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Ramón Castañeyra recuerda a Miguel de Unamuno en Fuerteventura

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Ramón Castañeyra recuerda a Miguel de Unamuno en Fuerteventura

 

 

RAMÓN CASTAÑEYRA REMEMORA EL MODO DE VIDA DE MIGUEL DE UNAMUNO DURANTE SU DESTIERRO EN FUERTEVENTURA

 

 

Ramón Castañeyra Schamann acogió con todo afecto a don Miguel de Unamuno cuando en 1924 estuvo desterrado en Fuerteventura. Le cedió la biblioteca de su casa, la mejor colección de libros de la isla, para que libremente leyera, escribiera sus artículos de prensa, contestara a las numerosas cartas que a diario recibía y mantuviera una tertulia diaria sobre literatura. Ambos forjaron una amistad imborrable, manteniendo una correspondencia epistolar que duró hasta que el Rector falleció.

En 1932, don Miguel escribió una carta a Ramón Castañeyra a Puerto del Rosario en la que, entre otras cosas, le decía: ”Nunca podré olvidar que fue allí, y gracias a usted y a su librería, como releí a Galdós y aprendí a conocerlo. Pues le debo declarar que, aún cuando yo conocí y traté a don Benito, mi verdadero conocimiento de su obra data de mi estancia en esa isla”.

Por su parte, Castañeyra le confiesa: “Cuando leo y releo sus discursos y conferencias me siento orgulloso y envanecido porque se me figura que a mí también me alcanza algo de su gloria, perdóneme esta digresión, por cuanto una parte de su alma quedó aquí en esta bendita isla y de esa parte por lo menos una partícula me pertenece. En un orden más íntimo, siento por usted no sólo veneración, sino también el cariño respetuoso que se tiene a un padre”.

Pasaron los años. El día 12 de diciembre de 1964 los directivos del Casino El Porvenir de Puerto del Rosario (Puerto de Cabras hasta 1956) organizaron un merecido homenaje al Rector. En él participó Ramón Castañeyra con su charla A la memoria de don Miguel de Unamuno en el centenario de su nacimiento, rememorando los cuatro meses que hubo de permanecer confinado en la isla:

“Unamuno se levantaba muy temprano y seguidamente subía a la azotea para leer la Biblia durante un par de horas. A continuación, se desayunaba, empezando la tarea de cada día. Aquí escribió gran parte de su libro De Fuerteventura a París y nos dio a conocer los sonetos que dedicó a esta isla cuando ‘lloraban su trágico primer llanto’, como expresa en la carta-prólogo del mismo. Colaboró en varios periódicos de diversos países.

A la una almorzaba y después leía o contestaba la numerosa correspondencia que recibía. A las siete de la tarde terminaba su diario quehacer y venía a buscarnos para dar el paseo que se hizo costumbre y se prolongaba hasta las nueve de la noche. Los temas elegidos giraban en torno a la poesía. Tenía en su magín versos de los poetas más destacados de todos los tiempos, y en atención preferente de Carducci, Guerra Junqueiro, Antero de Quental, Verdaguer, Maragall…

La impresión en él dominante era de una inflexible concentración de la voluntad y de la mente. Bagaría, caricaturista genial, representó una vez a Unamuno como un mochuelo. Certera penetración del carácter porque todo ese torbellino de vitalidad estaba atravesado por la inmovilidad de dos ojos clavados en la noche espiritual. Y esta intensa mirada fija en el misterio, era el eje de acero en que el espíritu de don Miguel giraba desesperadamente. Su tónica fundamental fue la concentración de toda su alma en el misterio del destino del hombre.

Hay algo de la austera entereza de San Ignacio de Loyola en su Sentimiento Trágico de la Vida. Heredero de aquellos grandes españoles que consagraron su vida a la exploración de los reinos de la fe, vivió acongojado por haber perdido el fondo firme en que ellos tenían su anda segura. y, sin embargo, solo en el mundo moderno, se negaba a dejarse distraer de la tarea esencial del cristiano, la salvación de su alma, que, en su interpretación significaba la conquista de la inmortalidad, de su propia inmortalidad. Unamuno tiene en sus libros los implacables pensamientos de un torturado que niega, y las desesperadas afirmaciones de un alma sedienta de vida eterna. Como creador no tenía los defectos del que no siente hondamente; pero sí los del hombre que no puede dominar su pasión.

Como poeta debemos considerarlo robusto y denso por la elevación de sus más inspiradas concepciones. Su poesía alta, serena, concisa, fue yunque de superior actividad intelectual, estimulada por el tesoro de una cultura secular vastísima. En Muere en el Mar el ave que voló del buque la emoción y el pensamiento aparecen fundidos en una forma exquisita. Y en la que tituló El Desierto está todo entero, don Miguel con su sed insaciable de perennidad.

De palabra y por escrito estimó lugares predilectos para su reposo eterno, Montaña Quemada, Playa Blanca, o el Peñasco que se adentra en la sabana líquida azulada. Las noches de luna le agradaba tenderse en la finísima arena de Playa Blanca, y procuraba que sus pies quedaran muy cerca de la orilla, contemplando con singular deleite el flujo y reflujo de la inmensidad marina, que luego asociaba a sus pensamientos acunados con el suave rumor de las olas. El diario paseo en la dirección de la rosa de los vientos que elegía don Miguel, se continuó hasta la víspera de su marcha. Cuando llegó la hora de la despedida, en el momento de subir al bote que lo trasladó al buque que lo esperaba fondeado en la bahía de Calefuste, dejó esta isla llorando. Dejaba raíces de roca y raíces en la roca. Nosotros experimentamos honda angustia que se prolongó hasta después de desaparecer en el horizonte el navío que vino en su búsqueda”.

Retrato de Miguel de Miguel de Unamuno. Antonio Varas de la Rosa

 

 

Ramón Castañeyra Schamann (Cabildo Fuerteventura)

 

La caricatura de Unamuno a la que se refiere Castañeyra. (Bagaría. CMU)

 

 

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