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jueves 21 noviembre 2024
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Antoni Gaudí en Astorga y León

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Antoni Gaudí en Astorga y León

 

 

GAUDÍ ESTUVO EN LEÓN Y DEJÓ SU OBRA MENOS CONOCIDA: EL PALACIO EPISCOPAL DE ASTORGA Y LA CASA BOTINES DE LEÓN

 

 

1.- Alcolea y Guereta  

2.- Grau y Gaudí  

3.- El declive astorgano  

4.- El largo final del Palacio Episcopal de Astorga

5.- La Casa Botines de León

 

 

1.- ALCOLEA Y GUERETA

En 1908, el historiador Manuel Gómez Moreno llegó a Astorga cuando confeccionaba el Catálogo Monumental y Artístico de la provincia de León, quedándose asombrado con la silueta fantasmagórica que ofrecía el Palacio Episcopal de Gaudí, dejado a medias desde hacía varios años, sin cubiertas y rodeado de escombros. Así lo describía benévolamente como mejor pudo: “Mandólo hacer, con lujo y estipendio poco adecuado a la localidad y a nuestros tiempos, el Obispo D. Juan Bautista Grau en 1889, bajo la dirección de D. Antonio Gaudí, arquitecto catalán ya célebre, y cuya primera obra original parece haber sido ésta, en atención a que, mientras sus trazas apenas se salen de los temas góticos usuales, luego, al poner mano en el edificio, varió por completo, con rasgos de personalismo, novedades, atrevimiento y partes de indiscutible belleza, sobre todo en su interior, que le hacen descollar como una de las obras más interesantes y sabias de nuestro siglo en España. Por desgracia, la muerte del obispo fundador y ciertos desacuerdos alejaron al Sr. Gaudí cuando aún quedaban por hacer las partes altas de la capilla, algunos remates y las armaduras. A más, como luego no se pudieron lograr las trazas ni instrucciones del inventor para realizar esto, bien se echa en ver la intervención de otro arquitecto. Ahora se acaba de habilitar, gracias a la decisión del actual Obispo don Julián de Diego y Alcolea”.

Gómez Moreno se refería al arquitecto Ricardo García Guereta, con quien el obispo Alcolea ya había coincidido en Madrid y Valladolid. Guereta era un renombrado técnico por sus muchas obras en la capital. Ostentaba los cargos de arquitecto diocesano de León y municipal de San Lorenzo de El Escorial. El prelado estimó que era la persona adecuada para continuar la obra que Gaudí había dejado inacabada. Su misión era compleja porque el maestro, antes de irse de Astorga, hizo desaparecer los planos. Guereta tuvo que diseñar otros que en nada se correspondían con los primeros, pero trató de que el desentono fuera el menor posible, siguiendo sus influencias de Viollet-le-Duc y de las cubiertas de pizarra escurialenses.

Antes, Alcolea hizo cuanto estuvo en sus manos para que Gaudí volviera a Astorga. Se desplazó hasta Barcelona y charlaron en su taller de la Sagrada Familia sin que consiguiera convencerle. Gaudí no quería, ni podía dejar ya su basílica. El Obispo buscó la mediación de su mentor Eugeni Güell, pero resultó en vano. Alcolea apreció en Gaudí un gran resentimiento. Comprobó que el cabildo astorgano había cometido errores y no quiso caer en los mismos. Muchos eran partidarios de derribar lo construido porque obstaculizaba la panorámica de la catedral. Sin embargo, actuó con total independencia, al margen de aquellas opiniones que mantenían las obras paralizadas. En cierto modo, tomó el ejemplo de decisión que tuvo su predecesor Juan Bautista Grau i Vallespinós.

Metida en aquel atolladero, la ciudad maragata fue muy afortunada con la llegada del obispo Alcolea el 5 de febrero de 1905, tras recibir la consagración en la archidiócesis de Valladolid, circunscripción eclesiástica por la que era senador en las Cortes. Esa posición le permitió recabar una destacada cantidad de fondos en la capital del Reino, más de un millón de pesetas, para sufragar los gastos a partir de aquel año hasta 1913, cuando será destinado al obispado de Salamanca. Su partida fue muy lamentada por los astorganos, en parte, por la ingente labor social que ejerció en la enseñanza y en el mundo rural, donde creó una Federación de Sindicatos Agrarios que aglutinó a más de 60 organizaciones en pueblos de la diócesis.

