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Camilo José Cela, un pícaro en Béjar

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Camilo José Cela, un pícaro en Béjar

 

 

LA COLMENA (BEJARANA), EL TREMENDISMO Y LA PICARESCA SE REPRODUCEN EN LAS SALIDAS DE CAMILO JOSE CELA FUERA DE MADRID DURANTE LA POSGUERRA

 

 

1.- El tremendismo de posguerra. 

2.- Camilo José Cela en el Casino Obrero de Béjar. 

3.- Cela hijo. 

4.- Cela, el sibarita. 

5.- Cela, el censor.

 

1.- EL TREMENDISMO DE POSGUERRA

En los años cincuenta, Camilo José Cela visitó varias veces el Casino Obrero de Béjar, que el Nobel definía como “vieja sociedad que junta doscientas almas cuando la tarde pinta en conferencia”. Acababa de escribir La Colmena, obra inspirada en sus vivencias en los cafés de Madrid, principalmente, en el Café Europeo de la Glorieta de Bilbao, y en los experimentos que la penuria de posguerra le empujaba a hacer en provincias, con su instinto de supervivencia en medio de la picaresca nacional.

Béjar era un emporio industrial de primer orden. Las fábricas del textil lo inundaban todo y nunca cesaban. Cuando algún forastero recalaba en la ciudad no concebía cómo la población podía dormir en medio de aquel atronador traqueteo de máquinas durante toda la noche. Su ingente cantidad de operarios le daba un peso relevante en el Sindicato Nacional del Textil. Es en su sede de la Gran Vía de Madrid, junto a Callao, donde Cela comienza malviviendo gracias a Augusto Matons Colomer, amigo de su padre y creador junto a Laín Entralgo del Instituto Nacional del Libro Español.

El futuro Premio Nobel se las ingeniaba para encontrar empleos donde más bien hiciera poco. Primero fue una portería de una comunidad de vecinos, luego, el Sindicato. Compensaba su exiguo sueldo con tiempo, que es oro para la escritura. Un ascenso le llevó a la calle Princesa 14, esquina al Palacio de Liria, gracias a Pedro Gual Villalbí, posterior ministro de Franco.

Contratado como “escribiente de oficina” por ocho horas diarias, que de alguna forma tenía que justificar, convirtió la cocina de aquella sede en su despacho particular, donde escribió obras como La Familia de Pascual Duarte, cuyos numerosos cuadernos manuscritos regaló más tarde a José María de Cossío. Con astucia, a su mecanógrafa no le daba tarea y ésta, no menos avispada, se escapaba de su puesto y mataba el tiempo con su novio. Camilo a sus anchas no cesaba de escribir. Mientras, los expedientes se apilaban en los estantes.

 

2.- CAMILO JOSÉ CELA EN EL CASINO OBRERO DE BÉJAR

Directa e indirectamente, Cela tomó nota de aquellos contactos que le facilitarían una rentable labor de conferenciante por toda la geografía, con mayor motivo si del textil se trataba. Entre ellos figuraba el presidente del Casino Obrero de Béjar, Alejandro García Sánchez, poeta a quien el ilustre periodista Francisco de  Cossío había prologado un poemario alabando su buen hacer en el verso, y Arsenio Muñoz de la Peña, docente y secretario del Juzgado Comarcal, autor que aspiraba a un hueco en el parnaso madrileño. Igualmente, Ceferino García Martínez, secretario del Casino, funcionario de correos y corresponsal de El Adelanto de Salamanca; y Juan Muñoz García, persona muy culta que Cela retrató así: “Hidalgo, sesentón y afable, perito en paños y en arqueología, cronista oficial de la ciudad, maestro en el difícil arte de las bellas y antiguas maneras”. Para Cela este grupo representaba la síntesis de la clase media bejarana. Sin olvidar a la señora Olvido Ocaña Estévez, que administraba una casa de citas, persona también leída y de acertado juicio, pues anteriormente había sido maestra represaliada.

Aquel bagaje, las espléndidas instalaciones del Casino Obrero y la inusual predisposición del público bejarano hacia la cultura, representaban un campo abonado para las conferencias remuneradas. Cela acudió hasta seis veces, unas solo, otras acompañado por ilustres amigos, como el poeta José García Nieto o el articulista César González Ruano. Hizo un primer viaje exploratorio en 1950. Alejandro, el presidente, le recogió puntualmente con su coche en la estación de ferrocarril de Ávila, y en Piedrahita se unió a ellos Ceferino, el secretario. Llegaron a Béjar anochecido. Se alojó en el Hotel Comercio, donde después de cenar tomaron unas copas para celebrar el encuentro.

