El antiguo Magisterio en la provincia de León
EL PERIODISTA LUIS BELLO SE INTERESÓ POR LA SITUACIÓN DE LOS MAESTROS Y DE LAS ESCUELAS DE LEÓN. EN 1926 ESTUVO EN LA CAPITAL Y RECORRIÓ LA MONTAÑA LEONESA
1.- El periodista Luis Bello
2.- León. La provincia modelo
3.- La ciudad de León
4.- La Fundación Sierra Pambley
5.- La Escuela Julio del Campo
6.- Hacia Villablino
7.- La escuela Sierra Pambley
8.- En la comarca de Laciana
1.- EL PERIODISTA LUIS BELLO
Desde 1926 y durante varios años, el abogado y periodista Luis Bello recorrió las escuelas de España, publicando sus observaciones en el diario El Sol. Tras numerosas conversaciones con los maestros y las gentes de los pueblos, se convirtió en un apasionado defensor de la infancia y de los maestros. En León conoció la obra de grandes benefactores, como Francisco Fernández-Blanco y Sierra-Pambley, seguidor de las directrices de la Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos y el modesto cantero Julio del Campo.
Luis Bello justificaba su vehemente protección del Magisterio: “Debemos a los niños, tanto como la lecha materna, la educación de su inteligencia y de su carácter, bienes que, una vez recibidos, nadie podrá quitarles, y que, por consiguiente, valen más que la riqueza. ¿Comprendéis por qué la Escuela es para mí antes que la Universidad? ¿Por qué pienso en los hombres, antes que en los doctores?”.
Estas son las conclusiones de Luis Bello:
2.- LEÓN. LA PROVINCIA MODELO
Ha algunos meses (empezábamos a peregrinar lugares del cerco de Madrid) vino a verme un maestro del concejo de Villablino (León). “Si va usted a Sosas de Laciana, me dijo, donde cuenta usted con un amigo y una buena escuela, verá que allí todos los chicos saben leer y escribir. Y esto desde mucho tiempo. Antes de llegar yo ocurría lo mismo”. Este caso del valle de Laciana, que siempre me había descrito como uno de los más hermosos de la montaña leonesa, despertó mi deseo de visitarlo.
Necesitaba respirar aire más limpio, llegar a escuelas donde no fuese necesario penetrar con la lámpara Davy. Durante esos meses, hasta conseguir mi deseo, he visto cien veces las escuelitas de Villablino como un rompimiento de gloria, como un ideal creado por la fe. Sin embargo, era cierto. Pero no sólo el valle de Laciana, sino toda la provincia de León, tiene primacía sobre el resto de España.
León, la milenaria, tradición, historia, lo cual para muchos quiere decir: polvo, herrumbres y telarañas, cuida mejor que Madrid, Bilbao y Barcelona estos primeros y más humildes menesteres del aseo espiritual. (Por limpieza no debe haber analfabetos). León y su provincia cuentan con mil cuatrocientas treinta y nueve escuelas. Es la cifra máxima. Luego siguen Oviedo y Burgos. ¡Apréndanlo esas regiones que acostumbran a mirar con desdén los esfuerzos de las otras! León es la primera en asistencia escolar. Muy cerca del noventa y tres por ciento de la población escolar está matriculado, mientras en Cádiz no pasa del veintidós.
León y Castilla van delante. Y como esto no lo habíamos visto sino en el papel, en la estadística, era preciso comprobarlo sobre el terreno. Para ello seguimos, no la línea férrea que entra desde Zamora por campos llanos y pardos, sino la carretera de Benavente a León, toda plantada de viejos álamos, chopos y negrillos, que ahora empiezan a echar hoja. Región alegre, muy cultivada, a orillas del Esla, río para nosotros de gran prestigio. ¿No es ya buena señal esta alameda de setenta kilómetros que León quiso tender hacia Zamora y se detuvo en Benavente? Hay, por lo menos, una voluntad de agradar que estimamos tanto como la cortesía, y que no siempre se corresponde con la fortuna.
