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El destierro de Miguel de Unamuno. De Salamanca a Cádiz

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El destierro de Miguel de Unamuno. De Salamanca a Cádiz

 

 

ORDENADO EL DESTIERRO DE UNAMUNO, LA POLICÍA LE DETUVO EN SALAMANCA PARA TRASLADARLE A LA ISLA DE FUERTEVENTURA

 

 

 

1.- Las causas del destierro

2.- La carta de Américo Castro

3.- La detención de Miguel de Unamuno

4.- El traslado de Salamanca a Cádiz

5.- En el hotel de Cádiz

6.- El visitante cuyo nombre Unamuno oculta

7.- Horacio Echevarrieta le ofrece ayuda

8.- Rodrigo Soriano, compañero de destierro

9.- Protestas y connivencias con el destierro

10.- Unamuno es llevado a Lanzarote

 

 

1.- LAS CAUSAS DEL DESTIERRO

Miguel de Unamuno era filósofo, poeta, dramaturgo, novelista, docente… pero no diplomático. Tanto en la prensa, como en sus disertaciones en el Ateneo de Madrid, se dirigía a Alfonso XIII como “el ganso real”, y al jefe del gobierno, el general Primo de Rivera, como “un peliculero con menos juicio que un renacuajo” y otras expresiones similares. Tras el golpe de estado “por orden real”, el nuevo régimen se convirtió en una dictadura y él parecía buscar el choque frontal.

Los ataques a la Corona por parte de Unamuno fueron continuos desde 1914, año en que fue cesado por el ministro Francisco Bergamín como Rector de la Universidad de Salamanca sin expediente alguno. En desagravio, sus compañeros le nombraron vicerrector y decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Sin embargo, Unamuno no lo aceptaba y la emprendió contra Primo de Rivera por sus amoríos con La Caoba, su bailarina cocainómana protegida.

 

2.- LA CARTA DE AMÉRICO CASTRO

La gota que colmó el vaso fue una carta privada que Unamuno dirigió a su amigo Antonio García Solalinde, filólogo toresano, de la que circularon varias copias y que, por extrañas circunstancias, apareció publicada en la revista mensual Nosotros de Buenos Aires, que dirigían los escritores Alfredo Antonio Bianchi y Julio Noé, así como en varios periódicos de Montevideo. En ella, se refería al Rey en los siguientes términos: “Yo creí que ese ganso real no era más que un botarate sin más seso que un grillo, un peliculero tragicómico, pero he visto que es un saco de ruines y rastreras pasiones”. E igualmente criticaba al entonces subsecretario de Fomento, el general Severiano Martínez Anido y al general Primo de Rivera, calificando al Directorio gubernamental que presidía como “suspensorio vaginal”. La carta fue enviada por el embajador español en Buenos Aires al gobierno en cuanto que cayó en sus manos.

Se difundió que su destinatario y quien la publicó había sido el historiador Américo Castro, que desde el año anterior trabajaba en la facultad de Filosofía y Letras bonaerense. Castro recibió numerosas críticas por su supuesta deslealtad al Rector y pasó un mal trago. Tuvo que dar explicaciones el 4 de abril de 1924 en el diario hispano La Prensa de Nueva York y personalmente a Unamuno por carta. Éste le contestó a vuelta de correo disipando cualquier duda, diciéndole: “Estoy muy agradecido a quien lo publicó, ya que con ello me hizo un gran favor y un gran daño al Directorio”.

Unamuno siempre creyó que había sido Castro. Así se lo transmite por carta a su amigo el doctor Hipólito Rodríguez Pinilla. Pero, la contestación del ex Rector avala la hipótesis de que Unamuno pretendía un enfrentamiento que tuviera trascendencia. Otra explicación no tiene que guardara silencio ante tamaña especulación a medida que se convertía en una bola de nieve. Más tarde, se pudo comprobar que el verdadero autor fue Ernesto Matons, un médico que había sido colaborador con Unamuno en el periódico La Lucha de Barcelona.