A las siete de la mañana se despertó por la luz del amanecer y el correr del agua de la fuente de la Puerta de Ávila. Se levantó a cerrar la ventana y de nuevo se encamó, quedándose dormido hasta las diez, cuando irrumpieron sus dos amigos, para llevarle por empinadas pendientes hasta la casa de don Juan Muñoz. De inmediato, el cronista bejarano se desvivió por enseñarle todos los papeles en los que en ese momento trabajaba. Cela refiere la grata sensación que le causó con estas palabras: “Don Juan en el sosiego de su escritorio, dirige su industria, piensa en sus libros y vuelca inmensos chorros de amor sobre todo lo que hace” (“Cajón de sastre”. 1957). La estancia fue breve, pero fructífera. Cela quedó muy satisfecho de sus anfitriones, comprometiéndose a volver pronto para dar una conferencia.

Ese evento acaeció el 30 de abril de 1951. La disertación, por la que el Casino Obrero le pagó mil pesetas, se titulaba “Los caminos de Castilla y los versos del caminante”. Hechas las introducciones por el presidente al numeroso público, Cela les habló con su habitual voz impostada y altisonante sobre los pícaros que deambulaban por la piel de toro, de los que tanto aprendió. Cuando alguien le hacía alguna pregunta, le miraba fijamente y le contestaba con un “mire usted” que hacía temblar a su interlocutor y disipaba toda duda sobre su autoridad moral, haciéndole sentirse elevado un peldaño más sobre cualquier auditorio.

A Arsenio Muñoz le engatusó por sus loables deseos de que su modesta obra fuera difundida en la capital. Le prometió encargársela a su amigo César González Ruano, vecino de Cela en la calle Ríos Rosas 54 de Madrid. Su piso daba pared con pared con el de Ruano. De vez en cuando le visitaba. Tenía que bajar siete pisos, atravesar la planta del garaje y volver a subir otros siete por la escalera opuesta. Entretanto, su mujer, Rosario Conde, le remendaba una y otra vez las camisas, daba vuelta a los cuellos hasta que el roce los convertía en inservibles. E iba a la compra, algunas veces, echando mano de las perras gordas que iba atesorando en un florero vacío. Pero eso no impedía que Cela tuviera guardado en el armario un chaqué, un frac y un esmoquin para las grandes ocasiones.

En ese año, González Ruano recibió el premio Café Gijón. Era el emperador del Gijón. Llegaba todos los días a las diez de la mañana. Al instante, los limpiabotas le ponían tintero y pluma sobre la mesa y un cigarrero le traía los emboquillados. Escribía desde las once hasta la una, cuando se formaba la tertulia a la que habitualmente acudían Cela y José García Nieto. Cela le comunicaba a Arsenio Muñoz que era en el Café Gijón donde hablaba de él a Ruano, que estaba leyendo sus artículos con mucho interés, y eso le auguraba un esplendoroso futuro. Pero de ahí no pasaba. Era un pequeño gran pícaro literario.

Con ostentoso protocolo firmó en el Libro de Oro de personalidades del Casino Obrero y maquinó para que le nombrasen Socio de Honor, tras asumir el compromiso de conseguirles un dibujo del escultor Mateo Hernández del que nunca se supo. En su calidad honorífica volvió a Béjar al mes siguiente, esta vez acompañado por José García Nieto, que ese año recibía el Premio Nacional de Poesía. Cela y Nieto mantenían una larga amistad. Éste se casó seis meses después en Madrid con María Teresa Sahelices. Cela y Gerardo Diego les hicieron el honor de ser los respectivos padrinos de boda. En el Casino Obrero, Nieto recitó un poema laudatorio de Cela, disertando posteriormente sobre “La poesía española hoy”. A continuación, Cela pronunció la conferencia “Visión rápida de la Yebala (Tetuán y Xauen, Marruecos)”. En ella exponía su vivencia personal en el breve viaje que días atrás había efectuado a Tetuán.