El arquitecto Guereta estuvo acompañado por una pléyade de profesionales que conformaban el Grupo de Madrid, un conjunto de artistas que frecuentaban la tertulia del Café Levante. Les encabezaba el arquitecto Juan Moya Idígoras, compañero y colaborador de Guereta, que trabajó en el altar de la capilla. Fernando Villodas pintó los frescos con estilo renacentista flamenco. Las vidrieras estuvieron a cargo de los hermanos Maumejean, de procedencia francesa, entonces establecidos en el Paseo de la Castellana de Madrid. El reconocido ceramista Daniel Zuloaga colocó las cerámicas que fabricó en su laboratorio de Segovia. Para terminar con el escultor Enrique Marín e Higuero, que realizó las figuras de la capilla, entre ellas, una Virgen en mármol de Carrara. Higuero también recibió del municipio astorgano el encargo del monumento a Los Sitios de Astorga, un ejemplar de escultura animalista en piedra del estilo de su amigo el escultor bejarano Mateo Hernández.

Alcolea retrasó su traslado a Salamanca hasta que pudo dar por finalizadas las obras. A salvo de intervenciones menores pendientes, dejó su escudo esculpido en lo alto del frontispicio. El arquitecto había edificado el segundo piso y el sotabanco. Sus últimas certificaciones corresponden a tres grandes ángeles de cinc con los distintivos episcopales, la mitra, el báculo y la cruz, que Gaudí había encargado para ser colocados en las partes altas del palacio; pero Guereta, tras dudar, no se atrevió a ponerlos por su peso. Procedían de la fundición de la Real Compañía Asturiana de Minas. Hoy se pueden observar en el jardín de entrada. La principal aportación de Guereta fue la construcción de la planta superior que se caracteriza por su austeridad en contraste con el conjunto, en una clara apuesta por ensalzar la obra de Gaudí. Aunque faltaban algunos remates, el arquitecto decidió partir con su equipo al tiempo que lo hizo el Obispo. El sucesor en la mitra astorgana fue Antonio Senso Lázaro, con quien de nuevo las pequeñas obras postergadas quedaron paralizadas y el palacio permaneció cerrado sin ninguna utilidad.

Mucho se ha especulado sobre el motivo por el que la construcción del palacio episcopal de Astorga encontró tantos obstáculos. Su duración máxima debería haber sido de cinco años y se alargó durante cinco décadas. En las dos primeras etapas las circunstancias fueron muy similares. Hubo dos obispos dinámicos con iniciativa propia, Juan Bautista Grau i Vallespinós y Julián de Diego y Alcolea, que depositaron su confianza en dos prestigiosos arquitectos, Antoni Gaudí i Cornet y Ricardo García Guereta, respectivamente. Éstos a su vez tuvieron el apoyo de sendos equipos de artistas modernistas compuestos por escultores, pintores, vidrieros y ceramistas. La población los identificaba con dos clanes con sus propios operarios, primero el catalán y el madrileño después. Apenas dejaban jornales en Astorga en una época en que la emigración se había convertido en la sangría de aquellas comarcas de La Maragatería y La Cabrera, causada por la improductividad de su tierra pizarrosa, lo que el berciano Ramón Carnicer reflejó acertadamente en su obra Donde las Hurdes se llaman Cabrera. Quizás esa fuera la causa de la dilación.

 

2.- GRAU Y GAUDÍ

La construcción de la emblemática obra de Gaudí en Astorga se debe a un siniestro. En 1886, se incendia la antigua sede episcopal, situada entre la catedral y la muralla, quedando reducida a escombros. Aquel mismo año había llegado el nuevo obispo, Juan Bautista Grau i Vallespinós, que se ve obligado a residir temporalmente en el seminario diocesano. Esa temporalidad se convirtió en permanencia para quienes le sucedieron. Grau era de un talante muy avanzado para el contexto de aquellos años. Escribía en revistas eclesiásticas con el pseudónimo de “Silvia” y no dudó en cambiar los planes de estudio del Seminario astorgano por considerarlos anticuados.

