Miguel de Unamuno hizo poesía hiperrealista
MIGUEL DE UNAMUNO DIO UN PASO HACIA EL TREMENDISMO CUANDO ESCRIBIÓ UN POEMA AL CRISTO DE LAS CLARAS DE PALENCIA,
Es sabido que los poetas escriben los versos de acuerdo con su estado de ánimo. Y eso se hace patente en la poesía de Miguel de Unamuno, que de por sí se caracteriza por ser dura y carente de musicalidad. Su tema capital es el sentimiento religioso y la obra cumbre El Cristo de Velázquez, un poema de 1920 escrito en endecasílabos libres muy extenso en el que los sentimientos manan con fluidez y suavidad ante la contemplación de una bella obra de arte, dejándose llevar por el estilo de los poetas José Martí y Walt Whitman.
Esas características no se dieron en 1913 con el titulado Al Cristo de las Claras de Palencia, una talla que cuenta con mucha devoción en la ciudad. Su autor es desconocido. En torno a ella se creó una leyenda por la que Alonso Enríquez, almirante de Castilla, la había encontrado en aguas del Mediterráneo.
En una de las frecuentes visitas que Miguel de Unamuno realizó a Palencia, quiso conocer la famosa imagen. Ante su visión Unamuno sufrió una conmoción que dio como resultado una poesía en la que la religiosidad es sustituida por una mera descripción de la figura, una iconografía árida, seca, desabrida, patética, en una palabra, dantesca.
Un buen ejercicio sería leerla en voz alta ante alguien y preguntarle luego cómo le deja el ánimo. (Cristo árida carroña recostrada / con cuajarones de la sangre seca; / el cristo de mi pueblo es este Cristo: / carne y sangre hechos tierra, tierra, tierra!)
AL CRISTO DE LAS CLARAS DE PALENCIA
Cierra los dulces ojos con que el otro
desnudó el corazón a Magdalena,
y hacia dentro de sí mirando, ciego,
ve las negruras de su gusanera.
Este Cristo cadáver, que como tal no piensa,
libre está del dolor del pensamiento,
de la congoja atroz que allá en la huerta
del olivar al otro
—con el alma colmada de tristeza—
le hizo pedir al Padre que le ahorrara
el cáliz de la pena.
Cuajarones de sangre
sus cabellos prenden,
cuajada sangre negra,
que en el Calvario le regó la carne
pero esa sangre no es ya sino tierra;
grumos de sangre del dolor del cuerpo,
grumos de sangre seca.
Más del sudor de angustia
de la recia batalla del espíritu,
de aquel sudor con que la seca tierra
regó, de aquellos densos goterones,
rastro alguno le queda.
Evaporóse aquel sudor llevando
el dolor de pensar a las esferas
en que sufriendo el pobre pensamiento,
buscando a Dios sin encontrarlo, vuela.
¿Y cómo ha de dolerle el pensamiento
si es sólo carne muerta,
mojama recostrada con la sangre,
cuajada sangre negra?
Ese dolor espíritu no habita
en carne, sangre y tierra.
No es este Cristo el Verbo que encarnara
en carne vividera;
este Cristo es la Gana, la real Gana,
que se ha enterrado en tierra;
la pura voluntad que se destruye
muriendo en la materia;
una escurraja de hombre trogloditico
con la desnuda voluntad que, ciega,
escapando a la vida,
se eterniza hecha tierra.
Este Cristo español que no ha vivido,
negro como el mantillo de la tierra,
yace cual la llanura,
horizontal, tendido,
sin alma y sin espera.
Con los ojos cerrados cara al cielo
avaro en lluvia y que los panes quema.
Y aún con sus negros pies de garra de águila
querer parece aprisionar la tierra.
O es que Dios penitente acaso quiso
para purgar de culpa su conciencia
por haber hecho al hombre,
y con el hombre la maldad y la pena,
vestido de este andrajo miserable
gustar muerte terrena.
La piedad popular ve que las uñas
y el cabello le medran,
de la vida lo córneo, lo duro, supersticiones secas,
lo que araña
y aquello de que se ase la segada cabeza.
La piedad maternal de aquellas pobres
hijas de Santa Clara
le cubriera con faldillas
de blanca seda y oro
las hediondas vergüenzas,
aunque el zurrón de huesos y de podre
no es ni varón ni hembra;
que este Cristo español, sin sexo alguno,
más allá yace de esa diferencia
que es el trágico nudo de la historia,
pues este Cristo de mi tierra es tierra.
¡Oh Cristo pre-cristiano y post-cristiano.
Cristo todo materia,
Cristo árida carroña recostrada
con cuajarones de la sangre seca;
el cristo de mi pueblo es este Cristo:
carne y sangre hechos tierra, tierra, tierra!
Cristo de las Claras de Palencia