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miércoles 2 abril 2025
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Gustave Flaubert en Miguel de Unamuno

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Gustave Flaubert en Miguel de Unamuno

 

 

“PARA NO TENER QUE SOPORTAR LA TONTERÍA HUMANA, FLAUBERT SE ENTERRABA ENTRE LIBROS, A DESAHOGAR SU DOLENCIA EN SUS INMORTALES OBRAS” (UNAMUNO)

 

 

En 2017, la Universidad de Salamanca editó la obra Miguel de Unamuno. Epistolario I, que recoge más de trescientas cartas recopiladas por los investigadores Colette y Jean-Claude Rabaté. Con este motivo, el filólogo José Carlos Mainer realizó una magistral reseña para la Revista de Libros sobre el fenómeno de la epistolografía, lo que Unamuno denominaba epistolomanía. Son muy numerosos los autores que cita. Tan sólo seleccionamos la parte correspondiente a Unamuno. Mainer así decía:

«En una temprana carta a Pedro de Múgica (16 de diciembre de 1890) Unamuno confesaba que Madame Bovary “es uno de los libros mejor pensados, mejor sentidos y mejor escritos que conozco”.

Ya un madrugador ensayo de Carlos Clavería en Temas de Unamuno (1953) habló de esa larga influencia y del motivo principal que la despertó, consignado en el artículo Leyendo a Flaubert (La Nación, diciembre de 1911): “Este enorme Flaubert, este puro artista está henchido de entusiasmo por el arte y a la vez de escepticismo, de íntima desesperación. En obras de autores mediocres no se nota la personalidad de ellos, pero es porque no la tienen. El que la tiene la pone por dondequiera que ponga mano y acaso más cuanto más quiera velarse. A Flaubert se le ve en sus obras y no sólo en el Federico Moreau de La Educación Sentimental, sino hasta en la misma Emma Bovary. Él, Flaubert mismo, decía que el autor debe estar en sus obras como Dios en el universo, presente en todas partes, pero en ninguna de ellas visible”.

Aquella era también la vocación de Unamuno y no habrá de extrañarnos que percibiera muy tempranamente la importancia que la correspondencia de Flaubert tendría en la comprensión de su obra y su persona. En 1911, Unamuno ya había escrito en Leyendo a Flaubert, una apasionada declaración de hermandad espiritual en torno a su común epistolomanía: “Leed la correspondencia de Flaubert y veréis al hombre, al hombre cuya terrible ironía era un grito de vencido; aquel hombre que sufrió con madame Bovary, con Federico Moreau, con madame Arnoux, con San Antonio, con Pécuchet. Veréis al hombre cuya religión era la desesperanza y cuyo odio era el del burgués satisfecho de sí mismo que cree conocer la verdad y gozar la vida, y os suelta una necedad cualquiera, a nombre de la fe o a nombre de la razón ¿Es extraño que un hombre así, como el hombre Flaubert, el solitario de Croisset, padeciese la dolencia de la insoportabilidad de la tontería, de la bêtise humana? Y para no tener que soportarla se enterraba entre libros, a desahogar su dolencia en sus inmortales obras”. No ha de extrañarnos que la correspondencia personal acabara por ser un sacramento unamuniano».

(Mi admirado José Carlos Mainer. Hace unos cuantos años, el profesor Mainer me relató que la obra cumbre de la picaresca española, el Lazarillo de Tormes, no era tan ficticia como parecía. Constituía una relevante novedad el descubrimiento de que los personajes que el autor anónimo mencionaba habían sido identificados como auténticos de la ciudad de Toledo. En realidad, se trata de una carta dirigida a una persona muy concreta en la que Lázaro finaliza despidiéndose: “Esto fue el mismo año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella Cortes, y se hicieron grandes regocijos, como Vuestra Merced habrá oído. Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna. De lo que de aquí en adelante me sucediere, avisaré a Vuestra Merced”. Gracias, maestro).

 

 

José Carlos Mainer (F. Jiménez)

 

 

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