Aquel contratiempo le indujo a construir un palacio episcopal con el estilo modernista de la época, y así se lo transmitió al cabildo. Los canónigos le indicaron que acudiera al alcalde, Juan Francisco Pineda, que también era contratista de obras, para solicitarle fondos con que sufragar la construcción. El edil se desentendió de la idea porque por su coste le parecía inviable y el Ayuntamiento carecía de recursos, aconsejándole que recurriera al Ministerio de Gracia y Justicia. Allí remitió Grau el proyecto realizado por el maestro de obras Pedro García Calvo, que, a su vez, era teniente alcalde del municipio. El Ministerio lo rechazó aduciendo que su autor carecía de “suficiente inteligencia” para la redacción de aquel documento técnico, porque correspondía a un arquitecto diocesano. Aquel puesto estaba vacante y el Obispo decidió encargárselo a Gaudí, lo que le supuso ácidas críticas de nepotismo por no haber contado con los facultativos de Astorga.

Obispo y arquitecto eran naturales de Reus (Tarragona). Ya antes, Grau le había encomendado varias obras mientras fue vicario de la archidiócesis tarraconense y conocía de su pericia in situ. Gaudí aceptó el ofrecimiento de Grau como una excepción, pues ya trabajaba en la Sagrada Familia y en la Casa Güell. Realizó el proyecto en Barcelona a través de las fotografías y los comentarios que Grau le fue enviando. Tras recibir el obispo el proyecto, lo halló conforme y lo remitió al Ministerio que, antes de pronunciarse, recabó el informe de la Real Academia de San Fernando, trámite inevitable por tratarse de una obra pública. La Academia lo rechazó alegando una larga lista de deficiencias que propuso su presidente, Francisco de Cubas y González-Montes, Marqués de Cubas. La principal de ellas, falta de resistencia y columnas extremadamente finas para sostener el edificio, una característica peculiarmente gaudiana. Cubas era un historicista, la persona menos adecuada para comprender el modernismo. Fue el autor del proyecto de la Catedral de La Almudena de Madrid, apoyada sobre una mastodóntica columnata que raya en el esperpento.

Los planes de Grau se estaban demorando en exceso y tuvo que acudir a Pío Gullón Iglesias, el astorgano más prominente del momento, que había ostentado varios cargos en el Gobierno. Con su ayuda, el Ministerio dio la aprobación para el comienzo de las obras, cuya primera piedra fue puesta el 24 de junio de 1889, día de la onomástica del prelado. Cuando Gaudí conoció la ciudad el año anterior se sintió contrariado al ver la aridez del entorno, pues no era lo que se había imaginado a través de las fotografías. A partir de entonces, acudió a Astorga otras ocho veces más en las que, primeramente, buscó los materiales con que podía contar en la zona, como el granito blanco del Bierzo y la cerámica vidriada de Jiménez de Jamuz. El viaje desde Barcelona en aquellos primeros ferrocarriles se le hacía extremadamente agotador y le obligaba a permanecer en la ciudad durante algunos días para recuperar fuerzas, alojado en las dependencias del Seminario.

Las obras salieron a subasta y fueron adjudicadas al único aspirante, el contratista lacianiego Policarpo Arias Rodríguez, que ya se encargaba del mantenimiento de la Catedral. Cuatro constructores de León causaron otro retraso más al impugnar ante el Ministerio la adjudicación por favoritismo. Pero, el recurso fue rechazado porque esas personas no habían participado en la licitación y no podían reclamar ningún perjuicio respecto a ellos. Para llevar el control, una vez comenzadas las obras, Arias le enviaba a Gaudí periódicamente fotografías de sus trabajos, realizadas por el afamado retratista José María Cordeiro, un portugués afincado en Astorga que mantuvo el estudio abierto durante 50 años con sus hijos José María y Elena. Además, contrató a un segundo maestro de obras, el vecino Pedro Luengo. Gaudí solía proceder así porque decía que donde había dos, uno vigilaba al otro. También impone el empleo de albañiles catalanes conocidos suyos que ya habían trabajado para él, de esa forma, durante sus ausencias sabrían continuar las obras según sus directrices.

 

3.- EL DECLIVE ASTORGANO

Pronto surgieron los problemas. Gaudí enviaba al Ministerio las certificaciones de la obra que iba ejecutando para poder cobrar, pero el dinero no llegaba. Y a falta de adversidades, fallece el contratista Policarpo Arias sin que hubiera cobrado gran parte de lo que se le adeudaba. Gaudí tampoco había percibido nada. Con prontitud pone en su lugar a Saturní Villalta y Amenòs, también procedente de Reus, que lleva consigo al maestro de obras Agustí Massip. El equipo ya era completamente catalán.