Estos pueblecitos leoneses por donde pasamos, no son ricos. Algunos tienen silos para el grano y el vino. Otros viven dentro de esos silos. En algunas partes las casas son de adobes, puro barro; es decir, pura pobreza. Y en todas ellas los niños van a su escuela hasta los doce años. Ellos y sus padres quieren… Quieren… Basta esa palabra en honor suyo. En el camino de Benavente, como en el páramo, hay casitas pobres, de tipo, no medieval, sino eterno. Sánchez Albornoz, para describir las casas míseras como una estampa más de la Vida en León durante el siglo X, se apoya en las descripciones actuales de Fernández Valbuena: La arquitectura humilde de un pueblo del páramo leonés. “Paredes de barro, salpicado de paja, sostienen el barro y el césped de la techumbre, a dos vertientes”. “En Ardoncino las casas, verdaderamente típicas, carecen de chimeneas en las campanas de sus cocinas; el humo marchase por entre las tejas, lentamente”.
Así están hoy, como en el siglo X, y como antes de la Era Cristiana. Hemos visto esas casitas humildes y sabemos cómo van tostándose las vigas del techo con el humo de leña verde. Hemos querido averiguar si todavía se celebra el filandón. Pero esto nada interesa al asunto de las escuelas. Sólo para explicar la pobreza de estas escuelitas rurales y para admirar el buen deseo de los pueblos que, a pesar de todo, entre cuatro paredes de barro y un techo de paja sin salida de humos, dan la cifra más honrosa en las estadísticas escolares.
¿Qué resorte los mueve? ¿Cómo se logra ese prodigio? He querido explicarme la gran ventaja de las provincias leonesas y castellanas, después de León, Soria, Segovia, Ávila, Palencia, Salamanca, Burgos… por razón del idioma, que aquí tiene su cuna y pasa naturalmente, sin esfuerzo, sin violencia, de labios del maestro al oído y a la inteligencia del discípulo. Pero en Cádiz el idioma nativo no es el vascuence ni el catalán. Ni en la Sierra de Guadarrama, ni en las dehesas de Extremadura. Razones de otra índole han de ser, y seguramente las habrán estudiado nuestros pedagogos, aunque yo no lo sepa.
3.- LA CIUDAD DE LEÓN
León, la capital, es hoy una de las ciudades más bellas de España. Bastaría su herencia del pasado, la catedral; San Isidoro, con el panteón de los reyes; San Marcos, convertido en cuartel, y la casa de los Guzmanes, para darle un puesto único entre las ciudades históricas. Pero, en el mutuo desconocimiento que tienen entre sí las Españas, pocos se han dado cuenta de que León no mira tanto al pasado como al porvenir. Desembarcamos del auto en uno de esos puertos modernos, una de esas calles cosmopolitas, iguales en todas partes, con grandes hoteles y soberbias tiendas. Hay un palacio de Gaudí que salva la monotonía. Pero pronto aparece la línea severa y elegante del palacio de Gil de Hontañón.
Aquí, como en otras ilustres ciudades antiguas, desearíamos ver lograda la aspiración de unir razonablemente los siglos. Zamora salta del siglo XII al siglo XIX, y se detiene en él. León ha sabido pasar del siglo XIII al XX, con escala en el Renacimiento. Falta, sin embargo, en la obra actual, para ser, por completo, de nuestro tiempo, el deseo de continuar una tradición. Falta, además, para que podamos clavar una gran bandera sobre el punto geográfico de León en el mapa de la pedagogía española, que la capital se eleve a la altura de la provincia. Hay falta de locales del Ayuntamiento, y la mayoría de las escuelas ocupan edificios arrendados. En la Normal, de la calle del Cid, habilitada para escuela, así como en las graduadas, he visto buenos maestros, cuyos nombres no cito por no cometer omisiones injustas, pero los medios de que disponen para la enseñanza son demasiado humildes.
Yo esperaba más de León, mayor esfuerzo por parte del Ayuntamiento. Apenas si se ha preocupado de las escuelas en los últimos veinte años, y creo prestarles un buen servicio a los leoneses diciéndoles sinceramente que están obligados a honrar su primer puesto en la estadística construyendo nuevas escuelas graduadas, dotándolas de buen material y no dejando perder, como ciudad, el sitio que pobre y modestamente supieron conquistar las aldeas. Pero he de hablar algo más de la enseñanza primaria en León, y el espacio falta hoy.
