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sábado 12 octubre 2024
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Cuando el Ateneo de Madrid fue clausurado y Unamuno desterrado

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Cuando el Ateneo de Madrid fue clausurado y Unamuno desterrado

 

 

SE CONMEMORA EL CIERRE GUBERNAMENTAL DEL ATENEO DE MADRID HACE CIEN AÑOS. LA MISMA RESOLUCIÓN IMPONÍA EL DESTIERRO DE UNAMUNO

 

 

 

1.- El Ateneo que conoció Miguel de Unamuno

2.- Unamuno llega a Madrid

3.- Unamuno, socio del Ateneo de Madrid

4.- La contienda política en el Ateneo

5.- La visita de Unamuno a Alfonso XIII

6.- Unamuno y el conde de Romanones

7.- Críticas a la visita que Unamuno hizo al Rey

8.- Destierro de Unamuno y cierre del Ateneo

9.- El duelo entre Primo de Rivera y Rodrigo Soriano

10.- El regreso de Unamuno del exilio

11.- La amistad de Unamuno con Indalecio Prieto

12.- La llegada de la República

13.- Valle-Inclán, presidente del Ateneo

14.- Incidentes de Unamuno con Valle-Inclán

15.- Recuerdos de Unamuno del primer Ateneo

 

 

1.- EL ATENEO QUE CONOCIÓ MIGUEL DE UNAMUNO

El Ateneo se define como “una asociación cultural de tipo científico o literario”. Pero, para don Miguel de Unamuno, el de Madrid era “el lugar donde se podía decir de todo lo que fuera de él no estaría permitido que se dijera”. Por eso, las facultades oratorias del rector de Salamanca no le permitieron dejar de pertenecer a la decimonónica institución, que frecuentó desde su época de estudiante en la capital, y su asiduidad fue tal que llegó a ser presidente de la institución.

¿Cómo era el Ateneo que frecuentó Unamuno? El antropólogo Julio Caro Baroja lo describe así: “En el decenio 20 a 30 el Ateneo era una especie de sucursal del Congreso. Había dejado de ser ‘científico, artístico y literario’ para ser un escenario político, algo de casa de locos y un asilo de ancianos, aparte de los estudiantes que iban a preparar exámenes y oposiciones.

En el Ateneo se cultivaba la envidia, sobre todo entre los escritores, a pesar de que la fama literaria es la menos envidiable de todas. Si alguien hablaba bien de un ausente, los presentes se preguntaban ¿contra quién va ese elogio?, porque se suponía que iba dirigida a molestar a una tercera persona que aparentemente impávida lo oía.

En 1908, Pío Baroja escribió La Dama Errante para dibujar a los intelectuales del Ateneo, principalmente, de los rasgos sacados de Unamuno, que tenía una característica forma de argumentar o refutar mediante la etimología de las palabras y la inversión de los conceptos.

Abundaban los bohemios pesados, reiterativos, contando siempre las mismas gracias. Había que tener muy poco que hacer en la vida para distraerse con ellos. Eran una caricatura trágica de los intelectuales. También había locos o perturbados pudientes. El doctor Simarro recomendaba a sus clientes que fueran al Ateneo como remedio de sus males. Les ponía el Ateneo como lugar de diversión. Así Simarro fue llenando el Ateneo de lunáticos adinerados, unos estrepitosos y otros sombríos y silenciosos”.

 

2.- UNAMUNO LLEGA A MADRID

Cuando Unamuno llegó a Madrid por primera vez, en 1880, el Ateneo aún se encontraba en la calle Montera 22. Para él la Docta Casa supuso todo un descubrimiento por las posibilidades que le ofrecía su biblioteca para leer a los clásicos, realizar, consultas o repasar la prensa. En su condición de alumno de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, podía hacer uso de sus instalaciones en aquel castizo ambiente, que de esta manera describía Benito Pérez Galdós: “Allí se veían extraños tipos de tragadores de lectura. Un señor había que agarraba el Times y no lo dejaba en tres horas. Otro tenía la manía de coger seis u ocho periódicos de los más leídos, se sentaba sobre ellos, y los iba sacando uno por uno de debajo de las nalgas, y dejándolos en la mesona conforme los leía».

Unamuno se aloja muy cerca de aquel lugar tan atrayente, en una pensión del edificio Astrarena de la calle Fuencarral 2, junto a la desaparecida iglesia de San Luis. Era una buhardilla desde la que veía el ir y venir de los transeúntes de las calles Gran Vía, Montera y Hortaleza. En ese lugar se encontraba a un paso del edificio universitario de la calle San Bernardo y del Ateneo de Madrid.

En el Ateneo asistía a los cursos de idiomas que la institución periódicamente programaba. Especialmente, recordaba a su profesor de alemán, Lahmé Schutz, “un sajón muy bruto de Dresde que afirmaba que sólo en Sajonia se hablaba bien el alemán”. Dio una gran importancia al estudio de los idiomas sajones, que llegó a dominar en su lectura y escritura, aunque no los hablara, para estudiar a los filósofos de la época, asimilando el positivismo y el krausismo, las corrientes contrarias a la Universidad de aquel momento, donde la libertad de cátedra era inexistente. Con el alemán estudió a Hegel, con el danés a Kierkegaard y con el inglés a Kant. Todo ello le reportó importantes beneficios, pues durante un largo período, realizó la labor de traductor al español de obras originales para varias editoriales, una faceta poco conocida de Unamuno, pues unas veces aparecía en los libros con su nombre, pero otras con pseudónimo.

