¿Cómo era la vida cotidiana de Miguel de Unamuno?
DESPUÉS DE DUCHARSE CON AGUA FRÍA POR LA MAÑANA, EN VEZ DE FROTARSE CON UNA TOALLA, UNAMUNO LO HACÍA CON UN CEPILLO DE FROTAR CABALLOS Y LE QUITABA EL FRÍO PARA TODO EL DÍA
EL VESTIDO
Unamuno vestía de otra manera. No vestía como las demás personas. Habrá cambiado de ideas, pero no cambió de manera de vestir. Usaba un sombrero flexible, que metía en el bolsillo, lo sacaba, se lo ponía, lo tiraba. En aquella sociedad del siglo XIX era algo que sólo hacía él.
En verano las personas llevaban calzado bajo. En invierno, se llevaban zapatos más altos. Llamábase calzado al zapato bajo de verano y botas a los otros. Unamuno, ante el asombro de todo el mundo llevaba el mismo calzado en invierno que en verano.
Llevaba un chaleco cerrado que le daba un cierto aire eclesiástico, que venía bien con mucho de lo que en él fue una vocación literaria. Iba “a cuerpo” en un clima como el de Castilla, muy frío, donde muchas veces la temperatura es bajo cero, donde todo el mundo usaba capas en las que se envolvían cuidadosamente, o abrigos o gabanes. Unamuno iba siempre a cuerpo gentil, como solía decirse.
Usaba siempre el traje del mismo color azul, de modo que no se sabía cuando se compraba un traje nuevo. Se supone que se compró trajes de vez en cuando, porque siempre iba limpio. Pero iba siempre de traje azul, lo que le evitaba pensar en la elección del color para su traje. Y esto lo hizo toda su vida, hasta la muerte pudo mantener esta manera de vestir.
EL DESPACHO
En su mesa de trabajo, todo estaba siempre muy en orden. No había allí esa confusión que suelen tener las mesas del artista, del literato, del intelectual. Allí se veía todo en su sitio.
La pluma con que escribía, no había entonces estilográficas, la colocaba en un palillero que él mismo había hecho. Él hacía las cosas con las manos. No eran de esos intelectuales inútiles que no sirven más que para escribir. Cortaba con la navaja dos cañas, una más estrecha que la otra, la cual metía adentro. Él prefería hacer las cosas por sí mismo.
POR LA MAÑANA
Se levantaba siempre a la misma hora, bastante temprano. Apenas se levantaba, salía e iba a dar clase. Concurríamos a las ocho, hora que en el invierno de Salamanca es muy temprana. Nosotros, jóvenes, estábamos engarrotados, muertos de frío. Nos envolvíamos en nuestras capas en las aulas que no tenían calefacción. Unamuno entraba enérgicamente, con el rostro coloreado, echando vaho por la boca. Entraba en aquella aula donde los cristales estaban cuajados de escarcha, y él parecía más joven que nosotros.
Había sido débil en su juventud, según el mismo decía. Por haber sido débil y enfermizo en su juventud, se habituó a un género de vida que hará de él un hombre sumamente fuerte. Cuando se levantaba por la mañana, como quería hacerse duro, se daba una ducha de agua fría (en este tiempo, cuando no había calefacción, agua fría equivalía a agua helada), y después, en vez de frotarse con una toalla, lo hacía con un cepillo de frotar caballos. Y aquel cepillo con el que se fregaba, naturalmente, le producía una reacción violenta que le quitaba el frío para el resto del día.
LA FAMILIA
Tuvieron muchos hijos, ocho, y su vida de familia era una vida perfecta. Estaban de acuerdo en todo. No había una sola discusión. Aquella señora, doña Concha Lizárraga, mujer con todas las virtudes tradicionales españolas, tomaba a su cargo con gran dignidad y gracia todo lo referente a la familia. A ese respecto, Unamuno no tenía que preocuparse en nada. Unamuno en su vida privada, en su vida familiar, podía mantener sus costumbres. La costumbre era algo tan importante en él, que el mejor elogio que hizo a su mujer, a través de ese amor puro y constante, fue llamar a su Concha “su costumbre”.
LA ESCRITURA
A las nueve se iba a su despacho de Rector de la Universidad. Despachaba allí los asuntos con gran eficiencia, y escribía las cartas a toda la gente que le escribía de todo el mundo. Porque Unamuno, pocos años después de empezar su vida literaria, era una gran figura internacional y recibía cartas de todas las partes. Y él contestó hasta el día de su muerte todas las cartas que recibía, cosa que no solemos hacer los españoles.
A las diez escribía su colaboración para La Nación. También colaboraba diariamente con un periódico de Madrid, y en artículos que salían así, a vuelapluma. Luego, los ensobraba y no los leía. Y así como escribía las cartas, escribía los artículos.
Esto daría la impresión de que don Miguel de Unamuno era un improvisador, uno de los tantos improvisadores que hay en nuestro pueblo, que escriben con gran facilidad, pero no dicen nada y escriben mal. Pero Unamuno es uno de los grandes escritores que ha tenido la Lengua. Y es que Unamuno no improvisaba.
