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martes 3 diciembre 2024
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Diego Martín Veloz, el esperpento en Salamanca

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Diego Martín Veloz, el esperpento en Salamanca

 

 

DIEGO MARTIN VELOZ FUE UN MATÓN EN SALAMANCA, LA FUERZA BRUTA EN ESTADO PURO. SUFRÍA EL SÍNDROME DEL VETERANO DE GUERRA RETORNADO

(Este artículo es una historia real. Se enmarca dentro de la ‘Literatura de Quiosco’, un género menor respetable y no menos leído)

 

 

1.- ¿Quién era Diego Martín Veloz?

2.- Algunas de sus barrabasadas

3.- De la Guerra de Cuba a España

4.- Primeros trabajos en Santander

5.- El proceso de Santander

6.- El choque entre Martín Veloz y Miguel de Unamuno

7.- Manifestación contra Miguel de Unamuno

8.- Indalecio Prieto, su talón de Aquiles

9.- Enfrentamiento con Indalecio Prieto en el Congreso

10.- Las elecciones de 1923 y la compra de votos

11.- Más choques con Indalecio Prieto y Juan Mirat

12.- Continuas pendencias con Indalecio Prieto

13.- Atentado en el Casino de Salamanca

14.- El juicio contra el propietario de ‘El Adelanto’

15.- Otros disparates en Madrid

16.- La esposa de Martín Veloz

17.- Encuentro entre Martín Veloz y José Venegas

18.- El periódico ‘La Voz de Castilla’

19.- José Venegas, director de ‘La Voz de Castilla”

20.- Lo que el periodista José Venegas vio

21.- Las relaciones de Veloz con el Ejército

22.- El declive de Diego Martín Veloz

 

 

1.- ¿QUIÉN ERA DIEGO MARTÍN VELOZ?

Diego Martín Veloz, conocido como ‘Martinillo’, natural de Manzanillo (Cuba) y vecino de Salamanca, era hermano de Agustín Martín Veloz, también ‘Martinillo’, que nació en la localidad de Pedrosillo el Ralo (Salamanca) y residió en Cuba, donde fue un líder obrero seguidor de José Martí y fundador del Partido Socialista cubano. Pero, nos referimos al primero, cuya vida transcurrió atemorizando a la ciudad de Salamanca con sus disputas, pendencias y bravuconadas, cuyo conservadurismo anacrónico le hizo merecedor de un escaño en el Congreso de los Diputados durante tres legislaturas.

Era de carácter tornadizo, traumatizado por la Guerra de Cuba, víctima de un síndrome similar al de los veteranos de Vietnam de nuestro pasado reciente. Tras su retorno a España, se estableció en la localidad de Villaverde de Guareña, en La Armuña natal de su padre. La Plaza Mayor de Salamanca era permanente testigo de las fechorías que cometía para escapar del aburrimiento, con total impunidad por parte de las autoridades.

Se involucraba en altercados que siempre tenían el mismo origen: echarle en cara la cobardía de los soldados españoles en la Guerra de Cuba, sin que los peninsulares fueran conscientes de que oponerse al ejército norteamericano era inútil y de que el poderío colonial español ya había acabado. El resultado de aquellas afrentas infundadas se saldaba con heridos y con la dificultad de Veloz para encontrar trabajo. A veces vendía relojes de oro de contrabando por los cafés, pero no era suficiente. Sin dudarlo, decidió marcharse a Madrid, al cobijo de las viejas glorias del ejército. El político Indalecio Prieto y el periodista José Venegas, ambos exiliados de la Guerra Civil, el primero en México, el segundo en Argentina, fueron sus biógrafos involuntarios, y muy a su pesar. Nada mejor que seguir sus apreciaciones de lo que fueron testigos.

 

2.- ALGUNAS DE SUS BARRABASADAS

La tomaba con cualquiera, incluido la Iglesia, a pesar de declararse tradicionalista recalcitrante. Así, en cierta procesión del Corpus Christi, aguardó a que la comitiva llegara hasta el centro de la Plaza Mayor para introducir un grupo de asnos a los que fustigó desaforadamente, haciendo que la procesión se disolviera y que los clérigos salieran a la carrera, dejando la custodia abandonada en el suelo. Entonces, se subió a una mesa y empezó a blasfemar a discreción con gran espanto para los religiosos y fieles que asistían a la celebración. Pero, el que fuera blasfemo y malhablado no era óbice que una caterva de prelados le visitara continuamente en su casa, como a cualquier santurrón.

A propósito de jumentos, también poseía un burro garañón al que llamaba ‘Unamuno’, en honor a la terquedad del Rector, con el que se paseaba por sus tierras. Aquel animal tuvo una vida corta, porque su dueño se lo jugó en una apuesta. Ésta consistía en demostrar que era un buen semental y un día llevó un importante número de hembras para que las cubriera y así demostrar la energía de ‘Unamuno’. Parecía que había ganado el envite, pero no. Llegada la noche, el pollino murió exhausto. Tan memorable suceso acaeció en su finca La Cañadilla, a tres kilómetros de Villaverde de Guareña.

En otra ocasión, a causa de una disputa por deudas de juego terminó en un tiroteo en la Plaza Mayor. Una de las balas chocó con una columna y le rozó la garganta, pasando por entre la piel y el cuello de la camisa. Sin inmutarse, la cogió del suelo y, al ver lo pequeña que era, se la lanzó a su oponente al rostro diciéndole: “Con esto le tiras a un palomo, no a mí”.

Pero, sin duda, el punto fuerte de Martín Veloz eran las amenazas de muerte a cualquiera sin ningún recato. Quien fuera ministro durante la República, José Giral Pereira, cubano de nacimiento como él, era por aquellos años catedrático de Química en la Universidad salmantina y propietario de una farmacia en el número 36 de la Plaza Mayor. Le recuerda como un auténtico matón que tenía amedrentada a toda la población, incluido a él mismo, al que había amenazado con darle una buena paliza, porque decía que “a su botica la gente iba a apuntarse pa republicanos”. Así lo relataba Giral: “Se había jactado de pegarme y agredirme fuerte y yo tenía debajo de la mesa de la farmacia un matraz con ácido sulfúrico para estampárselo en la cara en cuanto apareciera”.

 

3.- DE LA GUERRA DE CUBA A ESPAÑA

La carrera profesional de Martín Veloz comenzó en Cuba a los diecisiete años, como mambí, guerrillero de la insurrección cubana. No le tuvo que resultar rentable, porque al poco tiempo se pasó al ejército colonial español, que a punto estuvo de expulsarlo por su excéntrica hoja de servicios, repleta de violencia e indisciplina, si no hubiera sido por la salida de Cuba como consecuencia de la guerra con Estados Unidos.

En 1898 fue repatriado con las tropas españolas a la península, incorporándose a los efectivos de Marruecos como sargento. En 1903 vio la oportunidad de retirarse del ejército alegando que sufría secuelas como consecuencia de un tiro en un tobillo recibido en Cuba, o que él mismo se había dado, como era muy común en la milicia. El defecto no se apreciaba, porque el disparo parecía estudiado, pero le permitió ingresar en el cuerpo de mutilados cobrando el sueldo de teniente durante cinco años, tras lo cual podía reincorporase.

Sin embargo, le había dado tiempo para granjearse la amistad de personalidades como Primo de Rivera, Queipo de Llano y Sanjurjo. Amparado por ellos, decidió dedicarse a los negocios, basados en las influencias, el mundo del juego y los burdeles. Alcanzó un gran renombre como ‘Martinillo el del Colonial’ y era reclamado por ese tipo de establecimientos por su buena mano en el control del hampa.

 

4.- PRIMEROS TRABAJOS EN SANTANDER

Martín Veloz tuvo su primer trabajo importante en Santander, ciudad que, junto con San Sebastián, se habían convertido en el lugar de veraneo de la Corte. La apertura de un nuevo casino hizo de reclamo para acaudalados señores que pasaban la noche pegados a la ruleta y de muchos rufianes que los merodeaban. Numerosos locales solicitaban los servicios de Martín Veloz para mantener la seguridad. Y, donde no, daba igual, porque él se encargaba de extorsionar a los propietarios exigiéndoles una cantidad por un supuesto servicio, que llegaba al diez por ciento del beneficio.