En 1893 la fatalidad se abate sobre el palacio astorgano. Inesperadamente, el obispo Grau fallece al sufrir un accidente con el caballo cuando giraba una visita pastoral al pueblo zamorano de Tábara. A falta de un año para finalizar, las obras quedaron detenidas. Gaudí no solo perdía un amigo, pues el obispo fue su guía espiritual e influyó mucho en su profunda religiosidad. En su honor construyó un templete en el Seminario, así como el sepulcro en la capilla de la Inmaculada, junto al altar mayor de la catedral.

A Grau le sucede temporalmente, el vicario de la diócesis, Vicente Alonso y Salgado, que no pudo oponerse a la opinión mayoritaria del cabildo, que exigía hacer recortes en el presupuesto e incluir a obreros de la localidad. Gaudí no aceptó ningún cambio en su proyecto y, en consecuencia, presentó la renuncia. Desde León, donde trabajaba en la Casa Botines, envió una carta al presidente de la Junta Diocesana en los siguientes términos: “No existiendo hoy la completa conformidad de miras y apreciaciones que había entre mi respetable amigo, el difunto prelado de esta diócesis. Excmo. Sr. don Juan Bautista Grau, y el que suscribe, circunstancia que considero esencial e indispensable para llevar a feliz término las obras del palacio episcopal de esa ciudad, me veo en el caso de poner en manos de usted como presidente de la Junta Diocesana, la renuncia de arquitecto-director de las mismas”. Gaudí abandonó Astorga llevándose con él a todos sus artífices, no sin antes quemar los planos y cualquier documentación relacionada. Más tarde, confesaría a su discípulo Cèsar Martinell: “No me fui de Astorga, me echaron”.

A Gaudí le sucedió el arquitecto diocesano de León, Francesc Blanch i Pons, natural de Manresa. Todos eran allegados. Mientras Gaudí trabajaba en la Casa Botines de León, Blanch lo hacía en el edificio de enfrente, el palacio de los Guzmanes, la actual Diputación. El vicario del Obispado de León, Gaieta Sentís Grau, pariente del anterior prelado astorgano, hizo las gestiones ante la diócesis de Astorga para la sustitución. Sentís, había nacido en Riudoms, el pueblo del padre de Gaudí, cerca de Reus, donde fue compañero de estudios del arquitecto. Y ambos mantenían la amistad de un paisano común, Antoni Fonts Gondalbeu, historiador de la Cartuja de Scala Dei en El Priorato, que eventualmente había cursado estudios en el seminario de Astorga. Por su parte, el arquitecto Blanch estaba casado con Ángela Cornet i Enrich, pariente de Gaudí. Por todo ello, podemos hablar de un clan catalán en la provincia de León, cuya presencia se observa con mayor nitidez en la construcción de la Casa Botines (Botinàs castellanizado.)

 

4.- EL LARGO FINAL DEL PALACIO EPISCOPAL DE ASTORGA

Blanch duró en el cargo seis meses. Poco pudo hacer. Sin planos no consiguió continuar la idea original de Gaudí. Los obreros derribaron una pared que no consideraban maestra y se cayeron las bóvedas. Para exculparse tacharon a Gaudí de inepto. Aparte de ese imponderable, tuvo un serio enfrentamiento con el contratista Villalta. Blanch había advertido que el encargado de cuidar el material de obra, Manuel del Palacio, que a su vez era almacenista de materiales de construcción, dejaba entrar en el recinto a personas ajenas a la catedral, por lo que le despidió recogiéndole la llave. Palacio tenía toda la confianza del contratista Villalta y a él se quejó. Éste se mostró muy molesto con el arquitecto por no haber contado con él antes de haber tomado tan drástica decisión. En consecuencia, se lo comunicó al cabildo, que automáticamente cesó a Blanch, quedando la obra de nuevo paralizada. A éste le sustituyó el arquitecto Manuel Hernández y Álvarez Reyero, cuya participación resultó ínfima.

