el que amnistiaba todos los delitos de imprenta, incluyendo los cometidos por el Rector, dejando sobreseídos los procedimientos y sin efecto las sentencias.

Pocos meses después el doctor Simarro falleció. Había sido un erudito muy prolífico, un librepensador amante de las letras, del arte y del liberalismo. Colaboró con el republicano Blasco Ibáñez en la creación de la Universidad Popular de Valencia y con Manuel Bartolomé Cossío dando clases de Psicología en la Institución Libre de Enseñanza. Fue amigo de pintores, como Joaquín Sorolla, y de escritores como Juan Ramón Jiménez, a quien tuvo en su propia casa, en la calle Conde Aranda num.1, junto al Retiro, tratándole de sus dolencias cuando ambos enviudaron prácticamente a la vez.

En sus últimos momentos, la persona de su máxima confianza era el doctor Madinaveitia, el tercero de los convocados por Unamuno en la estación de Atocha con el doctor Goyanes y el abogado Ossorio. cuando partía al destierro. Luis Simarro le había nombrado albacea de sus últimas voluntades. Gregorio Marañon, que había sido alumno suyo, le llamaba “el santo laico” por su magnanimidad con todos.

 

8.- UNAMUNO, PRESIDENTE DE LA LIGA DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE

El doctor Luis Simarro también había fundado en 1913 la Liga Española de los Derechos del Hombre, a semejanza de la creada en Francia en 1898, como una defensa de los ciudadanos frente a los abusos del poder y de la llamada ‘razón de Estado’. El artículo primero de los estatutos decía que su objeto era “la intervención en defensa de sus afiliados, cuando con ellos se cometiese una arbitrariedad o una injusticia relacionadas con los fines de esta Asociación”. En base a ello, en 1920 organizó la intensa campaña descrita en pro de Miguel de Unamuno que movilizó a miles de ciudadanos.

Tras su muerte se imponía la sucesión en las dos organizaciones hermanas y paralelas, el Grande Oriente Español, que aglutinaba a más de cien logias de todo el país, con unos 16.800 miembros, y la Liga Española de los Derechos del Hombre, que venía a ser un ente internacional al estar federada con otras Ligas europeas. Los sucesores fueron Augusto Barcia, como Gran Maestre del Grande Oriente, y Miguel de Unamuno, como presidente de la Liga, que procedió a su refundación. De esta forma, Unamuno alcanza un alto poder de convocatoria en un amplio sector de la sociedad española que acudiría en su auxilio en los momenyos más cruciales.

Y los vínculos personales continuaron. Durante la República, Augusto Barcia fue presidente del Ateneo de Madrid y Unamuno le sucedió en el cargo. Por otra parte, el Rector consigue que ingrese en la Liga José Lescura, el ya citado secretario del Grande Oriente Español con Luis Simarro. Lescura era el Gran Maestre de la masonería española en 1924 cuando el Rector fue desterrado.

Una mención más. Unamuno tuvo como secretario de la Liga a otro de los que estuvieron en la estación de Atocha para despedirle, Eduardo Ortega y Gasset, el hermano masón del filósofo, con quien luego compartió la “peña” del café La Rotonde de París, lo que algunos historiadores han llamado “Comité Revolucionario de París” y “Movimiento de Resistencia”.

 

9.- DESPUÉS DE FUERTEVENTURA

Cuando Unamuno deja Fuerteventura y marcha a Francia en calidad de exiliado se repitió el mismo mecanismo de apoyo que en España. En el puerto de Cherburgo le aguardaba el historiador Alphonse Aulard, manifiesto masón y representante del consejo de administración del diario de ideología liberal Le Quotidien, que había financiado su salida.

Aulard le condujo a la sede de la Liga Internacional de los Derechos del Hombre, de la que había sido cofundador en 1898. A través de una intensa campaña de prensa y movilizaciones había conseguido convertirla en un fuerte grupo de presión para crear en 1922 la Federación Internacional de Ligas, de la que formaba parte la española y su presidente Miguel de Unamuno. Allí, entre otros muchos dirigentes de organizaciones sociales, también se encontraban M. Labbé, secretario de la Liga Francesa, en nombre de su presidente Ferdinand Buisson, a su vez, presidente de la Asociación de Libre Pensamiento, y Louis Hascoet, gran maestre de la logia francesa Solidaridad.

Tras la caída de la Dictadura en 1930, Unamuno regresó a España y continuó siendo presidente de la Liga Española hasta 1932. Culpaba a Manuel Azaña de haber introducido en ella la política de los partidos radicalizándola, lo mismo que hizo con la República hasta que se le fue de las manos. El abandono del Rector fue causado por el inevitable enfrentamiento con Azaña, siendo sustituido por el abogado Carlos Malagarriga.

En cuanto a su hijo, Fernando de Unamuno, tras la Guerra Civil fue juzgado por el Tribunal Especial para la represión de la Masonería y el Comunismo, como consecuencia de la incautación de la documentación existente en las logias masónicas. Le abrieron tres expedientes en los años 1943, 1944 y 1945, de los que resultó absuelto.

Finalmente, respecto del doctor Goyanes Capdevila, tras el golpe de estado de 1936, dado que era una eminencia en Cirugía, las nuevas autoridades no consideraron de utilidad depurarle o eliminarle y procedieron a su militarización. Fue nombrado capitán-médico accidental, destinado a Salamanca poco después de la muerte de Unamuno. Le asignaron el tratamiento de los heridos de guerra, de lo que terminó muy afectado. Al finalizar la contienda civil volvió a Madrid, consiguiendo que el Colegio de Médicos le readmitiera para ejercer su profesión mediante el aval del general Millán Astray, a quien había conocido en la capital charra. En 1945, abandonó la medicina y se dedicó a labores sociales y culturales, trasladándose a Santa de Cruz de Tenerife, donde murió en 1964.

A principios del siglo XX, la nómina de eminentes personalidades existentes en el campo de la Medicina era muy amplia, un gran número de catedráticos e investigadores, todos ellos humanistas, que tomaron impulso al albur de la concesión del Premio Nobel a Santiago Ramón y Cajal y cuyos conocimientos trasladaban a los compañeros del medio rural. Se echa en falta un estudio sobre la Generación de Médicos del 98 independiente de la Historia General de la Medicina.

 

 

Dr. José Goyanes Capdevila

 

Ángel Ossorio y Gallardo

 

Dr. Juan Madinaveitia Ortíz de Zárate

 

Dr. Luis Simarro Lacabra. Retrato de Joaquín Sorolla

 

Circular del Dr. Luis Simarro pidiendo apoyo para Unamuno

 

Semanario La Aurora. Nº 1. Fuerteventura

 

Ramón Castañeyra Schamann CF

 

Victoria Castañeyra Schamann CF

 

Tertulia unamuniana en la puerta de la casa de Ramón Castañeyra. CMU

 

Alphonse Aulard

 

Ferdinand Buisson

 

El Dr. Simarro investigando. Museo Sorolla. Madrid

 

 

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