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martes 3 diciembre 2024
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Larra en Ávila: la política y los amores

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Larra en Ávila: la política y los amores

 

 

LARRA NO MURIÓ PORQUE LE DOLIERA ESPAÑA, SINO PORQUE  POLÍTICOS DESAPRENSIVOS DESTRUYERON SU CARRERA LITERARIA

 

1- Larra periodista

2.- Desencanto intelectual de Larra

3.- Desengaño amoroso de Larra

4.- El desenlace.

 

 

1.- LARRA PERIODISTA

Periodista censurado y escritor de refinada elegancia, Mariano José de Larra denunció con extraordinaria lucidez los obstáculos que se oponían a la renovación de su país desde la perspectiva de un liberal convencido, con una abierta mentalidad que adquirió en sus numerosos viajes por Europa. Influenciado por Víctor Hugo, defendió el principio de que la literatura debía ser la expresión de la época y, por encima de todo, social.

Pero sus ideas dieron al traste con la realidad que le tocó vivir, su relación amorosa con una mujer casada y la utilización de esta circunstancia por unos políticos desaprensivos. Decía Pascual Madoz que no es fácil entender los motivos que tuvo Larra para presentarse en las listas del liberal Francisco Javier Istúriz. Y que lo hiciera por Ávila parece que guarda relación con cierta fracasada aventura amorosa. El desamor marcó su vida desde muy temprana edad y todo indica que ésta fue la causa de su trágico final. Para muchos autores ha sido un tópico decir que Larra murió por España y los españoles. Omiten que por alguna mujer también.

 

2.- DESENCANTO INTELECTUAL DE LARRA

Larra era hijo de un médico afrancesado que tuvo que emigrar a Francia con su familia. Allí adquirió los modismos que siempre estuvieron presentes en su obra, a pesar de su obsesivo casticismo. Una vez retornado del exilio, cursó estudios de Filosofía en Valladolid, donde sufre el primer tropiezo al enamorarse perdidamente de una mujer mucho mayor que él, que resultó ser la amante de su padre.

A los veinte años se casó con Josefa Wetoret, boda que apadrinó el Duque de Frías. Sin recursos y careciendo de posición social, el matrimonio resultó desdichado, terminando en una inevitable separación. Como una premonición, pocos días antes de la ceremonia nupcial había escrito unos versos en los que decía que “las rosas pasajeras del tálamo encubren sus dolorosas espinas”. Y por aquel tiempo publicaría su artículo El casarse pronto y mal, que constituía un alegato de su experiencia personal.

Los historiadores han repetido hasta la saciedad que el motivo de la muerte de Larra, de su suicidio a los veintisiete años, fue la frustrante situación política española, basándose en que los esquemas del escritor eran excesivamente idealistas y chocaron con la turbia realidad. Denunció infructuosamente la diferencia abismal entre la España oficial y la real. Puso en tela de juicio la ley electoral, el voto reservado exclusivamente a los económicamente pudientes. Pero, sus planteamientos no tuvieron eco. Se dio de bruces con la involución, la censura en la prensa y la falta de modernización del país. Eso le condujo a un pesimismo extremo y a exclamar: “En cada artículo entierro una esperanza o una ilusión”. La soledad intelectual le situó en posturas existencialistas, hasta el punto de que, como manifiesta Seco Serrano, “prefirió la muerte a la alienación”. Pero la explicación que apunta a un derrumbe moral por sus irrealizables ideas avanzadas resulta simplista.

 

3.- DESENGAÑO AMOROSO DE LARRA

Larra sufrió dos decepciones añadidas: su fatídico enamoramiento de una mujer casada y la utilización que unos políticos oportunistas y sin escrúpulos hicieron de esta comprometedora situación para acceder al poder. Cuando en 1835 rompe con su esposa, ya se hallaba seducido por Dolores Armijo, casada con José María Cambronero, un diplomático acreditado en Filipinas, de la que terminó recibiendo una actitud de indiferencia. Intentó olvidarse de ella marchándose unos días a Londres, pero no lo consiguió.

Dolores Armijo, a la que Larra cariñosamente llamaba Rosina, se había trasladado a Ávila, a casa de su tío Alfonso Carrero, vicepresidente de la Diputación e intendente general de la provincia. Quiso verla una vez más. Para localizarla se puso en contacto con su amigo Ramón Ceruti, secretario del gobernador civil de Ávila, Domingo Ruiz de la Vega, que corrió a ponerlo en conocimiento de Carrero.