Principalmente actuaba en lugares nocturnos, como el Club de Billares, el Sporting Club y el Café Cantábrico. La herramienta de trabajo era su pistola, que con asombrosa facilidad disparaba sin tan siquiera sacarla del bolsillo. También cobraba a los jugadores con fortuna lo que se llamaba “el barato”, otro diez por ciento de lo ganado en concepto de uso del local y de la propia suerte que él mismo les daba con su presencia.

Como es imaginable, los altercados en que se vio envuelto fueron constantes. El más grave tuvo lugar el 18 de enero de 1906 en la sociedad recreativa Club de Billares con Teodosio Ruiz ‘el Piloto’, antiguo marino y director del semanario santanderino El Descuaje, que terminó muerto por una bala de Martín Veloz.

Para el periodista José Venegas, el marino era otro extorsionista que le había avisado de que iría a determinada hora para cobrarle 500 pesetas por no manchar la reputación de aquel local en su periódico. La respuesta de Veloz fue la de dispararle en cuanto apareció, dándole de lleno en el corazón. Aún en el suelo, Ruiz pudo responderle con otro balazo que Veloz esquivó, yendo a parar a otra persona que estaba junto a él y que resultó muerta. Ambos portaban una pistola Browning de fabricación belga. Mientras, los clientes saltaban por las ventanas. Una versión similar dio Indalecio Prieto. Otros apuntaban a que, realmente, Veloz era un sicario al que habían encargado eliminar a Teodosio Ruiz, para lo que adrede provocaba a los redactores de El Descuaje. Resultó detenido y acusado de asesinato.

 

5.- EL PROCESO DE SANTANDER

Así lo explicaba Veloz ante el Juez en su descargo: “Comprendí que, si accedía a la exigencia de Teodosio, tendría que soportar luego las siguientes, No era posible tolerarlo. El Marino tenía merecida fama de bravo y yo estaba seguro de que no vacilaría en jugarse la vida. La cosa no podía resolverse más que dando el dinero o muriendo uno de los dos. Como es natural, no quise ser yo la víctima. Estaba atento a la puerta, el revólver en el bolsillo de la chaqueta la mano en el revólver. Al llegar la hora fijada, se abrió la puerta y se asomó el Marino. Hice fuego en el acto. Le di en el corazón; pero era un hombre de tanto coraje, y además iba preparado de tal forma, que, ya en el suelo, hizo fuego y mató a un individuo que estaba a mi lado. Junto a un balcón de la sala estaba un borracho que al oír mis disparos se dejó caer al suelo, diciendo: ¡Bacarrat! Fue lo único que oí en aquel momento”.

Le defendió Juan José Ruano, que luego sería ministro. El juicio oral fue un desfile pintoresco de generales, coroneles y otros jefes declarando a su favor por la valentía demostrada en la Guerra de Cuba y haciendo valer sus méritos militares. El Juez quedó convencido de que se trataba de un inevitable hecho en legítima defensa. Finalmente, fue absuelto bajo la condición de que no volviera a aparecer por Santander, lo que no cumplió y siguió causando numerosos escándalos en la ciudad cántabra. Lejos de arredrarse, Veloz siguió amenazando a Oscar de Leymis, nuevo director del periódico.

Tuvo un gran valedor en sus tropelías, el comisario Narciso Tomás, un funcionario muy relacionado con el mundo del lumpen que destacaba por la brutalidad en sus actuaciones. Por el contrario, los policías Narciso Tomás y Daniel Pérez fueron trasladados de Santander por su recta lucha contra la corrupción en la que Veloz se movía.

Sin embargo, Veloz era muy versátil. Una tarde en Santander, llevaba la baraja en la mesa de una sala de juego. A su lado, había una mujer de la vida, como decían en lenguaje de la época, una peripatética. El levantar las cartas, vio que tenía un nueve. Ella también lo vio y se dio cuenta de que perdía las dos o tres pesetas que jugaba e hizo un gesto de contrariedad. Al advertirlo, Veloz le dijo que no se preocupara y exclamó ¡Doy carta! Así perdió la jugada y toda la banca que tenía ganada. Se levantó y pidió una botella de champan para obsequiar a aquella mujer que se quedó atónita.

 

6.- EL CHOQUE ENTRE MARTÍN VELOZ Y MIGUEL DE UNAMUNO

En 1919, Martín Veloz se presentó a las elecciones generales por Salamanca como independiente, obteniendo el escaño de votantes tanto del medio rural como urbano, gracias al trivial populismo con que adornaba sus propuestas, recabando medidas para el campo, como la de imponer aranceles a la importación de trigo para favorecer la venta del castellano.

Pero su iniciativa más llamativa fue la instalación de dos cuarteles en la capital charra. Lo justificó como algo muy beneficioso para el comercio local y como un medio para que los mozos, que pudieran pagar para que otro fuera en su lugar, se quedaran en la ciudad como soldados de cuota, así podrían estudiar en la Universidad. De esa propuesta se vería beneficiada tanto la propia Universidad por el aumento de matrículas, como las doncellas de la ciudad, que podrían casarse con ellos.

La idea era brillante y se la trasladó al Ayuntamiento, que la acogió con entusiasmo. Pero, debiéndose tratar el asunto por el pleno de la corporación, hubo un concejal que se opuso rotundamente, Miguel de Unamuno. Para el Rector aquello era una injusticia porque sólo beneficiaba a los hijos de las familias pudientes. Pero, además, el Gobierno concedía dos regimientos a la ciudad con la condición de que el Ayuntamiento aportara los terrenos y realizara la construcción de los dos cuarteles. El municipio carecía de recursos y tendría que acudir a la emisión de una deuda pública que pagarían todos los salmantinos. Para Unamuno, había asuntos más prioritarios, como la conducción del agua, el alcantarillado, la pavimentación, los jardines, las escuelas… Por eso, era tajante: que lo paguen los que se van a beneficiar, principalmente, los comerciantes.

Los vecinos no tardaron en exteriorizar su malestar con el Rector. Unos desconocidos entraron en su aula de la Universidad y lo destrozaron todo. El alcalde vio en ello tal gravedad que ofreció protección oficial a Unamuno. Pero, él lo rechazó diciendo: “Tan sólo tengo una pluma y una escopeta para matar ranas en la charca de Traguntía. Como sólo me relaciono con personas decentes, no necesito nada más”.

Unamuno aparecía como el auténtico problema para la construcción de los cuarteles. Anteriormente, Martín Veloz se había dirigido a él para manifestarle que el antiguo Colegio Trilingüe ya no reunía condiciones para albergar el Regimiento Albuera existente en Salamanca. Además, quería trasladar a la capital el gobierno militar que se hallaba en Ciudad Rodrigo. En consecuencia, le pidió más edificios de la Universidad. Pero la respuesta de Unamuno fue negativa, contestándole que ya había cedido el palacio de Anaya para la Delegación de Hacienda y el Gobierno Civil.

 

7.- MANIFESTACIÓN CONTRA MIGUEL DE UNAMUNO

Ante la cerrazón de Unamuno, Martín Veloz, el senador Jesús Sánchez y Sánchez y el médico Alfredo Medina Corbalán convocaron un mitin en el desaparecido Teatro Moderno, en la Cuesta el Carmen, para exponer al público el problema surgido con los cuarteles. Veloz explicó que, en esos momentos, la Universidad solo tenía 37 alumnos y, sobre las declaraciones de Unamuno, añadió: “A Salamanca no vienen discípulos, como no sean los de la tertulia del Café Novelty donde creo que ha sacado buenos alumnos”, (cogía al vuelo la frase “El Café es la Universidad de los españoles” que el Rector algunas veces decía).