 

3.- UNAMUNO, SOCIO DEL ATENEO DE MADRID

Aparte de la sala de lectura, la Pecera de la biblioteca, Unamuno también frecuentó la de tertulias, llamada La Cacharrería. En cada una de las sesiones participaban ocho personas con un moderador, que habitualmente formulaban sus discrepancias sobre el tema propuesto. Solía haber un grupo de jóvenes ateneístas como oyentes. Ese sencillo acto siempre tuvo una excepción en la persona de don Miguel de Unamuno, porque cuando estaba en el uso de la palabra a los demás sólo les quedaba escuchar. Su amigo Gregorio Marañón así lo describía: “Cuando Unamuno entraba en la sala ya no cabía nadie más”.

E intervendría con frecuencia en el salón de actos desde que se incorporó como socio, junto a otros como Azorín o Ramiro de Maeztu, que conformarán la Generación del 98. Durante los cuatro años que estuvo en la Universidad, fueron presidentes del Ateneo José Moreno Nieto y Cánovas del Castillo, a los que Unamuno escuchaba con embeleso por su brillante oratoria. Era un salón donde los políticos primerizos se pasaban la noche ensayando los discursos que iban a dar en el Congreso de los Diputados al día siguiente.

Aquella sociedad tuvo un exponencial crecimiento y, en 1884, la sede del Ateneo fue trasladada a su actual emplazamiento en la calle Prado 21. La inauguración estuvo a cargo del Rey Alfonso XII, cuando Antonio Cánovas del Castillo era presidente, motivo por el que la asistencia no fue completa, pues muchos de los socios se ausentaron por ser antimonárquicos.

En 1889, Unamuno da la primera conferencia acerca de sus meditaciones sobre los Evangelios que tuvo escaso interés, tanto por ser un principiante como por la materia departida. No fue así en 1914, cuando desde hacía catorce años ya era Rector de la Universidad de Salamanca. En aquella ocasión hizo una lectura comentada sobre su extenso poema El Cristo de Velázquez, con una sala abarrotada de público entre los que se hallaban los hermanos Manuel y Antonio Machado.

En agosto de ese mismo año, Unamuno fue destituido por primera vez como Rector por el ministro de Instrucción, Francisco Bergamín, por motivaciones políticas. El Ateneo le mostró su solidaridad realizando en el mes de noviembre un acto de desagravio en el que pronunció la conferencia Lo que ha de ser un Rector en España, que tuvo un amplio eco nacional.

Cuando Unamuno se desplazaba a Madrid permanecía allí durante algunos días y solía alojarse en La Castellana, un modesto hostal de la calle Carretas. Sus amigos le animaban a que dejara la Universidad de Salamanca, pues la capital le ofrecía mayores posibilidades en el campo académico y literario, a lo que Unamuno se oponía diciendo: “Cuando alguien quiere decidirme que pida el traslado a Madrid, me dice que allí hay medios de estudio. Y es precisamente en la superabundancia de esos medios donde veo el peligro para mis fines. Les tengo miedo a las revistas que se reciben en el Ateneo, temblando de acabar en la lectura de catálogos. Aquí en Salamanca atenido a los pocos libros modernos que me puedo procurar con mis escasos recursos pecuniarios y a los no muchos que las bibliotecas y mis amigos pueden ofrecerme, lo que leo, lo leo con calma y hasta apurarlo; pero allí en Madrid, llego al Ateneo, empiezo a revisar revistas y dejo una y tomo la otra y nada saco de provecho. Mientras estoy leyendo un artículo, me están bailando en la retentiva los títulos de otros, Y así, empezando por leer libros, se pasa a leer revistas y catálogos al cabo. Se enreda uno en el exceso de material”.

 

4.- LA CONTIENDA POLÍTICA EN EL ATENEO

Decía Unamuno que “el Ateneo de Madrid ha sido sobre todo y durante mucho tiempo, una antesala del Parlamento. A él iban a adiestrarse en el uso de la palabra pública, y en la discusión, los que aspiraban a darse a conocer para representantes de la nación en las Cortes”.

Y Cansinos Assens así comentaba el ambiente que se respiraba en la Docta Casa: “Aquellas sesiones solían ser tumultuosas. Todos querían hablar y, cuando tomaban la palabra, no se avenían a dejarla. Había allí una pugna como en otras partes, entre jóvenes y viejos. Éstos eran los oradores latosos, grandilocuentes, con latiguillos castelarinos. Los jóvenes empleaban una oratoria más sencilla, interrumpían a los otros, les abucheaban”.

Pero no existía un conflicto ateneísta entre generaciones. Las relación era llevadera, cada uno mantenía su linde. El propio Unamuno se mostraba accesible con los escritores noveles que acudían a la institución, protagonizando alguna anécdota, como la de aquel estudiante que encontró una palabra en un artículo suyo cuyo significado no conocía y había buscado infructuosamente en el diccionario de la Academia de la Lengua. Preguntó por ello a Unamuno, que le contestó: «No se preocupe joven, ya la pondrán».

Era palpable que el ambiente estaba muy politizado. Muchas personalidades de la política alternaban el Consejo de ministros o el escaño de las Cortes con la presidencia o la secretaría del Ateneo, como era el caso de Manuel Azaña o de Álvaro Figueroa y Torres, conde de Romanones. Unos republicanos y otros monárquicos. La situación era tan polarizada que el secretario, Victoriano García Martí, dejó constancia de que un grupo de socios había pedido expresamente “la expulsión del socio número 7.777 que, casualmente, es de un señor llamado don Alfonso de Borbón, cuya profesión es la de Rey de España” (dicho número se correspondía con un determinado grado en la masonería). Más directo fue el escritor Ramón del Valle Inclán, que pidió la expulsión del monarca “por carecer de los requisitos intelectuales apropiados”.

