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sábado 23 noviembre 2024
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La muerte del general Primo de Rivera en París

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La muerte del general Primo de Rivera en París

 

 

EL GENERAL PRIMO DE RIVERA TUVO QUE EXILIARSE EN PARIS, ACOSADO POR LOS MISMOS QUE LE PUSIERON AL FRENTE DE LA DICTADURA. MURIÓ A LOS POCOS DÍAS DE SU LLEGADA A LA CAPITAL FRANCESA

 

 

1.- Inés Luna Terrero y Mercedes Castellanos

2.- Nombramiento de Primo de Rivera como jefe del gobierno

3.- Cese del general Primo de Rivera

4.- Intento de autogolpe del general Primo de Rivera

5.- Unas peligrosas memorias inacabadas de Primo de Rivera

6.- El insólito médico de la embajada española en Paris

7.- El repentino fallecimiento del general Primo de Rivera

8.- Sospechas de envenenamiento

9.- Versiones contradictorias.

 

 

1.- INÉS LUNA TERRERO Y MERCEDES CASTELLANOS

Según los cronistas de Salamanca Salvador Llopis, Jesús Málaga Guerrero y José María Hernández Pérez, la salmantina Inés Luna Terrero, conocida como Bebé fue la última amante del general Miguel Primo de Rivera, y en su compañía pasó sus días postreros en el exilio de París. Esta dama, que pertenecía a una familia acomodada de la alta sociedad de Salamanca, era una mujer muy moderna para su tiempo, el vivo retrato de los alegres años veinte.

Apasionada por el automovilismo, había recorrido Europa al volante de su propio vehículo. Anecdótico es que el día en que el Rey Alfonso XIII entregaba la jefatura del gobierno al general Primo de Rivera, ella ganaba el Grand Prix de Biarritz, resultando vencedora en la prueba de 500 metros, en la que alcanzó la velocidad de 140 kilómetros hora en 21 segundos, superando al favorito, el también automovilista salmantino Ricardo Soriano, Marqués de Ivanrey, que lo hizo en 25. (Soriano era un conocido ingeniero aristócrata que poseía una buena colección de los primeros vehículos que circularon por España, entre ellos, un Panhard Levassor de 1903 con matrícula M-18).

Se habían conocido en la Hípica de Madrid en 1928, momento en que el General, ya viudo, rompe su compromiso matrimonial con la aristócrata Mercedes Castellanos y Mendeville, a la que todos llamaban Niní, después de un noviazgo de siete años. Castellanos provenía de una pudiente familia hispano cubana y vivía en el número 6 de la calle Juan Bravo esquina a Claudio Coello, en el barrio de Salamanca, donde hoy se halla la Asociación de la Prensa. El enlace estaba previsto para el día 24 de setiembre de ese año. Ya contaba con la licencia del Rey y se había comunicado al Obispo de Madrid-Alcalá, que iba a oficiar la ceremonia. Las localidades de Yecla y Almagro se quedaron contrariadas, pues la habían nombrado “Alcaldesa Honoraria” en méritos a su anunciado enlace.

El pretexto de la ruptura esgrimido por Primo de Rivera fueron las declaraciones que el periodista César González Ruano, por su avidez periodística y la vanidad de la propia Niní, había obtenido de ella anunciando su boda con el General, que aparecieron publicadas el 20 de abril de 1924 en Estampa con gran aparato fotográfico. (Este semanario gráfico, similar al actual Hola, era el más importante en reportajes y entrevistas del momento).

Posteriormente, Ruano se jactaba: “La señorita Castellanos me dio el éxito periodístico de que, por primera vez, se hiciera público, dicho por ella, que iba a casarse con el General y que me hiciera el honor de explicarme incluso sus proyectos”. Primo de Rivera se sintió puesto en evidencia. En un encuentro fortuito entre el periodista y el General, éste le increpó: “Ha puesto usted en ridículo a la señorita Castellanos”. Ruano le contestó: “He sido casi un taquígrafo, General”. Primo de Rivera concluyó: “Entonces se ha puesto en ridículo ella”.

