Miguel de Unamuno fue condecorado por el rey Alfonso XIII
DON MIGUEL DE UNAMUNO FUE CONDECORADO POR EL REY ALFONSO XIII EN 1905. EL GALARDÓN TERMINÓ EN LA ISLA DE FUERTEVENTURA
1.- Miguel de Unamuno recibe la Gran Cruz de Alfonso XII
2.- Unamuno se lleva sus condecoraciones al destierro
3.- Correspondencia de Unamuno con Ramón Castañeyra desde Francia
1.- MIGUEL DE UNAMUNO RECIBE LA GRAN CRUZ DE ALFONSO XII
La Historia es una continua paradoja. Pudiera pensarse que don Miguel de Unamuno fue monárquico hasta que dejo de serlo, porque gozó del tratamiento de Excelencia que el rey Alfonso XIII otorgaba a aquellos de sus amigos a quienes concedía el título de Caballero de la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso XII, su regio padre.
Dicha condecoración fue creada por Real Decreto de 31 de mayo de 1902, a propuesta de Álvaro de Figueroa y Torres, Conde de Romanones, que desde 1900 ostentaba el cargo de ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, aunque el verdadero artífice era el propio monarca, que así pretendía acrecentar el número de cortesanos.
Aquellos que pertenecían a esta Orden era porque habían sido agraciados con alguna de las siguientes condecoraciones: Caballero de la Gran Cruz, Comendador de Número, Comendador, Caballero y Lazo de Dama. Miguel de Unamuno recibió la distinción de Caballero de la Gran Cruz en 1905, al igual que otros intelectuales de la época como Menéndez Pelayo, Ramón y Cajal, Pérez Galdós, Mariano Benlliure, Joaquín Sorolla, Jacinto Benavente, Ramiro de Maeztu…
El reglamento que lo regulaba señalaba: “Las Insignias de los Caballeros Grandes Cruces, serán una banda ancha de seda, de color violeta, terciada desde el hombro derecho al costado izquierdo, uniendo sus extremos un lazo de cinta estrecha de la misma clase, de la que penderá la Cruz de la Orden, y la placa en el pecho”. La insignia con la cruz que pendía de la banda recibía el nombre de venera. Y llevaba el lema de la Orden, Altiora Peto, una expresión latina que significa “Aspiro a lo más alto”.
El acto de imposición del distintivo real tuvo escasa resonancia. El diario El Adelanto de Salamanca sacó una nota el 2 de mayo de 1905 en la que escuetamente dice: “Unamuno en Palacio. Por noticias particulares llegadas hoy a Salamanca, se sabe que el ilustre Rector de esta Universidad, nuestro querido amigo don Miguel de Unamuno, fue recibido ayer en audiencia privada por el Rey. El monarca se dignó condecorar por su propia mano al señor Unamuno, regalándole las insignias de Caballero Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso XII. Después de la audiencia con el Rey, el señor Unamuno ofreció sus respetos a la Reina madre”. (Quién lo diría).
Lo que tuvo eco fueron las breves palabras que Unamuno y el Rey se cruzaron aquel día. Al recibir la distinción, el Rector de la Universidad salmantina agradeció al monarca el honor que le hacía, pero añadiendo: “Verdaderamente lo merecía”. Extrañado el Rey, le preguntó: “Pero don Miguel, si en estas ocasiones todos me dicen que no lo merecen…”. Unamuno le respondió sin dudarlo: “Los que eso dicen suelen tener razón en la mayoría de los casos”.
¿Qué beneficio recibía Unamuno por pertenecer a esa Orden que premiaba eminentes servicios prestados al país en las letras, las ciencias y el arte? Sencillamente, servía como méritos en concursos para puestos vacantes en la Administración docente. El Rector no sabía si lo necesitaría para trasladarse a otra Universidad. En Madrid oía muchos cantos de sirena por parte de las editoriales y de los periódicos donde colaboraba para que allí se estableciera. Pero finalmente, decidió que su destino definitivo seria la ciudad de Salamanca.
