Los pronósticos de Diego de Torres Villarroel
DIEGO DE TORRES VILLAROEL PREDIJO EN 1756 LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y LA MUERTE DE LUIS XVI EN LA GUILLOTINA
1.- El matemático. 2.- El Gran Piscator. 3.- Últimos almanaques.
1.- EL MATEMÁTICO
Nacido en 1693 en el barrio de los Libreros de Salamanca, Diego de Torres Villarroel se crió “como todos los niños, con teta y moco, lágrimas y caca, besos y papilla”. Y añade en su Autobiografía: “No tuvo mi madre en preñado ni en nacimiento, antojos, revelaciones, sueños ni señales de que yo había de ser astrólogo. Especialmente, me deleitó con embeleso indecible el tratado de la Esfera del Padre Clavio, que esa fue la primera noticia que había llegado a mis oídos de que había ciencias matemáticas en el mundo”.
Torres fue un nostálgico del esplendoroso pasado de las letras, cuyo último eslabón sería Quevedo al que con acierto imitaba. Estudió en el Colegio Trilingüe, del que salió “gran danzante, buen toreador, mediano músico y refinado y atrevido truhan”. Pero ya era el siglo XVIII. Quiso abrirse a las nuevas corrientes sin conseguirlo. Sufrió el rechazo de los escritores de la Ilustración, que repudiaron sus estudios de Astrología y de cuanto fomentaba la superstición en el pueblo. En la nómina de las profesiones que ejerció, aparecen las de poeta, médico, torero, augur, clérigo, soldado, vendedor ambulante, catedrático…
Su peculiar inclinación por las matemáticas, le llevó a rebatir la teoría sostenida por los prestigiosos científicos Jorge Juan y Antonio Ulloa de que la Tierra era totalmente redonda, manteniendo con Isaac Newton que el globo terráqueo estaba achatado por los polos. Ello implicaba que los lugares y las ciudades tenían otra situación, porque los grados de la esfera eran desiguales. Y cuando estuvo encargado de la Librería de la Universidad salmantina, compró dos esferas en Francia, construidas según los estudios de Robert de Vaugondy, cuyo manual tradujo, editándose 750 ejemplares.
2.- EL GRAN PISCATOR
El mundo de los números y de los astros le llevó a otro campo mucho más sustancioso, que le permitió vivir holgadamente durante toda su vida, el de los almanaques y pronósticos, que cautivaron al gran público del que atrevidamente se mofaba escribiendo: “Yo nunca voy tras tus alabanzas, sino por tu dinero”. En 1718 apareció el primer volumen titulado Ramillete de los astros, cuya buena acogida le llevó a continuar con esa labor más pícara que científica, adoptando por cabecera El Gran Piscator de Salamanca, a semejanza del homónimo del milanés Sarrabal.
El primer gran acierto de Torres Villarroel en su anuario acaeció con el pronóstico de la muerte en 1724 del rey Luis I, que falleció por viruela a los diecisiete años, cuando sólo había gobernado siete meses. Numerosos miembros de la Corte recelaban de Torres por el fácil acceso que tenía a los secretos del Consejo de Castilla, donde la enfermedad del joven monarca ya era conocida, pues sus visitas a las casas de los ministros eran frecuentes.
El editor Juan de Aritzia de Madrid se veía muy perjudicado por los almanaques del salmantino, ya que perdía los beneficios por el cobro de tasas en la venta en España de El Gran Piscator de Sarrabal de Milán, y le resultó fácil que por un tiempo le prohibieran la publicación, alegando que fomentaba la superstición entre el pueblo. Los enemigos aumentaban. El Padre Feijoo arremete contra El Gran Piscator en su obra Astrología judiciaria y almanaques, incluida en la primera parte de su Teatro Crítico. A esta opinión reprobatoria se suman el médico Martín Martínez y el leonés Padre Isla. Torres satiriza a todos ellos y se reafirma en sus predicciones ante los lectores.
Sospechosamente, consiguió acertar un nuevo vaticinio, el motín contra Esquilache en 1766, un acontecimiento popular debido a la prohibición impuesta por éste para que no se llevaran capas largas, ni sombreros redondos, para impedir que se portaran armas escondidas, ante el temor de algún atentado por parte del pueblo, que atravesaba un periodo de hambre extremo. Puede que aquel movimiento no fuera tan espontáneo, sino más bien impulsado por el vapuleado estamento eclesiástico, al que Torres también perteneció. El éxito fue tal que lanzó una segunda edición coeditada con el librero Bartolomé de Ulloa, que le rindió pingües beneficios, por lo que fue nuevamente denunciado ante el Consejo de Castilla por mencionar a los monarcas en sus escritos, de lo que se defendió alegando que “los Reyes de quienes hablaba eran los de los naipes”. Pero el mayor logro del polifacético salmantino, que no llegó a ver en vida, fue el anuncio en el almanaque de 1756 de la Revolución Francesa de 1789 y de la muerte en la guillotina del rey Luis XVI.
Torres Villarroel se burlaba de su público lector como el mejor de los pícaros. En el prólogo de 1761, anota: “Soy tan afortunado a desatinos, que luego que pongo de letra de molde mis majaderías, me acarrean los ochavos a porrillo”. Sin olvidar que era un presbítero, no escuchaba a quienes le reprochaban su forma de vida, como el hecho de no renunciar a los placeres de la carne o, simplemente, de no tener la fe necesaria. Tan era sí que, cuando en 1745 se nota enfermo, reclama la asistencia del exorcista fray León de la Guareña, para que le conjure los diablos y brujas de los que se creía poseído.
3.- ÚLTIMOS ALMANAQUES
La estructura de El Gran Piscator se componía de dos partes: el prólogo, que tiene valor autobiográfico y costumbrista de la época, y la escena, que da título a cada almanaque, entre lo narrativo y lo teatral, en la que el propio Torres es el personaje principal. En cuanto a la forma, siguió la de los antiguos almanaques italianos que anunciaban en verso los sucesos futuros, que ni él mismo se tomaba en serio.
En la Universidad salmantina ejerció la cátedra de Matemáticas a su manera. Tras veinticinco años solicitó la jubilación por enfermedad. El claustro no accedió a ello y tuvo que acudir a un Decreto real. Tanto en la cátedra, como en la confección de los almanaques continuó su sobrino Isidoro Ortiz, bajo el título de El Pequeño Piscator de Salamanca. Posteriormente, se dedica a escribir sus obras completas, que serán publicadas por primera vez utilizando el sistema de suscripción popular, de lo que la Universidad se mantuvo al margen, evidenciando el grado de hostilidad existente. Tío y sobrino, reaccionaron creando una academia abierta a todos los ciudadanos para enseñar la fabricación y el manejo de las esferas de Robert de Vaugondy, según el tratado traducido del francés por Torres, proyecto que quedó truncado por la institución, oponiéndose a través del médico Ovando y el teólogo Rivera, que no eran partidarios de que el manual fuera de dominio público y estuviera al alcance de cualquiera por haber sido traducido del latín al castellano.
El último de los almanaques saldría en 1767. La colección quedó interrumpida por la consternación que le produjo la muerte de su sobrino Isidoro. Torres Villarroel, “el sabio salmantino medianamente loco, algo libre y un poco burlón” murió tres años más tarde en el Palacio de Monterrey de Salamanca, propiedad de la Casa de Alba, cuya administración le había sido encomendada por los Duques. Los extractos de todos sus pronósticos forman parte del primer tomo de sus obras completas, que fueron editadas en Madrid entre 1794 y 1799.
(Foto Portada. Biblioteca Universidad de Salamanca)
Diego de Torres Villarroel
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