Una vez cambiada Niní por Bebé, ésta nunca fue admitida por la familia de Primo de Rivera. Se convirtió en la confidente del General cuando su figura concentraba el mayor número de enemigos. Su muerte fue un misterio. Hubo sospechas de que había sido envenenado. Es muy probable que Inés Luna fuera una de las personas interrogadas por la policía acerca del alcance de sus confidencias y sobre las personas de su entorno. Lo cierto es que ella jamás comentó nada sobre la muerte del General o las vicisitudes de aquellos días. Era como si nunca le hubiera conocido.

Cuando ésta falleció, su casa del Cuartón de Traguntía, cerca de Vitigudino, fue registrada en busca de la correspondencia personal. Las cartas encontradas fueron incautadas por el Gobierno sin que se desvelara su contenido. Una parte fue destruida, otra, entregada a los hijos del General y, el resto, fue a engrosar el archivo de la Fundación Inés Luna Terrero.

 

2.- NOMBRAMIENTO DE PRIMO DE RIVERA COMO JEFE DE GOBIERNO

La derrota del ejército español en la batalla de Annual en África estaba reciente y el descrédito de Alfonso XIII no cesaba. Sobre el país se cernía un golpe militar, que si no se había producido antes era porque el ejército se hallaba dividido. El Rey hubiera entregado el poder a Dámaso Berenguer, pero este General ocupaba el cargo de Alto Comisionado de Marruecos en el momento de aquel desastre y no hubiera sido aceptado por el ejército ni por el pueblo.

Por otra parte, la gobernabilidad del país era un caos ante el acoso del pistolerismo y se precisaba la restauración del orden público. En ese momento, la persona más indicada para asumir la jefatura del gobierno era el general Miguel Primo de Rivera, Marqués de Estella. Se trataba de una persona con un carácter muy castizo y populachero, que conectaba bien con las diversas capas sociales. Se dejaba ver en todos los eventos. Le gustaban los toros, las carreras de caballos y cualquier espectáculo con público más que el protocolo de la Casa Real. A menudo comentaba: «Comer en Palacio es una lata, además de que se come mal, el protocolo prohíbe fumar entre plato y plato».

Su nombramiento para encabezar el gobierno dictatorial fue mayoritariamente aceptado, incluidos la UGTy el Partido Socialista, cuyo líder, Largo Caballero, ejerció como consejero de estado. Sólo tuvo la oposición de parte de los intelectuales y de algunos militares y republicanos. No era un hombre de partido y no se dejaba influir por nadie, ni del Rey, del que continuamente repetía: “A mí no me borbonea nadie”. Su labor resultó muy fructífera, sobre todo, en obras públicas como la construcción de carreteras y el impulso del ferrocarril.

 

3.- CESE DEL GENERAL PRIMO DE RIVERA

Pero surgieron los obstáculos. En sus iniciativas no participaban los miembros de la nobleza, ni el mismo monarca. Al año siguiente a su nombramiento, Primo de Rivera decretó el cierre de los casinos y salas de juego. Rechazó la petición de doña María Cristina, madre del Rey, para que reabriera el Casino de San Sebastián, actual edificio del Ayuntamiento, que ella misma había inaugurado.

En 1929 se opuso a la implantación de las carreras de galgos en pista con apuestas mutuas, que hubieran proporcionado pingües beneficios a sus promotores. El proyecto había sido presentado por un grupo de aristócratas cercanos al Rey que, ante el rechazo del General, lo enmascararon como una sociedad sin ánimo de lucro, cuyo fin era el fomento del galgo español. Y así fue aprobado por el titular de la Dirección General de Seguridad, Emilio Mola.

Pronto se descubrió que aquella entidad benéfica escondía un entramado de empresas, detrás de las cuales se encontraba el propio monarca. Junto a la sociedad altruista Club Deportivo Galguero Español, fue creada la mercantil La Liebre Mecánica, cuyo fin era recibir la recaudación del canódromo. Entre los participantes estaban: Carlos Mendoza representando a Alfonso XIII, Diego Rueda, Carlos Eizaguirre, José Otamendi, el marqués de Villabrágima y el Duque de Alba. Para asegurarse las ganancias de las apuestas en el canódromo, utilizaban galgos ingleses, que estaba prohibido por ser más rápidos que los españoles. Y para incrementarlas, crearon un monopolio cediendo la explotación a la empresa hispanoamericana Stadium Metropolitano. Todo ello salió a la luz con la llegada de la República por las denuncias de un particular. El asunto llegó al Tribunal Supremo que procesó a todos por graves delitos. Pero la resolución quedó interrumpida por la Guerra Civil.