Sea León esta ciudad de la semblanza, pues paramos aquí y conocemos gentes que, desde luego, han conquistado nuestra simpatía. Conviene que sea León. Nadie podrá tacharle de incapacidad ni atribuirle vicios o defectos esenciales. El leonés de León no es otro que el leonés de esas aldehuelas heroicas, habituadas a cumplir valientemente su deber, llevando, como las hormigas el granzón, cargas diez veces más pesadas que ellas. Si el resultado es distinto, ha de buscarse la causa en motivos no personales. La aldea conquista el primer puesto de la instrucción primaria en España. La ciudad, en cambio, se descuida. No hagamos de esto un gran argumento rural contra las ciudades. Limitémonos a observar, trazando, con respeto del modelo, los rasgos de una semblanza.
La ciudad ha crecido en pocos años y va sintiéndose cada día con más sangre en las venas. Primero fue el ferrocarril, ahora el autobús. Con esto va subiendo también la circulación y, al mismo tiempo, el afán de mayor bienestar. Asoma la riqueza y con ella el deseo de vida cómoda, ideal nuevo, que no ha sentido nunca hasta nuestro siglo ninguna ciudad española, en la medida y proporciones actuales. Otro ideal nos trajo el XIX. Hoy los problemas de la ciudad son de abastecimientos, limpieza e higiene, alumbrado y alcantarillado… Comodidad y suntuosidad. Un gran salto para huir de la leonera medieval, poco pulcra y demasiado revuelta. Construir mercados, reformar el pavimento. Abrir, como en Toledo, paso a los automóviles por el Zocodover. Inaugurar grandes hoteles. Tal es, en realidad, nuestra hora. La ciudad no gobierna sus sentimientos, ni mucho menos sus instintos.
Hace treinta años, como resultado de un siglo de predicaciones y luchas, se preocupó de la enseñanza: arregló, mejoró y construyó escuelas. De esa época data el último avance serio que ha dado España. Véase la fecha de casi todas las construcciones. Treinta años en el descanso de una etapa son ya suficientes. Pero no se trata de lo que nosotros opinemos, sino de lo que puede y quiere hacer la ciudad. Colectivamente, en la vida nacional y municipal, no se piensa en escuelas. La ciudad ha probado la gran felicidad del baño, viste bien, cambia su cocina, hace negocios y deportes. Es ya tarde, o es demasiado pronto, para instruirse.
4.- LA FUNDACIÓN SIERRA PAMBLEY
El leonés de la ciudad, como el de las aldeas, no ha cometido ese delito de abandono, y prueba de ello son dos instituciones que conozco, situadas en planos muy distintos; pero ambas expresivas del interés y la preocupación del pueblo. Aquí, como en cien lugares de la provincia, la iniciativa individual crea instituciones de enseñanza por remediar la flaqueza del Estado y del Concejo. La primera, muy conocida, es la Fundación Sierra Pambley. Don Francisco Fernández Blanco Sierra Pambley, entre otras instituciones de que hablaremos al llegar a Villablino, abrió en León una Escuela Industrial de Obreros, una Granja Agrícola y una Escuela de Niñas. A estos servicios se agregó después la Biblioteca Azcárate. Casa grande, con amplias y soberbias salas, en el centro de León, junto a la Catedral, personal bien elegido, rentas suficientes… Sin embargo, atraviesa una crisis, que va venciendo, con lo cual la Escuela de León es hoy un pedazo más de la ciudad. El fundador empezó su tarea hacia 1886, la época señalada. Dirigió personalmente todas las instituciones creadas por él, con asistencia y consejo de don Francisco Giner de los Ríos y de los que luego formaron el patronato, entre ellos, don Gumersindo de Azcárate y don Manuel Cossío. Obtuvo un resultado admirable en las enseñanzas técnicas de Villablino, y puso en marcha, el año 1903, la Escuela de León.
Hasta su muerte en 1915, regidas por él mismo las fundaciones, fueron, con muy justo título, el orgullo de la provincia. Luego hubo dificultades, pleitos, direcciones interinas, y ahora es cuando se encarrilan de nuevo para reconquistar la fama que, por su sencillez, su sentido práctico y su eficacia, supo ganar para ellas el fundador. Su nuevo director, maestro joven y bien preparado: don Vicente Valls, abre un período de actividad y de seguridad en la marcha de los estudios. Allí se enseña a una treintena de muchachos que entran por promociones cada cuatro años, y tienen ya las primeras letras. El trabajo se hace en forma cíclica, con cuatro horas diarias de taller (hay un maestro herrero y un carpintero), más la preparación de cultura general. Asisten hijos de familias modestas, ferroviarios muchos de ellos. En la Escuela de Niñas, además de la clase habitual, se da carrera a seis niñas. La Biblioteca Azcárate funciona con servicio circulante y tiene más de mil quinientos lectores mensuales. Pero de la Fundación Sierra Pambley hemos de hablar muy pronto con más detenimiento.