 

3.- LA DETENCIÓN DE MIGUEL DE UNAMUNO

En la Gaceta de Madrid del día 21 de febrero de 1924 apareció una real orden del Ministerio de Instrucción Pública firmada el día anterior que señalaba:  «habiéndose acordado por el Directorio Militar el destierro a Fuerteventura de don Miguel de Unamuno, cese dicho señor en los cargos de Vicerrector de la Universidad de Salamanca y Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma, y quede suspenso de empleo y sueldo como catedrático de la expresada Universidad”.

El Rector tuvo conocimiento de la orden de destierro por la prensa, sin que hubiera mediado ningún expediente contra el sancionado. Se hallaba paseando por la Plaza Mayor de Salamanca con su amigo Casto Prieto Carrasco, cuando se acercó al tablero de las últimas noticias que el diario El Adelanto colocaba en una de las columnas bajo el Ayuntamiento.  Inalterable, tras leerlo se dirigió a la sede del Instituto Nacional de Previsión a ver a su también amigo Filiberto Villalobos, que entonces era el delegado provincial. Ambos marcharon a su casa. Y allí, sarcásticamente le dijo a Villalobos: “Si la pena que se me impone es la de destierro, estoy pensando que antes marcharé a Coímbra y luego adelantaría los viajes que tengo en proyecto a Italia y Buenos Aires”.

Unamuno dio la última clase en la Universidad a dos señoritas y, al finalizar, simplemente dijo: “Para el próximo día, la lección siguiente”. El pasillo estaba lleno de estudiantes, que habían dado comienzo a una huelga. Poco después, fue detenido en su casa por la policía, que no había mostrado ninguna prisa en cumplir la orden. Unamuno pudo haber huido a Portugal si él hubiera querido o, como deseaba el gobierno, para desahacerse de él. Y aún tuvo tiempo de escribir los dos primeros sonetos de su obra De Fuerteventura a París, que publicaría en 1925 en la capital francesa.

Como quien se va por unos días, partió con lo puesto: “con su traje azul marino oscuro, chaleco del mismo color y subido hasta el cuello, con su sombrerillo negro redondeado y zapatos también negros, todo ello en menos de medio uso”. No llevó equipaje. Tan sólo tres libros de bolsillo: un Nuevo Testamento original en griego con hojas en papel cebolla, la Divina Comedia de Dante y las Poesías de Leopardi, además de varias condecoraciones recibidas durante los últimos años.

 

4.- EL TRASLADO DE SALAMANCA A CÁDIZ

Unamuno fue llevado a la estación de ferrocarril de Salamanca, donde se despidió de los salmantinos diciendo: “Volveré, no con mi libertad, que nada vale, sino con la vuestra”. El día de su partida la ciudad se solidarizó con él mediante un cierre del comercio, y un artículo censurado escrito por Leoncio Martín Pérez, poeta y profesor de Francés corrió de mano en mano. Varios amigos le acompañaron hasta Medina del Campo, como Antonio Trías Pujol, Casto Prieto Carrasco, Filiberto Villalobos y Agustín del Cañizo, de la facultad de Medicina. Wenceslao Roces, de la de Derecho, lo hizo hasta Madrid.

En la estación del Norte de la capital (hoy Príncipe Pío) la policía efectuó diversas cargas contra el gentío que había ido a recibirle, en su inmensa mayoría estudiantes, convocados por unas octavillas que circularon con rapidez, lo que provocó desórdenes durante varios días por las calles de Madrid y los alrededores de la Universidad. El escrito decía: “Estudiantes, la indigna Dictadura que preside Primo de Rivera ha atropellado a uno de los ciudadanos más preclaros de la Patria española, al maestro Miguel de Unamuno. Acudamos todos a la estación del Norte para demostrarle nuestra adhesión, que significa al propio tiempo nuestra protesta contra la Dictadura”.

Debido a que el tren llegó de madrugada con tres horas de retraso a la estación,, donde estoicamente le esperaba una representación del Ateneo de Madrid, tuvo que pernoctar en el Hotel Imperial.