Unamuno hacía su literatura, eso que luego iba a escribir. A todas horas, todo lo que él hacía iba dirigido a aquello lo que él escribía. Yo no creo que exista, ni haya existido nunca, una organización más perfecta del hombre, que en cada momento tiene su personalidad enfocada y dirigida hacia lo que escribe, hacia su producción, hacia su creación.
LA CONVERSACIÓN
Unamuno conversaba mucho. Esta es otra cosa notoria de él para cualquiera que lo haya conocido. Después de comer en su casa una comida frugal, por la tarde no hacía nada. No hacía más que hablar. No estaba solo nunca. Cuando estábamos allí después de comer, pues, estábamos hablando y discutiendo siempre por los temas.
Luego, salía de paseo, pues contantemente hacia ejercicio. Las gentes que estaban alrededor de él se cansaban; él nunca, jamás. Salía todos los días de paseo, no como aquella gente de ciudades viejas de España que están dando vueltas por la Plaza Mayor. Él salía al campo, por la carretera de Zamora que subía hacia el norte, y caminaba siempre con alguien. Nunca iba solo. Caminaba e iba hablando. Luego volvía y se sentaba en el café, en el casino, y hablaba.
Venían visitantes de todas partes del mundo, de Hispanoamérica, de Europa, y él salía con ellos y hablaba. Ordinariamente digo “hablaba” porque las demás personas no hablaban cuando estaban con él. Unamuno era un hombre sencillo, natural y modesto, pero tenía una superioridad moral que se revelaba en este hecho sencillo: los demás se callaban. Unamuno empezaba a hablar y los demás nos callábamos: los jóvenes, los viejos, los grandes y los pequeños. Yo no he conocido a ninguna persona que no callase cuando Unamuno hablaba. Era un monólogo perfecto. Él hablaba de todas las cosas que le interesaban, aunque fueran resistidas a veces por las personas que tenía delante.
Otra de las características es que no elegía a las personas con quien hablaba; lo mismo le daba hacerlo con una persona culta o con una inculta, con un nativo español o con un extranjero, a él le era completamente indiferente. A veces iban con él personas de escasa cultura o de escasa inteligencia, que a nosotros nos resultaban personas de escaso interés. Unamuno contestaba: “¡Oh! Ese señor me es a mí muy útil, muy útil… A mí ese señor me sirve de yunque, de yunque para machacar el hierro, como hacen los herreros. Es decir, como tiene la cabeza tan dura y en su cabeza no entra una idea, pues yo le lanzo una idea; rebota, la vuelvo a lanzar, le voy dando forma y cuando he seguido hablando con él un rato, pues esa idea está en tal forma que puede llegar a todo el mundo”.
Y en efecto, de una manera o de otra, las personas inteligentes y las no inteligentes le servían a él para elaborar un pensamiento. Una idea dicha de diversas maneras en la conversación, completada con la observación de cómo reacciona la gente, le servía para perfeccionar su pensamiento, que él volcaba en esas sus cartas que, en muchas veces, uno se encuentra con cosas superiores. Otros escritores de distintos temperamentos que el de Unamuno dan vueltas a su prosa, la escriben. Y luego, influidos por diferentes sucesos, releerla, la cambian, y así perfeccionan sus obras. Unamuno perfeccionaba sus obras en contacto con los demás. Era su manera de pensar. El conversador Unamuno, pues, era el mismo que el que escribía. Es una fase de su producción.
SUS CONTRADICCIONES
Unamuno hablaba dondequiera que se le invitara. Para cualquier público, para gente de las más diversas ideologías. Él que nunca perteneció a ningún partido político, aceptaba el requerimiento que se le hacía. Llegaba allí y lo que ordinariamente hacia entonces era hablar en contra de quienes le invitaban. Decía aquellas cosas que podrían estar en mayor desacuerdo con lo que pensaba el público, que tenía una ideología determinada. Si Unamuno salía de allí y al día siguiente iba a otro, decía aquello que habría satisfecho al primero.
Resulta difícil comprender cómo un hombre así podía ser respetado por todos después de hacer esto normalmente. En general, lo que hacemos en el mundo los demás hombres es lo contrario, lo mismo en público que en privado: evitamos decir aquello que esté en desacuerdo con los demás, y actuamos en igual forma. Sin embargo, la gente se acostumbró a él, se olvidó de lo que muchas veces había ocurrido en estas intervenciones en público, y Unamuno llegó a ejercer influencia en la política de la nación
Comenzó a haber una inusitada actividad militar, y así surgieron las Juntas de Barcelona y demás cosas que dieron por resultado que todo el mundo estuviera asustado en España. Los políticos lo estaban porque veía una intromisión militar que los destruía. Nadie se atrevía a hablar, y el único que lo hizo fue Unamuno. Fue el único que escribió unos artículos que condenaba a los militares. Y cuando él hizo esto, todos los partidos se unieron para erigirle en jefe, lo que equivalía a erigirle en jefe de la España antimilitarista.