Más tarde, providencialmente, llegaron Alcolea y Guereta, que consiguieron acabar el edificio. Sólo quedaban pendientes algunos detalles interiores precisos para su habitabilidad y ser destinado a sede episcopal. En 1956 le cupo el honor de terminar esos remates al obispo Josep Castelltort i Soubeyre, natural de Igualada, que cerró el ciclo de los catalanes en Astorga. Su intención era la de habitarlo cuanto antes. Pero, como si de una maldición se tratara, este mitrado tuvo una muerte sorpresiva en el vestíbulo de la entrada el 18 de agosto de 1960, cuando se disponía a revisar las obras. Fue sepultado en la capilla de San Jerónimo de la catedral. El palacio jamás tuvo el fin proyectado por su autor y ningún Obispo hizo uso de él. Fue convertido en un museo que hoy aglutina numerosas piezas de todas las épocas y estilos recogidas en los pueblos de la diócesis astorgana. Pero el verdadero museo es el edificio mismo donde Gaudí dejó su impronta y su recuerdo.

 

5.- LA CASA BOTINES DE LEÓN

Mientras Gaudí se hallaba enfrascado en Astorga, le surgió otro proyecto en León, más bien, otro compromiso ineludible con su mentor Eugeni Güell. Se trataba de la construcción de un edificio exento en el nuevo ensanche urbano destinado a local comercial y viviendas, que Cèsar Martinell calificaría de “edificio utilitario”. Quienes se lo encargaban eran los comerciantes Simón Fernández y Mariano Andrés, sucesores de Joan Homs i Botinás, clientes de Güell en el ramo del textil y representantes del Banco Hispano Colonial de Barcelona, creado por el suegro de éste, el Marqués de Comillas. Gaudí comenzó las obras el 4 de enero de 1889 y las acabó en diez meses, una rapidez inusitada incluso para los tiempos actuales.

El maestro acudió a León diez veces, alojándose en el domicilio del vicario episcopal Gaieta Sentís Grau. Encargó parte de la dirección a Claudi Alsina Bonafont, persona muy cercana, que llevó a León a su propio equipo, compuesto por unos sesenta operarios entre artistas y albañiles. Alsina contaba, entre otros, con la colaboración del cantero Antoni Cantó, el maestro Marian Padró, el carpintero Joan Coll, la empresa Casas, Planas y Cía, el fundidor Hijo de Ignaci Damians, el forjador Joan Oñós, los decoradores Hermanos Vila, Lluis Estrada, y el escultor Llorenç Matamala. La verja exterior fue encargada a la fundición asturiana “Kesler, Laviada y Cía”.

En vista de que Gaudí no contaba con los profesionales de la ciudad, comenzaron los reproches. El arquitecto se justificaba diciendo que en ese momento en León sólo había los canteros que restauraban la catedral, cuyo perfil no respondía al que necesitaba para su obra, básicamente, modernista. Y se lamenta de que los leoneses “son gente para jugar a la malilla y de costumbres muy distintas”. El maestro rodeó el edificio con un foso relleno de mampostería hormigonada, como había hecho en el palacio episcopal de Astorga, y varios ingenieros comenzaron a criticarle aduciendo que el terreno no lo permitía y que con esa cimentación el edificio corría un serio peligro de desplome.

Su biógrafo Cèsar Martinell nos refiere hasta qué punto llegaron esas habladurías: “Unos ingenieros divulgaron por cafés y tertulias que la casa estaba mal cimentada. El terreno no era franco, y aquellos ingenieros, saturados de procedimientos leídos en libros, creían que en aquel caso se tenía que haber empleado pilotes, martinetes y otras tonterías. Lo que había hecho Gaudí era aumentar la superficie de cimentación, procedimiento que ya se había utilizado al construir la catedral, así como un edificio romano, cuyas ruinas había observado detenidamente”.

De boca en boca corría el comentario de que “la Casa Botines se cae”. Gaudí lo resolvió de forma taxativa. Colocó un cartel en la obra invitando a todas esas personas peritas a que presentaran sus informes desfavorables. Él aceptaría todas las opiniones con la condición de que las realizaran por escrito y, cuando la obra estuviera concluida, las expondría en un lugar visible. Nadie recogió el guante y finalizó el edificio de acuerdo con lo que había proyectado. En 1969, la Casa Botines fue declarada Monumento Histórico de Interés Cultural. Su autor permanece hoy en León en bronce, sentado en un banco de la Plaza de San Marcelo frente a su obra convertida en museo gaudiano, recibiendo la admiración de todos.

 

 

 

                                      Evolución del Palacio Episcopal. Astorga

 

                                      Casa Botines. León. Fachada y  planos 

 

 

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