Miguel de Unamuno se muestra adusto con el joven Borges
DURANTE VARIOS AÑOS, MIGUEL DE UNAMUNO NO RESPONDIÓ A LAS CARTAS DE JORGE LUIS BORGES, HASTA QUE SE PERCATÓ DE QUE LE ESTABA INFRAVALORANDO
1.- La admiración de Borges por Unamuno
2.- La correspondencia fallida con Unamuno
3.- Unamuno cambia de actitud sobre Borges
4.- Carta abierta en la prensa
5.- El motivo de la publicación de la carta
6.- La carta que Unamuno escribió a Guillermo de Torre
7.- La presencia de Unamuno después de su muerte
1.- LA ADMIRACION DE BORGES POR UNAMUNO
En 1920, el intelectual Juan Sureda Bimet, invitó a Borges a pasar unos días en la Cartuja de Valldemosa, lugar donde el mecenas había nacido y por el que pasaron personalidades de la cultura como Chopin, George Sand, Jovellanos, Azorín, Rusiñol, Rubén Darío… y Miguel de Unamuno, que en julio de 1916 fue mantenedor de los Juegos Florales de Palma por iniciativa de Sureda.
Escuchándole, Borges toma un inusitado interés por la figura del Rector, después de que le hablara largamente de él. Unamuno había sido su huésped y resultado de su estancia fueron sus artículos En la Isla Dorada y Los Olivos de Valdemosa. Poco después, Borges regresaba a Argentina y siguió manteniendo correspondencia con Sureda, al que varias veces le manifestó su deseo de volver al Viejo Continente.
Quienes han estudiado la obra de Georgie, llegan a la conclusión de que hubo un cierto paralelismo entre el trato de displicencia que Unamuno infligió a Fernando Pessoa y el que dio a Borges. No contestó a las cartas de ninguno de ellos. Creen ver en esa actitud un desdén por los movimientos literarios del momento, primero el Modernismo, del que decía que era “un arte propio de borrachos y morfinómanos”, luego, el Ultraísmo. Para él, “sus seguidores eran excelentes personas, mediocres lectores y, en consecuencia, mediocres escritores”. No obstante, Unamuno hizo una excepción con Rubén Darío, que tampoco se libró de sus puyas.
2.- LA CORRESPONDENCIA FALLIDA CON UNAMUNO
En 1923, Borges ya había regresado a Argentina. Escribe su primer poemario, Fervor de Buenos Aires, compuesto por 46 poemas en verso libre en un libro con portada ilustrada por su hermana Norah. Entusiasmado por tratarse de su opera prima, envía a Unamuno un ejemplar dedicado de su puño y letra. Viendo que no recibía contestación, en el verano le remitió una carta que tampoco fue respondida. Y una tercera, también ese mismo año con idéntico resultado.
A continuación, publica el ensayo Acerca de Unamuno Poeta en la revista mensual Nosotros correspondiente a diciembre, sin que siguiera mereciendo la atención de su destinatario, a pesar de que el Rector conocía dicha publicación, que dirigían los escritores Alfredo Antonio Bianchi y Julio Noé, de la que fue colaborador. Incluso, se dio la circunstancia de que en esa revista apareció publicada una carta suya particular dirigida a su amigo el filólogo toresano Antonio García Solalinde, que incluía una ristra de insultos al Rey y a los generales Primo de Rivera y Martínez Anido que le condujo al destierro.
En su artículo, Borges se muestra ecuánime. Al mismo tiempo que le llama «poeta filosófico», no duda en criticar las composciones del Rector: “No hay en los versos de Unamuno el más leve acariciamiento de ritmo. Son claros pero su claror no es comparable al de un árbol que albricia en primavera las hojas, sino a la trabajosa claridad de una demostración matemática.”
En 1925, insistió cuando Unamuno se hallaba exiliado en Hendaya, haciéndole llegar el número 14 de la revista Proa, emblemática en toda Hispanoamérica por la calidad de los escritores que participaban en ella. Incluía el ensayo Ejercicio de Análisis, suponiendo que sería de su interés, porque exaltaba al Rector como poeta.
Nuevamente, sólo recibió silencio. El desdén de Unamuno por Borges podría explicarse por la condición de principiante del argentino, como ocurrió con otros. O puede que se debiera a que cuando éste escribía a sus amigos, como Sureda, les decía que era admirador de Pío Baroja y de Unamuno por igual, que eran dos cuñas de la misma madera.
