a
sábado 23 noviembre 2024
InicioIntrahistoriasMiguel de Unamuno y Fernando Pessoa, el desencuentro

Miguel de Unamuno y Fernando Pessoa, el desencuentro

Intrahistorias

Más vistas

Miguel de Unamuno y Fernando Pessoa, el desencuentro

 

 

FERNANDO PESSOA ENVIÓ UNA CARTA A MIGUEL DE UNAMUNO. ERA LA MISIVA DE UN JOVEN RUPTURISTA Y PRESUNTUOSO A UN MADURO ALTIVO, UN INEVITABLE CONFLICTO GENERACIONAL 

 

 

1.- Escritores portugueses en tiempos de Miguel de Unamuno

2.- Fernando Pessoa y el Modernismo

3.- La revista Orpheu y la carta de Fernando Pessoa a Unamuno

4.- Causas del desencuentro

5.- El Iberismo, el movimiento luso-hispano

6.- ¿Quién era Juan Fernández?

 

 

1.- ESCRITORES PORTUGUESES EN TIEMPOS DE MIGUEL DE UNAMUNO

Los lazos de Unamuno con Portugal fueron muy estrechos. Eran frecuentes las visitas que realizaba a Guerra Junqueiro, poeta nacido en Freixo de Espada é Cinta, en el Duero fronterizo con España. El Rector llegaba en tren hasta Barca d’Alva y cruzaba el río en una barcaza para subir por el monte hasta la Quinta de Batoca, lugar de descanso de Junqueiro, donde intercambiaban sus puntos de vista sobre la situación de los dos países. Y numerosos fueron los viajes de éste a Salamanca para entrevistarse con Unamuno. El vínculo de su amistad era la literatura de ambos lados de la raya y los aires republicanos.

Pero, Guerra Junqueiro no fue el único. El conocimiento que Unamuno tenía de Portugal era profundo, así como de los escritores lusos, bien personalmente, o a través de la lectura de sus obras. Tuvo muy presente a poetas como Antero de Quental o el simbolista Eugenio Castro; a los maestros de la prosa Camilo Castelo Branco y Eça de Queirós, al historiador Oliveira Martins, autor de la Historia de la civilización Ibérica, el saudosista Teixeira de Pascoaes… Todos incidieron sobre las raíces comunes de la cultura ibérica, dando lugar al movimiento denominado Iberismo. Unamuno les admiraba a todos ellos y hacía de nexo de unión entre la literatura española y la portuguesa, como muestra la publicación en 1911 de su obra Por tierras de España y Portugal.

 

2.- FERNANDO PESSOA Y EL MODERNISMO

De entre los escritores más jóvenes portugueses destacaba el lisboeta Fernando Pessoa, un modernista que se diferenciaba del resto por su formación más temprana. Su madre se había casado en segundas nupcias con Joao Miguel Rosa, cónsul de Portugal en Durban (Sudáfrica). Allí recibe una enseñanza británica y obtiene el premio Queen Victoria de ingreso en la Universidad de El Cabo. Lee a los autores clásicos ingleses y cursa estudios en la Commercial School, lo que, posteriormente, le permitirá ganarse la vida en Lisboa como traductor de correspondencia extranjera. En realidad, era bilingüe y sentía una imperiosa necesidad de hablar en inglés. Pero, su verdadera vocación era la poesía, a la que llegó como autodidacta.

Unamuno era muy conocido entre los escritores portugueses. Había traducido al español la obra La literatura castellana y portuguesa en dos tomos del hispanista austriaco Ferdinand Wolf, con notas de Menéndez Pidal. Tanto Pessoa como él colaboraban con la revista A Águia de Oporto, dirigida por Teixeira de Pascoaes, promotor del movimiento Renascença Portuguesa. Pessoa sabía que el Rector era un adalid en el mundo editorial y que se relacionaba con la pléyade de escritores lusos de mayor peso, lo que le llevó a pedirle colaboración en su proyecto modernista, que él consideraba una tendencia literaria para Portugal y Europa.

 

3.- LA REVISTA ORPHEU Y LA CARTA DE FERNANDO PESSOA A UNAMUNO

Fernando Pessoa integraba un grupo de poetas, en cierto modo marginales, entre los que se encontraban Almada Negreiros y Mario de Sa Carneiro. Los cafés A Brasileira del Chiado y Martinho da Arcada en la Praça do Comercio eran sus lugares habituales de encuentro. Con dificultades consiguieron sacar a la luz la revista Orpheu, que introducía las últimas teorías poéticas de Paris, como el simbolismo de Paul Verlaine. Pessoa no dudó en enviarle el primer número a Unamuno, con la intención de que hiciera de introductor en España mediante su difusión. La revista iba acompañada de una carta cuyo tenor era el siguiente:

“Por este correo le enviamos el primer número de nuestra revista Orpheu. Como deducirá de una, aunque, rápida lectura, esta revista representa la conjugación de los esfuerzos de la nueva generación portuguesa para la formación de una corriente literaria definida, conteniendo y trascendiendo las corrientes que han prevalecido en los grandes medios cultos de Europa. Nos tomamos la libertad de llamar para esto su atención, y pedirle que examine de cerca la actitud esencial de nuestro arte literario. Estamos seguros de que en ella tendrá la sorpresa de encontrar cualquier cosa en lo que no habrá deparado en su senda a través de las literaturas conocidas. Como tenemos absoluta conciencia de nuestra originalidad y de nuestra nobleza, no tenemos escrúpulo alguno en decir esto”.