A la mañana siguiente, prosigue hasta Sevilla. En Tomelloso encuentra a Francisco Martínez Ramírez, director del ferrocarril de Argamasilla a Tomelloso y conocido como El Obrero de Tomelloso, por haber fundado con esa cabecera el primer periódico de la ciudad, aunque en realidad se trataba un empresario. Unamuno relata en sus notas que le dicta “los dos sonetos” (es de suponer que se refiera a los dos primeros mencionados de su obra De Fuerteventura a París, que había escrito antes de salir de Salamanca). Y continúa anotando lo que percibe en el trayecto: el paso de Despeñaperros, cimas nevadas, arroyos, campesinos, la paz del campo, el recuerdo de los bandidos leyendarios de Sierra Morena… En Sevilla pernoctó en la casa de Demófilo de Buen y Lozano, que había sido catedrático de Derecho Civil en la Universidad de Salamanca, de lo que su esposa doña Paz da noticia por carta a doña Concha Lizárraga, esposa de Unamuno.

Y de nuevo, en tren a Cádiz. Numerosos estudiantes le aguardan en silencio, porque cualquier manifestación está prohibida y, por otra parte, también allí se halla el gobernador civil, que sube al tren para explicarle a Unamuno los pormenores de su estancia en la ciudad.

Para su alojamiento, es conducido al Hotel Suizo de la calle popularmente conocida como Ancha, número 33, de la que decía que “no es ancha, sino todo lo contrario”. Se trataba de un lujoso establecimiento inaugurado apenas dos años antes, cuyo propietario era don Andrés Ballester. En su presencia, Unamuno le advirtió que no iba a pagar la cuenta, añadiendo: “Que la paguen esos, que sabrán por qué me traen”. Ballester sólo le pidió que se registrara porque sabía que detrás había alguien que se haría cargo de ella. Cuando Unamuno abandonó el hotel, le regaló una de sus condecoraciones personales en muestra de agradecimiento.

 

5.- EN EL HOTEL DE CÁDIZ

En Cádiz permaneció ocho días de confinamiento absoluto, con la policía en la puerta, sin que pudiera pasear por las calles de la ciudad, aunque ya había estado allí en 1910. Tan sólo pudo subir a la azotea para ver el océano y los pueblos de la bahía próximos. En aquella terraza charlaba con el propietario de la colindante, el jefe del Partido Reformista gaditano Manuel Rodríguez Piñero, con cuyos hijos se entretenía elaborando pajaritas.

Aquel lugar en la altura se convirtió en su pequeño mundo. Tomaba el aire y el sol, percibía cerca “el océano de plata”. Vislumbraba Rota, Puerto Santa María, Puerto Real, San Fernando… la Catedral. Y escribe sus sensaciones y divagaciones: “No se ve un perro por la calle”, “un negro, uno con aspecto de mendigo que se queda contemplando el escaparate de una relojería”, “enfrente un bizarro comandante cuida canarios y acaso los instruye en la instrucción. Apoyando el codo en la barandilla con su cigarrillo, mira como enamorado a las jaulas. Con gorrita, gafas, pantalones muy anchos pliegues marsupiales en el trasero. Vienen a su azotea pájaros libres que no saben la instrucción, pájaros con patria. Tiene un aparato que no sé si será para registrar algún accidente meteorológico o una trampa para reclutar pájaros de entre los libres. La azotea es su zona de reclutamiento. El coronel de la zona de reclutamiento de los pájaros. Les echa trigo para atraerles. No sé si les hace jurar la bandera. Vela por la disciplina, que no es justicia. Eso de justicia no es en la milicia”.