Cela había ido a esa ciudad para localizar a Jacinto López Gorgé, crítico literario afincado en esa ciudad y acreditado periodista del rotativo España de Tánger, creado con muchas dificultades en plena Guerra Civil por el orteguiano Gregorio Corrochano. El objetivo del viaje africano de Cela era que Gorgé le realizara una entrevista para que saliera publicada en la prestigiosa revista Actualidad Literaria de Tetuán, amparándose en que el protectorado español de Marruecos gozaba de un cierto ambiente internacional que le hacía impermeable a la censura de la península. Ese mismo año se había visto obligado a publicar en Buenos Aires La Colmena, obra no autorizada en España. Y empezó contra Cela una calculada campaña de desprestigio que le apartó durante algún tiempo de los círculos literarios madrileños.

 

3.- CELA HIJO

Sobre ese acto del Casino Obrero de Béjar es donde su hijo, Camilo José Cela Conde, se muestra un crítico inmisericorde narrando algunos pormenores. Así, yendo en tren desde Madrid hacia Salamanca, repentinamente, su padre se dio cuenta de que en las escasas horas que había permanecido en Marruecos no había visto nada reseñable que contar. De pronto le entró como un remordimiento sobre cómo enfrentarse a la inminente conferencia y sacó una pequeña guía turística sobre África que llevaba consigo, devorándola con avidez. Y parece que la exposición en el Casino le tuvo que cundir porque, al día siguiente, el diario El Adelanto de Salamanca reseñaba: “la numerosa y docta concurrencia que llenó el vasto salón del Casino Obrero salió muy complacida”.

Su hijo explica ese éxito por el alto grado de erudición de Cela. Su deseo de querer saber sobre todas las cosas le permitía dar numerosas citas, un exhausto conocimiento de lo divino y de lo humano, independientemente de que tuviera algo que ver o no con el objeto de la conferencia. Cela hijo concluye: “La charla de Cela sobre África en Béjar despertó en él que lo que importa de verdad es cómo se dicen las cosas y no lo que se dice, al igual que en los discursos de cualquier candidato a Presidente del Gobierno…Gracias a su absoluta carencia de prejuicios sobre el tema a tratar, sus conferencias tenían la música de la belleza literaria dedicada a armar un etéreo andamio sobre el vino, la publicidad, el lenguaje, o si se tercia, los Cerros de Úbeda”.

 

4.- CELA, EL SIBARITA

En “la bella ciudad de los buenos paños”, Cela dio buena muestra de sus cualidades de sibarita en cocinas ajenas. En 1952 vuelve a Béjar para visitar a sus amigos, que lo festejan por todo lo alto con el plato típico local, el calderillo, un guiso de carne con patatas y algo más que sólo ellos saben. Un merecido premio a la previa siesta de pijama, orinal y padrenuestro. Lo relata en Cajón de sastre:

“El vagabundo y sus amigos, en un huertecillo que se levanta verde y soleado, sobre la vieja muralla, se han reunido a merendar un calderillo guisado según las nobles y vetustas artes de los tejedores… En un rincón del huerto, tres hombres, tres tejedores, se afanaban para que todos comiésemos; partían leña por placer, atizaban el fuego con amor, revolvían el calderillo con mimo y probaban, solemnes como sacerdotes de religiones perdidas, el punto de sazón de la salsa, el exacto equilibrio de las rodajas de las patatas y de las tajadas de ternera… Pero el calderillo, como a todo puerco, le llegó su San Martin, y el vagabundo y sus amigos, con el contento pintándole chiribitas en el mirar, se sentaron en silencio, que es el mejor homenaje que un hombre puede hacer a un plato, y se pusieron tibios con el guiso que fuerza (y esa es la prueba de los guisos) a soltar dos puntos el cinto y soltarse otros dos botones del pantalón… Tras la tempestad del calderillo vino, para que nada faltare, la galerna del hornazo, el pan que levanta muertos y mata vivos, precursor de la calma chicha del derrotado, del hombre que llega al postre sin poder hablar y teniendo que hacer acopio de todas sus fuerzas y de sus resoplares todos para la digestión”.

No todo era dicha gastronómica. Cela se quejaba de que aquel día llevaba a su cargo un divieso criminal y enfriador, un grano a cuestas por las cuestas de Béjar que le martirizaba. Salvo ese inoportuno óbice, era evidente que la hospitalidad bejarana inspiraba sus letras. No sucedía lo mismo con el cercano pueblo de Candelario, donde le temblaban. Las reticencias de los chacineros y la compulsiva obsesión del escritor por sus obsequiados chorizos no favorecían la acogida ni la lírica. La ausencia de musas sólo le permiten lamentarse al partir de Béjar de “no haberse hartado merendando truchas y chorizo de Candelario”. No obstante, los convites continuaron por la zona. La tarde siguiente visitó Hervás con sus amigos Alejandro, Ceferino y Juan. A los pies del pico Pinajarro recorrió el barrio judío, la Corredera de los Mesones… escuchando atentamente las explicaciones del mecenas Arsenio Muñoz de la Peña, que lo reflejó en su libro Los viajes de Camilo José Cela por Extremadura (1977).