Tras su destitución como Rector, Unamuno no desaprovechó ninguna oportunidad para lanzar ataques contra la Casa Real, y el Ateneo era un buen lugar para el desahogo. En 1922 pronunció en su salón de actos una furibunda conferencia, en la que incluía no sólo ataques al Rey, sino insultos a sus familiares más cercanos. “Al dirigiros la palabra no lo hago con la intención de que me oigáis vosotros, sino de que me oiga él (el Rey)… De una persona educada entre faldas y esclavos no puede esperarse otra cosa”, eran sus frases más suaves. El entonces presidente del Ateneo, el Conde de Romanones, reconoció que Unamuno se le fue de las manos. Aquella disertación tuvo resonancia nacional y, definitivamente, el conferenciante se convirtió en un icono de la República

En el fondo lo que siempre encolerizó a Unamuno era que el país se estaba rigiendo por la Constitución de 1876, que había quedado muy anticuada y estuvo vigente hasta el golpe de estado del general Primo de Rivera en 1923. En ella, el Rey compartía la soberanía de la nación con las Cortes, con unas atribuciones tan desmedidas que se convertía en un poder absoluto…

En otra ocasión en que Unamuno fue invitado por el Ateneo a dar una nueva conferencia, se instaló en el Hotel Florida, en la Plaza de Callao. La policía le dijo que el acto quedaba suspendido y que se marchara a Salamanca. Cuando el hotel le pasó la cuenta contestó que la pagaran los policías que le esperaban para llevarle a la estación de ferrocarril. Y respecto del billete del tren, obró de igual manera. Tuvo que ser pagado con fondos de la Dirección General de Seguridad, cuyo titular era Emilio Mola el Director del golpe de estado de 1936.

 

5.- LA VISITA DE UNAMUNO A ALFONSO XIII

El Rey Alfonso XIII atravesaba el momento de mayor debilidad y descrédito y no sabía cómo sortearlo. El año anterior el ejército había sufrido la más vergonzosa derrota en la batalla de Annual frente a las tribus bereberes del norte de Marruecos, que carecían de armamento y formación, con la consecución de muchos miles de españoles muertos. El causante del desastre fue el rifeño Abd el-Krim, del que siempre se dijo que era un líder indígena sin preparación.

No era así. Abd el-Krim era un funcionario español. Había cursado bachillerato en Tetuán y Melilla. Posteriormente, estudió Derecho en la Universidad de Salamanca. Sirvió a la administración colonial española como traductor y escribiente de árabe en la Oficina Central de Tropas y Asuntos Indígenas en Melilla, donde también trabajó para el periódico El Telegrama del Rif, en el que publicaba un artículo diario en árabe. Hablaba el castellano como cualquier habitante de la península y lo escribía con absoluta corrección. Lo más demoledor fue el informe elaborado por el general Juan Picasso, que apuntaba a que el mayor responsable de aquel desastre había sido el propio Rey.

En un intento de aplacar los ánimos, el monarca trató de acercarse al pueblo intentado integrar a los republicanos moderados en el sistema. Convocó una ronda de recepciones a intelectuales que le resultaban hostiles, para preguntarles su opinión sobre la forma de solventar aquella crisis institucional sin tener que reformar la Constitución. Entre ellos estaba Miguel de Unamuno.

La noticia se comentó largamente en el Ateneo. Tras la convulsa conferencia antimonárquica que allí había pronunciado el ex Rector, todos pensaron que declinaría la invitación. Pero, ocurrió todo lo contario. En cuanto recibió en Salamanca la nota real, cursada por el presidente del Consejo de ministros, José Sánchez Guerra, Unamuno hizo una significativa excepción: el 5 de abril de 1922 acudió al Palacio Real con su tradicional indumentaria de pastor protestante. Le acompañó el conde Romanones. La elección de Romanones se debió a que conocía bien todas las dependencias reales y era el presidente del Ateneo. Además, entre los dos existía una relativa buena sintonía.

Pero, cuando Unamuno llegó a Madrid, le dio como un remordimiento por entrar en el Palacio Real y se esfumó. Llegada la hora acordada no apareció. Romanones se lo comunicó a la Policía para que lo encontraran, consiguiéndolo dos horas después. Romanones relata los momentos posteriores: “No le hallé con el vestido propio de una audiencia regía. Llevaba el acostumbrado traje, propio de un cuáquero. Tocaba su cabeza con una boina, muy propia por ser vasco, pero no adecuada para visitar al monarca. Se prestó no sin gran esfuerzo a dejarla en el automóvil y, cabeza descubierta él, subimos las escaleras de palacio”.

El personal de protocolo recibió a Unamuno con gran espanto por llegar dos horas tarde y no atender a las formalidades establecidas. En cuando al encuentro, todo apunta que se redujo a un cruce de reproches. Unamuno animó al monarca a abstenerse escrupulosamente de cualquier acción política, ya que la Constitución estipulaba su irresponsabilidad. De lo contrario, llegaría a ser considerado en el mejor de los casos como un jefe de partido y en el peor, como un déspota, exponiéndose, con la institución monárquica, a las vicisitudes y las turbulencias de la vida política.