En aquellos momentos, la Regente María Cristina había convocado elecciones generales. Carrero vio la oportunidad propicia para ofrecer a la Corona una exitosa candidatura encabezada por el renombrado escritor, si es que conseguía convencerle, pues Larra siempre se había mostrado crítico con la política y los políticos. Había que prepararle el señuelo.

El propio Ramón Ceruti le invitó a encontrase secretamente con Dolores Armijo en Ávila. Para ello, obtuvo para él una autorización para que estudiara manuscritos en archivos de El Escorial, Segovia y Ávila. Aparentemente, motivos de investigación histórica. De inmediato, Larra programó una serie de visitas a los monumentos y conventos de Ávila, entre las que aquellos desalmados políticos le fueron inculcando la idea de integrarse en una candidatura que complaciera a la Regente.

Como asegura Carmen de Burgos, “El viaje fue sólo un pretexto para atraer a Larra, utilizando a su amada como anzuelo… Le sedujo la política quizás por una creciente ambición de ser, de brillar para agradar a aquella mujer, para deslumbrarla, para aparecer ante ella con esa superioridad de los altos cargos”. Incluso, en su ceguera amorosa, llegó a aceptar un sistema electoral para él inaceptable. En una campaña con espurios apoyos, como el del Boletín Oficial de la provincia, se hizo con el acta de diputado mediante un censo restringido a las mil personas a las que únicamente se le reconocía el derecho al voto, de entre una población de unos sesenta mil habitantes de la provincia abulense.

El escritor, que recibió el apadrinamiento de los políticos Eugenio Tapia, de Ávila, y José Somoza, de Piedrahita, se mostrará poco avezado en la lucha política y desconocedor del entorno gubernamental. Salió diputado, pero tan sólo por unas semanas. El 12 de agosto de 1836, dieciocho sargentos de la Guardia Real de La Granja protagonizaron un pronunciamiento, la “sargentada”, obligando a la Regente a efectuar un cambio de gobierno y Larra perdió su escaño. Como consecuencia, deja de ser útil a cuantos le adularon, pues lo único que pretendían era alcanzar prebendas a través de él. Sin posibilidades de ser influyente en la Corte, Dolores Armijo le abandona.

 

4.- EL DESENLACE

Dos años después, su ex amante consiguió reconciliarse con su marido, tras un tiempo en régimen de separación. Acompañada por una cuñada, acudió al domicilio de Larra, en la calle Santa Clara 3 de Madrid, junto al Palacio Real, para pedirle que le entregara unas cartas comprometedoras y comunicarle que se marchaba a Filipinas con su esposo. Ese último encuentro avocó a Larra a tomar la decisión más drástica, la de quitarse la vida, lo que consumó mediante un pistoletazo tan pronto como Dolores hubo salido de la casa. La detonación fue escuchada por el famoso banderillero “Mirandita”, que raudo avisó al vecindario sin que pudieran hacer nada. El suceso causó una gran conmoción en la capital del Reino y fue recogido por numerosos escritores en sus crónicas y memorias, como el costumbrista madrileño Mesonero Romanos.

Paradójicamente, en su obra El doncel de don Enrique el Doliente, publicada en 1834, Larra decía: “Los que consienten en morir por una mujer, como ser pérfido, no merecen que nadie de dos pasos por salvar su vida. ¿Serán por ventura felices cuando la conserven para vivir esclavos y fascinados por el loco capricho de un sexo envenenado, para creer gozar de una falsa sonrisa, para llorar lágrimas de sangre ante un injusto desdén? Acaso su muerte sería su felicidad”.

Con su desaparición surgió otro gran poeta, el vallisoletano José Zorrilla que, atraído por la trayectoria vital del insigne escritor, leyó unos versos ante su tumba que significaron el comienzo de una nueva vida literaria, otra tendencia en el mundo de las letras, la de mantenerse al margen de la política y las ideologías de los años anteriores, de las frustraciones que degeneraron en los fatales desenlaces de numerosos autores del Romanticismo.

(Foto portada. Murallas y catedral de Ávila)

Museo del Romanticismo. Romanticismo   

  

 

 

Mariano José de Larra

                 

   Dolores Armijo  

 

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