En 1930, el Rey ya estaba harto de que Primo de Rivera se interpusiera en sus planes y en los de su camarilla, que había quedado postergada del poder. Por otra parte, existía un larvado descontento militar que podía desembocar en un levantamiento. Por ello, el 28 de enero, el monarca decidió retirarle su confianza y entregar el gobierno a otro General, Dámaso Berenguer, el rival de Primo de Rivera. El monarca alegó para ello que la economía no podía seguir cayendo en picado. Ciertamente, era la consecuencia de la Gran Depresión de Nueva York de 1929, las industrias cerraban y hubo que devaluar la peseta.

 

4.- INTENTO DE AUTOGOLPE DEL GENERAL PRIMO DE RIVERA

Primo de Rivera se opuso a su cese intentando dar un autogolpe para afianzarse en el gobierno. Sin conocimiento del Rey, buscó el apoyo de los generales. Pero éstos se lo negaron por motivos muy dispares: unos, porque eran monárquicos y respaldaban incondicionalmente las decisiones reales; otros, porque no estaban de acuerdo con las reformas que Primo de Rivera había hecho en el sistema de ascensos en el ejército, favoreciendo a los militares que habían participado en la guerra de Marruecos en detrimento de la antigüedad, por lo que se declaraban republicanos, y consideraban agotada la monarquía. Por ello, el general Berenguer nombró con prontitud un nuevo gobierno conformado por los más allegados al Rey.

Sintiéndose desautorizado y vigilado por la escolta que le habían impuesto, Primo de Rivera optó por partir rumbo al exilio a Paris. Pero, en vez de tomar la ruta directa, decidió desviarse hacia Barcelona para entrevistarse con el burgalés Emilio Barrera, persona muy cercana a él, compañero de armas en África, a quien había nombrado Capitán General de Cataluña. En Zaragoza le alcanzó un fuerte vendaval de nieve, que le obligó a dejar abandonado su vehículo y subirse a un tren en Calatayud que le llevó hasta la capital catalana. En la estación de Barcelona no le esperaba nadie y tuvo que tomar un taxi hasta la Capitanía General, donde su llegada causó sorpresa.

Allí almorzó con el general Barrera, al que expuso sus planes para un alzamiento militar que había estado urdiendo en su casa de la calle Zurbano de Madrid, mostrándole un manifiesto. Pero, Barrera no le secundó porque no lo consideró viable y porque Miguel, el hijo mayor de Primo de Rivera, ya le había llamado pidiéndole que desoyera a su padre, pues su momento ya había pasado. Posteriormente, sólo se entrevistó con el general Milans de Bosch, que acababa de ser nombrado Gobernador de Barcelona. Más tarde, enterada la prensa de su presencia en Barcelona, acudieron a la Capitanía para preguntarle por el motivo del viaje a Barcelona. Pero, Primo de Rivera, aparte de atacar al Rey, no aportó nada nuevo. Luego, tomó el tren expreso a París. Aquella información no llegó a los lectores, porque el monarca dio orden de censurarla. 

 

5.- UNAS PELIGROSAS MEMORIAS INACABADAS

A su llega a Paris fue recibido por el embajador José María Quiñones de León. Quiñones había nacido en Paris, pero era de ascendencia leonesa. Durante sus años en España fue senador y diputado por el partido de Sahagún. Habiendo ingresado en la carrera diplomática, fue nombrado Embajador en Francia. Era amigo del ministro de Asuntos Exteriores francés, Aristide Briand, y buen conocedor de la política francesa y británica. La confianza con el Rey era óptima, como lo demuestra que éste le encomendara la tutela de Juana Alfonsa Milans, una hija ilegítima del Rey habida con la irlandesa Juana Noon, profesora de piano de la Casa Real.

Quiñones ofreció a Primo de Rivera un trato como el de un cordial amigo, aunque en realidad, lo que hizo fue controlar todos sus movimientos e ir informando de ellos al Rey. Eso era lo que ya hacía en Madrid. En la capital, solía acudir al número 113 de la calle Atocha, la casa de Concha La Valenciana, querida del Marqués de Viana, más conocido como Pepe Viana, jefe de la caballeriza del Rey. Allí, Quiñones se enteraba de todas las intrigas políticas y palaciegas, de las que daba buena cuenta al monarca.