5.- LAS ESCUELAS JULIO DEL CAMPO
Hay otra aportación individual, mucho más modesta, de un ciudadano leonés; y no sería justo prescindir de las Escuelas Julio del Campo. Este es un cantero, un trabajador llegado a mejor fortuna, que tuvo la feliz idea de construir unas escuelas en memoria de su suegro. Labrado de su propio cincel está el busto del fundador: Julio del Campo, con ingenua leyenda, y junto a su nombre el de los compañeros albañiles, canteros, carpinteros, herreros, que le ayudaron en la obra. El señor Del Campo vive no lejos del edificio, pero hizo donación de él al Ayuntamiento y allí está instalada una Escuela Nacional.
Si entramos en esa escuela, veremos que el Municipio leonés no corresponde al rasgo del donante. No se estima lo que nada cuesta. Y aunque costara, tratándose de escuelas, sería igual. El esfuerzo de un cantero, hombre del pueblo, merecía ser continuado; pero la ciudad no pensó en ello. Tiene otras cosas actuales, vivas, que le interesan más. Y he aquí, para final de esta semblanza, el comentario de un maestro: “perdemos terreno en una lucha de jurisdicciones de que no quiere darse cuenta el Estado”. Hay quien acecha y aprovecha su debilidad. Además de las humildes escuelitas nacionales, están las instituciones particulares y las religiosas en primer término. Poco a poco se nos van los alumnos más aventajados, porque hay interés en atraerlos, y sus familias, aunque deseen resistirse, acaban por ceder. Abundancia de medios, riqueza de material, ropero, cantina escolar… ¿Qué haremos nosotros ante esa competencia? Poco a poco van recalando en nuestras clases los retrasados y los anormales. Es muy triste para un maestro que ame su profesión y tenga el orgullo de su obra, ver cómo se le priva de las más legítimas satisfacciones, y cómo se le entrega, indefenso, en una lucha sorda, cuando su causa no es, en realidad, suya, sino del Estado.
6.- HACIA VILLABLINO
Para ir a Villablino tenemos, aparte la vía férrea, dos itinerarios servidos por magníficos autos de línea. Preferimos el que más cerca ronda Picos Albos. En vez del Órbigo y Murias de Paredes, vamos por Río Luna y las Babias. Nos atrae la nieve, y queremos ver si es aquí donde se asomó el inglés Edward Clarke al llano de León. Eran unas montañas terribles y sombrías “a brown horror”, según la frase de Pope. Quizá le llevasen por la paramera del Sil. Quizá exageró un poco, lo mismo que su compatriota George Borrow, que se vengó de unas tercianas, diciendo: “Nada notable hay en León, ciudad vieja y tétrica, salvo la Catedral, que es en muchos respectos, un duplicado de la de Palencia, elegante y aérea como ésta, pero sin los espléndidos Murillos que la adornan…” Don Jorgito, el inglés, dramatiza demasiado. Describe con tintas negras (a brown horror), no ya los montes de León, sino su sociedad “entregada al papismo”. Parece que hay alguna confusión aquí en los recuerdos de Mr. Borrow, y acaso se equivocara de ciudad. Y como los montes no han variado desde el siglo XVIII, hemos de suponer que Mr. Edward Clarke llegó en día tempestuoso, poco propicio a la observación optimista. De lo que estoy seguro es de que no entró por el río Luna. Porque el río Luna sigue una de las riberas más hermosas del mundo.
De León hacia el Norte cambia bruscamente la provincia. Ya las casas en Lorenzana, en Camposagrado, no son de barro, sino de buena piedra, y algunas están techadas de pizarra. Desde la carretera podemos ver edificios-escuelas de reciente construcción; pueblos acomodados, con calles limpias, tiendas, paradores, bares. Un caballito enjaezado espera en cada pueblo, atado a la pilastra de la taberna. Será del correo.
Del peatón, que aquí no viene a pie. Cuando pasamos Otero de las Dueñas y aparece en pendientes rápidas, o en grandes remansos, el río Luna, el paisaje es ya de otra tierra. “Aquí, nos decimos, hay agua para regar la hierba y para construir escuelas”. Los prados se encuadran entre líneas de álamos y chopos. Es un campo verde, monótono, porque no ha querido matizarlo todavía la primavera. Y los montes que van llegando ya en sus estribaciones vienen también vestidos de verde, salvo las grandes rocas oscuras, que son como reducciones de la montaña minera, junto a un puente de ocho ojos. Láncara de Luna. Praderas, y en ellas el ganado como en un parque inglés.