Por su parte, Sánchez y Sánchez señaló: “Los 23 catedráticos que se oponen son forasteros, ninguno ha nacido en Salamanca, que no puede quedar a su capricho”. Y el médico Alfredo Medina Corbalán propuso que Unamuno y el resto de catedráticos fueran expulsados de la ciudad. Los asistentes puestos en pie aplaudían enaltecidos y pedían que Unamuno fuera ahorcado. Posteriormente, una multitud furibunda de unas setecientas personas acudieron a su domicilio, que durante largo tiempo le gritó que se fuera de Salamanca. A los organizadores se les fue de las manos y Unamuno estuvo ante un peligro real de perder la vida. Para algunos, el propio Martín Veloz se vio obligado a reconducir la situación.

Finalmente, los dos cuarteles fueron costeados por el Ayuntamiento con la aprobación de una deuda de 80.000 pesetas y el único voto en contra del Rector. El de Infantería, fue construido en 1926 por Hijos de Arsenio Andrés, y el de Caballería, en 1928 por el contratista Sebastián Nieto. Las gestiones que Martín Veloz realizó en el Ministerio de la Guerra en Madrid lo hicieron posible. Fueron numerosas las cartas de agradecimiento, entre ellas, la del presidente de la Cámara de Comercio de Salamanca, Andrés Pérez Cardenal. Por su lado, la corporación municipal acordó el 6 de enero de 1921 nombrar a Diego Martín Veloz ‘Hijo Adoptivo’ de la ciudad y colocar una lápida con su nombre en la casa consistorial.

Al poco tiempo llegaron las tropas prometidas, en tanto que la construcción se demoraba varios años. La primera consecuencia fue la especulación sobre el valor de los terrenos, el incremento de los precios de venta y del alquiler de las viviendas, en suma, un aumento de la carestía de la vida.

Respecto al trance en que estuvo la Universidad si Unamuno y los demás catedráticos hubieran sido expulsados de la ciudad, el Rector tenía claro que “para los salmantinos la Universidad no eran más que un medio de vida para un número más o menos grande de patronas. Sólo por esta razón y por la vanidad lugareña se podía movilizar a las fuerzas vivas de la ciudad en caso de que peligrara la institución”.

 

8.- INDALECIO PRIETO, SU TALÓN DE AQUILES

En los años en que fue diputado por Salamanca, Martín Veloz no cesó de protagonizar actos violentos y de amenazar a quienes le llevaban la contraria. Entró en el Parlamento como el gallo del corral. Hasta que dio con Indalecio Prieto, el único que ponía coto a sus desmanes. Por las memorias de éste tenemos noticias de su proceder en Madrid. En total tuvo cuatro incidentes graves, tres en el Congreso y uno en el Senado.

Ya habían coincidido en el Hotel Meublé de la calle Santa Ana de Barcelona, donde tenía un par de timbas. Los camareros le contaban a Martín Prieto sus extrañas costumbres. Se acostaba al amanecer cuando regresaba de las casas de juego. Cenaba cuatro docenas de ostras, dos pollos asados y un litro de agua purgante de Carabaña. Después de propinar una tunda a su querida, se echaba a roncar.

Prieto conocía todas sus andanzas. También le había visto en Bilbao, donde en el Café de la Unión montó un negocio con chicas tiradoras de carabinas. Le llamaba “gánster epiléptico”, por la protección y ayuda que ofrecía a determinadas personas, sobre todo militares, algunas veces con modo altruista. Al comandante Páez Jaramillo, afectado por tuberculosis, le compró varias vacas suizas para que le proporcionaran leche y también el establo, frente a su casa de Madrid, en la calle Meléndez Valdés 43. En poco tiempo creó una red de casinos y garitos de Salamanca, Valladolid, Zamora y Palencia. Y siempre contaba con el amparo de sus amigos militares, como Miguel Primo de Rivera, Gonzalo Queipo de Llano, Manuel Goded y el histriónico Gonzalo de Aguilera Munro.

 

9.- ENFRENTAMIENTOS CON INDALECIO PRIETO EN EL CONGRESO

En una de las veces en que se hizo notar en el Congreso, interrumpió a Julián Besteiro cuando se hallaba en el uso de la palabra. Éste tuvo que detenerse. Prieto dijo en voz alta: “Prosigue y no hagas caso, que es el de siempre”. Veloz se levantó de su escaño y abandonó el hemiciclo con un aire tremebundo. Poco después, se acercaba un ujier de la Cámara y le decía a Prieto al oído: “De parte del señor Martin Veloz, que haga usted el favor de salir al pasillo”. Prieto le contestó: “¿Va usted a decirle exactamente lo yo le conteste? Pues dígale que no me sale de los cojones. Dígaselo tal cual. Es una orden”.

Al oír la respuesta, Veloz entró airadamente de nuevo y se sentó al pie de la escalerilla, junto a la barandilla dorada que cerraba los bancos de la izquierda, por donde Prieto tenía que descender, lanzándole miradas furiosas. Pero, pasado el momento del debate, el Presidente anunció: “Transcurrido el tiempo reglamentario, se suspende este debate. Queda en el uso de la palabra el señor Besteiro para mañana. Se suspende la sesión”. Los diputados desalojaron la sala.

De camino al guardarropa, Veloz le cerró el paso a Prieto para pedirle explicaciones, a lo que éste le contestó: “¡No le doy ninguna explicación porque no me da la gana! Me tiene sin cuidado su bravuconería”. La discusión fue subiendo de tono hasta que los diputados Augusto Barcia y Portela Valladares se pusieron por medio. Veloz hubo de cortarla y se marchó desafiante: “Nos veremos las caras”. Más tarde, Veloz le envió unos emisarios en un aparente tono amistoso. Pero, Indalecio Prieto les dijo: “Quiero darle igual trato que a mi suegra, con la que durante mis dieciocho años de matrimonio jamás crucé la palabra, ahorrándome así disgustos”.

Algunas tardes después, mientras hablaba el nacionalista catalán Francisco Layret, Veloz entró bebido y fue a sentarse en los escaños de los grupos de la oposición con aire de provocador. Esta vez, y sin mediar palabra, cayó sobre él una sarta de puñetazos de los diputados Teodomiro Menéndez, Trías de Bes y del propio Prieto. Al ver el incidente, Sánchez Guerra, que actuaba como presidente, empezó a dar campanillazos contra su mesa. Y no atendiendo a razones, ordenó a los secretarios que hiciesen subir a Veloz hasta su mesa presidencial. Hasta allí le condujeron con los ojos inyectado de sangre y los labios cubiertos de espuma, jurando venganza. El presidente le comunicó que quedaba detenido en el Congreso hasta que no diera el asunto por zanjado. Así lo hizo y de ahí no se pasó a consecuencias mayores.

 

10.- ELECCIONES DE 1923 Y LA COMPRA DE VOTOS

Al formarse el gobierno de coalición que presidía el liberal Luis García Prieto, fue nombrado ministro de la Gobernación Martín Rosales, Duque de Almodóvar. Entre sus medidas más apremiantes, decretó el cierre de las salas de juego y prohibió la venta callejera de castañas. Los negocios de Veloz fueron clausurados y se quedó sin ingresos. Empezó a tener apreturas económicas, porque se administraba de forma disparatada. Tan pronto pedía un préstamo al siete por ciento de interés, como al poco tiempo lo prestaba al cuatro.

Al periodista José Venegas, le facilitaron la información de que, una vez convocadas las elecciones generales de abril de 1923, el Duque de Almodóvar se proponía que Martín Veloz no fuese diputado. Corrió a decírselo, porque la provincia de Salamanca era una en las que se efectuaba más compra de votos y, si no estaba advertido, perdería el dinero y el escaño que ya ostentaba de elecciones anteriores.