Ya dentro de la habitación continua musitando:  “Quiero ver al Gobernador, pero él no me lo facilita. Es que acaso tiene miedo de tener que hablar y no gruñir órdenes”, “orden a la policía de decir quienes me visitan. La finalidad, amedrentar a los cobardes, que son casi todos los españoles, para poder decir que no me visita casi nadie, que estoy aislado, como pesimista”, “al anochecer, tendido en la cama, ataque de eternidad. Voy a hacer 60, te puede quedar la probabilidad de 20 más a lo sumo. Recuerdo 40, cómo han pasado estos 20. Mírate al espejo”.

Sigue pensando cuando conoció a los niños de la azotea aledaña: “Un chiquillo como de 12 a 14 años me ve desde una azotea próxima. Le tiro bolitas de pan, saca un cuadernito y se pone a dibujar mirándome. Ya tengo un nuevo amigo. Cuando llegue a mi edad, ¿cómo se acordará de esto? Me ofrezco de modelo, me dice que me ponga espaldas al sol, mirando a poniente y luego, ¡gracias! Una chiquilla trepando como una gatita por aquellas paredes. Le pregunto qué estudian: Historia de España. ¿Antigua o de ahora? De ahora. Me despido de los dos pequeñuelos. ¡Usted lo pase bien! ¡Dios les bendiga! La hermanita del dibujante que estudia Historia de España, con un libro me sonríe enseñando sus dientes muy blancos. Les hago una pajarita con hoja oficial y se la echo con una piedra. A mis amiguitos de la azotea”.

Y hace observaciones con un existencialismo innovador: “Una pobre planta rastrera, como otras, que nace entre las junturas de los ladrillos del piso, lo único vivo conmigo, en la azotea”. Evoca una angustia vital  premonitoria de El Extranjero de Camus: «Pensé a menudo entonces que si me hubiesen hecho vivir en el tronco de un árbol seco, sin otra ocupación que la de mirar la flor del cielo sobre la cabeza, me habría acostumbrado poco a poco».

 

6.- EL VISITANTE CUYO NOMBRE UNAMUNO OCULTA

En uno de esos días, recibió la visita de una persona que le ofreció el indulto si se retractaba. Más tarde Unamuno dejó meridianamente claras sus intenciones: “En Cádiz manifesté que tenía trazado un plan, consistente en no huir. No preguntar las razones o sinrazones de la medida tomada contra mí y no pagar gasto alguno. Y así lo cumplí. En los ocho días que estuve en Cádiz confinado en un pequeño hotel, no recibí más que una sola visita. Fue, de seguro, a ver si hallaba resquicio para entablar el arreglo. Porque ya para entonces los tiranuelos se habían dado cuenta de su torpeza y buscaban la componenda”.

Aquel visitante a que se refería Unamuno era Miguel de Maeztu Whitney, hermano de Ramiro de Maeztu, quien en nombre del general Martínez Anido le propuso un arreglo para levantar el destierro que el ex rector rechazó, según posteriormente le relató al periodista César González Ruano. Ramiro de Maeztu había justificado la medida adoptada por Primo de Rivera contra Unamuno en varios artículos. Según Maeztu, Unamuno inicia su campaña contra el Rey en 1915 cuando quiso ser recibido por el monarca sin resultado, afirmando que “el ego de Unamuno no estaba acostumbrado a que le rechazaran”.

Unamuno relata este trance en su obra De Fuerteventura a París ocultando el nombre de Miguel de Maeztu debido a las buenas relaciones que siempre mantuvo con la familia, a quienes conoció en su juventud en Bilbao, a pesar de las posiciones conservadoras de Ramiro y de su hermano el pintor Gustavo, con quien había colaborado en 1908 en la elaboración del semanario cultural bilbaíno El Coitao. En cuanto a María, hermana de los tres y de Ángela, que a los veinte años era Maestra Superior, cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca como alumna libre por mediación de Unamuno. Vivió en la casa del Rector durante dos años, dándole clases particulares y tratándola como una hija más.