Pero hay algo más admirable: Barrios del Río Luna. Aquí el curso del río ha ido labrando la roca y abriéndose paso por una formidable cortadura. AI estrecharse, vemos que no pueden pasar al mismo tiempo el río y la carretera. Sin embargo, avanza hacia nosotros una mandíbula de la enorme boca, y cuando vamos a estrellarnos en ella, el camino se resuelve en un túnel que nos da salida. Volvemos los ojos para ver qué ha sido del río. Va trazando una curva hasta llegar al corte de la peña, como si hubiera derribado un murallón para abrirse paso. Hay un puente roto. Queda medio arco en equilibrio. . .
Es difícil encontrar paisaje más romántico, y, sin embargo, vamos a descubrirlo muy pronto. Empieza la gran escenografía de los montes, asomando, como en marea, una tras otra, sus olas de un azul cada vez más claro. El pico nevado que destaca debe de alzarse ya en Asturias. Entre ellos y el río van dando a este viaje un interés folletinesco, con episodios plácidos, como el paso por Sena de Luna, vivero de hombres emprendedores y trabajadores, que supieron hacerse ricos y no se olvidaron nunca de su país. Si remontáramos el río Luna, llegaríamos a Puerto Ventana, y en la meseta de Picos Albos veríamos el lago de la Cueva. Pero no venimos a trepar montes, sino a visitar escuelas en Villablino.
Nos contentamos con llegar a Villafeliz, detenernos siquiera un momento, por la magia del nombre y admirar el crepúsculo que tiñe los picos más altos de un rosa intenso, luminoso, como si el resplandor estuviera en el corazón de la roca. Así he visto otra vez, una sola vez, en los Alpes del Cadore, la puesta de sol, con esa misma luz maravillosa, en la cima de Monte Cristallo. Luego empiezan a ponerse graves y ceñudos los montes. Vamos por las alturas de Piedrafita, y llegamos, como una tromba; a la zona minera: Villaseca. Río-Oscuro. Villablino, por fin. Es de los viajes más atractivos que pueden hacerse en España. Si alguien cree ociosa su descripción, decídase a emprenderlo este verano y comprobará que, en efecto, la prosa es pobre y el paisaje merecía mucho más.
7.- LA ESCUELA SIERRA PAMBLEY
La Escuela Mercantil Agrícola de Villablino, en el valle de Laciana, fue inaugurada en 1886. La fundó D. Francisco Fernández Blanco Sierra Pambley. La dirigió él mismo, y asistió a las bodas de plata de su institución en 1912. Vivió don Francisco un año más, y a su muerte se hizo cargo de la escuela un patronato que hoy forman los señores Cossío, Pedregal, Uña, Rubio, Azcárate (don Pablo) y el inspector señor Caso. Además de la escuela de Villablino fundó: en Hospital de Órbigo, una Escuela de Ampliación, una de Agricultura y otra de Niñas. En Villameca y en Moreruela de Tábara, dos escuelas de ampliación de primera enseñanza. En León, la Escuela Industrial de que hablé anteriormente con otras enseñanzas anejas. El capital de la fundación asciende a cuatro millones de pesetas, la mayor parte en fincas cuya venta va realizándose por precepto legal.
Llegando a Villablino y entrando en la casa montañesa donde vivía Sierra Pambley, despierta tanta simpatía el fundador como la fundación. De arriba a abajo, siglo XIX, y siglo XIX español, lo cual quiere decir herencia del XVIII con sus preocupaciones por el progreso material y propósitos revolucionarios en cumplimiento de sus ideales democráticos. Por su cultura y su filiación intelectual, así como por sus relaciones de afecto, debe unírsele al grupo de don Francisco Giner, Azcárate y Cossío. Por sus costumbres y por su recia personalidad debe considerársele como un caballero del campo leonés, labrador y ganadero, más bien que hombre de letras.