No obstante, Veloz decidió presentarse por todos los distritos de la provincia. Hizo un estudio exhaustivo de las posibilidades que tenía y llegó a la conclusión de que debería abandonar el distrito de Vitigudino, porque allí campaban los reales del reformador Luis Capdevila. También el de Ledesma, pues lo tenía comprometido con su amigo el agrarista Cándido Casanueva, notario en Madrid. Casanueva era su colaborar más directo, quien le vincularía con José María Gil-Robles. Se aseguraba que en aquellas elecciones Veloz compró numerosos votos para Casanueva, del mismo modo que luego éste hiciera lo mismo para Gil-Robles.

Pero, ocho días antes de las elecciones surgió algo imprevisto. Un grupo de militares amigos suyos se desplazaron para entrevistarse con Veloz para que acomodara entre sus candidaturas a Enrique Carrión. Éste era un militar que tenía una gran fortuna amasada en Filipinas, lo que propició que, a su retorno, pronto se hiciera amigo del Rey, o el Rey de él, que tanto da, y buscó su apoyo para entrar en alguna candidatura electoral. Veloz no podía facilitarle el partido de Ledesma, ya comprometida con Casanueva. Y tampoco el de Sequeros, en el que se presentaba otro amigo suyo, el general Queipo de Llano.

No le quedó más opción que presentar a su recomendado por Vitigudino, desplazando a Capdevilla. Para que consiguiera el escaño, Carrión tuvo que pagar el voto más caro que su rival. Abonó por cada uno la exagerada cantidad de quinientas pesetas, dinero que se hacía efectivo mediante billetes partidos por mitad, una mitad se les entregaba antes de votar y la otra después de emitir el voto. Ni que decir tiene que arrasó en la mesa electoral como Veloz hacía en la mesa de naipes. Como aquellos billetes se tenían que volver a pegar para que siguieran circulando, quedaba a la vista de todos a cuanto había estado la cotización de la venta de votos en las elecciones.

Más tarde los votantes de Vitigudino se lamentaban porque aquel dinero lo tenían reservado para construir un monumento en mitad de la Plaza a Capdevila. Martín Veloz les señaló: “Todo tiene solución. Con la mitad que les ha dado Carrión levantan ustedes una estatua a Capdevila y así quedan bien con los dos, y sacan provecho”. A los votantes de Vitigudino les pareció una buena idea para más adelante.

En cuanto al propio Martin Veloz, siguiendo los consejos del periodista José Venegas, hizo campaña por toda la provincia de Salamanca, haciendo creer a todos los partidos que finalmente se presentaría por la capital. Pero en el último momento, decidió hacerlo sólo por Peñaranda de Bracamonte, donde se volcó en la campaña electoral con sus medios habituales, mientras el resto de aspirantes se enzarzaban en la capital. De los 9.658 votos emitidos, obtuvo 5.074 en dicha localidad, por la que no volvió a mostrar ningún interés. El escaño de Salamanca, que consideraba suyo, le fue arrebatado por Juan Mirat por unos pocos votos de diferencia, tomándolo Veloz como una afrenta a su persona que le haría pagar.

 

11.- MÁS CHOQUES CON INDALECIO PRIETO Y JUAN MIRAT

En el Senado se preveía un encendido debate entre el general liberal Francisco Aguilera y el presidente del Congreso, José Sánchez Guerra, a causa del desastre militar de Annual. Había una gran expectación y los diputados del Congreso asistieron para presenciarlo. Ya antes de entrar en la cámara, en los pasillos surgió una discusión entre Aguilera y Sánchez Guerra en la que éste le dio una bofetada al General.

Abierto el debate, Martín Veloz se asomó por los cortinones de una puerta lateral. Cruzó el salón y se fue a sentar al lado de Indalecio Prieto, en un asiento vacío donde se apoltronó. Preguntó al que estaba delante de él que qué había dicho el General. Era Juan Mirat, el diputado por Salamanca, su rival electoral, que no le había reconocido la voz, quien le contestó: “Que se mantiene en lo dicho”. Veloz le contestó: “Ese es un hombre y no usted, que es un…”. Mirat ofendido, se dio la vuelta y le dio un puñetazo en la cara. Veloz se echó mano a la cintura para sacar la pistola.

Al verlo, Indalecio Prieto saltó encima de él con sus cien y tantos kilos, dejándole aprisionando y magullado en el sillón sin que apenas pudiera respirar, en tanto que le sujetaba el brazo. Los diputados próximos y los ujieres acudieron a separarles. En medio de un alboroto atronador, el presidente se esforzaba en mantener el orden tocando la esquila desaforadamente, hasta que tuvo que levantarse e ir a recoger el arma, cerrándola en su mesa con llave, diciendo: “Aquí no se admiten pistolas”.

Martín Veloz se sintió mancillado en su honor y retó a duelo a Indalecio Prieto. Nombró padrinos a los generales Ricardo Burguete y Fernández Silvestre, viejas e ilustres glorias de la Guerra de Cuba, a pesar de sus derrotas, para que se pusieran en contacto con Prieto y acordaran el lugar, día, hora, tipo de pistola y modalidad de tiro. Pero, el retado a duelo no aceptó el envite. Lo consideró una antigualla propia de otros tiempos. Al día siguiente, fueron a buscar a Prieto al Restaurante Fornos, donde habitualmente almorzaba, pero, casualmente, aquel día no fue.

 

12.- CONTINUAS PENDENCIAS CON INDALECIO PRIETO

Hubo más incidentes en los que Indalecio Prieto intervino. Cuando el diputado Francisco Layret estaba criticando en su disertación el desarrollo de la Guerra de Marruecos, así narra lo que sucedió: “Martín Veloz vino a nuestros escaños y se sentó amenazadoramente junto al orador mientras estaba el uso de la palabra, por lo cual, llovieron sobre él bastantes golpes, algunos míos, pero los más, de Trías de Bes, diputado de la Lliga”.

Veloz no soportaba que se criticara al Ejército. En otra sesión en que Prieto estaba hablando sobre temas militares, Veloz empezó a insultarle. Prieto detuvo su exposición y dirigiéndose a él le dijo: “Su señoría está confundiendo el color rojo de su escaño con el tapete verde la sala de juego”. De nuevo, le esperó en el pasillo con la pistola en la mano y los demás diputados tuvieron que sujetarle.

Una tarde, Indalecio Prieto charlaba en el Café Regina de Madrid con un contratista de obras que era una buena persona. Martín Veloz entró acompañado por José Sánchez Rojas, el bohemio de Alba de Tormes. Éste le advirtió que quien le acompañaba era un guardaespaldas que le había puesto la Casa del Pueblo. Veloz se colocó en la barra lanzando miradas terribles a aquel hombre que ignoraba la situación. Afortunadamente, por esta vez la equivocación del locuaz Sánchez Rojas evitó que hubiera incidentes mayores.

Para Prieto, Veloz olvidaba que era diputado por Salamanca y se desentendía de los asuntos de su provincia. Sólo eran de su interés las iniciáticas propias, pero no las preocupaciones de los demás. Así sucedió cuando el Rector salmantino Enrique Esperabé esperaba en una antesala del Ministerio de la Gobernación a ser recibido por su titular. En ese momento, llegó Veloz y, sin tan siquiera saludarle, entró en el despacho del ministro, lanzándole una mirada provocadora.

El diputado bilbaíno ya estaba harto de sus excentricidades. Varios representantes de la Federación de Sociedades Obreras de Salamanca se desplazaron a Madrid a comunicarle que Martín Veloz había abofeteado a su presidente, pidiéndole consejo sobre cómo actuar. Así lo relataba: “Lo único que yo les ofrecí fue una pistola por si no disponían de ella, preguntándoles además si querían delegar en mí por lo que ellos deberían haber hecho ya”. Los dirigentes obreros salieron indignados de su despacho y se quejaron ante el Partido Socialista por aquella respuesta tan tremenda. Prieto recibió una reprimenda de la ejecutiva del partido.

