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Santa Teresa era de origen judío

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Santa Teresa era de origen judío

 

 

SANTA TERESA SIEMPRE OCULTÓ SU ORIGEN JUDÍO

 

 

1.- El abuelo toledano

2.- El padre cambió su apellido en Ávila

3.- Pleitos de hidalguía en la Real Chancillería de Valladolid

4.- Primeros años de la Santa

5.- Las enfermedades  

6.-El convento de La Encarnación y la reforma.

 

 

1.- EL ABUELO TOLEDANO

Teresa de Jesús, Teresa de Cepeda y Ahumada, en realidad, se llamaba Teresa Sánchez y era de origen judío. Casualmente lo descubrió Narciso Alonso Cortés, quien fuera catedrático de Literatura, primer director de la Casa de Cervantes de Valladolid, presidente del Ateneo vallisoletano y Académico de la Lengua. Sucedió mientras realizaba unas investigaciones en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. Posteriormente, su estudio fue continuado por Teófanes Egido, José Jiménez Lozano y José María Javierre.

Los antecedentes se remontan a su abuelo Juan Sánchez de Toledo, “el toledano”, un judío converso que vivía en esa ciudad castellana con su mujer, Inés de Cepeda de Santa Catalina, prima suya, también conversa de Tordesillas, y sus hijos Hernando, Alonso, Pedro, Ruy, Elvira, Lorenzo, Francisco y Álvaro. Por razones no aclaradas, Juan Sánchez judaizó de nuevo posteriormente, renegó de su anterior conversión y volvió a la práctica secreta de ritos de la religión hebraica. Posiblemente, se debiera a los consolidados intereses comerciales adquiridos con la comunidad judía, que le obligaban a moverse sobre el filo de la navaja, porque era un acomodado y rico comerciante que trabajaba en su establecimiento al por mayor, al por menor y como prestamista. Con sus secciones de lujosos paños y sedas imponía la moda entre las damas, algo que incomodaba a la austera reina Isabel la Católica. Y, por otra parte, no sólo recaudaba los tributos civiles que la Administración le encomendaba, sino también los eclesiásticos, con una eficaz gestión que le permitió ganarse la amistad de diversos prelados, entre ellos, el arzobispo Alonso de Fonseca, titular de Santiago de Compostela, que residía en Salamanca.

En 1485 se produjo un punto de inflexión, cuando el Tribunal de la Inquisición se instala en Toledo y obliga a todos los judíos a reconciliarse con la religión cristiana. Juan Sánchez fue condenado a salir en procesión recorriendo las iglesias de la ciudad durante siete semanas, vistiendo la túnica amarilla del sambenito para mofa del vecindario. Su hijo mayor Hernando fue el único de la familia que rechazó aquellas imposiciones y prefirió irse a Salamanca para cambiar de vida. Modificó sus apellidos y pasó a llamarse Fernando de Santa Catalina, algo entonces autorizado, y estudió Leyes en la Universidad salmantina. Pero su vida resultó corta.

El 31 de marzo de 1492 se promulga el Decreto de expulsión de los judíos. Ante la disyuntiva, Juan Sánchez prefirió poner a su familia a salvo mudándose a otro lugar, en este caso, la ciudad de Ávila. Fue realizando el traslado pausadamente para que no pareciera una huida. Encarga a su pariente Antonio de Villalba que le monte una tienda en la ciudad amurallada, que abre en 1493 con varios dependientes, consiguiendo así mantener su próspero negocio. Y cambió el apellido a su hijo Alonso, el futuro padre de padre de Teresa de Jesús, pasando a llamarse Alonso de Piña.

 

2.- EL PADRE CAMBIÓ SU APELLIDO EN ÁVILA

Tras la marcha de Hernando, el segundo hijo de los que quedaban en la casa era Alonso de Cepeda, que suprimió el apellido puesto por su padre y adoptó el de su madre. Éste siguió la tradición familiar y continuó con el floreciente comercio de paños en la calle Cal de Andrín, que unía el Mercado Grande y el Mercado Chico de la ciudad abulense. Pero el oficio fue a menos al encarecerse el precio de la materia prima. La Hermandad de la Mesta se convirtió en el monopolio de la lana para la exportación a Flandes, donde era tratada y reenviada a Castilla a un alto precio, lo que le hizo desistir de su oficio. Trató de convertirse en un labrador con hidalguía mediante lazos matrimoniales. Para ello, necesitaba adquirir tierras, conseguir la “limpieza de sangre” y encontrar a la esposa adecuada.