El marqués de Estella se alojó con sus hijos Miguel, Carmen y Pilar en el Hôtel Pont Royal en la Rue du Bac del barrio de Saint Germain, junto a la iglesia de Santo Tomás de Aquino. Su habitación, la número 70, daba a un patio central interior acristalado, cubierto con flores y plantas que le recordaban a un patio sevillano. Su vida social era limitada. Asistía esporádicamente al teatro, salía a algún restaurante, pero principalmente pasaba el tiempo en su habitación leyendo la prensa diaria y las cartas que le mantenían al corriente de las noticias de España.

También había comenzado a escribir sus memorias y eso preocupaba a las autoridades españolas por el menoscabo de su prestigio. Una editorial norteamericana le había ofrecido 50.000 dólares por escribir en el plazo de seis meses los aconteceres del periodo de la Dictadura. Por otra parte, envió una carta a Dámaso Berenguer, el nuevo jefe del gobierno en la que le trasladaba sus proyectos: “He aceptado escribir cuatro artículos para La Nación, de Buenos Aires, sobre la génesis, desarrollo y fin de la Dictadura, que estoy seguro van a ser un sedante que contribuirá mucho a calmar las pasiones y fortalecer el estado actual de las cosas. Además, me los pagan espléndidamente, ocho mil pesetas, que costeará la estancia mía y de mis hijas en París, donde lo paso muy bien, rehuyendo exhibiciones y me repongo de la salud, pues las últimas semanas no conciliaba el sueño en Madrid”.

Que Primo de Rivera pudiera escribir sobre lo que había vivido y conocido no agradaba al Rey ni a sus adláteres. Y menos, el viaje que tenía proyectado a Alemania para acudir con su hijo Miguel a un balneario de Frankfurt y, posiblemente a Italia. Emilio Mola, manifestó que era evidente que Primo de Rivera tenía un plan para recobrar el poder, que era de dominio público. (Curiosamente, todos los golpes de estado que se han producido en España siempre han ido precedidos por la indiscreción y la locuacidad de sus protagonistas).

 

6.- EL INSÓLITO MÉDICO DE LA EMBAJADA ESPAÑOLA EN PARIS

Primo de Rivera tenía achaques relacionados con la diabetes que desde hacía años sufría. El Embajador le recomendó que le atendiera Alberto Bandelac de Pariente, el médico de la Embajada, a quien el General ya había conocido en Madrid. Este doctor se hizo famoso por los experimentos que practicaba en soldados sobre enfermedades venéreas en el Hospital Militar de Carabanchel y en el de San Juan de Dios en presencia de las autoridades. Eran unas prácticas que la prensa calificaba de temerarias, pues hacía extraños preparados de arsenobenzol con un alto contenido de arsénico mezclado con sosa cáustica, mezclas muy peligrosas. Bandelac enseguida dio confianza al General y se le hizo inseparable.

¿Quién era Bandelac de Pariente? Era un judío sefardí de Marruecos, hijo de un rico banquero de Tánger. Había estudiado Medicina en Madrid acogiéndose a ciertos privilegios reconocidos por el Rey. Desde 1913, Alfonso XIII era el presidente de la Federación de Asociaciones Hispano-Sefardíes de Marruecos de la que Bandelac fue cofundador. Sus estatutos habían sido redactados por el general Berenguer, aglutinando a los sefardíes de Tánger, Tetuán, Larache y Alcazarquivir. Con Primo de Rivera, se concedió a los sefardíes marroquíes que lo solicitaron la nacionalidad y el pasaporte español, como descendientes de los antiguos judíos expulsados de España.

En principio, los fines de estas prerrogativas regias eran meramente los de estrechar lazos culturales. Pero, más bien, tenían tintes políticos. Se trataba de crear un contrapeso pro hispano en el norte de África con este colectivo, que aún conservaba la antigua lengua castellana. Bandelac fue médico personal de Alfonso XIII, que le nombró facultativo de la embajada en Paris y director del Hospital Español en la capital francesa.