Fernando Pessoa no obtuvo de Unamuno ninguna respuesta. Esa carta era la misiva que enviaba un joven rupturista y presuntuoso a un maduro ególatra, un evidente conflicto generacional. Pessoa no había medido el tono arrogante de sus palabras. Pero Unamuno también pecó de una falta de condescendencia, que podía haber suplido con un mero acuse de recibo. Paradójicamente, Pessoa alcanzó cierto predicamento en la corriente ultraísta española, que tenía su principal punto de apoyo en la revista literaria Grecia, que se publicaba en Sevilla, en la que colaboraba José María Quiroga Plá, futuro yerno de Unamuno.

Pero, Pessoa no fue el único. Su compañero de letras Mario de Sa Carneiro envió a Unamuno tres libros esperando de él una crítica favorable. Al primero de ellos Unamuno contestó que dejaba su lectura para más adelante pues tenía sobre la mesa otros asuntos inaplazables, que era la fórmula habitual que usaba cuando sabía que no iba a leer algo que le enviaban. A los otros dos, su respuesta fue el silencio. En realidad, el Rector no veía en Pessoa y Sa Carneiro más que los introductores del Modernismo en Portugal, como lo era Rubén Darío en España,  de la ruptura con las tendencias literarias de Unamuno y la Generación del 98.

 

4.- EL DESENCUENTRO ENTRE UNAMUNO Y FERNANDO PESSOA

Las posibles causas de la actitud de rechazo por parte de Unamuno son varias. El Rector se hallaba en aquellos momentos muy vinculado a la potente editorial La Moderna España, que se hallaba en la Cuesta de Santo Domingo de Madrid, caracterizada por la traducción de autores clásicos europeos, en la que no tenían cabida poemas vanguardistas como los de Pessoa, un autor apenas conocido que podía implicar al Rector un posterior compromiso de publicación de aquellos versos en los que no creía, por lo que prefirió no elogiarlos.

Unamuno no comulgaba con los postulados que venían de Europa. Así lo dejó patente en su obra En torno al casticismo, publicada en 1895, cuyas raíces se hundían en la tradición hispana. Reprochaba a Portugal que se dejara colonizar por culturas foráneas, especialmente, la inglesa y la francesa. Así lo manifestaba: “El Estado portugués, para conservar su sombra de dependencia, se arrojó en brazos de Inglaterra. Y las clases ilustradas, acaso huyendo de que su espíritu fuera absorbido por el espíritu general ibérico o por temor a nuestros tan decantados fanatismo y oscurantismo españoles, se echaron de bruces en el cauce de la cultura francesa, pero de la cultura francesa de exportación, de la más superficial, anegando en él su propio espíritu. Los más de los portugueses cultos, semicultos y pseudocultos, no ven más allá de París, y añádase a esto que no es raro encontrar a quien sale a la calle con su libro de francés en la mano y, para leer español, lo hace en su casa y a hurtadillas”.

El Rector adoptó una actitud readical respecto al Modernismo. Veía el “afrancesamiento portugués” como una pedantería adoptada en gran parte frente a España”. Según Blanco Aguinaga, llegó a calificarlo como «un arte propio de borrachos y morfinómanos».

 

5.- EL IBERISMO, EL MOVIMIENTO LUSO-HISPANO

Por otra parte, el reconocimiento de Pessoa por Unamuno conllevaba una brecha con el grupo literario con que éste se relacionaba, encabezado por su amigo Teixeira de Pascoaes, sobre cuya obra Pessoa había vertido duras críticas cuando dejó de colaborar con él. Todos ellos eran partidarios del “Iberismo”, de la unión cultural de España y Portugal, pues ambos países constituyen un único pueblo ibérico. El centro de ese pensamiento se asentaba en Oporto, en Coímbra, y en general, en el norte de Portugal.

Pero, además, existía el iberismo de Lisboa, que Pessoa compartía con otros españoles, como Ramón Gómez de la Serna; la compañera de éste, Carmen de Burgos o el sevillano Adriano del Valle. La idea de éstos era una unión entre España y Portugal no sólo cultural, sino de carácter político, bajo la forma de una confederación ibérica. No obstante, para ello era preciso que España se desintegrara y, una vez llegado a este punto, habría que refundir todos los estados peninsulares en una confederación. Unamuno no quería ni oír hablar de semejante despropósito. Nació entre guerras carlistas, conoció la fracasada Primera República española, en la que cada comarca pretendía convertirse en un cantón con autogobierno y, en aquellos momentos, Europa se hallaba inmersa en la I Guerra Mundial que hizo desaparecer a muchas naciones subyugadas por otras.