Sus hermanos y él utilizaron un ardid. Compraron algunas tierras en Ortigosa del Rioalmar, en la Sierra de Ávila, donde se avecindaron con la intención de que el Concejo les exigiera el pago de impuestos, por no tener derecho a la exención que sólo correspondía a los hidalgos. Y así sucedió. Se les reclamó 100 maravedíes a cada uno de ellos por su condición de pecheros. Es entonces cuando alegan que su padre ya era hidalgo y se proponen demostrarlo. En 1519 presentaron una demanda contra el concejo ante la Sala de Hijosdalgo de la Chancillería de Valladolid, para que en juicio se les reconociera la hidalguía, que consiguieron tras un largo proceso, que más bien fue un amaño de los leguleyos. El salmantino Teófanes Egido consiguió publicar aquel expediente en medio de azarosas circunstancias en las que fue sustraído del Archivo vallisoletano, permaneciendo desaparecido durante varios años hasta que alguien lo devolvió dejándolo en un confesionario.

 

3.- PLEITOS DE HIDALGUÍA EN LA REAL CHANCILLERÍA DE VALLADOLID

Posteriormente, Alonso de Cepeda contrajo matrimonio con Catalina del Peso, con propiedades en Arevalillo, en la zona de Piedrahita. De ella tuvo dos hijos, enviudando a los dos años. Se casó en segundas nupcias, previa licencia por causa de parentesco, con Beatriz de Ahumada, vecina de Olmedo y prima de la anterior, que también tenía propiedades en Gotarrendura. Ésta le dio diez hijos, entre ellos, Teresa. Más tarde, dejó la actividad mercantil, porque el comercio, la especulación o la usura eran considerados oficios viles propio de judíos. Y ya que los hidalgos tenían que poseer su propia hacienda, se dedicó a vivir de las rentas de las propiedades de sus dos esposas, que prácticamente dilapidó. Llevó un nivel de vida muy por encima de sus posibilidades, de pura apariencia de “cristiano viejo”. Cuando murió, únicamente dejó deudas que sus hijos no quisieron asumir.

Teresa de Jesús siempre vivió angustiada con la posibilidad de que se conociera su origen judío. No hizo ninguna alusión de ello en su autobiografía Libro de mi Vida, publicado en Salamanca en 1588. Su obsesión por la “limpieza de sangre” la llevó a estar siempre vigilante y a controlar en cuanto pudo el modo de vida de sus hermanos. A Juan de Ovalle, regidor de Alba de Tormes, casado con su hermana Juana, le desanimó para que rechazara el trabajo de mayorista de mercados de abastos que le habían ofrecido, porque era trabajo de conversos.

Más difícil lo tuvo con los siete hermanos que se embarcaron a América. Al colonizador Gonzalo Fernández de Oviedo, primer cronista de Indias de Carlos V e inspector de las fundiciones de oro, le llamaron la atención, porque su presunción de linaje castellano era desmedida, llegando a decir de ellos que “eran gente baja y sospechosos en la fe”. Cuando su hermano Lorenzo volvió con oro, Teresa le pidió que fuera prudente y no generara tal envidia que rastrearan sobre sus raíces hebraicas.

 

4.- PRIMEROS AÑOS DE LA SANTA  

Comúnmente, se acepta que el nacimiento de Teresa de Jesús tuvo lugar el 28 de marzo de 1515 en Ávila. Pero, para el Ministerio de Cultura, el hecho se produjo en Gotarrendura, a 28 kilómetros de la capital. Sin participar de la polémica, sólo apuntamos que en Ávila no consta el nacimiento y que en Gotarrendura faltan treinta hojas del libro de nacimientos de la iglesia en torno a dicha fecha. E igualmente, no consta que sus hermanos nacieran en dicha localidad.