El periodista Carlos Esplá, exiliado en Paris, nos da su visión del Embajador y del médico: “Sería curioso saber lo que la Dictadura ha gastado en espías, soplones, confidentes y agentes provocadores para vigilar, comprometer y molestar a los emigrados políticos en Paris. Habrá que preguntárselo a Quiñones de León y a Bandelac de Pariente, pues cada cual lleva su cuenta. Quiñones y Bandelac se odian, se estorban mutuamente. La enemistad es antigua y data de un oscuro asunto de información o espionaje alemán durante la guerra, cuya historia fue publicada por un diario francés en aquella época…. Aprovechando su amistad con Primo de Rivera, Bandelac obtuvo durante la dictadura un nombramiento diplomático, y recibió el título de agregado honorario o cosa parecida de la embajada de Bruselas, lo que no debió hacer mucha gracias a Quiñones… Lo verdaderamente estupendo es que últimamente, a quien se vigilaba era a Primo de Rivera. Todavía había gente que se lo tomaba en serio y creía en sus conspiraciones”.

 

7.-EL REPENTINO FALLECIMIENTO DEL GENERAL PRIMO DE RIVERA

Apenas llevaba un mes en Paris, el 16 de marzo de 1930, el general Primo de Rivera falleció inesperadamente. Aquella mañana, cuando sus hijas volvían de misa, encontraron a su padre sentado en el sillón en el que le habían dejado, aparentemente dormido. Llamaron a su hermano Miguel, que comprobó que estaba muerto. De inmediato, telefonearon a la embajada y, precipitadamente, acudió el doctor Bandelac, que sólo pudo certificar la defunción que se había producido tan pronto como sus hijas habían salido. El diario monárquico ABC reseñaba: “No había en su rostro la menor huella de sufrimiento. La muerte, producida por una embolia de carácter diabético, debió ser instantánea”.

La noticia corrió como la pólvora. El general Sanjurjo, que había sido secretario de Primo de Rivera, partió hacia Paris para hacerse cargo del cadáver, que fue expuesto durante toda la noche en su habitación, por la que fueron pasando numerosos miembros de la colonia española en Paris a expresar sus condolencias a la familia. El diario Paris Midi dio cuenta de una escena conmovedora. Entre aquellas personas acudió su antigua novia Mercedes Castellanos, ya casada con el general José Aizpuru, que fue recibida cariñosamente por los hijos del difunto. Niní se arrodilló ante él y rezó un largo rato; luego preguntó por las circunstancias del suceso profundamente emocionada. Cuando se quedó viuda, dispuso en su testamento que se celebrara una misa todos los meses el día en que murió Primo de Rivera.

 

8.- SOSPECHAS DE ENVENAMIENTO

A partir de entonces comienzan las sospechas de que aquella muerte pudiera no haber sido natural. Bandelac ordenó rápidamente que le embalsamaran de tal manera que obstaculizaba cualquier investigación y no permitió a la policía que le hicieran la autopsia. La Sureté francesa aceptó el certificado de muerte natural expedido por Bandelac y dejó en libertad a dos criados, un hombre y una mujer, que podrían haber aportado algún indicio. Sin embargo, Sancho Dávila, sobrino de Primo de Rivera, aseguraba: “Me contó mi primo Miguel que, recién fallecido su padre, la policía internacional le había llamado para decirle que había sido envenenado”. Y el escritor Ernesto Giménez Caballero, escribió en la revista La Joven Europa que el General había fallecido en París “probablemente envenenado momentos antes de irse a refugiar en Alemania, en 1930”.

El propio embajador Quiñones de León comunicó lo sucedido al jefe del gobierno, Dámaso Berenguer, diciéndole: “¿Qué puedo decirte de la muerte del pobre Miguel… cuidado por un médico que tiene muy poco de médico, persona muy poco apreciable en todos los conceptos?”. Y cuando la prensa formuló preguntas a Berenguer, éste les dijo que no tenía ninguna información, añadiendo: “Y nada más, porque estamos infringiendo el descanso dominical, ustedes y yo”. Un periodista insistió: “Pero ante circunstancias tan excepcionales…” Berenguer le respondió: “Excepcionales para cuando ustedes quieren y les conviene que se quebrante. Y cuando no, piden que se observe el descanso dominical”.