El Rey aceptaba las críticas de Unamuno, pero le expresó su malestar por los insultos proferidos contra la reina y su madre despiadadamente, a lo que Unamuno le manifestó que no iba a retirar lo que había dicho. Le recordó su injusto cese como Rector en 1914 y la falta de libertad de expresión existente, debiendo comparecer continuamente ante los juzgados por ello. A su salida, Unamuno sólo dijo a la prensa que había sido “un duelo entre caballeros”.

El Conde de Romanones vivió aquella situación con una gran tensión y confirma el contenido de la entrevista en sus memorias Notas de mi vida, 1912-1931: “Don Alfonso explicó el concepto que tenía de sus funciones, de su responsabilidad y de la responsabilidad de los gobiernos, surgiendo con este motivo un diálogo vivo e interesante. Al referirse el Rey a sus iniciativas, le interrumpió Unamuno diciéndole que sería mejor que no tuviese ninguna. Como los temas se complicaran, mi inquietud aumentaba, y yo no sabía cómo poner término a la conversación”.

 

6.- UNAMUNO Y EL CONDE DE ROMANONES

Con frecuencia los historiadores se han preguntado cómo Unamuno confiaba en el Conde Romanones. Hasta 1914 fueron buenos amigos. Pero luego, los enfrentamientos se sucedieron salvo contadas excepciones, porque aunque quien le expulsó del rectorado fue el ministro Francisco Bergamín, para él, el verdadero instigador fue Romanones. Pero el Conde era un político en estado en estado puro. Se entendía con sus adversarios con la habilidad de un funambulista sobre el alambre, incluido Miguel de Unamuno, quien, no obstante, se percató de sus peculiares habilidades.

El profesor Vicente González Martín nos da su percepción de cómo Unamuno veía a Romanones, algo que íntegramente se puede extrapolar a la política actual: “Éste hace promesas cuando sabe que no las va a poder cumplir, actúa siempre bajo cuerda, nunca da la cara, le gusta siempre actuar a dos barajas o más. Se vanagloria también de no querer seguir gobernando y no se ha preocupado de hacer opinión en España, que es la verdadera labor de un político y no urdir elecciones que la falsifiquen. Nunca se ha preocupado más que de retener la jefatura del partido llamado ‘liberal’ para así retener el poder. Lo considera un hombre de mala fe, porque le gusta tergiversar y falsificar la verdad, erige la arbitrariedad en sistema, vende a los amigos y persigue a los enemigos de una manera poco noble. Y lo más grave de esto es que este hombre pudo hacer mucho más, pues la habilidad no le faltaba. Pero su afán de jugar siempre con dos barajas ha hecho que le sea ya imposible vivir fuera del ambiente de intrigas y de mentiras”.

 

7.- CRÍTICAS A LA VISITA QUE UNAMUNO HIZO AL REY

De todo el país surgieron voces de protesta por la actitud de Unamuno, que se negaba a dar públicamente sus razones sobre la aceptación a la invitación del Rey, llegando a afirmar algún periódico que lo que realmente pretendía era que le nombrara ministro. Finalmente, en medio de duras acusaciones de traidor, el 12 de abril de 1922, tuvo que acceder a dar cuenta en el Ateneo de su visita al Palacio.

Ante un salón de actos expectante manifestó que “había cumplido con un penoso deber”, el de criticar al monarca personalmente: “A no someterme y hablar cara a cara, de igual a igual con el Rey”. El monarca le trasladó que lo que estaba sucediendo es que cuando sus iniciativas salían bien, todo el honor era para sus consejeros y politiquillos; pero, cuando salían mal, el pueblo le increpaba a él, y contra esto ¿qué podría hacer?, a lo que Unamuno le contestó: “Hay un remedio, que el Rey no tenga iniciativas”.

Respecto de las acusaciones que se le estaban haciendo de buscar un puesto de ministro, Unamuno alegó: “Dicen que voy a ser ministro. Ni yo me he comprometido con nadie a nada ni nadie se ha comprometido conmigo. Pero ya declaro que no hacen falta las agresiones personales a un individuo. Estas agresiones son recursos de estilo. Yo ya tengo abierto el camino para hacer advertencias privadas”. Y concluyó diciendo que “había salido tan republicano como cuando entró”.

El auditorio se quedó perplejo al oír aquellas palabras. Sus aclaraciones no convencieron a nadie. Todos veían en él a un incongruente. Unamuno había cambiado el tono respecto a su conferencia anterior atacando a la Casa Real. Incluso, se refería al Rey como “Su Majestad”, lo que no había hecho nunca. Muchos pensaron que había quedado afectado por el “síndrome de pisar moqueta”.

Manuel Azaña dijo de él que había traicionado al pueblo y puso en duda su condición de intelectual, a lo que Unamuno le respondió con algo que repitió constantemente: “Azaña está frustrado porque es un escritor al que no lee nadie”. Y el periodista Luis Araquistaín, se lamentaba de su amigo de Unamuno: “Se ha frustrado otro mito heroico, acaso el más puro y egregio desde Joaquín Costa”.

El 6 de octubre, Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia realizaron una visita de tres días a Salamanca junto con miembros de su gobierno. Vieron la catedral, la Universidad, en cuyo paraninfo el Rey pronunció un discurso previo a la investidura de Santa Teresa como Doctora Honoris Causa. También acudieron el Ayuntamiento, asistieron a una corrida de toros, al Teatro Bretón, a la Cruz Roja… Unamuno no asistió a ninguno de los actos programados, a pesar de ostentar el cargo de vicerrector. Prefirió realizar ese gesto para contrarrestar la opinión que en su contra se había creado por la recepción real en Palacio.