Su infancia transcurrió entre Ávila, Olmedo y Gotarrendura, donde pasaba los inviernos entre juegos y en su palomar que aún se mantiene intacto, que ella misma vendió en 1564 a Juan de San Cristóbal por doscientos ducados, pagaderos en tres plazos. Era apasionada de los libros de caballería, aventuras que leía con su madre a escondidas para que no se enterara su padre. Fue feliz hasta que ésta murió, cuando Teresa tenía trece años. Sintiéndose sola, se refugió en amoríos con un primo suyo, que su padre no consintió.

Tratando de que le olvidara, la internó en el convento de Nuestra Señora de Gracia, extramuros de Ávila, donde había dos clases de internas, las novicias que profesaban como monjas y las alumnas, que simplemente iban a aprender las labores de la casa y a prepararse para el matrimonio, que era el objetivo de don Alonso. Pero por medio se cruzó su tutora, María de Briceño. Ella fue quien la inició en las lecturas religiosas que resultaron clave para que Teresa posteriormente ingresara en una orden religiosa.

La disciplina de aquel convento era tan estricta que terminó por enfermar, aquejada de debilidad nerviosa. Contrariado, su padre tuvo que llevarla de nuevo a casa. Tres años después, Teresa ya tiene tomada la decisión de ingresar en la orden carmelita del convento de La Encarnación. Acompañada por su hermano Antonio, huye del hogar contra la voluntad de su padre. En el convento es recibida por Juana Suárez, amiga y antigua sirvienta de los Cepeda, que la lleva ante la priora y es aceptada en la congregación.

 

5.- LAS ENFERMEDADES

Pero su estado seguía siendo delicado, con continuas pérdidas de conocimiento. Los médicos decían que estaba tísica. No encontrando remedio a sus males, don Alonso decide llevarla a Becedas, localidad situada entre El Barco de Ávila y Béjar, donde una famosa curandera sanaba todos los males que cayeran en sus manos. Fue un paréntesis en su vida que la mantuvo alejada de Ávila durante varios meses, con estancias en Ortigosa del Rioalmar y Zapardiel de la Cañada. Tuvo que ser transportada en litera por su padre Alonso, sus hermanos Pedro y Lorenzo y su fiel amiga, la hermana Juana Suárez.

En Ortigosa pasó diez días en la casa familiar de los Cepeda, donde su tío Pedro, hermano de su padre, vivía desde que había enviudado, tras haber estado casado con Catalina del Águila. La tradición identifica aquel caserón con una antigua construcción actual conocida como “el Palacio”, frente a un montículo de encinas llamado «Costalpié». El edificio tiene una puerta adovelada con un escudo que contiene un águila y un león, que Jiménez Lozano identifica como «uno más o menos inventado, como tantos otros de la época, para la honra y honor de la familia».

En aquella ocasión, Pedro, que era hombre introvertido y al que le gustaba la soledad y la lectura, sorprendió a su hermano Alonso comunicándole que había tomado la decisión de ingresar en el monasterio jerónimo de Guisando, junto a la Venta Juradera de El Tiemblo. Teresa sintió interés por los libros que le mostraba su tío, como las Epístolas de San Jerónimo. Pero, sobre todo le marcó el Tercer Abecedario del franciscano Francisco de Osuna, los primeros pasos de la espiritualidad, “que trata de enseñar oración de recogimiento”, según ella misma afirmaba.

La comitiva prosiguió camino de Zapardiel de la Cañada, desviándose hacia el anejo de Castellanos de la Cañada, hoy una finca en el término de Martínez, hasta la casa de su hermana mayor María de Cepeda y del Peso, más bien hermanastra, hija el primer matrimonio de su padre. María había cuidado de Teresa en su niñez como una madre y se había casado con el noble Martín de Guzmán y Barrientos. Cuando estaban a punto de partir, reciben la noticia de que la curandera de Becedas no la puede recibir hasta la primavera, aproximadamente tres meses después, pues en los rigores de aquel invierno el campo no producía las plantas que precisaba para la confección de sus pócimas. Por ello, ha de esperar. Su padre y sus hermanos deciden retornar a Ávila.