Unamuno se preguntaba: “¿Qué es eso de que una confederación acabaría con las oligarquías y el caciquismo y el despotismo? ¿Quién es el papanatas que se cree que con ocho o diez parlamentillos (según el número de naciones confederadas) y una especie de Reichstag español o ibérico para sus asuntos comunes, se acaba aquí con esos males? Si es que no surgían más poderosos. La abnegación no se llama federalismo. El federalismo es, por el contrario, el egoísmo, la avara pobreza espiritual; el federalismo consiste en abandonar la misión histórica de un pueblo (que sólo por la unidad unitaria se consigue) y cuidar de la propia conservación colectiva; federalismo es sinónimo de egoísmo”.

En 1930, el Rector dio un paso más en una entrevista que le hizo el periodista portugués Antonio Ferro para Diario de Noticias de Lisboa, en la que le afirmó: “Incluso los portugueses ganarían más escribiendo en castellano, porque es una lengua de mayor divulgación”. A lo que Pessoa saltó como un resorte: “El argumento de Unamuno es realmente un argumento para escribir en inglés, ya que esa es la lengua más difundida en el mundo. Si yo me abstuviera de escribir en portugués porque mi público es limitado, puedo escribir en la lengua más difundida de todas. ¿Por qué he de hacerlo en castellano? ¿Para que usted pueda entenderme? ¡Es pedir demasiado para tan poco!”. La desavenencia entre los dos escritores fue total. En adelante, jamás se interesó el uno por el otro y menos por sus obras.

 

6.- ¿QUIÉN ERA JUAN FERNÁNDEZ?

Fernando Pessoa vivía en un apartamento del número 16 de la Rua Coelho de Prada de Lisboa, hoy casa museo del autor. Cuando falleció dejó allí unos 1.300 volúmenes escritos en la mayoría de las lenguas occidentales, pero sólo una treintena en castellano, de autores secundarios en su mayor parte. No estaban El Quijote ni ninguno de los grandes clásicos españoles. Sin embargo, aparecían las obras completas de Rosalía de Castro en gallego y, curiosamente, Así hablaba Zaratustra, el emblemático ensayo de Nietzsche, traducido del alemán al castellano en 1900 por Juan Fernández.

Pero, ¿quién era Juan Fernández? Sencillamente, ese era el pseudónimo que Unamuno utilizó en dicho año en varias traducciones. Ciertamente, Unamuno fue autor y traductor de numerosas obras publicadas por La España Moderna, la editorial de José Lázaro Galdiano, que aglutinaba un amplio plantel de selectas plumas en calidad de traductores, como Emilia Pardo Bazán, Pérez Galdós, Menéndez Pelayo, Concepción Arenal, Leopoldo Alas “Clarín” o el salmantino Pedro Dorado Montero.

La relación de Unamuno con Lázaro Galdiano era antigua. En 1893, el mecenas navarro le había encargado la traducción de varios libros, que se convertirían en clásicos de Historia, Derecho, Sociología, Economía y otras disciplinas, con autores como Herbert Spencer y Thomas Carlyle. La alta rentabilidad que Unamuno le proporcionaba a Lázaro Galdiano le llevó a que, en 1901, le hiciera asesor suyo para que le propusiera las mejores obras para ser traducidas. Y era tal la consideración en que le tenía que llegó a escribirle: “Véngase usted a Madrid en cuanto pueda con carácter permanente, que éste y no ese ni otro es el campo de usted”.

Y en esas circunstancias es cuando Unamuno realiza la traducción de Así hablaba Zaratustra de Nietzsche, cuyos ejemplares llevaban una nota del editor que señalaba: “La presente traducción ha sido hecha con el más exquisito cuidado por el eminente escritor que se oculta bajo el pseudónimo de Juan Fernández. Estamos seguros de que los lectores sabrán apreciar el mérito de la versión, que es muy superior a cuantas se han publicado en el extranjero”. Probablemente, si Pessoa hubiera conocido el verdadero nombre que se escondía bajo ese pseudónimo, el libro de Nietzsche nunca hubiera formado parte de su biblioteca privada.

(Foto portada. Retrato de Fernando Pessoa. Almada Negreiros)

 

 

El poeta portugués Fernando Pessoa

 

Miguel de Unamuno (gredos.usal.es)

 

Quinta de Batoca en Portugal. Salamanca al otro lado del Duero

 

Fernando Pessoa por las calles de Lisboa

 

Café A Brasileira

 

Café Martinho. La mesa donde Fernando Pessoa componía

 

Revista Orpheu

 

Traducción de Juan Fernández

 

Última fotografía de Fernando Pessoa en 1935

 

Biblioteca personal de Fernando Pessoa

 

 

CASA MUSEO EN LISBOA – FERNANDO PESSOA

 

ÍNDICE  DE TEMAS. ACCESO

 

Compartir Con:
Califica este Artículo

fernandopema@hotmail.com

Sin comentarios

Lo sentimos, el formulario de comentarios está cerrado en este momento.