 

8.- DESTIERRO DE UNAMUNO Y CIERRE DEL ATENEO

La crisis económica existente en el país ahondó la debilidad del Rey, teniendo que apoyarse en el ejército para evitar su caída. El 13 de septiembre de 1923, el general Primo de Rivera estableció una dictadura que fue aceptada por amplios sectores de la burguesía y de los intelectuales, pero rechazada por algunos como Manuel Azaña o Miguel de Unamuno, a quien le faltaron horas al día para estar escribiendo en contra “del tirano y su muñeco militar”. Ya el 27 de enero había escrito el artículo La Timba Nacional en el que decía: “El Rey se entrena a reinar haciendo pasar, saltando, cochinos por un aro en la Casa de Campo”.

El Ateneo de Madrid se convirtió en lugar de discusión de las políticas del Directorio militar, debido en parte a la labor de Fernando de los Ríos, presidente de la Sección de Ciencias Morales y Políticas del mismo. En 1924 el diputado republicano Rodrigo Soriano pronunció un incendiario discurso en el Ateneo cuya reproducción en la prensa había prohibido la censura. Pero no pudo evitar que apareciera publicado en el periódico El País de La Habana con evidente malestar del Directorio.

Como era de esperar en un régimen en el que se había establecido la censura de prensa, el 20 de febrero de 1924, el general Primo de Rivera hizo distribuir entre los editores la nota oficiosa que señalaba: «El Gobierno ha resuelto clausurar el Ateneo de Madrid, y destituir de su puesto y cátedra a D. Miguel de Unamuno y desterrarle, así como a D. Rodrigo Soriano. La primera medida está fundada en la contumacia y tenacidad con que la citada Sociedad, separándose de sus fines, y aun contra la voluntad de gran número de sus socios, viene dedicándose a hacer política estridente y perturbadora»

El fundamento del destierro de Unamuno y del periodista Rodrigo Soriano a Fuerteventura fue por “ser propagandistas disolventes y desacreditar continuamente al poder y al soberano”. Concretamente, respecto de la destitución de Unamuno: “por no ser tolerable que un catedrático, ausentándose continuamente de su cátedra y fuera de su misión, ande haciendo propagandas disolventes y desacreditando de continuo a los representantes del Poder y al propio Soberano, que tan benévola y noble acogida le dispensó en su Palacio”. Finalmente, añadía que la medida de destierro se aplicaría “a cuantos sin templanza ni razón se dediquen a soliviantar pasiones y a propalar calumnias, pues el Gobierno está decidido a gobernar, y cree que gobernar es esto, otra cosa sería dejar caer en la abyección al Poder público”.

Primo de Rivera añadía que el motivo de la clausura del Ateneo se basaba en que el Gobierno había impuesto que “en cada acto que celebrara estuviera presente un representante de la autoridad, algo que la junta directiva se negó a acatar”. Tras permanecer varios días cerrado el Ateneo, el Directorio impuso una nueva junta, nombrando presidente al escritor Armando Palacio Valdés, que dimitió a los nueve días, porque no podía afrontar aquella situación tan complicada. El gobierno sólo permitió las clases de idiomas, la lectura en la biblioteca, exposiciones y servicios de peluquería y tocados. Pero el salón de actos debía permanecer cerrado y no podía haber tertulias por los pasillos. Para Palacio Valdés, «un Ateneo con peluqueros y sin conversación no es un Ateneo”.

Un grupo de socios se manifestaron en contra del cierre del Ateneo y fueron detenidos en el Café del Prado por orden de Martínez Anido, acusándoles de ser supuestos conspiradores contra el régimen. Los llevaron a presencia del general, que les amonestó con términos destemplados y les envió a la cárcel Modelo, donde permanecieron durante varios días. Uno de ellos era el escritor modernista Florentino Blanco Fombona, que recuerda que salió cargado de piojos y lo primero que hizo cuando llegó a casa fue bañarse.

Mientras tanto, el apoyo a Unamuno era clamoroso. El diario El Universo publicaba: “Se está instruyendo expediente al catedrático de Derecho Penal de la Universidad Central, Sr. Jiménez Asúa, por haber expuesto ante sus alumnos ciertas apreciaciones respecto de la actuación del Directorio. También se le sigue expediente al catedrático de la facultad de Medicina, Sr. García del Real, por no haber explicado la lección el viernes, poniendo como pretexto lo ocurrido al Sr. Unamuno”.

Asimismo, fue procesado el catedrático de Granada Fernando de los Ríos por haber enviado un telegrama de protesta al presidente del Directorio. Y hubo más expedientados en Madrid y Salamanca. A pesar de ello, aquel mismo año, en su ausencia se rindió un homenaje a Unamuno en el Restaurante Molinero de Madrid al que acudieron entre otros Azorín y Gregorio Marañón.

 

9.- EL DUELO ENTRE RICARDO SORIANO Y PRIMO DE RIVERA

Primo de Rivera no hubiera decretado el destierro de Ricardo Soriano por un único discurso en el Ateneo. Ya existían antecedentes continuados de enemistad entre ambos, como el duelo a espada que sostuvieron años atrás “a primera sangre”, modalidad en la que el honor de los contendientes quedaba saldado en cuanto alguno de ellos resultara herido, aunque fuese levemente. Así lo relataba el historiador Antonio Espina:

“Antes de la Primera Guerra Mundial, fue muy sonado el duelo del teniente coronel Miguel Primo de Rivera, el futuro dictador, y el diputado republicano por Valencia, Rodrigo Soriano. Los dos eran bastante bravucones, uno al estilo castrense y el otro al estilo político. Soriano se batía con frecuencia, porque era hombre de mala lengua. Tenía chispa y hacía echar chispas a los que atacaba con su proverbial causticidad, de lo que doy prueba con sus innumerables intervenciones y discursos en el Congreso.