El periodista alicantino Tomás Orts-Ramos relató en su obra Historia ilustrada de la Revolución Española (1831-1931) acerca de aquel médico lo siguiente:

“El doctor Bandelac decía al Intransigeant: ‘¡El país le ha matado!’ Y a esto hemos de refutar. No, señor Bandelac. Al General lo ha matado en primer término la incapacidad de usted como médico y después el género de vida a que usted le condujo durante su estancia en París, que es bien público y notorio, fue marcadamente contrario a lo que aconsejaban las más sanas prescripciones y el más riguroso régimen de un enfermo profundamente diabético, cuyos análisis eran notoriamente alarmantes. La incapacidad del doctor Bandelac, sus vicios y costumbres, hay que proclamarlo muy alto, han sido la causa principal de la defunción del general Primo de Rivera…

Este doctor Alberto de Bandelac no es español. Se nacionalizó de cualquier modo en España, hace unos diez años, pero no es español, es judío. Nacido en Tánger, y criado allí, contrajo matrimonio con una hermosa judía de rico patrimonio, la señorita Naón. Su conducta fue tan equívoca, y sus costumbres, reuniendo moritos de corta edad alrededor suyo y en su propia casa, produjeron tal escándalo, que la propia esposa se vio obligada a solicitar la nulidad del matrimonio. Todas las dificultades que esto presentaba fueron vencidas por un documento que Bandelac se vio obligado a firmar, pero a cambio de que la rica familia Naón entregase a Bandelac 500.000 pesetas. Con ellas marchó a París.

Era una época antes de la Guerra, y allí conocía como agregado militar en la Embajada de España al que más tarde había de ser maestro, jefe e íntimo camarada, el señor Martínez Anido. Juntos dilapidaron en París la fortuna de la joven israelita. Y allí, en la capital de Francia, en juergas y francachelas intimaron durante mucho tiempo Quiñónes de León y él, que también era agregado, conociendo más tarde y confraternizando en camaradería alegre y confiada con los ya nombrados, al general Primo de Rivera.

Se necesitarían largas páginas para describir las juergas, francachelas y correrías. Bandelac era maestro en el descubrimiento de las casas de placer. Y estalló la Gran Guerra. Bandelac había dilapidado la fortuna de la judía y emprendió una vida azarosa, poco clara y tortuosa. En aquellos momentos comenzaron a descubrirse sus dotes de policía y su tendencia al espionaje. Después, se vio envuelto en el proceso de la Mata Hari y Bandelac estuvo punto de ser fusilado en el bosque de Vincennes”.

Por su parte, el policía y escritor Mauricio Carlavilla, atribuyó la muerte del General al círculo del Rey, a los que Primo de Rivera estorbaba. Carlavilla perteneció a la policía secreta y conocía muy bien el entorno real, tanto como para haber frustrado un atentado en ciernes contra Alfonso XIII y Primo de Rivera durante la Exposición de Sevilla de 1928. Inculpó a los señores de mandil (la masonería que rodeaba al monarca). “Yo no he de omitir muestras ni ocasión de proclamar que Primo de Rivera fue asesinado”, proclamaba. E insinuaba que guardaba información “para prever alguna contingencia”.

Para Carlavilla, todas las sospechas directas recaían sobre la figura del médico: “Bandelac de Pariente, médico de la Embajada, que había atendido al General, efectúa con presteza el embalsamamiento del cadáver por un método que impide en absoluto una investigación visceral posterior. De este modo no hay manera de encontrar un indicio criminal, y faltando este indicio no se puede personalizar al autor material del hecho. Nadie ve nada. Ni se sospecha ni se investiga”.

 

9.- VERSIONES CONTRADICTORIAS

La versión oficial de la muerte de Primo de Rivera fue la dada por el doctor Bandelac de Pariente, secundada por la propia familia del General. Básicamente, su hija Pilar declaró que aquel día había ido a oír misa con su hermana Carmen a la iglesia cercana. Dejaron a su padre abriendo la correspondencia, de la que sólo abrió una carta. Cuando llegaron, creyeron que estaba dormido. Pero, viendo que no se movía, llamaron a su hermano Miguel y al médico Bandelac, que simplemente certificó la muerte por un coma diabético.