Esa entente cordiale con el monarca duró sólo nueve años, hasta 1914, año en que fue cesado como Rector y comenzó la I Guerra Mundial, en cuyo conflicto se mostró partidario de los aliados, mientras el Rey declaraba la neutralidad de España, aunque en la práctica simpatizaba con Alemania. Unamuno comenzó un enfrentamiento con la Casa Real en el que terminó siendo cesado en todos sus cargos y desterrado en 1924 a la isla de Fuerteventura.
2.- UNAMUNO SE LLEVA SUS CONDECORACIONES AL DESTIERRO
Cuando el ya ex Rector partió de Salamanca hacia el destierro de Fuerteventura lo hizo con lo puesto, tres libros y sus condecoraciones, incluida la medalla de la Gran Orden de Alfonso XII.
En Fuerteventura, aquel galardón fue portado por algo más que intelectuales. El historiador Carmelo Torres, autor del libro Fuerteventura 1924, relata que en cierta ocasión Unamuno “decidió en un arrebato engalanar a un camello con todas sus condecoraciones, incluyendo la medalla al mérito de Alfonso XII”. “Y el camello quedó bellamente decorado”, añadía en tono jocoso.
Torres también se remite a Miguel Utrillo, el gran periodista de La Vanguardia, el mismo al que Unamuno declaró: “El Rey tendrá que irse”. Tras la partida del desterrado a Francia, Utrillo entrevistó a Ramón Castañeyra, el majorero que hizo de anfitrión de Unamuno en Puerto del Rosario. Éste le manifestó que a él le había dejado sus condecoraciones, enseñándoselas al periodista en su despacho. Allí vio la Gran Cruz de Alfonso XII y otras dos más, una española y otra belga, para las que había mandado hacer una vitrina.
Además, le narra cómo fueron las últimas horas de Unamuno en Fuerteventura: “Don Miguel me las regaló días antes de su marcha que, por cierto, lo hizo llorando. ¿Para qué más condecoraciones, que para nada sirven, que el encanto de una amistad, sincera como la nuestra? Teniéndolas usted, es como si las conservara yo. Y quiero que haya constancia de mi paso por Fuerteventura de manera concreta. Además, yo nunca las exhibiré», le dijo.
3.- CORRESPONDENCIA DE UNAMUNO CON RAMÓN CASTAÑEYRA DESDE FRANCIA
Castañeyra y Unamuno mantuvieron aquella amistad mediante correspondencia, lo que el Rector llamaba epistolomanía, hasta pocos días antes de que éste falleciera. Algunas veces, recordaban el asunto de las medallas. El 29 de diciembre de 1924, Unamuno le escribe desde París y le manifiesta: “Guarde usted por ahora mis papeles y guarde mi Gran Cruz. Quiero ir yo mismo a recogerla o acaso a determinar qué he de hacer con ella”.
Ya entrada la República, nuevamente lo menciona a su amigo majorero: “Ahí dejé también un regalo que me había hecho el ex rey Don Alfonso. Guárdemelo usted. Es un recuerdo que le confío. ¡Quién sabe si un día podrá usted darlo a un Museo!”.
A su vez, Castañeyra le contesta: “Le viviré siempre profundamente agradecido por confiarme como recuerdo el regalo que le hizo el ex rey don Alfonso. Lo guardaré como una reliquia por habérmelo regalado usted y por haberle pertenecido. Cuando me encuentre en trance de muerte confiaré todo ello, para mí tan preciado y de mérito tan subido, a aquella institución que juzgue ponga más celoso cuidado en su custodia y conservación”.
Desafortunadamente, las condecoraciones de don Miguel de Unamuno desaparecieron.
(Foto. Gran Cruz de Alfonso XII, idéntica a la de Unamuno)
Don Miguel de Unamuno a camello en Fuerteventura con Ramón Castañeyra y su compañero de destierro Rodrigo Soriano. Foto CMU.