 

13.- ATENTADO EN EL CASINO DE SALAMANCA

Martin Veloz resultó elegido diputado en tres ocasiones, en los años 1919, 1920 y 1923. De esta última, seguía resentido con Juan Mirat por haberle arrebatado el escaño de Salamanca capital. Creía que la prensa había obrado en su contra. Culpaba a Mirat de manipulación, por haber comprado un importante número de acciones de La Gaceta Regional, cuyo diario no le tuvo a su favor en la campaña. También responsabilizaba a El Adelanto, el de mayor tirada en aquellos años en la provincia, que era propiedad de su enemigo José Núñez Alegría. Y por último a la prensa de Madrid por su campaña orquestada de descrédito, en especial, el diario El Pueblo. Lo había  tomado como una ofensa a su persona de la que siempre quiso desquitarse y esperó la ocasión.

Conocía bien el Casino de Salamanca, pues el 5 de mayo de 1922 había sido nombrado presidente, aunque en el cargo sólo estuvo diez días. Tenía conocimiento de que el 28 de enero de 1924 el Casino celebraba junta general ordinaria, a la que asistían unos doscientos socios, entre ellos, sus principales adversarios, principalmente, Juan Mirat. El objeto de la reunión era rebajar el sueldo al conserje en 4.000 pesetas y cesarle en su cargo de jefe de personal, a lo que Martín Veloz se oponía.

Aquel día, volvía de Peñaranda, adonde había ido acompañado por su mujer y el prior de los Dominicos de San Esteban para bautizar a un niño, hijo de un político amigo suyo. Sin dudarlo, apareció en aquella asamblea una vez empezada con intención de armar camorra. Cuando entró estaba hablando a favor de los empleados el político reformista González Cobos. Cuando termino pidió la palabra y su mostró su adhesión a lo dicho por el anterior de forma agresiva. Al oírlo, el doctor Godeardo Peralta exclamó: “Si llego a saber que usted apoyaba la proposición no la firmo, porque no quiero consentir imposiciones”. Veloz comenzó a dar voces y causó una gran gresca, llamando “calabacín” al doctor Peralta. Juan Mirat, a la sazón miembro de la junta directiva, exclamó: “No hay por qué aguantar las imposiciones de este sujeto”, a lo que Veloz respondió: “Usted aguanta eso y más”. Mirat cogió la campanilla que había sobre la mesa y se la tiró a la cabeza esquivándola. Todos los militares que se encontraban allí miraron hacia otro lado.

En medio de la trifulca, Veloz sacó su pistola y amenazó a Francisco Núñez, padre de su enemigo, el propietario de El Adelanto, que era el que tenía más cerca. Un comandante de caballería amigo suyo, llamado Arroyo, le agarró la mano, momento que otros socios aprovecharon para arrojarle sobre un diván circular que rodeaba una de las columnas del patio interior cubierto y empezaron a darle bastonazos.

José Núñez, padre de Francisco Núñez, que se hallaba en la librería familiar de la calle de la Rúa 13, fue avisado de que su padre estaba siendo amenazado y corrió raudo hacia el Casino. Entró por la parte trasera de las columnas. Iba armado con un revolver que contenía dos balas en el cargador, del que estaba autorizado a portar por ser cabo del somatén.

Al ver a Veloz, le descerrajó dos tiros a quemarropa a la distancia de dos metros. Una bala le atravesó la cara y la otra le entró por una clavícula, alojándose en el esternón, pasando a corta distancia de la vena aorta. Veloz salvó la vida al no ser alcanzado en ningún órgano vital y por haber sido disparado desde tan corta distancia que los proyectiles no tenían toda su fuerza. Al verle la cabeza bañada en sangre, el doctor Peralta pretendió examinar las heridas, rechazándole bruscamente. No pudiendo hablar, le hizo un gesto obsceno con la mano.

El agresor huyo precipitadamente del lugar. No obstante, el comandante Arroyo había visto al autor y se lo comunicó a la policía, que registró su casa, las de sus familiares, la imprenta, la librería y una fábrica de gorras que regentaba, dando aviso a los guardias de la frontera portuguesa para que se mantuvieran alerta por si huía. Pero, José Núñez se entregó a las tres horas, el tiempo necesario para preparar su declaración ante el juez.

 

14.- EL JUICIO CONTRA EL PROPIETARIO DE ‘EL ADELANTO’

El juicio tuvo lugar en el edificio de la Audiencia Provincial, donde posteriormente se construyó el Gran Hotel, ante el presidente, Joaquín Delgado García Vaquero y el fiscal José Gámez. La acusación estuvo a cargo del abogado Serrano Carmona. La defensa fue ejercida por los letrados Gerardo Doval y Eugenio de Castro, que presentaron una protesta por la incomparecencia del agredido sin justificación.

Asistieron 215 testigos, entre ellos, Filiberto Villalobos, José Giral e Indalecio Prieto, que comentaban que “era algo que tenía que suceder”, que “los ciudadanos habían sido muy prudentes, pero estaban hartos de insultos y de amenazas con pistola”. El ex senador y profesor de la Universidad, Luis Maldonado declaró que había perdido la audición por un puñetazo que Martín Veloz le había propinado en la estación de ferrocarril de Medina del Campo. Y Miguel Iscar Peyra, en ese momento presidente del Casino, también señaló que le había amenazado varias veces en el Ayuntamiento cuando era alcalde, y concluía: “El señor Martín Veloz es el emperador de Salamanca. Su voluntad es la ley”.

El acusado declaró en su defensa que había sacado el arma por miedo a que Martín Veloz matara a su padre, que era en legítima defensa. Igualmente, manifestó que antes eran amigos, que en sus conversaciones alardeaba de haber matado de varios tiros a una persona en Santander y que era muy violento. Finalmente, sobre la causa de la enemistad con su padre, ésta se debía a que en el periódico tenia a un redactor llamado Sánchez Gómez que criticaba al Ayuntamiento en sus columnas y exigía que lo despidiera, a lo que su padre se negó.

Mientras tanto, el periódico conservador La Gaceta Regional apuntaba: “En lo que fue aristócrata Casino de Salamanca, han instalado una lujosa taberna los señores de la ciudad”. El Gobierno Civil ordenó su inmediata clausura. Por su parte, Francisco Núñez fue condenado a una pena de doce años de cárcel y una indemnización de 20.000 pesetas a Martín Veloz. La sentencia fue recurrida ante el Tribunal Supremo que, finalmente la redujo a cuatro años, que cumplió íntegramente.

Pero, ahí no quedó todo. Cuando en 1929 José Núñez salió de la prisión hubo una nueva reyerta. Disponiéndose a tomar el tren en la estación con dirección a Madrid, inesperadamente, apareció Martín Veloz. Le dio dos bastonazos por la espalda, causándole lesiones que le impidieron realizar el viaje y, de nuevo, tuvieron que pasar por el juzgado. Varias veces más se encontraron por la calle y siempre se repetía la misma escena.

 

15.- OTROS DISPARATES EN MADRID

Una mañana se presentó en su casa de Madrid un joven elegantemente vestido con una carta de recomendación del general Weyler, que para Veloz era como un apóstol. El presunto reportero le enseñó un folleto en el que se recogía todas las aventuras verdaderas e imaginadas que de él se decían. Veloz quedó muy sorprendido. A continuación, le sugirió que comprara toda la edición por una cantidad o, de lo contrario, lo publicaría.

El primer impulso de Veloz fue tirar a aquella persona por el balcón. Un ataque de templanza le hizo contenerse y pensarlo dos veces para averiguar de dónde procedía aquella publicación. Lo agarró del brazo y le hizo subir a un coche para ir a ver al general Weyler, pero éste se hallaba ausente de Madrid. Posteriormente, el joven le dijo que el autor era un famoso periodista que comía en el restaurante Maxims,s Patisserie, en la calle Alcalá, junto a la Puerta del Sol, el más caro de Madrid. Hasta allí fueron y localizaron al periodista, que aseguró no conocer de nada al muchacho.