Primo de Rivera había creído que su tío Fernando había sido despectivamente tratado en un discurso por don Rodrigo, y no se le ocurrió otra cosa sino acudir al Congreso, buscar a Soriano, que se hallaba en el salón de conferencias, y darle un puñetazo, a lo que el otro contestó de la misma forma.

Como se ve, al teniente coronel le merecían la representación nacional, su recinto y la investidura parlamentaria el mismo respeto que demostró, ya en 1923, al encabezar el cuartelazo famoso que dio principio a una dictadura cuya consecuencia, algo más de siete años después, fue la estrepitosa caída del Rey y de la monarquía, hecho que para para aquellos a quienes Primo de Rivera representaba y sus pingües beneficios fue sin duda deplorable.

Soriano y Primo de Rivera se batieron a espada. No pasó nada, naturalmente. El diputado resultó herido en la mano, muy cerca de un ojo. Los hilillos de sangre que brotaron de la faz de uno y del brazo del otro bastaron para que la cuestión quedara resuelta, y el honor de entrambos caballeros incólume”.

 

10.- EL REGRESO DE UNAMUNO DEL EXILIO

Después de cuatro meses desterrado en la isla de Fuerteventura, Primo de Rivera hace comunicar a Unamuno que le concede el indulto. Pero, el ex rector no lo acepta y huye a Francia donde permanece seis años en espera de que el General se marchara de la política. Esto sucedió en 1930, año en que se intercambian los papeles. Unamuno retorna del exilio y Primo de Rivera se autoexilia en Paris.

El Ateneo convoca una asamblea general el 28 de marzo para darle un recibimiento solemne. La mesa estaba presidida por el doctor Gregorio Marañón, que propone el nombramiento de Unamuno como “Socio de Honor”, lo que fue aprobado casi por unanimidad. El “casi” era la ateneísta Julia Peguero Sanz, maestra feminista y secretaria de la sección de Filosofía, que se opuso con rotundidad alegando que se trataba de “una concesión política que no se corresponde en absoluto con la valía personal del agasajado”, lo que dejó entrever que había diferencias personales entre la maestra y el ex Rector, que nunca fue muy partidario de las mujeres activistas.

En medio de una lluvia de peticiones para dar conferencias, el Ateneo, toma el acuerdo de invitarle a dar una el día 2 de mayo en el salón de actos, que suscitó un extraordinario interés. El día anterior el Director de Seguridad, Emilio Mola, se ve en la necesidad de poner refuerzos durante la jornada anterior en la estación del Norte, en precaución de algaradas a la hora de la llegada de Unamuno procedente de Salamanca. El aforo de la sala se llenó nada más abrir la puerta y numeroso público tuvo que permanecer en la calle escuchando las palabras de Unamuno.

Se esperaba mucho de él. Al menos, que después de tantos años lanzara una dura diatriba contra el régimen de la Dictadura. Pero no lo hizo. En palabras del historiador Javier Tusell: “Más que un programa político lo que ofreció fue un conjunto de anécdotas propias y de invectivas al monarca. Además, si existían posibilidades de que Unamuno capitanease el mundo intelectual a la caída de la Dictadura, se debieron disipar a las pocas horas con ocasión de un banquete que le ofreció un grupo selecto de intelectuales”.

 

11.- LA AMISTAD DE UNAMUNO CON INDALECIO PRIETO

Dos días después del acto del Ateneo, Unamuno pronunció un discurso en el Cine Europa de Cuatro Caminos, un acto organizado por Alianza Republicana. Un grupo de monárquicos irrumpió en el mitin y agredió a Indalecio Prieto, que resultó herido en el ojo derecho. La crónica de El Liberal de Bilbao relata, no obstante, que el político socialista “con gran valentía arremetió contra sus agresores, con los que luchó a brazo partido y a muchos de los cuales hizo rodar sobre las butacas de formidables puñetazos”.

Manuel Tagüeña cuenta en sus Memorias que hubo un combate “a bastonazos entre el doctor monárquico José María Albiñana e Indalecio Prieto. Mientras tanto, yo a su lado atacaba a otro de los asaltantes. Sin darnos cuenta nos habíamos quedado completamente solos en las primeras filas del patio de butacas”. Esos incidentes se volvieron a repetir en el Café de la Gran Vía.

Indalecio Prieto se batía al cobre por Unamuno. Eran buenos amigos. Prieto dio su primer discurso en el Ateneo por el ex Rector. En 1918, bajo la presidencia de don Ramón Menéndez Pidal, estaba programada una conferencia de Unamuno a la que no se presentó. El presidente estaba muy preocupado porque, con el salón de actos estaba repleto, temía que se produjera un tumulto. Prieto, que ya era diputado, se ofreció a darla él. Inesperadamente, obtuvo un gran éxito, aunque él mismo reconocía que “le había salido un discurso un poco violento”.

 

12.- LA LLEGADA DE LA REPÚBLICA

El año 1931 fue para Unamuno muy intenso. En Madrid se proclama la República. Él lo hace desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca. Es nombrado concejal del consistorio salmantino, se le repone en su cargo de Rector de la Universidad y resulta elegido diputado por la Convención Republicano-Socialista.

Ya desde los primeros pasos de la República, se sintió decepcionado por los acontecimientos que la acompañaban, por el excesivo protagonismo de los partidos, lo que le lleva a recordar a la ciudadanía que “las elecciones se ganaron contra el Rey y la Dictadura, no a favor de ningún partido”.