(Ejercicio de Análisis. Inicio. “Ni vos, ni yo, ni Hegel sabemos definir la poesía. Nuestra insapiencia, sin embargo, es sólo verbal y podemos arrimarnos a lo que más famosamente declaró San Agustín acerca del tiempo: ¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si tengo que decírselo a alguien, lo ignoro. Yo tampoco sé lo que es la poesía, aunque soy diestro en descubrirla en cualquier lugar: en la conversación, en la letra de un tango, en libros de metafísica, en dichos… y hasta en algunos versos”).
3.- UNAMUNO CAMBIA DE ACTITUD SOBRE BORGES
Pero, don Miguel cambia su comportamiento adusto. El 20 de febrero de 1927, Borges publica en La Prensa de Buenos Aires el ensayo Quevedo Humorista. El escritor argentino acierta. Por fin, ha encontrado el punto débil de Unamuno: la imagen de Quevedo encarcelado en el convento de San Marcos de León, como él se sentía en el exilio. El autor del Siglo de Oro era el nexo de unión. Ambos leían a Quevedo porque le consideraban un maestro de poetas, una lectura obligada quienes quieran introducirse en la lírica y en una prosa rica en armonía.
Por primera vez, Unamuno le escribe una larga carta el 26 de marzo siguiente. Le manifiesta que se reconoce plenamente con aquel «Quevedo entrañable» porque ambos se hallaban en la misma situación por el abuso del poder. Da por bien recibidas sus menciones anteriores en los periódicos y se despide del joven escritor diciéndole: «Su agradecido lector, compañero y amigo. ¿Por qué no?». Borges, por su parte, evidencia una gran satisfacción y continúa enviándole sus libros dedicados.
4.- CARTAS ABIERTAS EN LA PRENSA
El 26 de marzo de 1927, Unamuno desveló a Borges cuál era el modelo literario que le guiaba contra el dictador Primo de Rivera. Publicó una carta abierta en el número 215 de la revista Nosotros, dirigida a su ya amigo argentino, refiriéndose a sí mismo como “en esta celda cartujana de este hotelito de Hendaya” en la que recreaba “mi soledad de soledades”. Y añadía: “De estos chapuzones en el insondable misterio del existir y del insistir, saco a veces feroces burlas de sarcasmo para echar en cara a los enemigos de mi patria”. Don Miguel se mostraba abiertamente seguidor de Borges, compartiendo con él la admiración que ambos sentían por Quevedo, porque sabía extraer humor de las situaciones más dramáticas.
Y proseguía en su extensa misiva: “Ahora tengo a la vista su breve ensayo, Quevedo humorista, ahora que por las tristes condiciones de mi pobre patria me siento henchido de humor quevediano. Sí, está por descubrir el Quevedo entrañable. Aunque yo lo he descubierto ya, al sentirlo y revivirlo en mis entrañas. Sentí antaño la sonrisa triste de Cervantes, inválido de guerra, manco de Lepanto, como Loyola, inválido de guerra, cojo de Pamplona. Pero ahora resiento la mueca amarga de Quevedo, también inválido en otra guerra, tullido del alma. Él, Quevedo, que sufrió prisión por decir la verdad, toda la verdad desnuda, resintió como nadie la furia de esa tremenda envidia frailuna castrense, madre de la Inquisición, que está flaca, decía él, porque muerde y no come; y cómo sintió la tragedia de la España de los Austrias, de la que se agrandaba con los agujeros. Desde su raíz, desde las hambres del Dómine Cabra. Y hasta en sus trágicos chistes escatológicos y macabros ¡que hondón de amargura! ¡Cómo habría de comentar hoy las notas oficiosas de ese payaso que es Primo!
Y él, que tan grave y ascéticamente disertó del gobierno de Dios y del régimen de Cristo ¡qué diría de eso que la infecta y cobarde tiranía pretoriana, llama hoy en nuestra España, nuestra, de Quevedo y mía, nuevo régimen! Régimen de verdugos, y verdugos ladrones, que han sustituido a los jueces, en donde ya no se crea justicia, sino que se administra castigo, al que llaman orden.
El fatídico cabo de vara de España, el mayoral de los cuadrilleros, el general Severiano Martínez Anido, ha dicho que hay que justificar la justicia al orden. Y él, jefe de los bomberos que han de apagar el incendio bolchevique, provoca los incendios para desvalijar y saquear las casas de la burguesía acongojada y amedrantada. Créame, compañero, que en la España de hoy como en la de Quevedo, hay que liberarse de la ley causal, hay que provocar atropellados milagros si se quiere vivir vida de hambre. O hacer lo que yo; desterrarse, huir de la mordaza. Y dejar allí a que pirueteen en literatura de vanguardia los que se agazapan en políticas de retaguardia”.