 

5.- CELA, EL CENSOR

En 2015, el entonces director de El Norte de Castilla, Carlos Aganzo, entrevistó a Camilo José Cela Conde en el transcurso de unas charlas organizadas en Valladolid acerca de la figura del Nobel bajo la pregunta ¿Quién era Cela?, a lo que su hijo respondía: “Hubo al menos diez Celas diferentes y algunos coincidieron al mismo tiempo. ¿Cómo se puede ser censor de la censura franquista y a la vez escribir La Familia de Pascual Duarte?”.

Ciertamente, Cela actuó como censor de publicaciones en los años cuarenta, cuando sucedió en el puesto a Eugenio Suárez, a quien había conocido por su amigo García Nieto. La guerra le había sorprendido en Madrid, donde tuvo que permanecer dos años hasta que pudo huir a la zona sublevada. El 4 de abril de 1938 presentó en La Coruña un escrito solicitando el cargo, dirigido al Comisario General de Investigación y Vigilancia, alegando que “habiendo vivido en Madrid y sin interrupción los últimos trece años, creo poder prestar datos sobre personas y conductas que pudieran ser de utilidad”. Cela lo reconocía abiertamente: “De mis conductas censitorias no he de hablar, todo menos pedir disculpas de algo que no me avergüenza”, sentenciaba. En su descargo hay que señalar que, posteriormente, siempre dio apoyo a los escritores del exilio, dándoles voz en su revista Papeles de Son Armadans.

Pero, ¿cómo hizo para que la censura soslayara su obra tremendista La Familia de Pascual Duarte? Sencillamente, tras ser prohibida, consiguió que el libro se vendiera porque, personalmente, acudía a las librerías de Madrid y conminaba a sus dueños a que lo tuvieran oculto bajo el mostrador y lo ofrecieran de tapadillo. Por su parte, Juan Aparicio, director general del ramo, le había facilitado el carnet de prensa para que escribiera en los medios del Movimiento, lo que le permitió en la posguerra simultanear tres oficios: censor, articulista y escritor de libros.

Sin embargo, todo ello se vino abajo definitivamente en 1951 con La Colmena. “Editada en fin La Colmena en Buenos Aires, la campaña contra su autor se acrecentó. Se le retiraron todas las colaboraciones en prensa y radio, oficiales u oficiosas manteniéndose una persecución contra el escritor que parecía no tener otro fin que su reducción al hambre” (Café Gijón. Varios autores. 1988). Es entonces cuando Cela comienza a prodigarse lejos de la capital, por Béjar, por África o donde fuera menester. Era una época de bohemios, advenedizos, arrimados, tertulianos de café y carencias. Por aquella época, Torrente Ballester y Marino Gómez Santos visitaron en su casa a César González Ruano, el vecino de Cela. En medio de la conversación, Ruano le preguntó a Torrente que cómo era una comida gallega de clase media, quedándose asombrados cuando éste les respondió “Hombre… caldo, cocido y un par de platos de carne”. Asombrado, le dijo que repitiera lo que había dicho por si había le entendido mal.

En 1953 se celebró en Salamanca el II Congreso de Poesía, que reunió a lo más granado del momento. Estuvo presidido por Azorín y en la vicepresidencia se contaban la cubana Dulce María Loynaz, Giuseppe Ungaretti y Gerardo Diego. Camilo José Cela relataba de aquel acontecimiento que la Diputación Provincial dio una recepción a los poetas asistentes a base de cordero. Pero calcularon mal. Eran demasiados y no llegó para todos. Las malas lenguas culpaban al rapsoda Luis Felipe Vivanco y a su esposa, según comentaron dos de los asistentes, Dámaso Alonso y Ungaretti. Pronto corrieron unos versos que decían: «Congreso de Salamanca, se comieron el cordero, el Vivanco y la Vivanca». Eran unos años tremendos.

Fundación Camilo José Cela.  Museo

 

              Conferencia de Camilo José Cela en el Casino Obrero de Béjar

 

Camilo José Cela. León 1937

 

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