El 28 de noviembre pronuncia un importante discurso en el Ateneo sobre El momento político de España en el que se alineaba con Ortega y Gasset y afirma lo mismo que él: “No es eso, no es eso”. Cuando cayó la Dictadura de Primo de Rivera, el Ateneo ya había elegido democráticamente una nueva directiva, presidida por Gregorio Marañón, en la que se integró por primera vez a una mujer, Clara Campoamor.

Le sucedió Manuel Azaña, quien compatibilizó durante unos meses la presidencia del Ateneo con la del Gobierno de la República. Fue en el Ateneo donde se muestra como un brillante orador y buen gestor. A él se debe el informe sobre la deuda hipotecaria que mantenía el Ateneo, solucionando los problemas económicos y permitiendo su viabilidad. Durante su mandato se declaró aliadófilo en la I Guerra Mundial y viajó tres veces al frente italiano, en 1916 y 1917, acompañándole Unamuno.

El Rector no quería saber nada de los partidos ni de los políticos. Sin embargo, quería estar en la política. Era una obcecación. En 1932, Unamuno dio una conferencia en el Ateneo sobre la evolución de la República e hizo pública su ruptura con Manuel Azaña, mostrando su pesimismo sobre el futuro del régimen. Su disertación fue especialmente crítica con la visión que el gobierno republicano tenía sobre aspectos fundamentales como la enseñanza, el orden público y la situación social. Unamuno veía que “la masa lo invade todo” y se impone sobre la inteligencia de los gobernantes. Esta anomalía democrática le llevaba a Unamuno adoptar una posición conservadora: “No me importa que me llamen derechista porque no sé lo que es derecha o izquierda”, dijo. Y terminó despidiéndose metafóricamente de sus compañeros de viaje a la República exclamando: “Amigos, hasta otra».

Para algunos historiadores Unamuno pretendió ser el alma y la guía del nuevo régimen republicano. Pero su plan falló. Según Indalecio Prieto: “Unamuno quiso un cargo relevante en la Republica. Pero su vehemencia le hacía inadecuado para gobernar. Quizá esa fuera su más grande y secreta ambición y quizá por no verla cumplida cargó su carcaj contra la Republica”. De hecho, Unamuno y Prieto se distanciaron cuando éste fue nombrado ministro de Obras Públicas por el presidente Azaña durante la legislatura constituyente 1931-1933, la misma en que Unamuno salió elegido diputado por Salamanca, en calidad de independiente dentro de la Conjunción Republicano-Socialista.

Cuando Unamuno arremetió duramente contra Azaña se comentó que sus palabras denotaban la furia de quien se sentía depositario carismático de una esperanza republicana defraudada. Esa fobia que mostraba contra Azaña le hizo ser objeto de críticas tremendas por parte de todos. En la revista Europe de París, marzo-abril de 1964, el escritor Max Aub escribió el artículo Portrait d’Unamuno en la que daba su opinión de lo que le sucedía: “Era un resentido por no haber sido presidente de la República”, aseguraba.

 

13.- VALLE-INCLÁN, PRESIDENTE DEL ATENEO

En ese año de 1932, el Ateneo de Madrid celebra elecciones reglamentarias para elegir presidente. Además de Unamuno, presentaron su candidatura los catedráticos de Economía y de Medicina, Bartolomé Más y Madinaveitia, respectivamente, así como el escritor Valle Inclán. El aspirante Unamuno pierde las elecciones frente al candidato que Manuel Azaña apoyaba, don Ramón del Valle-Inclán.

Azaña quiso compensar a Valle por no haber recibido el Premio Fastenrath de novela, que le denegaron algunos académicos de la Academia de la Lengua. Ya el año anterior, se había organizado un homenaje a Valle-Inclán en protesta porque dicho premio, que rememoraba al hispanista alemán Johannes Fastenrath, de la Real Academia Española, había quedado desierto, considerando que Valle era merecedor de él con las obras que presentó, Tirano Banderas y La Corte de los Milagros. Así, también le proporcionaba una casa en las dependencias del Ateneo para su amplia familia, de lo que numerosos ateneístas se quejaban diciendo que “había tomado posesión familiar del Ateneo”.

Como premio de consolación, a Unamuno se le concedió el cargo de presidente de la Sección de Literatura, a partir del mes de julio del mismo año. Desde entonces, las relaciones entre Unamuno y Azaña quedaron rotas definitivamente. Aunque, en realidad, ya estaban muy deterioradas. Unamuno atacaba personalmente a Azaña desde comienzos de ese año a causa de la polémica sobre la supresión del crucifijo en las aulas que el jefe del gobierno pretendía. En general, los republicanos nunca acabaron de empatizar con Unamuno por sus continuas contradicciones. En un artículo que publicó en Ahora, manifestaba que no se acostumbraba a la bandera republicana “con un tercer color, impuro, mestizo”.

Manuel Azaña dejó constancias de los desencuentros con Unamuno en sus Memorias: “Ayer en el Ateneo, pronunció Unamuno su anunciada conferencia. Ha sido lastimosa. Una estupidez o una mala acción. Le gritaron. Mucha gente se indigna con Unamuno”. Y en el diario La Voz, Ciprino Rivas Cherif, cuñado de Azaña, le obsequiaba con los siguientes calificativos: “Gorrón, sacamuelas provinciano y hombre de rebotica”.