Otra muy distinta fue la que dio el confesor que atendió a Primo de Rivera en sus últimos momentos, al que halló vivo en el hotel. El padre Emilio Martín, claretiano segoviano, fue uno de los fundadores de la Iglesia de la Misión Española en Paris, donde había llegado en 1913 con el objetivo de ayudar a los emigrantes españoles que vivían con dificultades. Este religioso, que había asistido al general Primo de Rivera en el momento de su muerte, envió, una carta al padre Leocadio Lorenzo Ventosa, el 23 de setiembre de 1930, detallándole los pormenores del fallecimiento. Dicha carta fue publicada en el número 1707 de la revista El Iris de la Paz de la congregación de los claretianos. Su tenor literal era el siguiente:

“Misión Española, 51 bis, rue de la Pompe. Paris. Domingo. 23-9-1930. A las diez y treinta de la mañana. R. P. Leocadio Lorenzo.

Muy amado padre. Escribo a la misma hora casi en que hoy hace ocho días recibía el aviso telefónico y urgentísimo de una de las hijas del general Primo de Rivera, por el que me suplicaba que fuera inmediatamente al Hôtel Pont Royal, pues al volver de comulgar habían encontrado a su padre en un estado tan grave y tan extraordinario que temían hasta por su vida.

Lo ocurrido en esa mañana. – Serían las diez y media cuando, después de confesar a las dos hijas del difunto general y ofrecerles la Sagrada Comunión, me indican que debía volver enseguida a su lado, pues éste al saludarlas por la mañana las había dicho: id a misa, pero no tardéis mucho en volver. Obedientes a estas indicaciones comulgaron de mis manos y se dirigieron al hotel. Minutos después recibía el aviso telefónico, al que obedecí al momento, tomando un taxi.

En el Hotel. – Llegado al hotel, fui introducido en la modesta habitación del General, y no debo ocultar la tristísima impresión que me produjo la vista del ilustre enfermo; creí que estaba en sus últimos momentos y, mientras un doctor francés le ponía una inyección de aceite alcanforado, me acerqué a la cama y con voz emocionada le dije: Mi general arrepiéntase de los pecados de toda su vida. Yo, en nombre de Dios y de su misericordia, le voy a dar el perdón de todos ellos. Pronuncié la fórmula sacramental y apliqué la indulgencia plenaria. Una de sus hijas con entereza y serenidad cristiana me dijo: Padre. Lo primero su alma. Tráigale usted la Extremaunción. Que se salve su alma. De la parroquia inmediata, Santo Tomás de Aquino, traje los santos óleos con los que ungí al General, que parecía respirar aún.

La muerte. – Momentos después y, perdidas las esperanzas de reacción, el doctor me dijo: Padre, todo se ha acabado. Convencidos los hijos de su muerte, rezaron las preces litúrgicas y los seis Padrenuestros de la Inmaculada a propuesta mía. Después, lo que V. R. puede suponer en un caso tan triste. Las hijas me pidieron para el cadáver de su padre, y como única mortaja, el hábito del Carmen. El muy R. P. Constantín, ex provincial, prestó el suyo, y así apareció a los ojos atónitos del público el cadáver de quien tuvo en sus manos, durante más de seis años los destinos, las glorias y la grandeza de España. Emilio Martín”.

El caso quedó sin esclarecer. Se impuso la censura y el silencio de todos los que trataron al general Primo de Rivera en sus últimos días: funcionarios, personal de servicio, familia…. En el sepelio, su sucesor en la Dictadura, el general Berenguer, se negó a que fuera enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres y no se le reconoció la condición de ex presidente del Consejo de Ministros. El periodista César González Ruano, que cubrió la llegada del féretro a Madrid, afirmó que, a su paso por las calles de la capital, el pueblo gritaba ¡Asesinos, miserables!

 

 

 

Inés Luna Terrero en París

 

Mercedes Castellanos en el semanario ‘Estampa’

 

Primo de Rivera despachando con Alfonso XIII

 

Primo de Rivera de caza con el Rey

 

Embajador Quiñones de León

 

Doctor Bandelac de Pariente

 

Primo de Rivera en sus últimos años

 

Hôtel Pont Royal. París

 

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