5.- EL MOTIVO DE LA PUBLICACIÓN DE LA CARTA A BORGES
La razón por la que Unamuno se dirigía a Borges a través de la prensa, en vez hacerlo de forma privada, es simple. En los seis años que permaneció exiliado dejó de percibir importantes ingresos, tanto sus retribuciones de la Universidad de Salamanca, como por la pérdida en venta de libros y en colaboraciones en los periódicos españoles. Sin embargo, en América sucedía lo contrario: aumentaron las ventas de libros y cobraba por cualquier comentario que hiciera en la prensa.
Por otra parte, Unamuno escribía sus artículos como si estuviera en una tertulia, y sus cartas como si se tratara de artículos. La diferencia que había entre escribir a Borges directamente o hacerlo a través de un periódico en carta abierta, era la misma que entre no cobrar o cobrar ese tiempo que empleaba en la escritura y que en su situación de exiliado consideraba tan valioso. Debiendo enviar dinero a su esposa, doña Concha, para los gastos domésticos, procuraba rentabilizar cuanto escribía.
6.- LA CARTA QUE UNAMUNO ESCRIBIÓ A GUILLERMO DE TORRE
El 7 de enero de 1936 Unamuno escribe una carta a Guillermo de Torre, reconociendo la valía de Borges como escritor, de su cuñado, pues estaba casado con su hermana Norah. Así le decía: «Sé por mi yerno que Norah (Borges de Torre) está en la Argentina. Salúdela y a su hermano Jorge. Y dígale a éste que en estar pensando escribirle se me han ido los meses y aun los años. Es lo que ocurre cuando uno siente mucho que tener que decir. Las veces que me he detenido en frases de sus escritos y hasta en alguna alusión a mí. Y más de una vez he pensado escribir algún comentario comentando dichos suyos. De todos modos, que le conste que no pocas veces cuando escribo algo para el público y hablo del ‘lector’, pienso individual y concretamente en él”.
La carta contiene algunos aspectos destacables. Unamuno manifiesta que los años han pasado sin escribir a Borges. No deja lugar a dudas: entre ellos, al menos por parte del Rector no existe correspondencia, aunque tiene noticias de él. Esa tercera persona que le informa es su propio yerno, José María Quiroga Pla, un gran poeta sin parangón en el uso del soneto y el sonetillo, que quedó anclado en un lugar secundario al haber publicado la mayor parte de sus poemas en la prensa y en revistas, lo que hace muy difícil su localización y recopilación.
Quiroga Pla era buen amigo de Guillermo de Torre porque ambos acudían a las tertulias de los cafés madrileños, como Platerías o El Colonial. En aquellos cenáculos se formó como poeta ultraísta de la Generación del 14, aunque terminó volviendo a las versificación clásica para engrosar la Generación del 27. Guillermo de Torre vivió exiliado en Argentina y, por su parte, Quiroga terminó igualmente en Francia. El destino permitió que, en 1953, cuarenta y nueve años después de la muerte de Unamuno, Guillermo de Torre editara en la Editorial Losada de Buenos Aires su obra póstuma Cancionero, escrita en forma de diario versificado entre los años 1928 y 1936. Se trata de 1.755 poemas que conforman la obra más personal y notable del Rector que, no obstante, suele pasar inadvertida para los lectores en favor de otras más renombradas.
7.- LA PRESENCIA DE UNAMUNO DESPUÉS DE SU MUERTE
Borges se sintió muy afligido al conocer la muerte de Unamuno. Le necesitaba como oponente para debatir con él los postulados de la Literatura. Por eso, reivindicaba la eternidad que el Rector pretendía. El 29 de enero de 1937 escribió en El Hogar: “Yo entiendo que Unamuno es el primer escritor de nuestro idioma. Su muerte corporal no es su muerte; su presencia discutidora, gárrula, atormentada, a veces intolerable, está con nosotros”.
Y continuó estudiando y criticando su poesía como si no hubiera fallecido, recurriendo a un método bien conocido en el proceso de la escritura: ilustrar la valía del poeta no tanto a través de sus virtudes como de sus defectos: «Se dice que a un autor debemos buscarlo en sus obras mejores. Podría replicarse (paradoja que no hubiera desagradado a Unamuno) que si queremos conocerlo de veras, conviene interrogar las menos felices, pues en ellas, en lo injustificable, en lo imperdonable, está más el autor que en aquellas otras que nadie vacilaría en firmar».
Miguel de Unamuno CMU
Jorge Luis Borges
Guillermo de Torre
Juan Sureda Bimet y su esposa Pilar Montaner Maturana (arabalears)
Retrato de Unamuno. Pilar Montaner Maturana. Valldemosa. 1916 (spaceinstants)
Jorge Luis Borges en España – El Ultraísmo