 

7.- HORACIO ECHEVARRIETA LE OFRECE SU AYUDA

Posteriormente, Unamuno escribiría a su hijo Fernando desde Paris, diciéndole que en Cádiz hubo alguna visita más, pero que la policía “pedía los nombres a los que venían a verme y consiguieron espantar a muchos. Es el procedimiento de la mala bestia de Anido que es el que sostiene este tinglado”. Una de ellas fue la del catedrático de Fisiología Leonardo Rodríguez Lavín, prestigioso doctor preocupado por los problemas sociales de Cádiz, a quien ya conocía desde 1910. En aquella ocasión, Lavín le recibió en la estación y le enseñó la ciudad, incluida la Facultad de Medicina. Se trataba de un itinerario muy similar, pues Unamuno también iba de paso hacia las Islas Canarias para asisitir a los Juegos Florales de Las Palmas.

Y quizás la más importante en ese momento fuera la de Juan Antonio Aldecoa, enviado por Horacio Echevarrieta, propietario de la industria naval Astilleros de Cádiz, donde se construyó el buque escuela Juan Sebastián Elcano. Aldecoa le tranquiliza respecto a la situación económica de su familia asegurándole que no les faltaría de nada. Echevarrieta le anuncia por telegrama que le envía 10.000 pesetas para los gastos del destierro, pero Unamuno no lo acepta alegando que eso le corresponde al Estado, porque él no está allí voluntariamente. Incluso, el Rector le hace entrega a Aldecoa de la cantidad de 2.700 pesetas previendo que las necesitaría, un dinero que había llevado desde Salamanca, para que las guarde en depósito, recibiendo el justificante firmado, quedándose tan sólo con 150 pesetas.

Horacio Echevarrieta era un magnate y un prócer, bilbaíno como Unamuno, que participaba con su capital en todos los sectores de la industria española, como la construcción de la Gran Vía de Madrid o la de centrales hidroeléctricas en el Duero entre España y Portugal. Era propietario del diario El Liberal de Bilbao, que compró al maestro de periodistas Miguel Moya. En él había colaborado Unamuno desde 1901 a 1919 junto con Indalecio Prieto, quien después de ejercer varios años como director, terminó adquiriéndolo.

Echevarrieta había llegado a un acuerdo con Abd el-Krim sobre el rescate a pagar por la liberación de los soldados españoles prisioneros de la guerra Annual. Tuvo que realizar un gran gasto por su cuenta, que el rey Alfonso XIII quiso compensar concediéndole el título de Marqués del Rescate, que rechazó.

 

8.- RODRIGO SORIANO, COMPAÑERO DE DESTIERRO

Allí coincide con el periodista y político Rodrigo Soriano, al que había conocido en Valencia, también sancionado por haber dado una charla en el Ateneo de Madrid sobre La Caoba, un tema tabú para la censura, que no pudo evitar que fuera reproducido en El País de La Habana.

(La Caoba, amante de Primo de Rivera, había sido acusada de tráfico de estupefacientes. El General trató de presionar sobre los jueces para que no la procesaran, sin conseguir que archivaran la causa. En represalia, ordenó el traslado del ecuánime juez José Prendes Pando fuera de Madrid, que pidió la excedencia, así como del magistrado Buenaventura Muñoz Rodríguez, presidente del Tribunal Supremo, que tuvo que solicitar la jubilación).

Soriano sería el compañero de Unamuno en el destierro. Según el ex Rector, ésta era su verdadera condena, porque las relaciones entre ambos no eran buenas y se convirtió para él en un suplicio. El periodista propuso a Unamuno huir, pero lo rehusó, porque ante la opinión pública prefería mantener la situación de desterrado.

Antes de la Primera Guerra Mundial, el entonces teniente coronel Miguel Primo de Rivera y Rodrigo Soriano, diputado republicano por Valencia, ya se conocían. Primo de Rivera fue director de La Nación. Diario Monárquico Independiente y Soriano había fundado el periódico España Nueva. La rivalidad en la prensa y la mordacidad de la pluma de Soriano les condujo a batirse en un duelo a espada.