He oído contar a don Manuel Cossío la vida ejemplarísima de Sierra Pambley, regulada y ordenada por etapas como la de los Borbones de hace dos siglos. Don Francisco pasaba el invierno en Madrid. En la primera semana de mayo iba al esquileo de su ganado, en la dehesa zamorana de Moreruela de Tábara. Luego, por Benavente, a Hospital de Órbigo, donde esperaba el paso del ganado en busca de los puertos de Babia. A León hasta julio, y a Villablino hasta fin de verano. Entonces deshacía el camino, siguiendo el regreso del ganado, y el 1 de noviembre, Giner de los Ríos, Azcárate y Cossío podían contar con él en Madrid. Estos viajes los hizo en mulo hasta los ochenta años y murió de ochenta y seis. Vestía en cada sitio el traje adecuado al país. En Villablino no asistía a actos religiosos. En Moreruela, sí. Cuidaba personalmente sus instituciones. Vivía junto a ellas y quería verlas al asomarse a la ventana de su cuarto. A la protección del niño, a su enseñanza y orientación en la vida, dedicó sus sentimientos paternales con los felices resultados que hemos de ver en el próximo capítulo.
8.- EN LA COMARCA DE LACIANA
Es fácil decir: Laciana de los Prados, Laciana de las Minas, y aislar cada una de estas dos Lacianas sobre el papel. Pero sobre el terreno se confunden; y nada hay tan radiante, tan juvenil, tan primitivo como el verde de estas praderías que orillan los pozos. Estamos en una naturaleza fuerte, capaz de sumarse y asimilarse el carbón, armonizándolo con el hórreo y la vaca y el frutal en flor. De igual modo me dicen que acabará por asimilarse también esta otra gente brava, venida de todas las tierras de España por todos los motivos; y, poco a poco, normalizada, regularizada, convertida en gente pacífica. Las minas tienen fama de asolar los paisajes, y penetrar a sangre y fuego en su tesoro estético. Creo que se las calumnia, o, por lo menos, se exagera.
Dando por muerta esta pequeña Suiza bucólica, ganadera y mantequera, había yo pensado para la fundación Sierra Pambley, la gloria de iniciar en España la industria de muchas sustancias químicas derivadas del carbón. Sin embargo, he visto que, o las vacas comen carbón, o hay todavía prados para ellas y para sus generaciones. Los montes ofrecen unas laderas jugosas y húmedas. El Sil baja sin violencia, deseando ser útil. Mientras existan el río y las montañas, y nieve en lo alto, y un lacianiego con una vara en la mano, seguirá siendo pastoril y ganadero el valle de Laciana.
He aquí el encanto de Sosas de Laciana. Si allí hay minas, yo no las veo. Para subir hasta sus casas desde Villablino, dejamos la carretera que sigue a Villaseca, y pronto damos en el pueblo ideal, propio para la sosegada vida de un maestro, ya que no de un poeta. Es día claro, domingo de sol; sube recto el humo de la chimenea en cada casita, sobre los techos de lajas de pizarra. Quizá en invierno, cuando todo esto se cubra de nieve y sople por el cerro de las Lanzas un viento capaz de desenterrar los vestigios romanos, la vida del maestro de Sosas será un poco dura. Peor será la del médico que ande por estas breñas en auto, a caballo o como pueda, para curar a unos heridos del grisú, del desplome de una mina, o simplemente para asistir a una parturienta. Pero hoy no puede imaginarse un cielo más amable.
Dificulta nuestro propósito de correr varios pueblos el deseo de no pasar de largo por este remanso quieto y luminoso. Razón tenía el maestro de Sosas, don Antonio Berna, en elogiarme su escuela y su pueblo. Vamos a citar el caso de Sosas de Laciana como ejemplo. Tiene cincuenta y dos vecinos. La escuela, amplia, clara, limpia, magnífica, fue construida por el pueblo con subvención de la Liga de Amigos de la Escuela. Hizo el desmonte, acudió con las facenderas, la prestación personal. En nada ayudó el Ayuntamiento de Villablino, ni tampoco la Siderúrgica, ni menos el Estado. Se basta Sosas de Laciana para que sus hijos y su maestro estén bien instalados, con su biblioteca y con leña y carbón para la estufa todo el invierno.
Asisten cincuenta y ocho niños. De ellos, ocho o diez de la Siderúrgica. Ahora, en los meses de marzo y abril, falta de cada cinco uno, porque salen a guardar las veceras. Pero luego van todos. Trabajan con fe. Los aldeanos reprochan al vecino que no manda su chico a la escuela. El maestro, perteneciente a esta nueva generación, llegó a conseguir del pueblo que construyera un teatrito donde sus alumnos representaron obras dramáticas. No hay un analfabeto.