Veloz dijo a aquel joven que se sentara en una mesa, que iban a comer allí para seguir interrogándole. Pero no consiguió nada. De nuevo lo subió al vehículo y le tuvo dando vueltas toda la tarde por el centro de la capital. Posteriormente, le llevó a cenar, hasta que cantó. Quien escribió aquel libelo no era conocido suyo.

Dejó pasar varias semanas. Y cuando todo parecía olvidado, se presentó en el domicilio del extorsionista. Al abrirle su esposa, Veloz dio un empujó a la puerta y entró violentamente. La mujer le preguntaba que quién era y qué buscaba. Pero él no atendía. Siguió por un largo pasillo hasta encontrar a su marido en un despacho. Le sacó a rastras y le llevó al cuarto de baño. Allí le metió la cabeza en el retrete y tiró de la cadena varias veces, al tiempo que le decía que a continuación se acostaría con su mujer. Ésta salió a la calle chillando y Veloz se marchó de la casa. La pobre mujer se volvió loca.

Al cabo de cierto tiempo, el marido logró por mediación de un amigo que Veloz hablara con él y hasta que se interesara por la señora. Incluso, a su ruego, fue al sanatorio donde ella estaba recluida, porque según las nuevas teorías de Psicología de la época, el marido pensaba que al visitarla sufriría otro shock y esa impresión le devolvería la razón. Se desconoce qué efecto tuvo aquella innovadora técnica terapia.

En otra ocasión, el ministro de la Gobernación La Cierva propuso concederle la Laureada de San Fernando, condecoración por la que se reconoce el valor heroico de una persona, en este caso, por condición de inválido de guerra. Un día se presentó Veloz en el Ministerio con su amigo el teniente coronel Páez Jaramillo para ver al ministro y asegurarse de que se la concedería. Para que no hubiera dudas y hacer más méritos, le pidió al ministro que le diera un documento por el que se le encargaba dar captura al bandolero “Pernales”, que hacía de las suyas en la serranía de Andalucía, comprometiéndose “a encontrar al Pernales y a traer su cabeza dentro de un saco al Gobierno”. La respuesta del ministro fue evidente, le echó fuera su despacho. Definitivamente, se había quedado sin su Laureada.

A la salida, entró en el café El Colonial, en el número 3 de la calle Alcalá, junto a la Puerta del Sol. Vio a un individuo que hacía tiempo que le había insultado. Se dirigió a él y le dijo que saliera a la calle porque le iba a matar. El interpelado, que estaba con sus amigos, volvió la cabeza y siguió hablando con ellos sin hacerle caso. Se lo volvió a repetir, pero vio que se hacía el remolón para no salir. Entonces, marchó hacia la puerta y, dándose la vuelta, le insistió amenazándole de que si no salía le mataba allí mismo. Y dicho y hecho, se alejó unos pasos, le apuntó con la pistola y disparó contra él. El agredido se cubrió con la mesa y corrió por el pasillo hacia el fondo. Veloz continúo haciendo fuego contra él, mientras Jaramillo exclamaba que no estaba bien de puntería. Finalmente, una bala hizo diana causándole una herida de poca importancia. Pero Veloz creía que le había matado y se fue del café tan satisfecho.

Meses después, Martin Veloz era protagonista de un nuevo suceso. Esta vez, en el Café El Universal de la Puerta del Sol de Madrid. Se hallaba sentado en una mesa con Pablo Concha Morales, otro ex militar. Ambos discutían en voz baja, hasta que fueron subiendo el tono y comenzaron a insultarse, momento en que Concha le dio a Veloz con un palo en la cabeza, siendo agarrado por uno de los camareros. Mientras Concha era retenido, Veloz sacó su pistola. Al ser soltado por el empleado, se abalanzó sobre Veloz, que le alcanzó con un disparó en el brazo, saliendo a toda prisa del establecimiento. Fue inmediatamente detenido, pero su acción quedó impune. Entonces ya era sabido que el agresor era un protegido de los políticos. Una vez más se trataba de una discusión por deudas de juego.

 

16.- LA ESPOSA DE MARTIN VELOZ

La esposa de Martín Veloz se llamaba María Aliste Arín. La conoció en Madrid. Era hija de un antiguo sargento de albarderos de la Reina. Cuando el periodista José Venegas la conoció en Salamanca, la vio mayor que él, pero todavía atractiva, “mujer de figura arrogante, de pelo negro, de cutis blanco y rosado, y de ojos maravillosamente verdes”.

El cortejo para conquistarla no fue complejo. Él vivía en una pensión en un callejón estrecho, su balcón frente a frente con el de María. Sólo tenía que asomarse con alguna excusa, como ver el tiempo que hacía. El amor surgió un día en que por debajo pasaba un viandante y se les quedó mirando. Veloz dejó caer un tiesto de flores sobre la cabeza de aquel hombre y se produjo un gran escándalo. Con aquel golpe, surgió el amor y se hicieron novios.

El padre de ella, don Alfonso, se opuso a la relación y quiso meterla a monja. Pero fue inútil. El impacto en ella había sido definitivo. Un día fueron a buscarla Veloz y su amigo el coronel Páez Jaramillo. Se presentaron en el juzgado más cercano y se casaron con el menor trámite, en contra de la familia de ella.

Una noche, suegro y yerno se encontraron en una calle y empezaron a pelear. Entre agarrones, Veloz tropezó y el suegro aprovecho el momento para clavarle un puñal. Le acometió una sarta de puñaladas, hasta darle por muerto. Pero no, su yerno conservó la vida como mala hierba y terminó por reconciliarse con su agresor, a quien en el fondo admiraba. Aquella riña fue presenciada por su mujer, que no gritó ni hizo un solo gesto.

La esposa jamás replicaba a su marido, ni puso un pero a su comportamiento. Su fidelidad era absoluta y abnegada, siguiendo el principio de que la mujer ha de seguir al marido, suceda, lo que suceda. Aunque pareciera el más bárbaro del mundo, la verdad es que le quería y admiraba, incluso, ella terminaba influyendo en él sin decirle nada. Se comprendían sólo con mirarse.

En cierta ocasión en que los dos estaban comiendo juntos en casa, a él le sirvieron la sopa en un plato con un desconchón. Se indignó tanto que lo rompió contra el suelo y gritó a la mujer: “Tú tienes la culpa”. Sacó el revolver y disparó dos veces. Pero no, no la mató. Ella siguió imperturbable, tomando la sopa mientras oía el silbido de las balas pasar sobre su cabeza sin estremecerse.

Su esposa era de pocas palabras, pero con el periodista José Venegas se llevaba bien, porque veía que era el único que intentaba poner freno a sus desmanes, y algunas veces lo conseguía. Estaban ambos hablando en una calle de Salamanca, cuando en ese momento la saludaron unos vecinos de Villaverde de Guareña. En este pequeño municipio armuñés es donde el matrimonio se había instalado apenas celebrada la boda en Madrid. Doña María le dijo: “No puedo ver a los de Villaverde. Me han hecho pasar horas muy amargas en ese pueblo”. Madrileña ella, guapa, vistiéndose y peinándose de forma diferente a las del pueblo, no pensaron que era la esposa de Veloz, sino una mujer pública. Su marido se iba todos los días a Salamanca en busca de algún dinero, momentos que algunos vecinos aprovechaban para tratar de llevarla a su molino. Ella callaba porque sabía que las consecuencias de aquello sería que el pueblo se quedara sin algún habitante menos.

También le relató a Venegas que, otras veces era su marido el que las armaba. Al poco de llegar, para sacarse unas pesetas, retó a los del pueblo en una singular apuesta: era capaz de comerse una alondra viva con plumas. Y dicho y hecho. Doña María se pregunta espantada: “¿Pero, con quien me he casado?”. El ambiente de aquel pueblo salmantino para una mujer que había salido de Madrid, reñida con el padre, sin otro apoyo que el de aquel hombre que era capaz de cometer cualquier atrocidad, fue la que la hizo disciplinarse a adoptar un aire de indiferencia hacia todo. Tampoco tenía convicciones religiosas. No iba a misa y era objeto de todas las críticas, en las que ella no perdía un minuto en pensar. Terminó siendo una mujer de fuerte carácter y de discusión constante, pero no pudo evitar la vida disipada de su marido que, en realidad, les proporcionaba a ambos considerables beneficios.