Y Unamuno, que no se negaba a ir allí donde le llamasen, fue a Madrid, donde dejó perplejos a sus invitantes: “Ya he dicho de los militares cuanto tenía que decir; ahora voy a decir lo que son los políticos”. Los políticos le habían invitado… Todo lo que había dicho de los militares era verdad; también lo era lo que dijo de los políticos. Lo que ocurría era que jamás quiso asociarse a un grupo de españoles contra otros grupos. Cuando el veía que las gentes lo escuchaban, lo seguían en su pensamiento, se volvía contra ellas para decirles que no estaba conforme con lo que había dicho antes. De ahí lo que se conoce como las inconsecuencias de Unamuno.
LITERATURA EXTRANJERA
Unamuno no sólo conocía las literaturas mas conocidas, las que conocen las personas cultas: tenía conocimientos amplios de literatura que muy pocos conocían, por una curiosidad de saber las cosas fuera de las cosas y fuera de los moldes ya establecidos. No sólo conocía el inglés, el alemán, el francés y el italiano, sino que también tenía pleno dominio de sus literaturas, tanto en lo puramente literario como en lo filosófico, como en lo religioso. Sabía de poesía lírica en un grado inigualado en España y fuera de ella.
Unamuno conocía ya a los escritores norteamericanos, a esos escritores que los norteamericanos y el mundo empiezan a conocer. Y no sólo aquellos autores de quienes ya a fines del siglo XIX se tenía noticia en Europa, tales como Herderson, Whitman. Conocía a los novelistas, a Melville, que sólo en los últimos veinte años ha renacido o resucitado. Conocía la literatura danesa y su lengua, mucho antes de cuando se la tradujo al inglés. Y Kierkegaard, Unamuno lo conocía hace ya cincuenta años. Él sabía, pues, de literaturas que, en rigor, no conocía nadie. Tal es el caso de la portuguesa, una de más grandes de Europa, que no es conocida por la idea de que sólo se desarrollan grandes literaturas en grandes nacionalidades. A Portugal, país pequeño y pobre, nadie lo ha conocido. Ha tenido este país, en el siglo XIX, poetas tan grandes como quizás ninguna lengua jamás los tuvo.
Había estudiado Unamuno la literatura catalana, que en España nadie leía ni conocía. Él que combatía los regionalismos, cuando ellos significaban la rotura de la unidad de España, cultivaba a los regionalistas y recitaba poesías de los grandes puestas antiguos y modernos de Cataluña, que sabía de memoria.
LA POLÍTICA
Unamuno estaba en el destierro. Había combatido casi solo al Rey Alfonso XIII. Luego, después de años, toda España lo combatió. Había combatido a Primo de Rivera, y por eso estuvo en el destierro siete años. Los mismos que al principio acompañaron a Primo de Rivera, lo abandonaron después, y al mismo rey Alfonso. Al caer el Rey se instaló la República, y Unamuno volvió a España. Pero había envejecido en esos siete años, con el pelo blanco, viejo y glorioso. Todos le visitaron. Él había sido el iniciador, en esto como en todo.
Cuando sobrevino la República, Unamuno pudo haber gozado de su gloria. Cualquiera otra persona lo hubiera hecho, y se hubiera sentido satisfecho de gozar de esa glorificación. Pero Unamuno, Al surgir a la vida la República, inmediatamente empezó a combatirla. A Unamuno le importaba más ejercer ese papel de crítico, perdiendo todo lo que tenía que perder, sacrificando todo lo que sacrificaba, incluso, la popularidad, pues entonces le dejaron abandonado. Él siguió combatiendo a la República.
Y luego vino la guerra civil. Es importante advertir que Unamuno combatió a la República desde tres años antes que los demás. Los que estuvieron en un principio con la Republica, se pasaron a otro campo mucho más tarde y terminaron por levantarse. Al estallar la guerra civil, Unamuno se encontraba en Salamanca, donde en esa hora era muy difícil, más bien imposible, hablar. No era hora de hablar, y aunque Unamuno hubiera querido hacerlo, no hubiera podido. Si habló fue sólo con gentes que le veían privadamente.
En España se quiere discutir si Unamuno ha estado con unos o con otros. Lo seguro es que, si estaba antes contra la República, al estallar la guerra civil estuvo contra quienes hicieron la revolución contra la República. Esto no quiere decir que estuviera con la República. Pero, que estuvo contra Franco o contra los revolucionarios del movimiento nacional, o como se llame, de eso no hay duda ninguna.
LA MUERTE
Corrió la noticia de su muerte. Preguntaban por qué se murió. Hay gente que dice que le mataron. Sencillamente, Unamuno hubo de permanecer callado durante tres meses, y el hombre que he descrito al principio, debió morirse el día que calló. En este tiempo, escribió poesías trágicas, en las que hablaba de toda su vida y de la situación en que se encontraba.
(Breve extracto de la conferencia pronunciada por Federico de Onís en Buenos Aires el 17 de mayo de 1949. Se trata de una transcripción taquigráfica de la que hemos mantenido el tenor literal)
Miguel de Unamuno. CMU
Federico de Onís. CMU