Y así es el valle de Laciana. Su Ayuntamiento, Villablino, tuvo en el último censo cinco mil sesenta habitantes repartidos en pueblos, aldeas y caseríos. Pero hay dieciséis escuelas nacionales y otras seis de particulares. En el reemplazo del año pasado no hubo un solo mozo que no supiera leer y escribir. Sus escuelas reciben los libros de una Biblioteca circulante, organizada como la del Museo Pedagógico. En algunas se acumulan los alumnos, porque las minas traen aumento de población, y un maestro ha llegado a dar clase a ochenta y dos niños. Sería preciso, en estos casos, un auxiliar.
Cuesta gran violencia despegarse de este Laciana de los Prados; pero no debemos salir sin llegarnos a Villaseca, donde reside el grueso de la población minera en unas extrañas, exóticas e incongruentes cajas de cartón, grandes como cuarteles, enfiladas como reclutas, desmesuradas, sombrías… Única nota fosca de la otra Laciana: la del carbón. En el piso bajo de una de estas casas hay una escuela. Cualquier pueblo es más cuidadoso y más generoso que la Siderúrgica. Pero la escuela nacional de Villaseca desmerece también al lado de las que he visto en pueblos pobres. La maestra, leonesa, de Vega del Condado, vive con su familia, cuatro hijos, en una casa que no aceptaría un peón caminero. ¿No sería posible conseguir entre todos unas escuelas nuevas para Villaseca? La excepción salta demasiado a la vista.
Bajamos al delicioso pueblecito de Ríoscuro, orillas del Sil. Hizo la escuela el pueblo, y fue el arquitecto Amós Salvador Carreras. Junto a una casona modernizada muy hábilmente, con la solana típica convertida en galería, y sin perder su carácter regional, está la escuelita sencilla, pero amplia y cómoda. Un nogal viejo, entre el río y el camino, con su enorme ramaje, da proporciones más reducidas y más simpáticas a las casas y a la escuela de Ríoscuro. Como Sosas, Ríoscuro, Orallo y Ramajo, se han construido sus escuelas los dos Caboalles. Y con mayores medios, también, San Miguel de Laciana y Llamas. Estos dos pueblos tuvieron para ello la protección de una familia numerosa y poderosa cuyo origen radica en San Miguel. Fue el patriarca don Manuel Rodríguez y Rodríguez, que vino a Madrid, de muchacho, a ganarse la vida, y alcanzó para él, con sus hermanos y para su descendencia, una posición única en la historia del comercio madrileño. Digo única, porque no se ha dado, ni probablemente volverá a darse, el caso de una sociedad industrial constituida por treinta y tres miembros de una sola familia, ejemplo de unión y solidaridad, que sólo pueden ofrecer en España los lacianiegos. Constantino Rodríguez, Tomás Rodríguez, con los Gancedo y los Rubio, no dejaron nunca de pensar, de acuerdo con el lema de la Sociedad de Alumnos de Villablino: “por el progreso del país y por la prosperidad de sus habitantes”. Pero si esto representa una fuerza es porque todo el valle piensa igual.
La escuela de San Miguel de Laciana la fundó D. José Gancedo Rodríguez. Es una de las mejores. El maestro va por el pueblo con su vara y tiene el aire de un lacianiego, de un ganadero más. Pero hay otros pueblos leoneses donde las gentes más modestas ayudan a construir la escuela con su propio trabajo, cuando no con su dinero. Así Cirujales, aldea de veinticinco vecinos, tiene una gran escuela de dos pisos, y Villaverde, con diez vecinos, ha logrado levantar su casa-escuela, mejor que la de Villaseca, diferencia de nombre que acaso explique todo el misterio, porque estos pueblos ordenados, previsores y prácticos, han sabido conservar joven y lozana la voluntad. Y ahora, sin deshacer la buena impresión que traíamos, sino al contrario, confirmada y mejorada, subimos la cuesta de Caboalles, hacia el puerto de Leitariegos.
(Foto portada. Ayuntamiento de León. Plaza Mayor. CMU/USAL)
El periodista Luis Bello
Francisco Fernández-Blanco y Sierra Pambley (Don Paco)
Manuel Bartolomé Cossío (CMU/USAL)
El filántropo Julio del Campo
Prontuario de Ortografía. RAE. 1926