 

14.- INCIDENTES ENTRE UNAMUNO Y VALLE-INCLÁN

Respecto de Valle-Inclán, Unamuno ya guardaba cierta distancia porque la crítica opinaba que éste tenía una mayor talla como novelista. Pío Baroja escribía en sus Memorias: “El gusto por la literatura de Valle-Inclán lo comprendo en cierta clase de público, el de Unamuno lo comprendo menos. El público de Valle-Inclán es el que ha sido entusiasta del modernismo, del decadentismo, de lo diabólico… Ahora, el público de Unamuno ya no lo comprendo; sus novelas son pesadas deliberadamente, no tienen interés psicológico, al menos general, ni dramático, no folletinesco… Yo no tengo ningún motivo de antipatía personal contra Unamuno; pero cuando intento leer sus libros, pienso que son como una venganza contra algo que no sé qué es”.

Más adelante, Baroja narra un incidente del que fue testigo: “Iba yo una tarde por la Carrera de San Jerónimo con él (Unamuno) cuando apareció Valle-Inclán en sentido contrario. Eran por entonces hostiles en teorías literarias y no se reconocían ningún mérito el uno al otro. Yo estaba tan alejado de las ideas estáticas de Unamuno como de la Valle-Inclán; pero en calidad de hombre poco dogmático, no creía que tales cuestiones estéticas fueran suficientemente importantes como para reñir por ellas… Al encontrarse conmigo se pararon. Yo pensé, por su aspecto que querían conocerse y hablarse, y les presenté el uno al otro. Dimos unos pasos y, de pronto, se desarrolló entre los dos escritores una hostilidad tan violenta y rápida, que, en una distancia de ochenta o cien metros, se insultaron, se gritaron, se separaron y yo me quedé solo…”

No obstante, con el paso de los años, Valle-Inclán y Unamuno terminaron haciéndose amigos, aunque en el Ateneo cada uno tenía su acalorada tertulia aparte. Valle solía alabar a Unamuno, aunque a su manera. Así decía: “Unamuno es la más grande figura actual de España. Y no sólo de ahora sino de cualquier tiempo. Eso no se discute. ¡Es un anciano valiente!”.

Otra vez, don Miguel descendía de la Biblioteca del Ateneo. Valle Inclán, que se hallaba en el salón, lo ve pasar y le llama para preguntarle por el origen de cierta palabra. Unamuno, con su habitual seriedad académica, le contesta: “No lo sé”. Cuando el Rector se va, comenta a sus contertulios: “Este don Miguel es extraordinario. No sabe una cosa y se atreve a decir que no la sabe”.

Vallé-Inclán dimitió a los pocos meses. E igualmente hizo su sucesor Augusto Barcia. A continuación, en 1933, Miguel de Unamuno fue elegido presidente del Ateneo de Madrid en medio de una situación política convulsa. Hoy su retrato, realizado por el pintor Pedro Bueno Villarejo, cuelga de la galería de los ilustres personajes que desempeñaron el cargo.

 

15.- RECUERDOS DE UNAMUNO DEL PRIMER ATENEO

“Otro café, más culto y desde luego con algunas ventanas a Europa, era el viejo Ateneo, el de la calle de la Montera, adonde acudía yo a veces, con papeleta de favor, a oír a alguno de los que por entonces tenían fama de hombres cultos. El gran prestigio ateneístico de aquellos tiempos era don José Moreno Nieto, a quien hoy ya casi nadie le recuerda. Y había el famoso padre Sánchez, un clérigo andaluz, de mucho gracejo, que se batía con los paladines de la izquierda que dominaban en aquel viejo Ateneo.

Recuerdo que como don Juan Manuel Ortí y Lara, mi profesor de Metafísica, catedrático que era de la Universidad Central y un pobre espíritu fosilizado en el más vacuo escolasticismo tomista, hubiera llamado una vez al Ateneo ‘el blasfemadero de la calle de la Montera’, el padre Sánchez replicó desde éste diciendo que no se decían en la Universidad menos blasfemias que en el Ateneo, sólo que en éste al fin de mes se le pasaba al socio el recibo y, en la Universidad, la nómina”.

“No creo tener que decir: no hay, seguramente, en España institución que haya influido más en la marcha de su cultura. El Ateneo de Madrid ha sido sobre todo y durante mucho tiempo, una antesala del Parlamento… Las discusiones fueron antaño su principal razón de ser. Mas hoy ha cambiado esto bastante, señalando un cambio en el ambiente mismo intelectual de España, las discusiones languidecen en el Ateneo y en cambio acrecienta el número de los que van a leer y estudiar en su bien nutrida biblioteca. Cierto es que de algún tiempo a esta parte se ha puesto de moda en España lo de formarse”.

(Foto. Público esperando para escuchar a Unamuno – ateneodemadrid.com)

 

 

Manuel Azaña y Unamuno en el frente de la I Guerra Mundial en Italia

 

Conde de Romanones

 

Ateneo de Madrid. 12 abril 1922.  Unamuno esperando a informar en el salón de actos sobre su visita al Rey

 

Julia Peguero Sanz, maestra crítica con Unamuno

 

Ateneo de Madrid, 2 de mayo de 1930. Después de que Unamuno diera un discurso a su vuelta del exilio

 

Indalecio Prieto

 

Ateneo de Madrid. 1930. Manuel Azaña con Valle-Inclán

 

Miguel de Unamuno y Valle-Inclán

 

Calle de la Montera, donde estuvo el primer Ateneo de Madrid

 

ATENEO DE MADRID  –  Página web

UNAMUNO, PRESIDENTE DEL ATENEO  –  El Ateneo de Madrid y Unamuno

 

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