El matrimonio no tuvo descendencia, lo que no fue óbice que hubiera niños en su casa. En una visita a Salamanca, la hermana menor de su esposa conoció a Ramón, Cuesta, miembro de una conocida familia salmantina, que pronto falleció dejando tres niños. Martín Veloz acogió en su casa a su cuñada y a sus sobrinos como si fueran sus propios hijos.

 

17.- ENCUENTRO ENTRE MARTÍN VELOZ Y JOSÉ VENEGAS

El periodista José Venegas conoció a Martín Veloz a través de su compañero Leopoldo Bejarano, que así se apellidaba, además de ser natural de Béjar. Se lo presentó en la redacción de El Liberal y le recuerda así: “Era un señor de estatura mediana, ancho, fuerte, con bigotes a lo Kaiser y un cierto aire de fanfarrón”. El motivo de ir allí era que un socio del Ateneo de Madrid había pronunciado una frase ofensiva respecto a él y quería una rectificación a través de su amigo Bejarano, porque el secretario del Ateneo era Victoriano García Martí, otro redactor del periódico.

Después de la charla, Veloz le dijo a Bejarano que Venegas le había caído muy bien y éste aprovechó para pedirle un favor: que un hermano suyo que estaba ingresado en el Hospital Militar de Carabanchel con fiebres palúdicas adquiridas en Marruecos, no volviera allí. Casualmente, el general Burguete, gobernador militar de Madrid, era hermano del que estaba a cargo del regimiento de Marruecos.

Al decírselo, empezó a escribir una carta a Burguete diciéndole que Venegas era más que un amigo, era un hermano, lo que le causó estupor. Pero, lo pensó y rompió la carta, diciéndoles que al día siguiente comería con él y con Burguete y todo quedaría resuelto. En efecto, al día siguiente almorzaron en el Restaurante Bilbaíno. Al general le sirvieron una sopa. Exclamó que qué bien olía, momento en que Veloz le puso la mano sobre el plato y le dijo que no la probaba hasta que no conociera lo que Venegas le iba a pedir.

Burguete le dijo que se lo concedía, pero que le dejara probar la sopa. Una vez finalizada, le señaló que al día siguiente fuera a verle a su despacho. El asunto no se presentaba fácil, pues todos los soldados se inventaban alguna argucia. La solución que el gobernador militar dio fue proponerle al Capitán General de Madrid que necesitaba veinte soldados para la plana y que podía cogerlos de los primeros que salieran del Hospital Militar, a lo que accedió. Veloz no paró hasta conseguirlo y Venegas, muy satisfecho, quedó en deuda con él.

 

18.- EL PERIÓDICO “LA VOZ DE CASTILLA”

En 1922, Martín Veloz fundó el periódico La Voz de Castilla (Diario defensor de los intereses agropecuarios de la región), de corta duración. Su primer director fue Leopoldo Bejarano. José Venegas enviaba una croniquilla dominical, que nunca quiso cobrar en agradecimiento al favor que Veloz hizo a su hermano. Sin embargo, éste quería ser generoso con su colaborador. Y cuando llegó la Navidad, no es que le regalara un jamón, sino que le envió a Madrid por ferrocarril un cerdo entero descuartizado en una gran caja.

Martín Veloz seguía con sus actitudes estrafalarias. Un redactor de su periódico fue insultado en un café de Salamanca por una opinión vertida en su columna. La noticia llegó a oídos de Veloz a los poco minutos e inmediatamente marchó para allá. Encontró a su empleado de camino cuando regresaba y le hizo darse la vuelta para ir juntos a aquel café.

Al llegar a la entrada se apoyó sobre el quicio de la puerta y, elevando la voz, preguntó al redactor: “¿Quién ha sido el hijo de … que te ha insultado?”. Pero, en vez de decirle quién había sido, le pidió que lo dejara, que diera el asunto por zanjado. Veloz no le hizo caso. Se paseó por el café lanzando insultos a todos los clientes Y viendo que nadie le contestaba, dijo: “En vista de que nadie responde, vámonos. Pero espera, que me han entrado ganas de orinar”. Y se puso a hacerlo en medio del salón, con un silencio sepulcral que duraba eternos segundos de respiración contenida.

 

19.- JOSÉ VENEGAS, DIRECTOR DE “LA VOZ DE CASTILLA”

Por esas estridencias, Leopoldo Bejarano, dejó el cargo de director y comenzaron las pérdidas. Martín Veloz pensó que le sustituyera Venegas, que en absoluto quería ir a Salamanca. Pero, por aquellos días, El Liberal fue vendido y Venegas se quedó sin empleo y sin recursos. Una tarde, en el Café La Granja del Henar de la calle Alcalá, lugar muy frecuentado por intelectuales de la época, Venegas se hallaba escribiendo un artículo que le había encargado Manuel Azaña para su revista España. Por allí apareció Martin Veloz, que al conocer la situación tan precaria en que se encontraba Venegas, le espetó: “¡Nada! ¡Esta noche se viene usted conmigo!”.

A Venegas no le gustaba reemplazar a se compañero, pero no tenía otra opción. De hecho, procuró que en la mancheta del periódico siguiera figurando Bejarano. Aceptó el cargo mediante un acuerdo con su amigo Luis Uriarte, por el que Venegas editaría en la imprenta del periódico cosas de quiosco que Uriarte distribuiría por Madrid. Y si las cosas iban bien, dejaría el periodismo para vivir en plena libertad, porque estaba cansado de depender de los intereses de las empresas y de defender causas con las que no estaba conforme. La opinión no era vana. Venía de África donde estuvo informando como corresponsal de guerra aguantando cortapisas del mando militar.

Partieron aquella misma noche. En la estación del Norte (hoy Príncipe Pío) se les unió un señor delgadito con aire quebradizo, que resultó ser el marqués de Flores Dávila, Manuel María de Aguilera y Pérez de Herrasti, diputado de Salamanca por Peñaranda de Bracamonte (la localidad de Flores de Ávila es una pequeña localidad abulense próxima a Peñaranda). Veloz iba dispuesto a fundar un partido en Salamanca con persona relevantes como este marqués.

Al día siguiente, se celebró en la capital una asamblea de partidarios de Veloz. Venegas se quedó asombrado de la cantidad de seguidores que tenía aquel hombre de tan mala fama: catedráticos, terratenientes, grandes comerciantes…

 

20.- LO QUE EL PERIODISTA JOSÉ VENEGAS VIÓ

Durante un año, Venegas vivió en la casa de Martín Veloz, de grandes dimensiones, situada al comienzo de la carretera de Zamora. Sólo un patio le separaba de la rotativa. Relató muchos de los pormenores que presenció, algunos escabrosos. Aquel lugar siempre estaba lleno de huéspedes, personas que allí pasaban meses y de las que, a veces, el propio Veloz desconocía su nombre.

Comenzaba a recibir las visitas por la mañana, en el cuarto de baño, desnudo, dentro o fuera del agua. Despachaba los asuntos en la bañera. Salía en albornoz a la terraza, donde un chico le afeitaba y calzaba sin interrumpir sus entrevistas. Durante la mañana, andaba por aquellas dependencias dando órdenes en camisa, calcetines y zapatos. Delante de todo el mundo se le movía el faldón y dejaba a la vista lo inconfesable. Hasta el mediodía no acababa de adecentarse

Una vez vestido, Venegas retrata su porte: “Recuerdo su figura musculosa, atlética, con cabeza de mulato, tez morena, ojos saltones, labios gruesos y nariz roma, enfundado todo él en su traje a cuadros, propia para un espigadísimo gentleman inglés, y que, a aquel hombretón, casi cuadrado, le sentaba como a un santo dos pistolas”

Al mediodía entraba su mujer y les daba de comer a todos, a doce, a veinte. A los postres entraban otros a los que servía café, licores, habanos. Venegas apuntaba: “Veloz presidía todo aquello con aires de pachá”. Después de la comida cruzaba el jardín y entraba en el periódico a revisar lo que se estaba escribiendo. Junto a aquellas instalaciones estaba la carretera de Zamora, por donde Unamuno paseaba todas las tardes con sus amigos y discípulos que atendían a sus monólogos. Según Venegas, Unamuno solía decir de Veloz: “Antes se emborrachaba con ginebra, pero ahora se emborracha con el Espasa, y es muchísimo peor”.