(Martín de Guzmán intervino en los asuntos económicos de Alonso de Cepeda y de su hija Teresa, a quien, por encargo de su padre, debía entregar cada año 25 fanegas de cereales, mitad trigo, mitad cebada o su equivalente en metálico. Aquella gestión tuvo consecuencias nefastas. Cuando murió don Alonso, los hijos comprobaron que su vida había sido un continuo despilfarro. Juan de Ovalle, marido de Juana, hermana de Teresa que residían en Alba de Tormes, llevó a su cuñado Martín ante la justicia “porque había administrado mal los bienes de su suegro”, creando una difícil situación a Teresa, que se encontró en medio de sus hermanas y sus maridos en dicha disputa.

La sepultura de Martín y de su esposa se halla en la propia iglesia de la finca con una bella estatua labrada en alabastro. En aquel lugar aún existen la llamada Fuente de Santa Teresa y el torreón del castillo mandado construir por el Obispo Fray Lope de Barrientos, Señor de Pascualcobo y Serranos de la Torre, inquisidor y persona de confianza de los Reyes de Castilla. Hoy es propiedad privada).

Llegado el cambio de estación continuaron la ruta hasta Becedas. Acompañada por la hermana Juana Suárez se alojan en el mesón del pueblo, que estaba situado donde hoy se encuentra una ermita de sillería dedicada a la Santa. Allí permanecen tres meses, mientras una curandera farsante le suministraba unos brebajes que la empeoraban de día en día, llegando a decir la Santa que “la cura fue más recia que la misma enfermedad”. En realidad, la intoxicó poniéndola en un tris de no contarlo. Buscaba consuelo espiritual y acudía a la iglesia del pueblo, pero lo que encontró fue que el clérigo que la confesaba vivía amancebado con una vecina de vida liviana, provocando las habladurías de la feligresía. Y viendo que su salud se agravaba, tuvo que regresar a Ávila. En el camino, llegó a Piedrahita en muy mal estado y las monjas del Convento de Carmelitas hubieron de alojarla en una celda hasta que mejorara, proporcionándole el caldo de una gallina que compraron.

 

6.- EL CONVENTO DE LA ENCARNACIÓN Y LA REFORMA

Al llegar Teresa al convento de La Encarnación, se quedó en coma, aparentemente muerta, hasta el extremo de que fue amortajada. A los tres días volvió en sí y empezó a recuperarse, pero permaneció con escaso movimiento corporal durante tres años. Lentamente fue superando aquella profunda crisis. Conoce a la toresana doña Guiomar de Ulloa, que le ofreció su casa en momentos de dificultad. Regala a Teresa el libro de las Confesiones de San Agustín y la pone en contacto con el que fuera Duque de Gandía, Francisco de Borja, General de los jesuitas.

Empieza a concebir lo que sería la reforma de la orden del Carmelo, que consideraba un desorden. El Convento de la Encarnación era como una plaza pública, entraba y salía el que quería. Había unas 180 monjas divididas en dos clases, las que seguían manteniendo los privilegios de la nobleza y disponían de criadas a su disposición, y otras que eran enviadas a las calles a limosnear. Teresa consideró que se habían perdido las primeras reglas de la comunidad y salió de aquel convento para fundar el de San José. Posteriormente, la apuesta fue más atrevida y pretendió llevar la reforma a los varones, los carmelitas descalzos, para que practicaran la oración en austeridad y recogimiento, contando para ello con la ayuda inestimable de fray Juan de la Cruz, el cénit de la Mística cristiana.

(Foto portada. Santa Teresa de Jesús. José Alcázar Tejedor. Museo del Prado)

 

 

 

Catedrático Narciso Alonso Cortés

 

El Palomar de Gotarrendura

 

Ortigosa del Rioalmar

 

 

Castellanos de Zapardiel

 

Santa Teresa. Peter Paul Rubens

 

 

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