 

9.- PROTESTAS Y CONNIVENCIAS CON EL DESTIERRO

Mientras tanto, surgían las protestas por el destierro del Rector. Algunos catedráticos de diferentes Universidades, como Jiménez de Asúa, Fernando de los Ríos y García del Real, se solidarizaron con él y fueron expedientados. El Colegio de Abogados de Madrid también fue cerrado. Hubo recogida de firmas, que resultaron escasas por temor a las represalias. El eco que el caso tuvo en el extranjero fue mayor que en España.

En la Universidad de Salamanca los estudiantes convocaron una huelga que duró poco tiempo, porque el nuevo Rector, Esperabé de Arteaga, sacó una nota en la que conminaba a los profesores a que dieran un parte diario de las faltas de asistencia de los alumnos becarios y de los internos de la facultad de Medicina. La inasistencia implicaba la expulsión. Esperabé sostuvo en 1930 que Unamuno, que no cesaba de atacarle, había tenido un enemigo muy grande “que se le había atravesado en el camino, causa de todo lo que ha ocurrido: ha sido él mismo, su psicología, su carácter, la egolatría».

Los estudiantes distribuyeron un panfleto que decía: “Don Miguel ha sido desterrado… frótense las manos los pollos bien de las congregaciones marianas… sonríanse los politiquillos de baja estofa y alta cuquería; los mercaderes neutros y pelotilleros y los periódicos retardatarios e hipócritas que lucharon por la difamación del hombre bueno, honrado e íntegro”.

No todo eran apoyos a Unamuno. La prensa estaba dividida. El diario conservador El Debate de Madrid decía: “Ha venido existiendo hasta ahora en España una casta de hombres que, en virtud de no sabemos qué ignotos privilegios, gozaba de la más absoluta licencia para hablar, obrar y escribir a su antojo, sin el menor respeto a leyes divinas ni humanas, y haciendo caso omiso de toda autoridad, gracias a la negligencia y el abandono de sus representantes”.

Ortega y Gasset, Azorín, Grandmontagne y otros intelectuales consideraron razonable el decreto. Luego, cambiaron de opinión al comprobar que el gobierno no admitía ninguna crítica e imponía la férrea censura. Ramiro de Maeztu, que era partidario de la nueva política de Primo de Rivera, vislumbraba la apuesta de Unamuno: “Me parece inmensamente triste que se tomen providencias de represión contra hombres del talento del señor Unamuno, aunque la medida de confinamiento le causará beneficios, por la gran popularidad que dará a su nombre en todo el mundo”.

 

10.- UNAMUNO ES LLEVADO LANZAROTE

El 28 de febrero, al mediodía, Unamuno parte de Cádiz en el vapor Atlanta, donde ya había dormido la noche anterior con unos soldados. El 3 de marzo atraca en Tenerife y algunas horas después en Las Palmas, antes de llegar a su lugar de destierro, la isla de Fuerteventura. Realmente, Unamuno siempre creyó que Primo de Rivera no sabía lo que había hecho. La reacción de indignación en la prensa internacional fue unánime, tal como esperaba.

(Foto. Calle Ancha, Cádiz. Pinterest)

 

 

Los generales Primo de Rivera y Martínez Anido con el Directorio 

 

Orden de partida para el destierro en 24 horas. CMU

 

Miguel de Unamuno. CMU

 

Unamuno se enteró de su destierro por la prensa, leyendo las noticias en el tablón de El Adelanto situado en una columna de la Plaza Mayor de Salamanca, bajo el Ayuntamiento. CMU

 

Calle Ancha de Cádiz, donde Unamuno fue confinado en un hotel. Pinterest

 

Retrato de Unamuno realizado por Gustavo de Maeztu. Resulta difícil reconocerle. Aparece con una barba que no cubre su barbilla, cuando el principal motivo de que la llevara era para simular el prominente mentón que tenía, al igual que hacía el emperador Carlos V. Los ojos no son los suyos. Maeztu representaba a todos sus retratados con los mismos grandes ojos. (Museo Gustavo de Maeztu)

 

 

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