Aquello estaba lleno de militares, como Queipo de Llano, “que me pareció un animal”, recalca Venegas, o Goded, “que me dio una sensación de frialdad y disimulo”. También había muchos curas y frailes, aunque Veloz no contenía su ateísmo, ni sus blasfemias.

Según el periodista, a Veloz se le tenía por matón del juego. Era de carácter violento y todo lo hacía extremado. Escribía con unas plumas tremendas y trazaba letras enormes. Era un espectáculo humano.

Un día se derrumbó el techo de la iglesia de Gomecello y el periódico se vio obligado a abrir una suscrición popular para recaudar fondos. Venegas le preguntó si no iba a colaborar con algo como propietario del medio, encabezando los donativos. Dijo que no: “No odio a Gomecello y no quiero ir contra el afortunado episodio que lo ha dejado sin iglesia. Para mí es como si se hubieran librado del paludismo”. Luego lo repensó y le dijo a Venegas que enviara cien pesetas con su nombre, que él no quería figurar.

Pasados unos días, fueron a ver el pueblo en compañía del padre Avellanosa, prior de los Dominicos de San Esteban. Resultó que el techo sólo se habla caído en una parte. En la otra, aún se podía celebrar la misa. El cura del pueblo organizó una, a la que tuvo que asistir. Durante todo el acto religiosos estuvo diciendo en voz baja las peores blasfemias.

Su altruismo no tenía límites. Hubo en Salamanca una crisis obrera que produjo un elevado paro. Veloz lo resolvió anunciando que pagaría un salario a cuantos fueran a su casa a arreglar el jardín. Cuando acababan, por la tarde, les paseaba por la Plaza Mayor, como si fuera un General seguido por su tropa.

 

21.- LAS RELACIONES DE MARTÍN VELOZ CON EL EJÉRCITO

En realidad, sólo tenía devoción por el Ejército. Un día, uno de sus electores adinerados fue a pedirle que su hijo no fuera al ejército, que le había tocado Marruecos, a lo que le contestó: “Yo no gestiono eso. La patria es para los ricos, que se aprovechan de ella en contra de los pobres. Los hijos de los pobres, que no tienen patria, van a Marruecos, y no debería ir más que los hijos de los ricos, porque allí defienden sus intereses”.

Mostraba predilección por los militares en cada una de sus acciones. Una noche encontró en el paseo Gran capitán de Córdoba a un militar desastrado, sin pan que llevarse a la boca, ni cama donde dormir. “Espéreme aquí unos minutos”, le dijo. Entró en un centro de recreo próximo, propiedad del empresario de juego José María Roldán, empuñó un revolver y con la otra mano tendió su sombrero y dijo: “Ahí fuera, hay que socorrer a un viejo militar español muerto de hambre. Hay que socorrerle. El que no dé 5 duros al menos, le parto el corazón”. Diego volvió con el sombre lleno de billetes.

Con él, los militares encargados de la caja de fondos no tenían problemas cuando los gastaban delictivamente, porque él se lo daba para que lo repusieran. El dinero no era un problema para él. Hacía de banquero de varias casas de juego en España, que le reportaban más de cinco mil duros diarios.

Por el coronel Páez Jaramillo sentía una devoción de juventud. Cuando empeoró de la tuberculosis, Veloz le pago toda su estancia en un sanatorio de Suiza. Un día le escribió diciendo que le trataban bien, pero que echaba de menos un cocido madrileño. Veloz fue al Restaurante Bilbaíno e hizo que fabricaran unos pucheros con las tapas selladas en los que cada día le enviaban un cocido más que completo.

 

22.- EL DECLIVE DE DIEGO MARTÍN VELOZ

En el mundo de los negocios, aquel tinglado dejó de ser floreciente. En 1923, su amigo el general Primo de Rivera instaló la Dictadura en al país y decretó la censura de prensa. Veloz ya no pudo seguir defendiendo en el periódico la política de los agrarios de Salamanca. Se apresuró a enviarle un telegrama de felicitación. Al mismo tiempo, se ofreció incondicionalmente para lo que necesitara. El General le contestó: “Gracias, ahora Vd. no hace falta”. Y no lo hizo personalmente, sino a través de su ayudante, el comandante Fidel de la Cuerda. En múltiples ocasiones Veloz le había facilitado dinero a Primo de Rivera. Pero, esta vez se cuidó de que esa amistad no fuera pública.

Primo de Rivera, prohibió las casas de juego, causándole un perjuicio irreparable. El periódico dejó de venderse y terminó en un incendio, decían, que para cobrar el seguro. José Venegas se volvió a Madrid y Martín Veloz se refugió en su finca de La Cañadilla cargado de deudas.

Con la instauración de la República no le fue mejor. Añoraba el régimen anterior y colaboró con el General Sanjurjo en el fallido golpe de estado de 1932, ofreciéndole el importante arsenal de armas que guardaba en su casa por si fuera necesario. En la primavera de 1936 promovió en Salamanca el nuevo golpe manteniendo reuniones con varios terratenientes salmantinos e intensificó sus contactos con militares. Invitó al general republicano Queipo de Llano a su finca y le convenció de que la sublevación era necesaria. Luego, llamó a José María Gil-Robles para que le enviara armas desde Portugal, a lo que el diputado salmantino se negó, por lo que fue considerado a partir de entonces persona non grata en su ciudad natal.

Cuando comenzó la guerra civil, ya estaba muy envejecido. Parece que con el paso de los años afloraron unos sentimientos humanitarios de los que siempre había carecido y dio muestras de conmiseración con algunos republicanos encarcelados, como fue el caso del ex ministro Filiberto Villalobos, a quien visitaba en la prisión dándole su protección, a pesar de las innumerables ocasiones en que le había injuriado en público.

Igualmente, se podría decir respecto de Unamuno. Cuando el Rector se hallaba recluido en su casa de la calle Bordadores, como consecuencia de los tristes hechos acaecidos con Millán Astray en el Paraninfo de la Universidad, Veloz acudía a verle cuando nadie lo hacía, y ambos añoraban aquellos tiempos en que abiertamente se aborrecían. Para Emilio Salcedo, biógrafo de Unamuno, quizás exageradamente, apostillaba: “Su lucha fue contienda civil, y de puro combatirse llegaron a quererse”. En lo que sí coinciden los historiadores es que los dos personajes eran de un carácter contradictorio similar. Martín Veloz murió en su casa de la calle Gran Capitán de Salamanca en 1938, dos años después que Unamuno.

(Esta biografía se puede completar con la obra Memorias y Recuerdos, depositada en la Universidad de Salamanca, cuyo autor es Alejandro Martín Esteban, primo de Diego Martín Veloz, que pormenoriza muchas situaciones que para un corto relato resulta inabarcable)

(Foto portada. Plaza Mayor. Café Novelty. Salamanca. Antonio Varas de la Rosa)

 

El HERMANO REVOLUCIONARIO  –  Agustín Martín Veloz

 

 

 

Teodosio Ruiz en su periódico El Descuaje de Santander

 

Congreso de los Diputados a principios del siglo XX

 

Cuartel General Arroquia. Salamanca

 

Indalecio Prieto

 

El periodista José Venegas

 

Apertura de las Cortes en la República

 

Diego Martín Veloz, tres años antes de morir

 

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